¿Padres a cargo?. Acompañándolos como hijos sin morir en el intento

01/02/2006

Esta aventura que nos depara la vida, cuando tenemos el privilegio de tener con quién hacer semejante y fundamental inversión de roles, no sucede sin sorpresas, dolores, costos y premios. Requiere de varios ingredientes, y no siempre nos parece tenerlos disponibles.

Tanto desde mi experiencia personal como desde la labor asistencial de orientación a familias en estas situaciones, deseo compartir algunas peculiaridades del atravesamiento de semejante odisea.

Empezar a hacerse cargo de las cuestiones de nuestros familiares ancianos nos confronta con múltiples exigencias, tanto a nivel concreto como emocional.

Ponernos al hombro la estructura de los padres, justo al haber comenzado en general a saborear la autonomía creciente de los hijos, implica varias renuncias:

De tiempo y de tranquilidad, en principio, para correr a cobrar la jubilación, chequear la cotidianidad de la casa del familiar que va empezando a estar cada día, progresivamente, más presente en nuestro mapa de responsabilidades.

Hablar con los médicos, hacer trámites varios…

Decidir sobre tratamientos, mudanzas. En fin, para varios no debe ser ninguna novedad lo que digo.

Quiero, entonces, decir otra cosa.

¿Qué nos sucede en este viaje, que tiene fecha de finalización indudable pero desconocida? ¿A qué recursos echar mano?

El esfuerzo es grande y continuado, parece insostenible y al mismo tiempo sentimos que queremos hacerlo.

Haber sido engendrados, cuidados, criados, con errores y aciertos, con amor y carencias, con sabiduría y con ignorancia… no es poco.

De pronto nos encontramos a cargo de estos bebés-ancianos, que a veces no nos conocen, o no comen solos, o no se mueven solos, usan pañales y nos necesitan con urgencia, sin postergaciones.

¿Cómo tolerarlo sin que se nos rompa el corazón, ya que lo necesitamos tanto…?

Al mismo tiempo, nuestra vida, con sus exigencias, compromisos y placeres, intenta seguir impertérrita su curso.

Pienso que una de las piedras en el zapato para transitar este camino, está en el dolor de sentir que no somos más los hijos-aprendices, que pasamos al frente y no hay manual de instrucciones ni machetes ni nadie que nos pueda enseñar de la generación precedente.

Al mismo tiempo, pienso que puede no ser fatalmente así.

Previo paso por caja, previo pago del impuesto a la ilusión, dejando caer algunas creencias o paradigmas, estoy diciendo que podemos tener momentos en los que revertir este cuadro de nueva e invertida asimetría.

Y volvernos a deleitar asombrados ante la potencia de la enseñanza, ante el premio que nos puede deparar este tránsito de la vida.

¿Qué se requiere?

¿Hay receta?

Comparto humildemente la propia, para ser copiada, agenciada, que circule por los caminos que recorren estos aprendizajes.

Dentro de lo posible, siempre vale la pena intentar armar una buena red de sostén

Que nos permita delegar lo delegable, por más doloroso que sea, para quedar con lo que no se puede derivar: el intercambio amoroso, el pensamiento y la organización consecuente.

Tal vez, la cita más difícil, la aventura más desafiante, sea poder estar presente,

Allí, en el vínculo, en el sostén de la mirada, desnudos de prejuicios.

Estar estando.

Con disposición a registrar, aún cuando no hay palabras, que es lo que sí quieren, qué no. Cuándo el contacto físico, el mimo, cuándo no. Cuándo la palabra, cuándo el silencio. Presencia amorosa. Es tan difícil como simple.

Digo desnudez… en más de un sentido.

Ser testigos de la caída del pudor, ser testigos de la falta de autonomía en varios órdenes de la vida. De la caída, especialmente, de la potencia de ellos tal como la concebimos allá lejos y hace tiempo. Y como nos enseñaron a concebirla. Sin anestesia, sin velos. De la caída de ideales que nos viene de la mano de este proceso.

¡Qué oportunidad maravillosa, aunque dolorosa, para vernos en la esclavitud que nos ha dejado el ideal cultural de belleza y fuerza, de lozana juventud, que devora impiadoso la dignidad de la vejez!

Creo que este es uno de los tránsitos más complejos de esta encrucijada, al mismo tiempo que la llave que nos abre la puerta a un espacio lleno de premios.

Premios del orden de una sabiduría encarnada, práctica, más allá de la erudita.

En estos seres des-validos de los valores acostumbrados, valores de pura conserva cultural, con su potencia actual, al máximo, como siempre. Distinta pero plena.

Podemos verlos allí, en ese lugar de la vida, acercándose al ocaso, amarrados a la vida pese a todo, deseándola, soltando emblemas, re-aprendiendo a depender, eligiendo hasta el último momento aceptar lo que hay. Y parece que no es poco.

Si podemos, digo, nos encontramos nuevamente ante maestros muy especiales.

Volviéndonos aprendices permanentes, si elegimos vivir aprendiendo, sorprendernos nuevamente con la sabiduría que da la vida en los finales, en la última danza vital, con desenlace indudable.

Es allí donde podemos recuperar este lugar de “hijos”, más allá del vínculo biológico. Y es un premio: no son lecciones que puedan darse desde los libros. Y en general van más allá de las palabras es un privilegio que puede enriquecer nuestra vida.

Tenemos, entonces, que incluir entre las herramientas para el viaje (y de paso, no perderlas cuando termine éste y sigamos otras odiseas), la renuncia a la imagen plena de plenitud absoluta en tanto entera, completa y auto abastecedora con la que elegimos mentirnos desde casi siempre aceptar que, aunque no puedan tantas cosas que alguna vez pudieron o parecieron poder, no falta hoy nada.

Y si en este punto insistimos con necedad infantil, horrorizados por contemplar en ese espejo el paso del propio tiempo, ejercemos violencia. La violencia de exigirles que puedan potencias pret-a-porter, jóvenes capacidades, que nos calmen. Decirles, desde la palabra hasta la mirada: “¡podé!, ¡tenés que poder! ¿Cómo no vas a poder?” Por favor, con urgencia, calmarnos de esa injuria que nos provoca la visión de las transformaciones de los ciclos de la vida, que duelen como una rotunda bofetada. Bofetada que también nos daremos luego a nosotros mismos.

Aman la vida por el mero deseo de vivir, perseveran en este deseo de vida y de amor, perseveran en el ser…Aún cuando, desde nuestro prejuicio, no sería aceptable hacerlo en tales o cuales condiciones.

He aquí uno de los escenarios más conmovedores que me ha tocado presenciar con el corazón contento y mucha, mucha gratitud.

Cecilia Trosman

Artículo publicado en www.depsicoterapias.com

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