¿Por qué hay crisis en la pareja cuando llegan los hijos?

01/10/2014

Una crisis es la transición entre un periodo que acaba y otro que comienza. Se produce un reajuste entre los recursos que eran válidos en la etapa anterior y los que requiere la situación actual.

Es duro renunciar a lo que nos ha servido durante mucho tiempo, y por eso las crisis conllevan la vivencia de duelo  y  un consiguiente estrés al perder la zona de confort.

La llegada de los hijos supone una crisis en la pareja porque lo que funcionaba en una relación de dos no siempre permanece vigente en la nueva familia de tres o más. En algunos casos, la dificultad para adaptarse al cambio culmina en una separación; en otros, la pareja se mantiene aparentemente unida pero con un enfado de fondo que les condena a una gran distancia emocional; algunas parejas superan la crisis a través del diálogo y la escucha  mutua, maduran juntos y la familia se consolida.

¿Qué fue antes: el huevo o la gallina?
Casi todos sentimos que nuestro comportamiento es una reacción a lo que hace el otro. Hombres y mujeres responden con enfado pensando que fue ella o él quien empezó a estropearlo todo. Pero en realidad una relación siempre es algo dinámico, circular y no lineal, en el que muchas emociones brotan simultáneamente y generan distintos tipos de interacciones.

TRES Claves para entender al hombre

1. Abandono

Generalmente, el hombre siente que hace muchas concesiones durante el embarazo. Es paciente ante los cambios de humor de ella, comprensivo cuando le rechaza sexualmente, complaciente cuando tiene que ceder por enésima vez… y todo esto resulta razonablemente llevadero gracias a la fecha de caducidad: “después del parto ella volverá a ser como antes”.

Sin embargo, al nacer el bebé la situación empeora. A todo lo anterior se suma que ella centra completamente su atención en esa criatura recién llegada, que está siempre cansada e irritable, y que la vida sexual sigue siendo escasa.

El hombre se siente abandonado, traicionado por la que hasta ahora fue su cómplice, su compañera y su amante. Convive con una mujer gruñona y malhumorada que no tiene tiempo para escucharle ni darle cariño. Se encuentra en un profundo desierto afectivo.

2. En la tribu salíamos a cazar

De este modo convergen en él dos fuerzas: en primer lugar, la que biológicamente le impulsa a salir de la cueva  y vivir situaciones de adrenalina, cazar/trabajar y ser proveedor en su tribu; en segundo lugar la necesidad de buscar fuera del hogar lo que dentro no obtiene, compensar la sensación de abandono, agua para su desierto afectivo.

Es frecuente que surjan inesperados viajes de trabajo o eventos similares que les permiten pasar más tiempo fuera de casa, ámbito en el que ya no se sienten nutridos. Es también un recurso para evitar enfrentamientos, discusiones y situaciones de frustración para él. Algunos hombres canalizan mucha energía haciéndose cargo de tareas domésticas, buscando complacer a su compañera y obtener de nuevo su atención.  Pero no siempre reciben el reconocimiento y las caricias que anhelaban.

3. Regresión: el niño herido

El contacto con un bebé nos despierta de forma inevitable vivencias de nuestra propia infancia que hasta ahora permanecieron enterradas en recónditos rincones de nuestro inconsciente. Todos traemos heridas del pasado, situaciones en las que mamá no nos comprendió o  no nos atendió como necesitábamos. Lo que a nuestros ojos de adultos parecen detalles sin importancia, para el bebé que fuimos resultaron grandes carencias de enorme carga emocional.

El hombre reacciona con envidia ante esta criatura desconocida que recibe tantas contemplaciones de la que hasta ahora era su fuente de afecto y su compañera. Puede ver cómo se despierta su intolerancia al llanto (si  no toleraron el suyo en su infancia), o los juicios de valor del tipo “es un consentido” o “menudo caprichoso” (tal y como le criticaron a él). Un niño herido se despierta en el hombre y le hace especialmente sensible al abandono de su pareja y a la rivalidad con el bebé. El conflicto está servido.

TRES Claves para entender a la mujer

1. Agotamiento

Desde el momento en que comienza el embarazo, la mujer se convierte en la fuente de nutrición física y afectiva para su bebé. Tan literal como que sus órganos internos se echan a un lado para dejar el lugar central al hijo que crece, sus necesidades se hacen secundarias para priorizar las del pequeño.  Cambian sus gustos alimenticios, sus hábitos de sueño y su propia imagen corporal: se abre la crisis de identidad que dará paso a su nuevo rol de madre.

Este rol continúa después del parto con mayor desgaste, ya que las demandas infantiles son constantes y las fuerzas se van agotando. Generalmente, la mujer dedica sus días y sus noches al cuidado del bebé, no come o duerme cuando quiere sino cuando puede y la ducha diaria se convierte en un artículo de lujo. Si el parto fue difícil o acabó en cesárea, a todo esto hay que añadirle una recuperación dolorosa y emocionalmente debilitante.

La mujer contempla con rabia y envidia al hombre que duerme varias  horas seguidas, que sigue yendo al gimnasio dos veces por semana y que en lugar de preguntarla qué necesita  demanda de ella el apoyo de siempre. Siente que da todo el tiempo pero que no tiene de quién recibir, espera encontrar un hombre adulto a su lado y tiene  a un niño demandante en plena huida. Decepcionada, sola, agotada.

2. En la tribu no estábamos solas

La mujer pasa muchas horas sola con su bebé. La vida urbana ha hecho difícil el mantenimiento de la red de apoyo que nos proporcionaba la tribu: amigas, madres, hermanas, tías que acompañaban en la crianza y lo hacían todo más llevadero. Esa función que antes cubría un grupo entero ahora recae en el hombre que, como ya hemos visto,  no siente tanto el impulso de quedarse en la cueva y cuidar sino el de salir a cazar.

En la tribu la mujer también mantenía su labor profesional: tejía cestas al mismo tiempo que amamantaba, recogía raíces y frutos con su bebé en brazos, pasaba el día entero acompañada, inmersa en el engranaje socia sin perder su status ni su valía y sin separarse de sus hijos. Actualmente  no se tolera la presencia de los bebés en el entorno laboral. Hay que elegir entre criar o trabajar, entre el aislamiento o el grupo.

De este modo, la mujer que opta por quedarse con su bebé  queda sumida en una profunda soledad, sin su red de relaciones personales y profesionales que hasta ahora fueron cotidianas. Espera encontrar en su pareja sostén y comprensión que él no siempre pude proporcionarle, así que aparecen la frustración y la rabia.

3. Regresión: la niña herida

Igual que en el hombre, el contacto con el bebé activa en la mujer memorias de antiguos daños experimentados en la primera infancia. Unido al cansancio y a la apertura  física y emocional que supone el parto, los sentimientos eclosionan en una completa revolución. Normalmente le echamos la culpa a las hormonas, pero muchas situaciones dolorosas de la niñez que no han sido reparadas pasan factura en este periodo.

La mujer necesita cuidado, apoyo, comprensión y afecto. En realidad, desde su niña herida  demanda una figura maternal que pueda hacer con ella lo que ella hace con su bebé, que sea incondicional y que entienda lo que le pasa sin tener que explicarle. El hombre está muy lejos de poder cubrir estas expectativas que ella le demanda, el conflicto está servido.

¿Es posible un “final feliz”?

Es difícil determinar cuál sería el verdadero “final feliz”. Muchas parejas se vincularon con patrones más  infantiles que adultos y de forma poco satisfactoria en el nivel más profundo de la relación. En estos casos la crisis es una oportunidad para empezar un nuevo camino por separado, para elegir otro compañero/a que se ajuste realmente a las necesidades de cada uno, para crecer y madurar individualmente y como padres.

Otras parejas se mantienen unidas a con más o menos rencor acumulado. Pero a través de un aprendizaje de comprensión mutua, bajando el listón de la exigencia y utilizando todas las reservas disponibles del amor que inicialmente les unió, pueden crecer y madurar como parejas y como padres.

Se suele decir que los niños son los grandes afectados en estas situaciones de crisis. Y en realidad es así, pero no se trata tanto de la separación o la unión sino de cómo éstas se gestionen. Un niño puede aprender mucho de unos padres que asumen sus limitaciones y errores, que se hacen responsables de su propia vida y que afrontan el conflicto con madurez.

No es fácil atravesar una crisis pero, si la recibimos como una oportunidad para la transformación, quizá sea posible vivirla con gratitud, como uno más de todos los regalos que nos traen los hijos.

Berta Pérez Gutiérrez.
www.musicoterapiaymaternidad.es
www.musicaysalud.org

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