La función de la rabia

01/11/2009

Introducción:

Se presenta aquí el primero de una serie de dos artículos, “Función de la rabia” y “Tratamientos de la función rabia”. En este primer artículo, “Función de la rabia” se describe, desde una perspectiva de la psicoterapia Gestalt, la función de la emoción de rabia, tanto en su papel en los procesos de relación organismo ambiente, como en el proceso de formación del Yo. Se describen asimismo perturbaciones tanto del contacto interno del sujeto, como del contacto con el ambiente, consecuencia de la inhibición temprana de la función rabia. El segundo de los artículos, “Tratamientos de la función rabia”, que mantiene continuidad temática con éste, aparecerá publicado en el número del mes de diciembre de la revista Bonding.

La rabia como respuesta

De manera descriptiva, la rabia se puede definir como una respuesta emocional básica que energetiza y modifica el organismo de manera específica, movilizando nuestros recursos en función de la situación ambiental ante la que debamos responder, expresándose en diferentes matices cualitativos y de intensidad, desde la leve molestia, aumentando hacia la irritación y el enfado, llegando hasta la cólera y la furia. Como respuesta instintiva, la rabia se da ante estímulos que el organismo interpreta como amenazantes para su integridad psíquica o física, o que impiden la satisfacción de una necesidad.

Desde un punto de vista cognitivo, numerosos autores describen la rabia como una alteración del ánimo de carácter displacentero, con respuesta en los sistemas fisiológico, motor y cognitivo, causada por la atribución que hacemos al fracaso de una acción, o al bloqueo del organismo en la consecución de una meta o en la satisfacción de una necesidad. Otros autores, sin embargo, describen que la intensidad y cualidad de la rabia estarían determinadas por la valoración que hace la persona de una situación estresante, capaz de causarle daño, amenaza o pérdida.

En todos los casos, la rabia tendría como función preparar el organismo, aumentando el vigor, la fuerza, la resistencia y otros recursos, movilizándolo para la autodefensa o para la eliminación de obstáculos para conseguir sus metas.

Agresividad y Agresión

Para el organismo que experimenta el estado emocional de rabia, su modo de expresión natural se da a través del aumento de la agresividad, entendida ésta como acometividad, fuerza o ímpetu con la que emprender una acción, organizando la conducta, y aumentando la competividad y la motivación para conseguir objetivos. Una conducta cargada de agresividad puede derivar en agresión, definida como conducta que tiende a modificar, intimidar, coaccionar o dañar mediante el gesto, la palabra o la acción.

Se habla de agresión hostil o emocional cuando está motivada por la rabia, experimentando la persona agresividad hacia otros al interpretar sus conductas como psíquica o físicamente amenazantes, pudiendo ser esta respuesta apropiada al estímulo. Sin embargo, una interpretación distorsionada de la amenaza o el obstáculo, puede dar lugar a una respuesta desproporcionada y fuera de control, con graves consecuencias tanto para la propia persona como para su entorno.

La agresión puede, sin embargo, llevarse a cabo con una mínima participación del sentimiento de rabia. En ese caso nos referimos a la agresión instrumental. La conducta se dirige a modificar, salvar o eliminar un obstáculo en la consecución de una meta. Esta conducta puede no implicar daño a otros, y puede ser perfectamente adecuada a la situación. Sin embargo, utilizada sin tener en cuenta al receptor de la acción agresiva, y sin medir las consecuencias de la misma, la agresión instrumental puede revestir un carácter marcadamente patológico.

La cronificación de la respuesta de rabia en ausencia de capacidad de autorregulación o modulación, puede derivar en un fracaso del mundo relacional de la persona, así como en la aparición de trastornos psicológicos y somáticos.

La amígdala y su papel en la respuesta de rabia

A nivel neurológico, la rabia es una emoción caracterizada por la densidad de su descarga neuronal y por la tasa persistentemente alta de la misma. A nivel biológico, la rabia es un mecanismo de respuesta primario, que surge desencadenando reacciones corporales, a través de los mensajes enviados desde la pituitaria y la amígdala para la descarga de adrenalina y noradrenalina, así como cambios a nivel de péptidos y neurotransmisores, afectando al estilo y la eficacia de nuestro procesamiento cognitivo de la realidad.

La amígdala, centinela emocional del organismo, actúa como almacén de memoria de experiencias emocionales arcaicas teniendo un papel esencial en las respuestas de rabia, interpretando y reconociendo estímulos del ambiente, y activando reacciones corporales que preparan al organismo para la huida o la lucha.

Ante un hecho actual en el que se den estímulos que la amígdala reconoce, puede activarse un recuerdo emocional primitivo disparándose la respuesta del organismo, funcionando la amígdala como un almacén de memoria emocional capaz de determinar la respuesta de rabia en la edad adulta, siendo ésta en ocasiones desproporcionada al estímulo recibido del ambiente, puesto que la respuesta se da a partir de la conexión entre estímulo actual y recuerdo primitivo.

En etapas tempranas del desarrollo, el tipo de conexión con la experiencia de la emoción de rabia que irá estableciendo el bebé, se verá determinada por el tipo de vínculo que mantenga con su figura principal de apego.

La capacidad de autorregulación emocional se desarrolla cuando el bebé experimenta sintonía afectiva con la figura de apego y sus reacciones de rabia son regularmente precedidas de respuesta de consuelo proveniente de la figura de apego. El bebé aprende que la sensación desagradable da paso a otra agradable y que a través del contacto protector de la figura de apego, la frustración, la rabia y la ansiedad darán paso a la calma y el bienestar.

En el otro extremo, puede que el niño sienta y exprese la emoción de rabia, y repetidamente no reciba respuesta alguna, o perciba que su expresión emocional es peligrosa por el tipo de respuesta que recibe del ambiente. Ante la descarga de rabia del niño, la figura de apego puede responder con frialdad, miedo o rabia, pudiendo actuar éstas respuestas como refuerzo de la reacción de rabia del bebé. Puede también suceder que la respuesta de rechazo de la madre de la expresión de rabia del bebé sea tal que éste aprenda a inhibirla respuesta y a largo plazo, el contacto con la emoción. Cualesquiera de estas situaciones, pueden tener como consecuencia un proceso de “poda sináptica”, con el consiguiente empobrecimiento de los recursos emocionales del niño, y la ausencia de capacidad de autorregulación.

La rabia y la Gestalt

Para acercarse al fenómeno de la rabia, la Gestalt aborda la comprensión de las fuerzas primarias de afinidad o unión y separación o agresión como funciones universales al servicio de la autoconservación de los sistemas vivos, estudiando asimismo su función en la formación y funcionamiento del Yo.

Todo organismo se relaciona con el ambiente que le rodea energetizándose para facilitar el contacto, la unión o identificación con ciertos elementos, o por el contrario, se orienta hacia la separación, la eliminación o la aniquilación de otros, en la medida en que los primeros le permiten satisfacer sus necesidades y los segundos supongan un obstáculo o amenaza para la satisfacción de las mismas. Los sistemas sensorial y motor permitirían respectivamente el reconocimiento y la manipulación de estos elementos.

La tendencia básica de todo organismo es sobrevivir individual y socialmente, reconociendo la Gestalt asimismo la autorrealización como tendencia básica del ser humano. Impulsada por estas tendencias, toda persona experimenta necesidades concretas como medios para satisfacer aquellas.

En este contexto, la rabia es entendida como una función del organismo que facilita la satisfacción de sus necesidades, y el restablecimiento del estado de equilibrio del organismo en relación con el ambiente.

En el ciclo continuo de interdependencia organismo-ambiente, surgirán en el organismo necesidades que requerirán al ambiente para ser satisfechas, así como demandas que surgirán del ambiente requiriendo al organismo. En ambos casos surgirán factores de perturbación, tanto internos como externos. La búsqueda de un ajuste al que deberán someterse ambos sistemas requerirá cierta cantidad de rabia que se expresará como agresividad. La interrupción artificial de esta función produce a la larga disfunciones en el organismo que se manifestarán en los sistemas sensorial fisiológico, motor, emocional y cognitivo.

El Yo, función del contacto

En el ser humano, el Yo nace como función de contacto del organismo con su ambiente, al reconocer y establecer sus límites a través de la función identificación-alienación. Las fuerzas de unión impulsan el movimiento de identificación con aquello que se vive como beneficioso para el organismo, siendo alienado mediante las fuerzas de separación expresadas a través de la función rabia aquello que es reconocido como amenazante.

La función identificación-alienación, que nos permite discriminar, opera según un sistema de dualidades polares. El Yo surge como límite en el encuentro de distintas identificaciones y alienaciones. En el Yo sano, este límite es flexible, respondiendo al encuentro con el ambiente de forma dinámica, siendo cohesión y agresión dos fuerzas interdependientes. Asimismo, la rabia es necesaria para desestructurar los contenidos que llegan del ambiente, discriminando y reorganizando los elementos organísmicamente necesarios y rechazando aquellos que no lo son.

En la infancia, el bebé pasa de un estado fusional a otro en el que paulatinamente experimenta la tensión del movimiento contacto retirada, dándose este a medida que tiene lugar el proceso de configuración del Yo. Uno de los recursos básicos utilizados por el organismo para llevar a cabo el desarrollo de esta función es la rabia. Experiencias del ambiente interno y externo que por ser desagradables, sean vividas como agresiones, estimularán al bebé a desarrollar su propio arsenal de recursos para relacionarse con él: rabia, agresión, huida, parálisis, sumisión, alegría, tristeza, miedo, etc… Cuando la satisfacción de sus necesidades y la adaptación a los límites impuestos por el ambiente encuentren equilibrio, estos recursos se integrarán funcionalmente. Sin embargo, si las experiencias vividas son excesivamente hostiles, sea por deprivación o por exceso, la adaptación se dará de manera patológica, respondiendo el organismo de forma rígida y disfuncional, aunque pueda ser útil para la situación concreta, inhibiendo el organismo la expresión y el contacto con la función rabia al experimentar sus consecuencias como amenazantes , siendo ésta emoción alienada de la incipiente estructura del Yo.

Las polaridades y el punto cero de indiferencia creativa

Un acercamiento útil para la comprensión del proceso de formación del Yo a partir del movimiento identificación alienación es el modelo de polaridades.

Frente a cualquier evento que pueda despertar en nosotros una respuesta, podemos situarnos en un punto de equilibrio dentro de una línea en cuyos extremos se encontrarían dos polos opuestos. Si imaginamos una línea cuyos polos fueran, por ejemplo, la rabia y la compasión, frente a un evento potencialmente molesto, desde un punto central de equilibrio podríamos desplazarnos ligeramente a izquierda y derecha oscilando entre la compasión y la rabia.

El Yo inmaduro, en su movimiento polar identificación-alienación, tiende a constituirse en un punto cercano al polo de la correspondiente línea de polaridad, que se corresponderá, a una atribución, un juicio, una actitud, una emoción, etc. Esta tendencia a establecer polaridades rígidas es reforzada en la cultura occidental tradicional, a través del antagonismo en que se oponen las atribuciones que comúnmente hacemos de la realidad: lo bueno, se opone a lo malo, lo justo a lo injusto, y así sucesivamente.

Los contenidos introyectados durante la infancia contribuyen poderosamente a la identificación y fijación con una posición polar, alienando su opuesto. Por ejemplo, las expresiones de censura parental que el niño interpreta como “expresar rabia es malo” pueden ser el origen de decisiones adaptativas inconscientes, (“inhibiré mi rabia”) con consecuencias dañinas para el Yo al inhibir una función necesaria.

Una decisión inconsciente como “inhibiré mi rabia” se corresponde con la fijación en un punto de ese continuo funcional, a través de la identificación del Yo con un aspecto “permitido” por el ambiente, sea este la actitud de sumisión, la cordialidad o el silencio, etc. Materializándose éstas como cualidades, siendo alienada y negada la rabia como polo opuesto.

Lo que es una función organísmica necesaria para la relación con el ambiente, queda ahora excluida del Yo como cualidad propia, como opción válida para la persona.

Perls basó este modelo de polaridades, entre otras, en las ideas del filósofo alemán Salomón Friedlander, quien en su obra “Indiferencia creativa” describió la creatividad como libertad de movimiento entre diferentes polaridades. La cualidad que nos permite esta libertad es el desarrollo de un punto interno de equilibrio, “de indiferencia creativa”, o capacidad de permanecer en un punto desde el cual moverse hacia cualquier dirección de un eje polar según lo requiera la situación en el aquí y en el ahora.

Desde esta concepción, permaneciendo atentos al centro, podemos percibir la gran afinidad que muestran entre si las respuestas emocionales despertadas por un acontecimiento evitando así el punto de vista unidireccional.

Las interrupciones del contacto.

Cuando en la búsqueda de satisfacción de sus necesidades, el organismo encuentra la oposición o agresión de otro organismo apareciendo el conflicto, el individuo sano podrá apreciar adecuadamente las posibles consecuencias de sus opciones de actuación, pudiendo hacer un uso funcional y flexible de sus recursos.

Sin embargo, en el organismo en que se han producido fijaciones del Yo en uno u otro extremos de las polaridades relacionadas con la rabia, ésta será inhibida o utilizada en exceso y en forma disfuncional.

Perls distinguió tres formas básicas de fijación en el uso de la rabia. La primera, que recibió el nombre de “neurosis” , se caracteriza por la inhibición de la rabia, prefiriendo el organismo la evitación del contacto agresivo.

La segunda, llamada “delincuencia” se caracteriza por el uso excesivo y disfuncional de la rabia, con la consecuencia de daño inapropiado del otro o del ambiente.

La tercera forma de fijación es “la agresión del Yo” frente a su propio ambiente interno. La persona que queda fijada en una emoción opuesta a la rabia, como por ejemplo la amabilidad, fijada en el Yo como ideal de conducta, percibirá la rabia como un estado peligroso e inaceptable. En el caso contrario, la persona que queda fijada en la utilización excesiva de la rabia como forma ideal de relación con el ambiente, habrá escindido la cordialidad, la amabilidad o la ternura de su Yo funcional.

Cualesquiera de estas fijaciones del Yo en un polo fijado, en relación a la función rabia, tendrá como consecuencia la pérdida de contacto con éste polo escindido.

Hemos descrito como una de las características del Yo sano el contacto flexible con aquellas funciones requeridas para la relación con el ambiente en el aquí y ahora. El Yo patológico, por el contrario, esta constituido por identificaciones rígidas y permanentes, de modo que la relación con el ambiente para la satisfacción de sus necesidades es disfuncional, interrumpiéndose el contacto con el interior de la persona o con el ambiente durante el ciclo de satisfacción, teniendo como consecuencia una Gestalt inacabada.

Si durante la formación de la función Identificación-alineación la persona vive experiencias continuadas de censura, desaprobación, prohibición o amenaza hacia la expresión de su rabia, surgirán emociones de vergüenza o miedo hacia ese polo, que impulsarán la formación de una frontera rígida entre las partes aceptadas y las partes rechazadas de la personalidad.

Primeros Introyectos

Las acciones agresivas desarrolladas por una persona destinadas a procurarse el alimento necesario, pueden despertar en el ambiente respuestas desagradables para ésta.

En la primera infancia, el bebe utiliza el “mordisco de aferramiento” para sujetar el pezón y comenzar a succionar la leche. Con el desarrollo de los dientes el bebe puede hacer daño a la madre, pudiendo esta responder alejando bruscamente al niño, o empleando una agresión para inhibir su impulso de morder. Esta interacción, en la medida en que sea intensa y persistente, constituye un ejemplo de cómo el bebé puede introyectar la prohibición de morder, reforzada por el miedo a sus consecuencias.

Otra forma de adaptación patológica es descrita en la inhibición parental de la respuesta de asco en un niño. Cuando el niño es obligado a comer algo que le repugna, reprime su asco. La inhibición repetida de la respuesta de asco (rechazo de algo que nos repugna), tiene como consecuencia la formación de lo que Perls llamó “frigidez oral”, describiendo el deterioro causado en los órganos digestivos de un organismo en el que se inhiban sus funciones agresivas. Solo restableciendo la función biológica de la rabia podrían resolverse adecuadamente los dos ejemplos anteriores.

Un organismo que se ha visto desposeído de la función rabia tendrá dificultades para evitar aquellos elementos que sean amenazantes para la autoconservación física o psíquica, al quedar perturbadas las funciones de contacto interno y externo. La Gestalt considera que el contacto con el ambiente, sea este hostil o amistoso, incrementa e integra las esferas de la personalidad mediante la asimilación, produciéndose con la ruptura del contacto interno (con la rigidificación de las fronteras del Yo) y el deterioro del contacto externo (con la inhibición de la función rabia) un estancamiento patológico de la personalidad.

El establecimiento de fronteras rígidas en el interior del Yo es mantenido por la hostilidad existente entre el polo idealizado y el polo alienado. Existirá hostilidad de la parte virtuosa hacia la criticada. Habrá rencor desde la parte criticada hacia la virtuosa, manifestándose el aspecto negado subrepticiamente.

En términos de polaridades el polo idealizado, sea este la amabilidad, la simpatía, la sumisión, etc.…, será ocupado preferentemente, siendo negado el polo de la rabia, surgiendo la autocrítica, la vergüenza, la tristeza, la autoagresión u otros mecanismos de interrupción del contacto interno con esta emoción cuando ésta intente manifestarse.

La no aceptación de la función rabia lleva a una situación de hostilidad interna, que tiene su expresión paradigmática en el enfrentamiento del “perro de arriba” con el “perro de abajo”.

Perro de arriba – Perro de abajo

El perro de arriba representa la tiranía del Yo virtuoso con sus aspectos idealizados relacionados con los introyectos. Se manifiesta de forma exigente, amenazando con catástrofes, y prohibiendo agresiva y autoritariamente.

El perro de abajo controla desde la culpa, la manipulación, la exageración y el victimismo, siendo hábil y astuto.

Esta forma de dialogo interno representa la dialéctica entre el agresor y el oprimido, el tirano y la victima o el virtuoso y el transgresor.

En relación al ambiente, en la medida en que la parte virtuosa identificada con una emoción idealizada exige relacionarse de una cierta manera rechazando a la parte escindida, surge la rabia en el interior de la persona.

Cuatro formas de evitación del contacto.

Diversos autores gestálticos han llevado a cabo diferentes clasificaciones de las principales formas de evitación o interrupción del contacto.

La evitación del contacto surge como consecuencia de la fijación del Yo en un polo emocional, con la consiguiente negación del otro polo siendo éste alienado, produciéndose hostilidad interna y el deterioro de la función de contacto interno y externo.

Las formas de evitación del contacto descritas aquí son la introyección, la proyección, la retroflexióny la confluencia, elegidas por ser las más ampliamente descritas por Perls y por estar presentes en todas las clasificaciones de los autores gestálticos.

En la introyección, el polo virtuoso funciona de manera hipertrofiada, convirtiéndose en la emoción privilegiada. Cuando la persona experimenta una adaptación patológica al efecto inhibidor de los introyectos por miedo a perder el vínculo de las figuras de apego, privilegiará uno de los polos inhibiendo la rabia. Al eliminar la función de agresión dental, la persona se traga “sin masticar” parte de sus experiencias sin que éstas sean degustadas ni sometidas a evaluación crítica.

El organismo requiere desestructurar los contenidos de las experiencias y para ello utiliza la función rabia. Cuando ésta función es inhibida, la persona vive sus experiencias sin digerirlas, intentando preservar intacta la estructura de las mismas.

La segunda de las formas de evitación del contacto que describo en este artículo, laproyección, puede tener una primera manifestación en la proyección de atribuciones que en etapas muy tempranas de la infancia hacemos sobre los objetos, proyectando sobre los que nos satisfacen la atribución de bueno, y sobre aquellos que nos frustran la atribución de malo. Mas adelante, al no aceptarse la parte donde se origina la rabia, quedando ésta excluida del Yo, la persona se siente víctima del ambiente proyectando sobre éste la atribución de agresivo, hostil, malvado, etc…

La persona que excluye la rabia de las funciones del Yo, queda en una situación real de vulnerabilidad, susceptible de ser dañado. Desde ésta posición de víctima, y desde la negación inconsciente de la función rabia, el ambiente es experimentado como amenazante, proyectando sobre él la agresividad que el Yo virtuoso siente hacia la función negada.

En la manifestación de la función rabia se experimenta un aumento en los niveles de excitación del organismo. Adaptándose a los introyectos recibidos del entorno, el niño aprende a interrumpir éste aumento de excitación cuando alcanza cierto umbral que él percibe como peligroso. La emoción emergente de rabia ya activada, que no puede ser reconocida como tal por estar negada, es literalmente arrojada fuera del Yo, junto con la hostilidad interior que percibir aquella emoción despierta. El deseo de arrojar fuera del Yo una parte de nosotros mismos que se vive como respuesta emocional inadmisible, nos llevará a reconocerla en el exterior en forma de proyección. La vivencia alucinatoria y paranoide de la función rabia proyectada no hace sino confirmar aquello que se teme y se niega: “ El agresivo es el otro, no yo.”

La tercera de las formas de evitación del contacto, la retroflexión, es descrita desde el enfoque gestáltico asimismo como una disfunción de la rabia. En el intento del Yo de inhibirla, ésta no es transformada sino simplemente desviada su dirección, de modo que en lugar de dirigirse hacia el ambiente se vuelve en contra de la propia persona. El deseo de la persona de agredir a quien le amenaza se transforma en autoagresión, el deseo de controlar al mundo se convierte en autocontrol, el deseo de criticar al otro se convierte en autocrítica, etc…

La rabia retroflectada se manifiesta muscularmente en las corazas que contienen la expresión de la rabia, quedando ésta energía de agresión activada y retenida en el organismo, teniendo con frecuencia, como consecuencia a largo plazo, la somatización de este conflicto. Otras formas de manifestación de este conflicto son algunas formas de depresión y la cronificación del estado de preocupación. En el caso de la depresión, la acción combinada del esfuerzo mantenido por la persona para reprimir la rabia emergente unido al efecto de la rabia retroflectada sobre la propia persona, se manifiesta finalmente como depresión. En el caso de la preocupación retroflectiva, la rabia inhibida tiene como efecto una disminución de la energía disponible para emprender acciones eficaces destinadas a cambiar una situación no deseable. La persona experimenta una sensación de parálisis que origina la aparición del estado de preocupación: deja de ocuparse de cambiar las situaciones para constantemente pre-ocuparse sin hacer nada por buscar soluciones. A largo plazo, la constante preocupación, la sensación de impotencia ante situaciones que requerirían una intervención agresiva y la rabia acumulada, negada y vuelta contra sí misma, se combinan para alimentar una creciente victimización de la persona que experimenta sufrimiento constante.

En la cuarta de las formas de evitación descritas en este artículo, la confluencia, en lugar de producirse el ciclo contacto-retirada que posibilitaría el cierre de la Gestalt en curso, ésta queda inconclusa. Los límites del Yo que en su función sana posibilitan a la persona diferenciarse del ambiente, no están establecidos de forma suficiente en la persona que vive esta forma patológica de relación con el ambiente, de modo que no puede experimentar adecuadamente dónde acaba su límite y dónde empieza el del otro. El conflicto que subyace a la confluencia patológica es la incapacidad que experimenta la persona en llevar a cabo la necesaria función identificación- alienación, al haberse ésta visto perturbada en un período temprano del desarrollo.

La experiencia de fusión de los límites del Yo, puede ser experimentada por cualquier persona en el contexto de relaciones funcionales. En una persona que vive la función rabia de forma sana, las experiencias fusionales vividas en el seno de la relación amorosa, así como determinadas experiencias de fusión grupal pueden ser percibidas como pérdidas temporales de los límites del Yo, recuperándose el límite sin dificultad.

Sin embargo, en el caso de una madre que viva el periodo fusional con el bebé como compensatorio de carencias afectivas importantes, podrá dificultar de forma severa la paulatina adquisición de autonomía del bebé al no alentarla, o castigar la misma, prolongándose ésta dependencia de la persona adulta durante meses e incluso años. Esta forma patológica de la madre de dificultar de manera inconsciente que el bebé exprese la rabia necesaria para colocar un límite manifestando el rechazo de lo que no es suyo, tendrá como consecuencia que en etapas posteriores, de joven y adulta, la persona encuentre graves dificultades para distinguir sus límites en las relaciones que establezca. En las relaciones amorosas, vivirá la ausencia del otro como vacío interior angustioso, es decir, como ausencia de sí mismo. Ésta sensación de pérdida pondrá en marcha la función rabia de forma inconsciente, orientada a obtener aquello que se percibe como necesario para su supervivencia física o psíquica, experimentándose los límites del otro como una amenaza para ello. La consecuencia de este proceso es que la persona sentirá rabia hacia la persona de la que depende, manifestándose en enfado, crítica, culpabilización, exigencia, amenaza, etc…

Javier Vallhonrat

Javier Vallhonrat

Referencias bibliograficas

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