La ternura en la terapia

01/11/2008


Dejemos vivir al niño-ternura

La ternura,

la llevas en lo más profundo de tu ser

en forma de semilla,

de posibilidad,

y de promesa.

Es este árbol que echa raíces

en lo más profundo de tu corazón

y que se alimenta de tu calor

y de tu vida;

es el fruto que va madurando

día a día, lentamente,

y bajo el sol de tu amor.

Sólo tú puedes inventar

el gesto, la palabra o la mirada

que la hará existir

o le negará la vida,

Sólo tú puedes elegir

darle el día o la noche.

Darle alas para que pueda

volar como un pájaro,

o encerrarla bajo una

tierra de olvido.

La tienes en tu mano,

al igual que una lágrima

de cristal.

Ella es la mirada; tú, los ojos.

Ella es el tiempo;

tú, el reloj de arena.

Ella es la caricia;

tú, la mano.

Es lo que llevas dentro,

algo parecido a un niño.

Tú eres su respiración,

los latidos de su corazón,

y el sonido de su voz…

Sophie

(Del libro de Jacques Salomé, “Cómo atraer la ternura”)

Saber de la ternura no es hacer caso omiso de la violencia que cargamos, escondiéndonos en una urna de cristal donde hasta nombrarla está proscrito.

Podremos hablar de ternura si nos aceptamos como sujetos fracturados, para quienes la única modalidad válida de relación es la cogestión. Sujetos jugadores, abiertos al intercambio gratuito con la ignorancia y el azar, que al reconocer la necesidad que tienen de la savia afectiva, se muestran dispuestos a apostar todo su saber por degustar la tierna calidez de los instantes.

Lo opuesto al agarre es la caricia, pues es imposible acariciar por la fuerza, ya que la experiencia se convertiría al momento en un maltrato. Para acariciar debemos contar con el otro, con la disposición de su cuerpo, con sus reacciones y deseos. La caricia es una mano revestida de paciencia que toca sin herir y suelta para permitir la movilidad del ser con quien entramos en contacto. Mano acompasada que intenta reproducir en sus movimientos la dinámica caprichosa de la vida. Mano que renuncia a la posesión y que aprende del otro en un suave coqueteo.

El principal aliado de la ternura es nuestra propia actitud y aptitud para recibir, si dispensamos una mayor atención a nuestras necesidades y a nuestros miedos, podemos recibirla. Mi abuela decía que cuando estamos dispuestos a recibir, tenemos menos necesidad de pedir o de coger. Cuanto más dispuestos estemos a recibir, más maduraremos en este arte; un arte que consiste en aceptar lo que somos y lo que la otra persona significa para nosotros.

Creo que en mi quehacer terapéutico siempre ha estado presente la ternura, a veces de forma inconsciente y otras veces de forma más consciente.

Al principio y sin darme cuenta la ternura estaba más presente como una forma de hacer, la voz suave, crear un espacio acogedor, una sonrisa, una mirada, un ser amable, suave con el otro, etc…, pero poco ha poco, revisando casos en mis espacios de supervisión, me di cuenta que desde ahí me fallaban muchas cosas, perdía clientes, algo no funciona. Recibía que la cosa funcionaba, que iba bien, pero a los pocos meses todo se terminaba.

Me di cuenta que no había confrontación, que no había limites claros, todo se confundía en una cosa suave, blanda, que impedía que el otro se viera, se reconociera; y en el fondo el que no lo estaba reconociendo, ni viendo, era yo. No le daba opción, ni la responsabilidad de sus acciones, yo asumía, eso sí muy “tiernamente”, “tenía que ser bueno”, toda la responsabilidad y no le daba al otro/a la fuerza necesaria para que se ocupara de sus asuntos, seguramente porque yo no me ocupaba de los míos y tampoco reconocía en mí esa fuerza.

Poco a poco fui aprendiendo a tener más presencia, una presencia más clara, más abierta que me permite ver al otro, reconocerlo; y a partir de ahí, ser tierno, pero una ternura que me posibilita ser cálido y frío, estar cercano o lejano, tocar o no, confrontar lo falso y apoyar lo autentico. Pero sobre todo, que me da la libertad para ser yo en la terapia. Si me veo yo, veo al otro. Entonces el cliente se puede ver, reconocer, se puede permitir sentirse fuerte o débil, triste o alegre y desde ahí se siente acogido, para poder experimentar otros aspectos de dificultad.

La ternura, o la energía de la ternura, rompe muchas resistencias, creo que posibilita la rotura de las resistencias. Lo duro se ablanda, la coraza se puede resquebrajar; es como la llave que facilita el acceso a la parte oscura, a la sombra, a lo negado de nosotros mismos. La ternura permite el apoyo, el soporte de la relación terapéutica, posibilita el contacto en la relación con el otro, pero también la del cliente consigo mismo.

Ahora siento que la ternura en terapia no es algo que se pueda crear de forma preconcebida. Surge o no. Es un sentimiento que se genera espontáneamente en la relación, que en momentos está y en momentos no. Creo que la ternura está presente en mis terapias, cuando creo un silencio o cuando miro que la otra persona que está llorando, sufriendo. Es ese silencio que se crea cuando escucho a la otra persona o intento participar de sus vivencias, sentimientos, etc.

Se que la ternura me nace en las tripas, llega al corazón y aflora de la forma más simple, más intuitiva de mi ser para acompañar al otro, para estar con el otro, porque estoy conmigo y desde ahí puedo expresar lo que siento, puedo confrontar al otro con sus miedos, con su no querer, con su no ser.

La ternura me posibilita el encuentro con el otro y le facilita al otro darse cuenta de su propia autonomía. Para las personas que vienen hacer terapia conmigo, o en los grupos o cursos que realizo, la ternura está presente en mi forma de hablar, en la forma de decir las cosas, en la forma de estar, en la forma de indagar o cuestionar y escuchar al otro. Es cuando me siento sincero y entero conmigo cuando aparece la ternura, es cuando estoy dando lo que sé, lo que siento, sin esperar aprobación, sin esperar nada a cambio, lo doy desde dentro. Las tripas son mi ternura, lo que me conecta con lo autentico de mí y del otro.

Estoy en la ternura:

Veo al otro en su circunstancia y lo acojo; hago, digo o escribo cosas que implican el ver al otro y acogerlo; me muevo con suavidad y cuidado, haciéndome cargo de las múltiples dimensiones del otro, las percibo y cuido; veo más el entorno del otro y sus relaciones con éste, aunque el otro sea ciego a éstas; mi argumentación es impecable a partir de una premisa implícita que acepta la legitimidad de todas las dimensiones del otro; no temo a la cercanía, pero no la presiono.”

Ya que la ternura consiste en saber aceptarnos en el momento presente. Este presente significa aprender a desarrollar nuestra capacidad para no vivir de la nostalgia, de los recuerdos o de la amargura del pasado. Aprender a no perseguir el futuro, idealizándolo o anticipándonos a él. Es aprender aceptar realmente donde estamos. Me resulta mucho más fácil vivir el presente si acepto afrontarlo con cada uno de mis sentidos. La ternura es un estado, y a veces una actividad, que se vive con ayuda de todos nuestros sentidos, ya que los moviliza y se apoya en ellos.

La ternura necesita tiempo, pero también necesita espacio. Es la posibilidad, más allá del encuentro, de crear nuestro propio territorio. La posibilidad de proporcionar a cada uno un espacio en lo cotidiano, un territorio que habrá que respetar, una distancia suficiente como para poder encontrarse y reconocerse. Desde ahí debemos inventar nuevos tipos de relaciones y no permanecer bloqueados a causa de unos puntos de vista esteriotipados, conservadores o simplemente anticuados.

El respeto, sobre todo hacia uno mismo, es lo que posibilita que la ternura este presente. La ternura es la chispa del amor; siempre está improvisando. Es la que proporciona el tesoro de la comunicación intuitiva en el silencio entre dos seres.

La ternura implica el deseo de un crecimiento mutuo. Somos seres en plena evolución y siempre tenemos la posibilidad de seguir creciendo y evolucionando por separado, ya que no somos responsables del crecimiento del otro.

Para mí éste es uno de los descubrimientos más inteligentes e intuitivos al que podemos acceder y que debemos posibilitar que ocurra en la terapia: negarnos a acusar a la otra persona, a hacerla responsable de nuestras desgracias; aceptando que lo que sentimos, somos sólo nosotros quienes lo sentimos.

La ternura está en el humor, en la capacidad de reírnos de nosotros mismos y encontrar algo positivo en aquellas situaciones que parecían no tenerlo.

Creo que para participar en el crecimiento del otro sin renunciar al de uno mismo, existe una actitud básica: aprender a respetar las diferencias. La otra persona es totalmente distinta a mí, lo cual significa que siente y vive a través de unas referencias distintas a las mías. Tener en cuenta la expresión de nuestras vivencias, de nuestras emociones y sentimientos, jamás debería ser discutida, negada o subestimada, tanto en la terapia como en otro tipo de relaciones.

La ternura implica una seguridad a corto plazo; es decir, la capacidad de comprometernos por un instante. La seguridad de un instante se nos ofrece cuando aceptamos al otro en el presente junto con su cuerpo y sus posibilidades, y lo sentimos de pleno en nuestra relación.

Sin lugar a dudas, la ternura participa en todos los lenguajes múltiples y complementarios del cuerpo, es más global que el contacto físico de la piel. En realidad la ternura es corporal y carnal, con todo cuanto ello pueda llegar a implicar: un gesto, una mirada, la caricia de una pestaña, e incluso también algo mucho más sobrecogedor para aquel que sepa como recibir todas estas atenciones.

El silencio también es uno de los aspectos más importantes de la ternura. El silencio que se crea cuando escuchamos lo que dice la otra persona o intentamos participar de sus vivencias, sentimientos y emociones.

La ternura es también la música de una presencia con el calor y las tonalidades variadas de nuestra voz. Los sonidos armónicos de la voz acompañan los gestos de ternura y aumentan su intencionalidad. A menudo, las emociones que se filtran a través de los sonidos de nuestra voz, son más importantes que las palabras mismas, ya que el cuerpo responde a las vibraciones y aumenta su capacidad de percepción.

Así pues, la ternura no es algo cortante, frío o amenazador. Se trata más bien de algo cálido, abierto, dorado y esperanzador. Algo sedoso, bien intencionado y alegre.

La ternura es el encuentro de todos aquellos lenguajes que van más allá de las palabras y que a través de sus manifestaciones son capaces de crear un ambiente muy particular dentro de una relación, y de dar rienda suelta a lo imprevisible.

De este modo, la ternura se convertirá en la savia de una relación. Será la que permita que dos seres se acerquen, se encuentren y lleguen a descubrirse y a reconocerse sin negarse, anularse o amenazarse. La noción de ternura implica una idea de crecimiento y de evolución mutua.

A través de la ternura del otro, yo puedo crecer, ser y desarrollarme con total seguridad y confianza.

A través de la ternura se opera también un reconocimiento mutuo en el sentido de renacer nuevamente con el otro.

Una de las formas de vivir mejor la ternura hacia uno mismo es la de aceptar vivirla en el PRESENTE. Si permanecemos prisioneros de nuestro pasado, obsesionados por las carencias y atados a los personajes más significativos de nuestra historia, o si, por el contrario, nos preocupamos excesivamente por el futuro y nos dedicamos a adelantar acontecimientos, nos arriesgamos a dejar escapar la magia del instante y a no vivir el momento con todas sus posibilidades.

Oskar Ekai

Oskar Ekai

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