Poner límites con y desde el corazón

01/06/2017

A lo largo de mi vida los límites han sido difusos, sobre todo los límites familiares y por ende los límites relacionales. Antes de comenzar mi terapia, no era consciente de esto. Solo era consciente de que me gustaba jugar, provocar, impactar, seducir (en el sentido más amplio de la palabra; ganarme a los demás) de tal forma que al final los amigos eran más que amigos, los profesores acaban siendo amigos y en mi familia siempre había una mezcla de roles.

Comencé a hacer terapia, es decir comencé una relación terapéutica, en la que puse en marcha todas mis estrategias para intentar convertir la terapia en algo más. ¿En qué? Nunca lo he tenido claro.

A medida que intentaba que la terapia y que mi terapeuta se convierta en algo más, me fui topando con límites que me ponían desde fuera, límites y más límites que me enfadaban, me dolían, con los que me sentía rechazada y poco especial. Límites que, sin duda alguna, me llevaban a una herida antigua, desconocida y con un sabor agridulce y familiar.

Al cabo de muchos límites, sensaciones desagradables y reproches a mi terapeuta, he ido integrando lo bien que me han sentado y que me sientan estos límites. Lo tranquilizante que resulta sentirme segura al tener una persona en mi vida cuyo rol y figura está claro, definido y es estable. El rol de Terapeuta.

Este aprendizaje lo pongo en práctica con mis propios pacientes. Cuando le he puesto límites a un paciente, no siempre ha sido fácil. He recibido en algunos casos: quejas, enfados, indignación, decepción y reproches. Incluso ha habido pacientes que han dejado la terapia.

Saber encajar un límite, requiere espacio, tiempo y mucho permiso para expresar todos esos sentimientos.

“Has llegado 20 minutos tarde, la sesión termina a la hora prefijada”

“Ahora solo puedo hablar 15 minutos por teléfono, podemos hablar más tarde o mañana”

“Si no avisas con 48h de antelación y cancelas tu sesión, la sesión se cobra”.

Entre otros muchos ejemplos, estos límites ofrecen seguridad, protección y estructura. Hay excepciones, por supuesto. Sin embargo, llegados a un punto más cercano o más lejano durante el proceso terapéutico los límites se marcan, se dibujan.

Los pacientes que se han permitido expresar su frustración e indignación, han sentido el efecto de esta medicina y han acabado diciéndome “No me gusta, pero es lo que necesito y me hace bien”.

Aprender a poner límites como terapeuta requiere práctica. Hay que estar dispuesto a contener la reacción natural y legítima del paciente al vivir un límite. Escuchar su indignación, acoger su dolor e invitar a la expresión de su enfado. Dar tiempo para que el paciente pueda procesar lo que significa ese límite en su historia y en su momento presente.

En definitiva, acompañar al paciente en esta vivencia a veces muy tormentosa y mantener la estructura que dan los límites firmes. Decir Así NO, sigo contigo, estoy aquí. Así NO. Esta combinación la denomino como:

Poner límites con y desde el corazón.

Potencia un cambio a nivel profundo. Es muy sanador. Yo lo sé cómo paciente porque tengo una terapeuta experta en poner límites así.Como terapeuta marco límites  desde el cuidado, la estructura, la firmeza y desde el corazón.

   Lucrecia García-Atance Villalonga

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