Somos imperfectos y estamos hechos para luchar. Una mirada a la vulnerabilidad desde la Psicoterapia Humanista Integrativa

13/12/2023

Resumen

Este artículo pretende mirar la vulnerabilidad, desde el marco de la Psicoterapia Humanista Integrativa (PHI), en la que destaca como concepto central tanto en la concepción misma del ser humano, como los objetivos y métodos psicoterapéuticos. La relación terapeuta – paciente es la herramienta prioritaria y en ella se resalta el valor de la esencia vulnerable del paciente y del terapeuta para que el contacto sea pleno y se establezca un vínculo terapéutico potente, seguro y sanador, pues invita al paciente a contactar con sus partes vulnerables y a integrarlas en un Yo coherente, integro y flexible, cuyo poder ejecutivo es ejercido desde el estado del Yo Adulto.

Palabras clave: Psicoterapia Humanista Integrativa, contacto, vulnerabilidad, autenticidad y conexión.

This article aims to look at vulnerability, from the framework of Integrative Humanistic Psychotherapy (PHI), in which it stands out as a central concept both in the conception of the human being, as well as the objectives and psychotherapeutic methods. The therapist – patient relationship is the priority tool and it highlights the value of the vulnerable essence of the patient and the therapist so that the contact is absolute and a powerful, safe and healing therapeutic link is established, since it invites the patient to contact its vulnerable parts and to integrate them into a coherent, integral and flexible self, whose executive power is exercised from the state Adult of Self.

Keywords: Integrative Humanistic Psychotherapy, vulnerability, contact, authenticity and connection.

Introducción

El máster de Psicoterapia humanista integrativa ha sido una de las decisiones más acertadas que he tomado en mi vida. En su momento, lo hice por formarme en una nueva línea de ejercicio profesional, que ha sido por demás nutritivo y motivador, pero lo más significativo ha sido lo que a nivel personal ha representado. Este máster ha abierto frente a mí, un espacio amplísimo y desafiante de trabajo personal, que me apasiona y me sorprende cada día.

En este contexto de apertura, reflexión y crecimiento, donde me he encontrado con gente maravillosa con quienes siento una cercanía emocional particular, los términos vulnerabilidad, conexión y confianza, bailan frente a mí en cada presencial, de los que salgo llena de ilusión y amor, sintiéndome conectada con mi grupo de compañeros y con muchos de los profesores de una forma especial, casi mágica, basada en un profundo respeto, admiración y gratitud.

La vulnerabilidad es un tema que me atrapa, indudablemente, porque me reconozco perfeccionista y con un enorme miedo a la crítica y a quedar en evidencia, o a no cumplir con la expectativa, especialmente con la que yo misma tiendo a presionarme con demasiada severidad.

En la medida que he ido avanzando en el máster, he ido precisando las raíces de esta “tendencia” en mí, los mandatos, impulsores y mi guión de vida subyacente, así como el estrés y las limitaciones que me impongo desde mi perfeccionismo. Este es el núcleo de mi trabajo terapéutico y será el tema que desarrollaré en el presente artículo, en el que profundizaré sobre el poder que ejerce el reconocimiento y aceptación de la propia vulnerabilidad, tanto por parte del paciente como del psicoterapeuta.

Este articulo pretende mirar la vulnerabilidad, desde el marco de la PHI, que concibe al ser humano esencialmente bondadoso y poseedor de una sabiduría interior que le lleva a su auto realización. En el núcleo de esa esencia se encuentra nuestra vulnerabilidad intrínseca.

Describiré cómo el ser humano, a lo largo de su vida, va construyendo una fachada social, en el intento de obtener mayor reconocimiento, aceptación y amor por parte de los otros, y cómo al hacerlo puede alejarse de su propia esencia, obstaculizando la conexión consigo mismo y con los otros, pues a la

vez que oculta su vulnerabilidad, deja de lado también su esencia más pura, genuina y autentica.

Abordaré cómo, en la relación terapéutica, se resalta el valor de la esencia vulnerable de la persona, enfatizando la necesidad de reconocer, aceptar y mostrar las partes vulnerables de sí mismo, para lograr la coherencia y la autenticidad necesarias para respetarnos y respetar al paciente, para amarnos y amar al paciente y para cuidarnos y cuidar de él o ella, conectando desde el respeto, la tolerancia y la honestidad.

¿Qué es la vulnerabilidad?

Cuando todo parece caerse, cuando el cansancio te agota aún más de lo que creías posible,

cuando nada parece lo que creías que era, cuando la tristeza asoma por la ventana de tus ojos

sin que puedas esconderla, la vulnerabilidad llega y te abraza, y también es ella la que te dice

“aquí sigues conmigo como de costumbre aprendiendo de mí, andando camino

y sabiendo que soy mí mismo reverso, aquello que labras a través de mí, la confianza.

No hace falta que huyas de mí, acompáñame amablemente y podrás ver que la tierra

que sientes perder bajo tus pies no es más que un camino que sigue

por nuevas sendas y un camino donde conocer nuevos colores de mi reverso”

Alexandra Farbiarz Mas

La vulnerabilidad forma parte de la esencia misma de cada persona, y sin embargo es, con frecuencia, temida y rechazada. Desde pequeños, se nos enseña que lo deseable es mostrarnos fuertes y perfectos, enfatizando el parecer y el hacer, más que el ser.

Históricamente arrastramos la creencia de que la vulnerabilidad es signo de debilidad, aprendemos a obviar y/o disfrazar lo que nos cuesta, lo que necesitamos y lo que sentimos, por creer que todo ello pone en riesgo la valía que los otros nos atribuyen.

A pesar de ser un término aparentemente comprensible y utilizado con facilidad en diferentes ámbitos, es un término sumamente complejo. Viene del latín “vulnus”, que significa herida, golpe, punzada y también desgracia o aflicción, y como el daño puede ser psíquico o emocional, abre la vía del sufrimiento. Existe también un daño moral, causado por una situación de maltrato, injusticia, desprecio o negligencia que lesione la identidad de la persona.

Desde el punto de vista antropológico, la vulnerabilidad es entendida como una condición de fragilidad propia e intrínseca al ser humano. Ser vulnerable implica fragilidad, ser susceptible de sufrir un daño, a ser herido física o emocionalmente, a ser tentado, persuadido, a no tener absoluto control de la situación, a no tener poder y así, una lista innumerable de atributos que evidencian que la persona, como ser vulnerable, siempre está en riesgo.

En el vocabulario filosófico, tal como señalan Cavalcante y Sadi (2017) “es condición humana inherente a su existencia en su finitud y fragilidad, de manera tal que no puede ser superada o eliminada. Al reconocerse como vulnerables, las personas comprenden la vulnerabilidad del otro, así como la necesidad del cuidado, de la responsabilidad y de la solidaridad”. (p. 312).

Parte de la vulnerabilidad natural del ser humano es la necesidad de interdependencia con los otros seres humanos, necesita de los otros para vivir, desarrollarse y crecer en su unidad biopsicosocial a lo largo del ciclo vital y esta necesidad le hace especialmente sensible al impacto de la calidad de las relaciones.

Feito (2007) afirma que, partiendo de esta vulnerabilidad, intrínseca a lo humano, está la constatación de que la vida es un ‘quehacer’, es un algo por construir. Hace referencia a la llamada paradoja de la autonomía y de la vulnerabilidad de Ricoeur:

es el mismo ser humano el que es lo autónomo y vulnerable bajo dos puntos de vista diferentes, que se componen entre sí: la autonomía es la de un ser frágil, vulnerable. Y la fragilidad no sería más que una patología, sino fuera la fragilidad de un ser llamado a llegar a ser autónomo, porque lo es desde siempre de una cierta manera”. (p.10).

Pareciera entonces que si el ser humano es intrínsicamente vulnerable y a la vez está llamado a ser autónomo en interdependencia con otros, debe estar consciente de su propia vulnerabilidad, ser capaz de aceptarla, de mostrarse vulnerable para conectar auténticamente, para poder así integrar las diferentes partes de sí mismo, en lugar de encubrirlas o negarlas. Esto último conllevaría a la incoherencia y el desequilibrio personal, obstaculizando también la vinculación con otros, que es también parte fundamental de nuestra esencia como entidad relacional, pues tenemos un imperativo biológico de relación con los otros. Nacemos completamente dependientes y, en la edad adulta, permanecemos interdependientes.

Conectar con otras personas, que es para lo que nuestro cerebro está concebido, aporta propósito y significado a la vida y que para lograr una conexión real y autentica es necesario mostrarse vulnerable.

Brown (2012) define la vulnerabilidad como: “incertidumbre, riesgo y exposición emocional” (p.40). Considera que el ser vulnerable, el dejarse ver, es la medida más precisa de valentía y la forma más efectiva para conectar con los otros. Explica que la valentía de ser imperfectos es una característica común a todas aquellas personas que viven de forma plena y autentica.

Conceptualiza la vergüenza como miedo a la desconexión, ‘hay algo en mí, que si otros ven no me consideraran dignos para conectar conmigo’, y explica que el pensamiento, “no soy suficiente” refuerza el sentimiento de vergüenza, que a su vez corrobora una vulnerabilidad insoportable, de la que nos protegemos falsamente, construyendo una coraza de perfección, que nos aleja de lo que realmente somos y por tanto interfiere en nuestra capacidad para conectar, estableciéndose así un círculo vicioso que invariablemente lleva a experimentar malestar e insatisfacción.

Diferencia entre culpa y vergüenza explicando que, la culpa, se refiere a lo que hacemos y la vergüenza alude a lo que somos. Es decir, cuando pensamos o decimos “lo siento, he cometido un error” nos referimos a la culpa. Cuando el pensamiento subyacente es “lo siento, soy idiota”, estamos experimentando vergüenza.

El análisis de la forma en que las personas contaban su historia, le permitió identificar patrones en sus narrativas que parecían dividirlas en dos grupos: aquellas personas genuinas, entusiastas, que viven sus vidas desde su propio

sentido de dignidad y aquellas que viven sus vidas intentando resultar suficientes. En el primer grupo identificó características comunes asociadas a el coraje, la compasión, la conexión y el ser vulnerables.

Brown (2014), afirma:

Las personas genuinas explicaban sus historias desde su propia esencia, tenían el coraje de ser imperfectas, la compasión de ser amables consigo mismas y con los otros y establecían una profunda conexión con los demás. Como resultado de su autenticidad, eran capaces de renunciar a lo que pensaban debían ser para ser lo que eran. Percibían la vulnerabilidad como algo necesario y por tanto la aceptaban, considerando que lo que les hace vulnerable, les hace también hermosos”. (p.72).

Si vivimos en un mundo vulnerable, ¿por qué luchamos contra la vulnerabilidad? Porque la vulnerabilidad es el núcleo de la vergüenza y del miedo, de la lucha por ser suficientes, y nos genera dolor y malestar, por tanto preferimos esconderla, negarla y/o sacarla de nuestra conciencia. Pero haciendo esto, la vulnerabilidad no desaparece, no deja de existir, por el contrario, crece en nuestro interior, bloquea nuestras emociones auténticas, genera ansiedad y pena. Además, en el núcleo de la vulnerabilidad, nace también la dicha, la creatividad, el sentido de pertenencia y el amor, esa parte de nuestra esencia como seres humanos, imperativa de crecimiento, conexión y realización.

Si anestesiamos el sentirnos vulnerables, adormecemos también nuestra sensibilidad y llamado interior a la alegría y al disfrute. Desde allí nos sentimos aún más vulnerables, solos e insatisfechos.

La enfermedad, el dolor, la ausencia, el vacío y el sentimiento de impotencia son, con frecuencia, el resultado de nuestro esfuerzo por encubrir nuestra vulnerabilidad.

La confianza fluye en presencia de la vulnerabilidad y coherencia

“Nunca somos tan vulnerables como cuando confiamos en otros pero, paradójicamente, si no confiamos tampoco encontraremos amor y dicha”.

Walter Anderson

Al profundizar en las bondades de ser y mostrarse vulnerable, y los perjuicios de la vergüenza, surge el concepto de la confianza, cuya presencia promueve conexión con nosotros mismos y con los otros.

La confianza es uno de los cimientos del ser humano como entidad social y un principio fundamental para el mantenimiento de relaciones significativas. Viene determinada por la percepción subjetiva de los riesgos resultantes de la apertura frente al otro. Este riesgo se mide, según Brown (2015) en función de que ese otro conozca y repete sus propios límites y los de los demás, que sea confiable y capaz mantener la confidencialidad de la intimidad compartida, que acepte los errores, permita la reparación y perdone; que no juzgue y que no presuponga mala voluntad en los demás.

La desconfianza bloquea el acceso a aspectos emocionales, intelectuales y relacionales, socavando la conexión, pues si en la relación se encubre la vulnerabilidad el contacto interpersonal no es auténtico y por tanto no se satisfacen las necesidades relacionales.

Charles Feltman (2009, citado por Brown, 2014) define la confianza como: “es elegir algo que sea importante para ti y hacerlo vulnerable a las acciones de otra persona”. (p.8). Explica que confiar implica permitirnos sentir la vulnerabilidad que supone el exponer nuestra intimidad frente al otro, con la esperanza de que seremos cuidados en ese momento de fragilidad.

Al relacionarnos con otros desafiamos la autoconfianza, el amor propio y el auto respeto, de allí que antes de esperar que otros confíen en nosotros es necesario tomar conciencia de cuanto respetamos los propios límites, cuanto contamos realmente con nosotros mismos, si somos responsables y protegemos nuestras historias, si la integridad es lo que nos caracteriza y cuán generosos somos con nosotros mismos, pues los otros no nos darán algo que no nos creemos merecedores de recibir.

La vulnerabilidad en el marco de la psicoterapia humanista integrativa

La curación de la confusión psicológica se produce a través de una relación terapéutica de contacto sostenida, una relación que involucra a dos personas en

contacto interpersonal completo: vulnerable y auténtica.

Richard Erskine

La PHI es una perspectiva, amplia, creativa, diversa e inclusiva, en la que se integran diferentes técnicas psicoterapéuticas para dar respuesta a las necesidades del ser humano, que es concebido como una totalidad dinámica e interdependiente desde el punto de vista social, que tiene un claro empuje hacia la integración, el bien ser y el bienestar.

Sobre una base estructural de Análisis Transaccional, la PHI se enriquece con la Gestalt, incorpora el cuerpo al proceso psicoterapéutico por medio de la Bioenergética y aborda el trabajo emocional profundo a través del Proceso del Duelo, basado en la teoría del Apego de Bowlby.

Entendiendo que cada persona es única e irrepetible, consciente e intencional, libre de decidir, responsable de sus acciones y capaz de intervenir en su propio desarrollo, el objetivo terapéutico de la psicoterapia humanista Integrativa es promover la integración interna de la persona en sus dimensiones conductual, cognitiva, fisiológica, emocional y espiritual, acompañándole mientras ella misma resuelve sus conflictos a nivel emocional profundo.

¿Cómo se promueve la integración interna del paciente?

El principal recurso de la PHI es la relación psicoterapeuta – paciente, la cual debe ser sólida, estable y protectora, en la que el paciente pueda contactar su propia esencia, aceptar su vulnerabilidad, identificar sus propios recursos y movilizarlos para lograr la integración y el equilibrio interno.

Zurita & Chías (2016) afirman: “consideramos la Relación Terapéutica como el eje fundamental de la Psicoterapia Humanista Integrativa ya que sin ella no habría proceso terapéutico. (…) debe ser sólida, potente, honesta, segura, amorosa y protectora. (p.19).

La relación terapéutica interpersonal de contacto pleno es, según Erskine y Trautmann (1996) “la premisa central en la práctica de psicoterapia integrativa. La indagación, sintonía, e implicación constituyen los métodos de la psicoterapia basada en una relación orientada al contacto”. (p.316)

La calidad del contacto que se establece con la realidad interna y externa dependerá de lo abierto o cerrado que se esté a ese contacto y esto está directamente relacionado a la presencia de los mecanismos defensivos.

Es el contacto pleno, en el aquí y el ahora, de la relación terapeuta – paciente, lo que permite la consecución de los objetivos terapéutico, pues facilita la disolución de las defensas y la integración de las partes ignoradas de la personalidad. En la seguridad del contacto, el paciente va conectándose con experiencias que, hasta el momento, habían sido rechazadas por ser dolorosas, y una vez expresadas las emociones profundas asociadas a esa experiencia, podrá resolverlas e integrarlas. Solo entonces podrá afrontar cada momento con espontaneidad y flexibilidad en la resolución de los problemas de la vida, y en la relación con otras personas.

Cuando el terapeuta indaga la experiencia fenomenológica del paciente (su motivación, autodefinición y el sentido de su comportamiento), desde el respeto, la sintonía empática y la implicación, propicia la relajación de las defensas. Al responder con empatía y sintonía, empodera a la persona para expresar sus sentimientos, emociones y pensamientos, en la seguridad de la relación.

Una relación de tales características y nivel de potencia exige que el psicoterapeuta desarrolle un talante caracterizado por su madurez y congruencia, siendo consciente de sus propias limitaciones, capaz de mirar a su cliente con genuino respeto y libre de juicio, aproximándose con apertura y una gran receptividad. Debe ser así mismo autentico, sensible y empático, ser capaz de sentir con el otro, comprendiendo y respondiendo a la necesidad relacional que se plantee.

La PHI concibe al ser humano como poseedor de sabiduría interna, de un impulso innato para crecer, crear, conectar con otros y sanar.

Este impulso intrínseco a lo humano era llamado por los antiguos griegos ‘physis’, con este término describían la vitalidad y la energía psíquica que se invierte en la salud, la creatividad y la expansión de sus horizontes personales. Physis es la fuente de nuestro impulso interno para desafiar el conformismo, para explorar diferentes formas de hacer y ser, para tener aspiraciones y para desarrollar todo nuestro potencial.

Erskine (2013) explica que, el psicoterapeuta debe involucrar a cada cliente en una relación de contacto, que vitalice su impulso innato para crecer. El objetivo es que el paciente mejore la comprensión de su historia y experiencia interna; que sienta que su comportamiento tiene una función psicológica importante, que desarrolle la capacidad de contacto interno y externo pleno, que

experimente el ser visto como un ser humano único y valioso, que explore opciones creativas y que incremente la posibilidad de sentir placer en las relaciones.

Al mirar con respeto y sin juicio a su paciente, el psicoterapeuta puede acompañarle efectivamente en el camino de acercarse a sí mismo. Solo desde el respeto y la confianza en la capacidad auto curativa del ser humano, el psicoterapeuta puede invitarle a hacerse consciente de lo que impide u obstaculiza el desarrollo de su propia naturaleza. Es decir, en el espacio de la relación terapeuta, la no violencia, la no imposición, el amor incondicional, la presencia misma del terapeuta, facilita el que el paciente debilite sus reacciones defensivas y su miedo hacia el exterior, para poder mirar hacia dentro de sí mismo y reapropiarse a sus experiencias dolorosas, permitiendo que su yo se repare y sane.

Richard Erskine (2013), describe los principios filosóficos de la psicoterapia integrativa a través de los conceptos de vulnerabilidad, autenticidad y de contacto intersubjetivo, afirmando que es responsabilidad del psicoterapeuta encontrar formas de valorar a cada cliente, incluso si no entendiera su comportamiento o lo que le motiva. Esto implica respetar su vulnerabilidad, así como sus intentos de ser invulnerables, mientras mantenga una relación terapéutica que fomenta la sensación de seguridad. Afirma:

Cuando estamos realmente en contacto interpersonal, creamos un entorno seguro donde nuestros clientes son libres de ser vulnerables con nosotros y nosotros con ellos. Este es un sentido vivaz de vulnerabilidad. La vulnerabilidad puede sanar cuando existe la oportunidad de expresar las necesidades físicas y relacionales de una persona y de ser valorada tal como es mientras se mantiene la seguridad interpersonal. La vulnerabilidad incluye estar abierto a cualquier encuentro interpersonal con ausencia de defensas. (Extraído de http://www.integrativetherapy.com/es/articles.php?id=110).

La relación terapéutica es por definición un espacio de autenticidad, en el que el que terapeuta y paciente establecen una conexión profunda en cuya dinámica, el terapeuta indaga respetuosamente en la experiencia fenomenológica del paciente, favoreciendo la comprensión del proceso interno.

¿Cómo construimos nuestro Yo?

Desde el momento mismo de la concepción se inicia un complejo proceso, en el que el cambio y el dinamismo constante prevalecen en la interdependencia con otros, inicialmente la madre, cuya biología y psiquismo, ya desde el período prenatal interacciona con, e impacta el feto en desarrollo.

Salvador (2016) señala que todo el legado de nuestras experiencias queda registrado durante toda la vida en nuestro ser psicológico y biológico. Diferencia dos aspectos del sentido del Ser, en cuanto a nuestro sentir mas interno y profundo acerca de la propia identidad:

El sentido esencial del Ser, referido a la vivencia de la esencia pura que cada uno de nosotros tenemos como seres humanos dignos de amor, esencialmente buenos e inherentemente merecedores de respeto, valía y consideración. Todo ser humano viene a esta vida con este derecho y el sentido intrínseco a su naturaleza de dignidad y valía. (p.23).

Este Yo Esencial, nos dice este autor, está presente desde la concepción y es el principio rector y guía interno, además del depósito y fuente de felicidad.

Señala como segundo aspecto del sentido del Ser, al Yo experiencial, que vamos construyendo, a partir de las interacciones con los otros, especialmente con las personas que se ocupan de nuestro cuidado, crianza y educación.

Es este Yo relacional, también llamado Yo social, es el que solemos considerar nuestra identidad, el que mostramos al mundo como forma de adaptarnos a lo que hemos entendido qué esperaban los demás que fuésemos y que, con frecuencia, encubre nuestro Yo esencial, que desde lo más profundo de nosotros mismos, nos envía señales indicándonos si nuestra vida se corresponde o no, con nuestra verdadera naturaleza. Mientras nuestra coraza, representada por nuestro Yo social, sea más gruesa, nos resultara más difícil oír estas señales.

Para comprender las trayectorias de desarrollo del proceso de construcción del Yo relacional, es necesario partir de la condición humana de ser mamíferos, y como tales, crecemos y nos desarrollamos en interdependencia. Nuestra

supervivencia depende durante largo tiempo de otras personas que se encargan de cuidarnos.

El bebe nace equipado para la conexión con su madre, quien a su vez conecta con su propia experiencia con su cuidador primario, transmitiendo su propia historia por medio del vínculo a su bebe. Así, en sus primeras interacciones, él bebe va guardando información en su memoria corporal y sensitiva, que ira configurando el sentido corporal de su yo, del yo que sentimos que somos, y que teñirá por siempre nuestras vivencial.

Si la madre o cuidador primario fue lo suficientemente buena, esto es sensible, disponible y amorosa, satisfaciendo las necesidades del bebe para que este recupere el estado de equilibrio homeostático, entonces el bebe desarrollará un sistema de apego seguro. Al respecto Salvador (2016) afirma:

Cuando este proceso se hace de manera adecuada y efectiva de forma sistemática, estable y predecible, el niño va aprendiendo en su ser profundo y corporal que ‘puede confiar en el otro’’, que sus necesidades son ‘importantes’, que ‘está bien pedir’ y que como ser humano es ‘digno y valioso’. (p.29)

Este es un muy buen comienzo y le permite ir configurando una identidad nuclear positiva, en un periodo que se extiende hasta los dos años, en el que el vínculo con su madre es, además de su ventana de aprendizaje más importante, el medio de autorregulación, pues en este momento evolutivo el estado interno del bebe y su bioquímica es regulada por la madre, desde fuera, cuando le calma y le ayuda a recuperar el equilibrio homeostático.

En el escenario descrito, donde las demandas del niño han sido satisfechas, este se va contando una historia de sí mismo, de los otros y de la vida, positiva y esperanzadora. Pero, si la respuesta a las demandas del niño es frustrante, ya sea por ser inconsistente, ambivalente o violenta, el niño desarrollara sistemas de apego ansioso, evitativo o desorganizado e incorporara información en su yo corporal, asociada a su no valía personal, y se contara una historia de si mismo, de los otros y de la vida negativa, en base a la cual tomará decisiones tempranas del tipo: si pido molesto, no hay nadie que me ayude, no soy importante, no existo, soy una carga, y entonces dejara de pedir.

Al respecto, Salvador (2016) afirma:

Se desarrollará un sentido de ‘no valía’, en la que la vulnerabilidad natural de todo ser humano – necesitar de los otros – es percibido como algo inadecuado, o que simplemente uno no puede sentir o mostrar, porque sería volver a experimentar el dolor de que nadie responde y que lo hace de manera frustrante. Así que mejor es no sentir y no expresar, instalarse en una actitud vital de tristeza y desesperanza. (p.37).

Pero la realidad se impone, y todos organizamos nuestra experiencia fisiológica, afectiva y / o cognitivamente, y es un imperativo biológico que demos sentido a nuestras experiencias fenomenológicas y que compartamos esos significados con otros. Necesitamos estar en interdependencia.

El origen de mi perfeccionismo y resistencia a mostrarme vulnerable Un análisis desde las teorías de los estados del yo y del guion de vida

Después de haber pasado una época de mucha tensión en Venezuela, cuando emigré me dije a mi misma que, en mi “nueva vida” en España, estaría muy atenta a no sobrecargarme, a garantizar espacios para el disfrute y mi cuidado personal, pero fue una promesa efímera, pues nada más llegar, en el lapso de cinco meses acompañé a mi familia en su duelo migratorio, monte mi nuevo hogar, comencé mi segundo máster, presenté y aprobé 6 materias para homologar mi título de psicóloga, y comencé a trabajar. Esto fue hace 9 años y el ritmo ha ido aumentado año a año, hasta que hoy tengo mi propio centro de psicología y trabajo un promedio de 12 horas diarias, estoy terminando mi tercer máster y para sorpresa incluso mía, ya estaba planeando comenzar otra formación que me interesa, relacionada con la psicoterapia integrativa, afortunadamente en terapia hice conciencia de que estaba entrando nuevamente en guion.

Partiendo del modelo de los 6 niveles de intervención en la PHI, de Zurita & Chías (2014), a mi conducta de sobre exigencia personal, siempre le acompañan “pensamientos sociales” que la justifican: “es que disfruto enormemente lo que

hago”, “si voy a hacer algo, lo hago bien, si no, no lo hago”, “ya soy mayor, para ser la psicoterapeuta que quiero ser tengo aprovechar el tiempo para formarme”. He desarrollado un Guion de vida Triunfador, pero sigo un proceso de guion Hasta: “hasta que no cumpla con mi trabajo y/o responsabilidad no podré disfrutar. El problema es que, en mi pensamiento profundo, nunca es suficiente, siempre tengo más por hacer. El núcleo de mi Guion es el mandato No seas niña

– No disfrutes. Incorporé este Mandato pues todos esperaban de mí que me adaptara, que no generara problemas y además que resolviera. Mis impulsores principales: Se perfecta, Esfuérzate. Mi abuela me dijo una vez, “cuando estés pariendo no grites, si gritas no podrás pujar y para que tu hija salga, necesita que pujes”. Así, en mi búsqueda constante de la perfección experimento cansancio, ansiedad e inquietud, que encubren un miedo profundo a no` pertenecer, no ser suficiente, a no ser reconocida y amada y por tanto al abandono.

Nací cuando mis padres eran muy jóvenes y aunque me rodearon de mucho amor, tengo la sensación de que me trataban más como a una hermana menor, que tenía que adaptarse a ellos, que como a una bebe a la que tenían que cuidar. Me llevaban a la universidad y a sus reuniones con amigos. Me adaptaba a sus horarios y a sus necesidades. Mis hermanos nacieron 4 y 8 años después de mí y yo ayudaba a cuidarles. Resaltaban siempre lo buena niña que era. Aprendí a leer y escribir a los cuatro años, también a esta edad nació mi hermano y para que tengan una idea de cómo era yo una adulta en miniatura, a los 5 años me enviaron a reunirme con mis abuelos, a una ciudad del interior del país, en avión, con mi hermano en brazos, (a cargo por supuesto de una azafata), pues una señora que vivía en casa tenía pulmonía y mis padres querían evitar, a toda costa, que nos contagiásemos. Aún hoy, recuerdo ese día y lo mayor que me sentí con esa responsabilidad.

Siempre ayude a mi hermano con sus deberes, iba a las reuniones de padres del colegio de ellos, los llevaba conmigo a mis clases de la universidad y cuando salía con mis amigos. Aún hoy, me relaciono con mi hermano más como madre que como una hermana. Mis recuerdos infantiles son entre mis padres y abuelos, no entre primos, como si lo recuerdan mis hermanos.

Desde los 4 años también viajaba con mis abuelos cada verano, hasta que cumplí 12 años. Recuerdo que yo estaba siempre pendiente de que mi abuela

se tomara sus medicamentos y se inyectara la insulina cuando comenzaba a comer. Por esto recibía gran aprobación “eres tan madura y generosa”.

Comencé el primero de primaria a los 5 años, a los 16 me gradué de bachillerato y a los 21 de psicóloga. A los 22 me casé, a los 23 tuve mi primera hija y a los 25 el segundo. A los 28 termine mi primer máster y a los 35 me independice laboralmente, montando mi primer centro de psicología.

En dos oportunidades de mi vida he sentido la necesidad de buscar ayuda terapéutica, la primera fue por sentirme sobrepasada de trabajo y responsabilidades, resultando en una vivencia de ansiedad que me generaba muchísimo malestar. La segunda oportunidad fue cuando además de atender a mi familia, a mi trabajo que me exigía muchísima atención y responsabilidad, me hice cargo de mi abuelo que tenía Alzheimer.

Después de año y medio en mi trabajo terapéutico actual, he identificado que en mi Niña adaptada y sumisa, quedaron fijadas una serie de creencias y decisiones tempranas, que me permitieron sobrevivir y ser valorada. Esto sucedió cuando mis necesidades infantiles de contacto no se satisficieron, y las defensas que construí para afrontar el malestar causado por esas necesidades insatisfechas se convirtieron en algo habitual. Por eso, en mi aquí y ahora, cuando funciono desde mi estado del yo Niño, percibo necesidades y sensaciones internas, así como del mundo exterior, como lo hacía cuando era niña y mis conductas son equivalentes a aquellas que presentaba en el momento evolutivo donde ocurrió la fijación. Es decir, me sobre adapto, me sobre esfuerzo y busco la perfección. Todo antes de mostrarme vulnerable y generar problemas a mi alrededor, pues pondría en riesgo mis necesidades de relación.

De igual manera, he incorporado un estado de yo Padre repleto de introyectos, de porciones ajenas a mi personalidad, que recibí de mis padres y abuelos, pero que fenomenológicamente experimento como propias para influir en mi Niña sumisa y mantenerla a raya. Algunos de estos introyectos son: Lo importante en la vida es ser la mejor, ser responsable, equilibrada, fuerte, presente y prudente. Cuando seas mayor serás una profesional exitosa, eres buena y generosa, controlada y madura, cuidas y apoyas a los otros.

Hoy, me resulta claro que, he ido construyendo una idea de quién soy: una mujer fuerte, exitosa profesionalmente, que ha construido una familia a la que amar profundamente, y de la que me siento muy orgullosa, a quienes exijo desde

al amor, como hicieron conmigo, y también a quiénes exijo sin clemencia y con rigidez, ocasionándoles con frecuencia dolor y limitándoles su espontaneidad y naturaleza más íntima.

El guión de vida que he construido, aunque adaptativo en su momento, comporta una pérdida o renuncia a mi yo verdadero, mi vulnerabilidad, y ha implicado e implica aún vivir la vida en un sentido limitado y restrictivo, acomodándome a las normas familiares, culturales y sociales de una manera rígida.

Cuando, en el aquí y el ahora, entro en guión, es porque mi yo Adulto está contaminado por estados del yo Padre y el estado de yo Niño. Es por esto por lo que ante una situación de exposición emocional en el aquí y el ahora, reacciono de forma a veces exagerada, sintiéndome fatal ante la anticipación de crítica y / o desaprobación, haciendo todo lo posible por mostrarme perfecta, aun a costa de mi misma. La razón: es que en realidad estoy reaccionando, desde la vergüenza arcaica que no he resuelto.

Esta sensación de vergüenza incluye la creencia ‘algo está mal en mi’, descuento mi propia valía, esa que es imperativa de valor personal propia del Yo esencial, limitando con frecuencia mi auto expresión, inhibiendo mi conducta y la expresión de mis sentimientos y necesidades, pues esto supone mostrar mi vulnerabilidad.

Es la primera vez que hago terapia en el contexto de la psicoterapia humanista integrativa, y también por primera vez hago conciencia de toda esta dinámica intrapsíquica que ha marcado mi vida y que con dolor me doy cuenta de que también la he transmitido, sin querer a mis hijos. Afortunadamente mi hija mayor, un ser humano extraordinario y valiente, se revela contra esta parte de mí que también ha introyectado y, en su propio trabajo personal, ha decidido seguir el imperativo de su propia esencia en búsqueda de la felicidad.

Esta toma de conciencia ha sido posible en el contexto de una relación terapéutica potente, cálida, respetuosa y segura, en la que la implicación de mi terapeuta utilizando el reconocimiento, la validación, la normalización y la presencia, ha ido disminuyendo el descuento interno, resaltando la necesidad mi Niña adaptada de ser escuchada y respetada, de darle el permiso desde mi Adulto, de abrir los espacios para que pueda expresar lo que siente, su rabia, su tristeza por los momentos de diversión que dejo de vivir, que exprese su miedo

a que si no se adaptaba no fuera querida y sobre todo que incorpore de permiso de disfrutar sin sentir vergüenza ni culpa por ello. Esta re-decisión tengo que lograrla desde la emoción profunda, para que mi Adulto se empodere y asuma el control ejecutivo, gestionando las necesidades de mi Niña libre y afrontando mi realidad interna y externa con apertura y flexibilidad.

Conclusiones

La PHI es una psicoterapia basada en la relación y orientada al contacto. La vulnerabilidad es intrínseca a la naturaleza humana en dos sentidos: uno,

asociado a su fragilidad y finitud; el segundo, relacionado con la “necesidad del otro” para crecer y desarrollarse. Este imperativo innato, nos hace especialmente vulnerables a la calidad de las relaciones que establecemos con los otros, es decir, a si “esos otros significativos”, respondían con su actitud, conducta y conexión emocional, a nuestras necesidades relacionales. En esta interdependencia relacional construimos nuestra identidad, en base a lo que vamos entendiendo que los otros valoran y esperan de nosotros.

Aprendemos a esconder nuestros aspectos vulnerables, y al mismo tiempo nos alejamos de nuestra esencia más pura, compasiva y generosa, que nos hace inherentemente dignos y merecedores de respeto, valía y amor. Al anestesiar nuestro miedo a mostrarnos vulnerables, anestesiamos también nuestro impulso innato para la vitalidad y energía psíquica que se invierte en la salud, la creatividad y el desarrollo de nuestro potencial.

La PHI, a través de una relación terapeuta – paciente, sólida, estable y protectora, cuya potencia depende de la autenticidad y apertura en el contacto de cada uno en relación, el terapeuta invita al paciente a contactar con sus procesos internos de sensaciones corporales, afectos, recuerdos y pensamientos y a expresar las emociones profundas asociados a éstos, pudiendo así integrar las partes de sí mismo hasta el momento rechazadas, mientras en la seguridad de la relación satisface las necesidades relacionales no satisfechas en su historia.

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