Vida

01/02/2015

La miro.

La miro mucho, todo el rato. Me fascina cada parte de su cuerpito, y me maravilla la vida. Y por qué; no decirlo, la capacidad de mi pareja para crear algo tan bello. Literalmente, crearlo de la nada. Es acojonante de lo que somos capaces con un poquito de amor.

Antonio Galeano

Mi hija tiene ahora dos años recién cumplidos, y cada día me sorprende con su luz. Verla sonreír, jugar, llorar, enfadarse, ver como va a aprendiendo cada día algo nuevo… ¡Que digo cada día algo nuevo!¡Cada día miles de cosas nuevas! Pequeños detalles, y no tan pequeños. Ver a mi hija aprender a andar ha sido de las cosas más impresionantes de las que he sido testigo, poco a poco, ver el despertar de ese cuerpecito perfecto. Verle salir los dientes de la nada. Verla descubrirse cada parte del cuerpo. Y el día que usó la pala en el parque para meter arena en el cubo, ¡por favor!, ese día supe que la raza humana era capaz de cualquier cosa. Durante días, meses casi, la pala había sido un chupete, un arma letal para la integridad física de los niños adyacentes, un teléfono, un avión… y de repente, un día como otro cualquiera, mi hija la convirtió en una pala, y la arena cayó en el cubo, y ella me miró como si hubiese aterrizado en la luna, y tengo que decir, que para nosotros fue una proeza de esas dimensiones.

Yo la miro. Observo cómo come, cómo intenta aprender a saltar en el sitio, cómo ve la tele, cómo ha aprendido que a los bebes no se les pega, si no que se les da besos… así que ahora, es una pequeñaja que va dando besos por el parque, ante el desconcierto de todos. Porque la gente no está acostumbrada a que la besen porque sí, al parecer te lo tienes que haber ganado, o tienes que haber dado algo a cambio. Mi hija da besos porque se alegra de verte, porque quiere algo, porque se ríe contigo, o simplemente para ver si tu cara pica o no pica. Y luego se gira hacia mi y me dice: “Papi, no pica”.

Su nombre es Zoe. Es un nombre del que nos enamoramos su madre y yo en nuestra adolescencia gracias a una canción y que cuando hubo que decidir uno salió al rescate sin dudarlo. Pasaron algunos meses hasta que buscamos qué significaba. Alguien preguntó y no supimos qué decirle, y nos entró el pánico, ¿Y si estábamos llamando a nuestra hija “sacapuntas”  o “padrastro” en otro idioma y no teníamos ni idea? Y resultó que Zoe proviene del griego y significa “vida”, y más allá del alivio que nos dio saber que no estábamos llamando a nuestra hija “sarpullido”, nos pareció hermoso y perfecto. Vida. Eso es lo que este ser humano ha sido para nosotros desde que la vimos en la primera ecografía; VIDA. Ganas de vivir, de ser la mejor parte de nosotros que podemos ser.

Para mi, ser padre es fácil. Cuando la gente que no tiene hijos me pregunta qué tal es la paternidad, no lo dudo al responder, de verdad, ser padre es fácil. Por supuesto que es cansado, que digo cansado, es agotador, te come toda la energía y el tiempo que tienes, y el que no tienes, y el que tendrás. Y claro que despierta cada miedo de tu ser, y algunos que nunca pensaste que habitaban en tu interior. Pero no es complicado. Sólo hay que quererles, abrazarles, darles mucho amor y seguridad, hacerles sentir que tú estás ahí para ellos, pase lo que pase, mientras tengas aliento. Ya está. Y eso es fácil. O por lo menos yo lo siento así.

Confiar, eso… eso ya sí que me resulta más complicado.  Confiar en que todo va a ir bien, que nada malo puede pasar. Han sido muchas sesiones de terapia para quitar parte del pánico que me provoca que le pueda pasar algo. Un miedo que se me cuela en lo más profundo y me deja aterrado. No estoy muy acostumbrado a confiar. Intento controlar todo lo que hago y me rodea, para no tener que confiar mucho en lo de fuera. La vida me ha dado algunos palos que hacen de esto uno de los grandes temas recurrentes de mi proceso terapéutico. Pero tengo que decir que poco a poco he logrado dejar el miedo en algo relativamente aceptable, en un sentimiento que ya no ocupa mucho espacio en mi relación con Zoe. No sé si lograré quitarme alguna vez todo el miedo, no creo, pero una cosa tengo clara, y es que por muchos miedos que pueda sentir, a ella no le tienen que llegar. Ésta es mi pedrada, no la suya. Igual no puedo evitar sentir miedo por las cosas que le van a pasar, pero sí puedo hacer todo lo que esté en mi mano para no pasarle mi miedo a ella. Ese es mi mayor trabajo como padre, comerme yo mi propio miedo para poder acompañarla.

Es curioso cómo Zoe se ha convertido en la protagonista de mi vida. Nada me gusta más que estar con ella, que no quiere decir que esté con ella todo el rato, no me deja… Lamentablemente yo no soy el protagonista de la suya, y ella sí que quiere estar con muchas más personas aparte de conmigo. Pero intento pasar tiempo con ella, todo el que puedo, dentro de nada irá al colegio y siento que empezará a irse para no regresar, y eso está bien, hay que dejarles ir, que viva su vida con plenitud. Sé que sueno un poco a loco, teniendo en cuenta que hablo de una niña de dos años, pero así lo siento, y además desde hace ya un buen rato que ya no es mía, o nuestra (si es que llegó a serlo alguna vez), que es suya, y que poco a poco se irá de nuestro lado, muy gradualmente, sí,  pero esta es una marcha imparable. Así que lo que decía, intento estar con ella. Jugar con ella. Tocarle canciones. Contarle cuentos. Que me los cuente ella a mi. Escucharla es un placer como pocos, porque aunque aún no se ha lanzado a hablar correctamente del todo, nos entendemos a la perfección. Tenemos un idioma común que sólo hablamos tres personas en el mundo y que para mí es el más hermoso que existe. Palabras como; papato, popo, atú, gobo, eebé, pitia pitiapitia, miñamiñamiña… en fin…

Yo la miro, y me maravilla tanta vida hermosa y llena de luz y de amor, y siento que quiero, como nunca antes, confiar en ella plenamente.

Me encanta ser padre de Zoe.

Antonio Galeano.

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