Mortalidad y Trabajo Emocional

01/05/2014

jose zurita

José Zurita

Después de más de veintiocho años trabajando en psicoterapia privada, muchos pacientes han pasado por mi consulta, teniendo en cuenta que éste ha sido mi trabajo exclusivo ininterrumpido en estos años. Y me resulta llamativo la escasísima tasa de mortalidad entre los pacientes que han seguido tratamiento, conmigo o con mi equipo, en estos años.

Llevo años pensando en la relación entre el trabajo emocional que realizan los pacientes de Psicoterapia Humanista Integrativa y la mortalidad. Yo soy médico de base académica desde 1982. Trabajé como médico general unos años y posteriormente comencé a trabajar como médico en el mundo de la rehabilitación de drogodependientes, llegando a fundar y dirigir la primera Comunidad Terapéutica del Plan Regional de Drogas de la Comunidad de Madrid. Formado como psicoterapeuta humanista, inicio el trabajo privado en el curso 1985 – 1986. Después de más de veintiocho años trabajando en psicoterapia privada, muchos pacientes han pasado por mi consulta, teniendo en cuenta que éste ha sido mi trabajo exclusivo ininterrumpido en estos años. Y me resulta llamativo la escasísima tasa de mortalidad entre los pacientes que han seguido tratamiento, conmigo o con mi equipo, en estos años.

En una conversación entre colegas hace ya tiempo, surgió el tema de la cantidad de veces que vamos al tanatorio a acompañar en el sentimiento a personas cercanas, o a despedir a otras que te han tocado afectivamente. Es algo que todos hacemos, ya que vivimos inmersos en una sociedad en la que estos actos ligados a la muerte tienen una alta importancia social.

Me sorprendió la cantidad de veces que nos vemos obligados, tanto social como afectivamente,  a realizar estos actos relacionados con la muerte de personas que nos dejan. Máxime cuando por especialización profesional nos dedicamos al duelo, y le damos un lugar preponderante a estos actos simplemente por coherencia. No nos escabullimos ante la muerte de alguien cercano, y acudimos a despedir al que se va y/o a acompañar a los que se quedan.

Si estos actos sociales los reducimos al mundo profesional tanto mi mujer como yo, ambos psicoterapeutas humanistas integrativos, hemos ido un número relativamente bajo de veces a los tanatorios, comparados con los que nuestros colegas relataban. Esto a simple vista da que pensar. Y cuando me pongo a profundizar si esta idea tiene relevancia, y realizo un repaso mental de cuáles han sido nuestras visitas al tanatorio, a lo largo de nuestra ya dilatada carrera profesional, me surgen datos dignos de consideración y en lo que se acercaría a una estadística aproximada que permita sacar alguna conclusión.

En mi trayectoria profesional como psicoterapeuta humanista Integrativo, hay un hito remarcable que es el inicio de los “Talleres de Trabajo Emocional”, que se inician en el pueblo segoviano del El Espinar en enero del año 1994. En marzo de 2014 por tanto, cumplimos veinte años de Talleres de fin de semana con una media de asistentes de 18 pacientes por taller. En estos Talleres realizamos un trabajo emocional profundo e intenso, con magníficos resultados terapéuticos para nuestros pacientes.

Si pudiera hacer una estadística lo más científica posible, cosa que no creo factible, por falta de registros válidos a lo largo de estos años, estoy convencido de que saldrían resultados contundentes. A falta de esto, lo que propongo es una presentación más ligera, no por esto exenta de conclusiones suficientemente significativas.

La energía emocional mal gestionada como causa de enfermedades

Antes de continuar con términos puramente estadísticos, quiero mostrar lo que pienso, que viene a dar importancia a la relación que propongo entre Trabajo emocional y mortalidad. Mi  hipótesis profesional con respecto a esto es que la emoción, o mejor dicho la no expresión normalizada de las emociones, los bloqueos emocionales o las prohibiciones parentales arcaicas para sentir y expresar las emociones desencadenan en muchos casos somatizaciones como forma de gestionar unas emociones que se ven limitadas en su flujo sano y natural.

Lo que hemos ido observando en nuestra práctica clínica diaria con nuestros pacientes es que una enfermedad que surge se puede trabajar emocionalmente y, o bien se reduce la gravedad y la escalada previsible desde el punto de vista médico, o bien desaparece como tal. Además, con el aprendizaje y normalización del trabajo emocional, y la práctica terapéutica de la expresión emocional se aprende a fluir en las emociones de tal manera que la incidencia en las enfermedades en nuestros pacientes disminuye ostensiblemente. En este contexto, cuando hablo de enfermedades me refiero a enfermedades leves y moderadas, siendo la incidencia de enfermedades graves extremadamente limitada, por no decir nula estadísticamente hablando.

Hemos tenido pacientes que han llegado a terapia con enfermedades graves, (cáncer en estadio 4, colitis ulcerosa, Sarcoidosis, Hipertiroidismo, Insuficiencia cardíaca con cardiomegalia, etc.) y, en la inmensa mayoría de los casos, éstas se han visto reducidas si no curadas en el transcurso del proceso psicoterapéutico, para sorpresa de los médicos que llevaban el tratamiento y seguimiento de las referidas enfermedades.

Nosotros no trabajamos con enfermedades sino con personas, y las acompañamos a que realicen un proceso de trabajo terapéutico y de crecimiento personal, que conlleva inevitablemente expresar y liberarse de las emociones acumuladas del pasado y resolver sus prohibiciones arcaicas, para sentir y expresar adecuadamente sus emociones. Pienso que este proceso de aprendizaje y resolución a nivel emocional profundo hace que no sea necesario el enfermar como forma de gestionar las emociones bloqueadas. De aquí viene la presente reflexión.

Conclusiones

Ante este hipotético trabajo de investigación limitaría el tiempo del estudio de datos al tiempo que llevamos realizando Talleres de Trabajo Emocional, ya que iniciamos la actividad en enero de 1994 y hemos cumplido veinte años hace unos meses. Antes del inicio de los Talleres, había varios años de trabajo emocional con pacientes en mi consulta privada.

En estos veinte años de tiempo de estudio, yo he tenido cientos de pacientes de edades comprendidas entre los 18 y los 64 años. Los primeros años tenía una media de 50 pacientes en terapia, y estos últimos he reducido mi actividad terapéutica según crecía la actividad docente, a una media de 25 pacientes en terapia reglada. Con una media de 35 pacientes, el número de personas atendidas en estos veinte años es considerable.

En esos veinte años de trabajo (1994 -2014)  tan solo una paciente de todos los tratados murió. Esta paciente fue un caso especial, ya que  al llegar a terapia vino diagnosticada de Sarcoidosis, una enfermedad crónica degenerativa, considerada incurable por la medicina oficial. Murió con una alta calidad de vida psicoemocional, aunque la fibrosis pulmonar no paró su evolución y acabó con su vida por insuficiencia respiratoria.

Quiero añadir que, al igual que la tasa de mortalidad ha sido extremadamente escasa, también lo ha sido la tasa de morbilidad y la tasa de accidentes graves que se han dado en nuestra muestra de pacientes.

No tengo medios al alcance en estos momentos para obtener una muestra aleatoria de pacientes de similares características con la que comparar nuestra muestra, pero estoy convencido de que si pudiéramos enfrentar estos datos aquí reseñados con esa otra muestra, las conclusiones sería estadísticamente significativas.

Queda de todo esto una pregunta:

¿Está el trabajo emocional profundo, en el contexto de una Psicoterapia Humanista Integrativa, relacionado con una reducción ostensible de la mortalidad de los pacientes?

Que cada uno saque sus propias conclusiones.

José Zurita Díaz. Médico – Psicoterapeuta.
Director del Instituto Galene. Madrid

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