Las señales del cuerpo
01/09/2011
Introducción
Hoy en día parece claro que existe una relación entre el cuerpo y la mente, y a todos nos suenan conceptos como trauma, comunicación no verbal o psicosomático como maneras de entender que, de alguna manera, nuestro cuerpo expresa lo que nuestra mente no dice. Afortunadamente, cada vez hay más conciencia sobre la importancia e implicaciones de esta relación, y parece que la tendencia natural de un gran número de personas es la de pensar que el ser humano es un todo en vez de partes separadas. Aunque esto no siempre ha sido así, en la actualidad contamos con evidencias suficientes para afirmar con seguridad que nuestros procesos mentales correlacionan con nuestros procesos fisiológicos y neuronales. A medida que se va profundizando en los distintos enfoques que integran el trabajo con el cuerpo en el proceso terapéutico, nos damos cuenta de que esta relación entre lo que sucede en nuestro interior va mucho más allá. El cuerpo físico no sólo nos da señales de lo que pensamos, sentimos o hacemos, sino que también expresa nuestras intenciones, codifica las experiencias vividas o reacciona ante determinadas situaciones de maneras inesperadas, en definitiva, funcionamos como un organismo total. Cómo se mueve o se sienta una persona, sus gestos, sus bloqueos corporales e incluso sus enfermedades, nos están dando mensajes tanto sobre su personalidad como sobre la manera que tiene esa persona de experimentar sus emociones y vivencias. En esta línea, se puede afirmar que el cuerpo es un medio por el que se manifiesta el inconsciente y los conflictos intrapsíquicos no resueltos. Nuestro cuerpo graba y codifica lo que nuestra mente olvida. Pero, ¿hasta qué punto, en nuestra vida diaria, somos conscientes de ello? ¿Cómo se integra la experiencia física con la psíquica?
Desde esta perspectiva y nuestra posición como psicoterapeutas, podríamos decir que nuestros objetivos son:
-Aprender a leer y observar estos mensajes en nuestros pacientes, ya que esto nos va ayudar a entender mejor cómo son, lo que sienten y cómo se viven.
-Incorporar herramientas de trabajo terapéutico en las que se incluya al cuerpo físico como medio para la toma de conciencia, el contacto con uno mismo y como herramienta de curación.
El propósito de este trabajo es mostrar de manera esquemática cómo he ido integrando en mi formación como psicoterapeuta la inclusión del cuerpo físico en el proceso de psicoterapia. Para ello, comenzaré revisando las aportaciones teórico-prácticas de los algunos autores y escuelas que, por un lado, han incorporado el trabajo corporal en el proceso de psicoterapia y que por otro, han estudiado cómo el desarrollo de la psique está estrechamente relacionado con el del cuerpo.
La evolución del debate sobre la relación mente-cuerpo
El debate sobre la relación entre cuerpo y mente ha acaparado la atención de filósofos, pensadores y psicólogos desde la Antigüedad hasta nuestros días. Ya desde el Hombre de Neanderthal se creía en algún tipo de inmortalidad, y para las religiones orientales la idea de alma ocupa un lugar central. En Occidente, es en Grecia donde se proponen los primeros planteamientos filosóficos sobre el alma. A pesar de las primeras aproximaciones monistas que consideraban el cuerpo y el alma como manifestaciones distintas de la arqué o sustancia única que constituye la totalidad de las cosas, es la visión dualista de los pitagóricos (el alma es de origen divino e inmortal, el cuerpo es la parte corruptible que la contiene) la que, a través de Platón y Aristóteles, se termina consolidando en el pensamiento occidental. Esta idea prevalece en la Edad Media, y a la noción de alma se le van incorporando atributos y funciones siempre con el fin último de inmortalidad y trascendencia. Es René Descartes (1663) quien sienta las bases de la visión moderna del dualismo sustancial, que ha ayudado a fortalecer y mantener el concepto de que la mente y el cuerpo son entidades separadas, aunque introduce la idea de que la mente puede afectar al cuerpo. Esta perspectiva, aunque con matices, ha sido mantenida por otros planteamientos filosóficos racionalistas, y ha limitado la comprensión de la relación cuerpo-mente estableciendo con diferentes matices esta división. El problema de cómo se relacionan cuerpo y mente fue evolucionando desde otras perspectivas más interaccionistas hasta las primeras investigaciones sobre el cerebro y el sistema nervioso en el S. XIX, junto a la teoría evolucionista de Charles Darwin. A finales de ese siglo, empieza a materializarse la visión moderna del planteamiento cuerpo-mente con los estudios sobre trauma y disociación de Pierre Janet, el Psicoanálisis de Freud y el concepto de inconsciente, y posteriormente con el desarrollo de la Psicología Funcional de William James. En el siglo XX, con la consolidación de la clínica Psicosomática, el nacimiento de la Psicología Humanista y las aportaciones hechas por las diferentes teorías que la integran es cuando se supera definitivamente la escisión mente-cuerpo en el tratamiento psicoterapéutico, proponiendo un modelo con una visión holística del ser humano.
La inclusión del cuerpo en el proceso de psicoterapia
Ya Freud siempre se interesó por los procesos corporales subyacentes a la neurosis y, aunque no abordó el tema de la enfermedad psicosomática tal y como se entiende hoy en día, desde el descubrimiento del inconsciente siempre remarcó la incidencia de éste sobre el cuerpo. Con sus estudios sobre la histeria mostró cómo el síntoma histérico era la conversión somática de un afecto muy intenso: el yo consciente reprime una representación inaceptable, que va a encontrar en las manifestaciones físicas una traducción simbólica. Son varias las escuelas de psicoterapia que se han interesado por la relación entre los procesos físicos y psíquicos, y desde las que muchos clínicos empezaron a cuestionar la eficacia de las terapias puramente verbales a partir de la observación de las reacciones de sus pacientes. Los trabajos de estos autores sentarían las bases del desarrollo de la clínica psicosomática, el desarrollo de las terapias corporales y el surgimiento de nuevos modelos de desarrollo e intervención terapéutica. A partir de los años 50 y 60 se empiezan a sistematizar teóricamente los trabajos en medicina psicosomática de Pierre Marty en Francia, la escuela de Chicago en USA; y surgen escuelas como la psicoterapia de la Gestalt, el Análisis Transaccional o la Psicoterapia Experiencial. También son de especial relevancia los trabajos sobre los vínculos afectivos, apego y trauma de psicoanalistas ingleses como Winnicott y Bowlby. Probablemente, todas estas teorías hablen con diferente lenguaje del mismo concepto: que no podemos separar lo físico de lo psíquico, y que el cuerpo comunica nuestro yo interno. En la actualidad, es indiscutible que la salud implica un equilibrio entre cuerpo y mente que sólo es posible si los entendemos como un organismo total, y ésta es la perspectiva desde la que se trabaja hoy en día desde una gran mayoría de enfoques terapéuticos.
A pesar de sus diferencias conceptuales o de abordar de manera diferente la práctica clínica, las distintas aproximaciones, en su mayoría derivadas de la escuela psicoanalítica, tienen en común varios puntos: que el cuerpo es guardián de la historia inconsciente de la persona, y que las experiencias tempranas del niño son vitales en la construcción de la personalidad. También enfatizan la importancia de la relación corporal con el vínculo afectivo y el trauma, e incorporan el trabajo con el cuerpo para lograr cambios terapéuticos en los pacientes. Hoy en día todos estos trabajos nos dan una amplia comprensión de la formación de la psique y de la estrecha relación entre mente, cuerpo y vínculos, que se apoya definitivamente con las últimas investigaciones en Psicobiología y Neurociencias, como veremos a continuación.
Los pioneros
Las investigaciones y aportaciones de Freud han sido sin duda determinantes para que muchos de sus colaboradores y discípulos elaboraran nuevas teorías explicativas sobre el origen de los conflictos del ser humano. Entre ellos, he seleccionado a los que creo que abrieron las puertas a la integración del trabajo con el cuerpo en el proceso terapéutico.
Sándor Ferenczi (1921) fue uno de los pioneros de la corriente psicosomática de origen psicoanalítico junto a Charles Groddeck y Feliz Deutsch. También fue de los primeros innovadores que empezaron a dedicar una atención especial a la actividad muscular y a la expresión corporal de sus clientes durante las sesiones de terapia, y a modificar la técnica tradicional del psicoanálisis con su técnica activa. Este método se distinguía por la asignación de tareas concretas a la persona y por la represión de síntomas de carácter motor, lo que podía despertar recuerdos en el paciente que dieran lugar a una catarsis emocional. Observó una relación directa entre expresiones emotivas y acciones motoras, y amplió el concepto de análisis distinguiendo su método activo como análisis desde abajo (bottom-up), del tradicional análisis desde arriba con el que se trabaja en la técnica de asociación de la terapia verbal analítica. Después de esta etapa, y a través de su experiencia clínica, profundizó en el tema del trauma, describiendo las consecuencias que tiene en el niño: “la enorme ansiedad paraliza al niño y lo vuelve física y psíquicamente indefenso”(Ferenczi, 1926) y enfatiza el trauma como “la imposición al sujeto por distintos medios de violencia, de una realidad psíquica ajena, desconociendo sus propias necesidades, sentimientos y percepciones”.
Wilhelm Reich, discípulo de Ferenczi, con su Análisis del carácter y La función del orgasmo (1927, 1929) postula una identidad funcional entre tensión muscular y bloqueo emocional. Reich amplía esta idea hasta postular que el carácter del individuo, en su pauta habitual de comportamiento, se refleja a nivel somático en la forma y movimiento del cuerpo, lo que constituye la “expresión corporal” del organismo. Los bloqueos y tensiones musculares funcionan como resistencias y como expresión de los impulsos secundarios formando la coraza caracterial. La expresión corporal es el aspecto somático de la expresión emocional típica, que a nivel psíquico constituye el carácter. La concepción de Reich de que el funcionamiento corporal y el psicológico son un todo intrínseco le llevó a formular la primera metodología somática o de trabajo corporal con objetivos terapéuticos. En ella, el paciente se hace consciente de sus bloqueos corporales y se sirve sobre todo del movimiento y la expresión como herramientas de trabajo, con el objetivo de movilizar la energía que ayuda a contener las emociones guardadas. La obra de Reich fue determinante para los fundadores de otras teorías con un enfoque psicocorporal.
Las terapias holísticas
Fritz Perls fue profundamente influido por Reich, sin embargo establece algunas diferencias con los preceptos de éste. En primer lugar, para Perls el bloqueo no se organiza alrededor de conflictos y sucesos internos, sino en relación al contacto con el entorno (Peñarrubia, 1998). La otra es que a Perls le interesaba la experiencia fenomenológica del paciente sobre su cuerpo, más que el movimiento y la expresión. La actitud gestáltica en el trabajo terapéutico es reconocer la unidad organísmica, en la que se considera que tanto los procesos físicos como psicológicos son partes de un mismo todo, y reconocer la legitimidad de los valores internos por encima de los externos. Se mostró muy crítico con métodos mecánicos de trabajo corporal como los de Alexander y Jacobson, que parecían considerar al cuerpo separado de la totalidad organísmica, y aunque siempre experimentó personalmente con terapias corporales, no desarrolló una técnica corporal gestáltica per se de trabajo corporal. Perls integró su conocimiento de estas técnicas en la terapia Gestalt para “la toma de conciencia del cuerpo, la atención a la postura y los gestos en el curso del proceso terapéutico y su atención a la sensación corporal como parte del despertar de las sensaciones y como espejo de ellas” (Naranjo, 1990). Hoy en día las terapias gestálticas tienden a ser más integrativas e incorporan técnicas de trabajo corporal procedentes de otros enfoques como el bioenergético, la danza, masajes, etc. Varios autores modernos (Olney, Kepner) han desarrollado técnicas concretas a partir de la integración de los principios de la Gestalt con otros enfoques, entre ellos a destacar la chilena Adriana Schnake, que ha desarrollado un método de exploración de la enfermedad psicosomática a partir del diálogo de la persona enferma con el síntoma. En general se acepta como legítima (Kepner) cualquier sintetización de técnicas en las que el “proceso psicológico que se expresa verbalmente está explícitamente conectado a sus expresiones corporales; y en la que los procesos físicos como postura, contención muscular y perturbaciones somáticas, son vistos como expresiones significativas de la persona”.
Por otro lado, la psicoterapia bioenergética (Lowen, 1958), fue desarrollada también a partir del trabajo de Reich, pero reformula varios de los conceptos propuestos por éste tras el trabajo de Lowen con John Pierrakos. La bioenergética trabaja con la energía libidinal freudianabloqueada, que Lowen reformula como bioenergía o energía de la vida, y postula que mediante técnicas especiales se puede canalizar de forma adecuada, de tal manera que influya positivamente en los trastornos energéticos del cuerpo y que afectan tanto la salud mental como la física (Lowen, 1975). Parte de la premisa de que cuando el niño siente ansiedad, desarrolla una serie de defensas psíquicas y físicas que se van construyendo desde las capas más externas del yo hasta llegar al corazón, formando una coraza a su alrededor para protegerlo. Esto constituye el lenguaje del cuerpo de esa persona y la manera en la que utilizará y proyectará su energía, matizando la configuración de su personalidad. Así, Lowen llega a identificar cinco estructuras básicas de personalidad con una complexión y características corporales diferenciadas: oral, masoquista, psicopático, esquizoide y rígido, al que añade cuatro variantes, y para las que propone ejercicios concretos de trabajo corporal. Durante el proceso de psicoterapia, se va trabajando con las defensas o procesos energéticos en relación a la experiencia del sujeto, buscando la manera de que canalice la energía y de que logre nuevas maneras de autoexpresión. La Bioenergética trabaja con ejercicios de respiración, movimiento, expresión y enraizamiento para equilibrar la carga y descarga de energía, y para abrir nuevos canales que permitan a la persona experimentar su cuerpo y por tanto, a sí mismos.
Este tipo de terapias aportan herramientas muy útiles para el trabajo con los pacientes en muchas ocasiones, ya que sus técnicas se integran entre sí de una manera natural. Pero probablemente es desde otros modelos donde podemos encontrar las bases para entender hasta qué punto es importante escuchar lo que el cuerpo nos dice, en el camino de una vida sana y feliz.
El lenguaje del cuerpo
Para Norma Alberro, “la psicosomática psicoanalítica parte del hombre enfermo y de su funcionamiento psíquico para comprender las condiciones en las cuales ha podido desarrollarse una enfermedad somática. En cambio, la medicina parte de la enfermedad y busca los factores etiológicos sean éstos, biológicos o psíquicos”. Teniendo en cuenta esta distinción y sin entrar a debatir las diferencias y críticas a las escuelas de medicina psicosomática, para la explicación y etiología de la enfermedad psicosomática toman en cuenta factores como la interacción personal, las características internas de los enfermos, el proceso de simbolización, y la forma de comunicación con relación a las emociones, lo cual permite una explicación del síntoma. También encuentran dos aspectos relevantes a considerar en el entendimiento del trastorno: la alexitimia o incapacidad de expresar verbalmente las emociones; y pensamiento operatorio, con el que estas personas buscan soluciones pragmáticas a las cosas pero no conectan con la vivencia, llevan una “vida operatoria”. Pero aunque estas dos características están presentes en muchos pacientes, también hay otros que somatizan aunque verbalicen lo que sienten, en los que seguramente hay una desorganización de la emoción. Cuando exploramos el significado de la enfermedad psicosomática, debemos tener en cuenta cómo se expresa el conflicto interno por medio del síntoma o enfermedad, ya que en lo psicosomático hay factores psicológicos que contribuyen al daño real del cuerpo o a cambios perjudiciales en el funcionamiento corporal.
Una de las aproximaciones más interesantes para la explicación del fenómeno psicosomático es la de Joyce McDougall (1974), que lo ha estudiado ampliamente a partir de su propia experiencia, y bajo la influencia de autores como Winnicott o Melanie Klein. En líneas generales, parece ser que existe una tendencia a somatizar cuando las circunstancias externas o internas a nosotros sobrepasan nuestras formas psicológicas habituales de resistencia. El síntoma psicosomático cumple una función defensiva y protectora ante la angustia que provoca nombrar lo que sucede en la realidad psíquica, se convierte en una especie de válvula de escape. Existe un conflicto interno al que no se le pueden poner palabras ya que sobrepasa nuestra psique, así que el conflicto encuentra otra manera de manifestarse. McDougall sitúa el origen del trastorno psicosomático en la primera infancia, cuando se ha producido un hecho que conlleva una emoción dolorosa y un silencio, algo que se guarda porque no se ha podido expresar, y que encuentra su modo de expresión en un cuerpo que enferma. Además resalta la suma importancia del vínculo primario que establece el bebé con su madre, y a cómo se resuelve la fantasía de fusión/diferenciación materna. Si esta experiencia es dolorosa se reprime inconscientemente y puede dar lugar a fenómenos defensivos como la sobreadaptación del individuo a las exigencias del entorno, a costa de sus necesidades emocionales; y la escisión/disociación de la experiencia traumática. En estas personas, el cuerpo comienza a hablar lo que la palabra no puede, lo que no se ha podido elaborar psíquicamente. Muchos tienen dificultades para nombrar sus afectos, les cuesta encontrar una conexión entre experiencia y emoción. También pueden vivenciar su cuerpo de manera ajena, no experimentarlo como propio, ajenos al sufrimiento que les provoca el síntoma. Otros pueden desarrollar personalidades de “tipo adictivo”, en los que el objeto de adicción cumple la función de reducir el dolor psíquico experimentado por el sujeto. Sea como fuere, en situaciones de estrés o en momentos en lo que sienta que se repite el suceso traumático, será muy probable que la persona manifieste un síntoma psicosomático. Entre los más frecuentes encontramos alergias y otros trastornos de la piel, además de gastritis, úlceras, asma, contracturas o migrañas, sólo por citar algunos.
Otras autoras como Alice Miller (2004) también han abordado la compleja relación entre el cuerpo que enferma y los sentimientos bloqueados por el niño pequeño con la necesidad de amor y el trato recibido tras el nacimiento. Para el niño, el amor y la aprobación de los padres lo es todo, pero cuando de alguna manera estas necesidades no son satisfechas o se produce una herida emocional, el niño reprime estas emociones, ya que la verdad sobre el maltrato recibido por sus padres es demasiado dolorosa y la disocia de su experiencia consciente. Esos sentimientos, aunque disociados, permanecen en la memoria corporal, y pueden dar lugar a la aparición de enfermedades de todo tipo: el síntoma será la manifestación física de la negación del suceso original. A lo largo de toda su vida, la persona buscará la satisfacción de ese amor y aprobación insatisfechos en sus relaciones con otras personas. Miller propone que la curación de la enfermedad psicosomática comienza cuando se admiten los sentimientos de rabia, decepción, soledad o abandono que la persona con el síntoma sintió hacia sus padres o las personas que cuidaron de él y que se han estado reprimiendo, y es capaz de darse a sí mismo el amor que nunca recibió.
Tanto desde la perspectiva de estas autoras como de otros como Bowlby, la influencia del estado emocional de la madre y su reacción ante los sentimientos que le provoca el bebé, son determinantes para la construcción de la personalidad.
La importancia del contacto y el vínculo afectivo
El ser humano es un ser social, y por tanto necesita relacionarse con otras personas. Ya desde que nacemos necesitamos para sobrevivir el contacto físico y emocional con nuestra madre. John Bowlby (1944) con su Teoría del Apego, nos habla de la importancia del vínculo afectivo y de cómo los bebés nacen con la disposición innata para buscar ese vínculo. Son el amor y los cuidados maternales, la atención a las necesidades del bebé los que proporcionan un marco seguro en el que puede desarrollarse. Entre los momentos claves del proceso de vinculación afectiva se encuentra el contacto físico que se produce entre madre y bebé en el momento del parto, donde se liberan mediadores químicos que facilitan la vinculación. Después del parto, en los primeros meses de vida críticos para el desarrollo, cuando comienza a responder al vínculo con la madre (o persona que se hace cargo de su cuidado), el contacto físico será uno de los elementos clave para que desarrolle un apego seguro. La antropóloga Jean Liedloff (1977) va más allá y, tras las experiencias vividas con los indios Yequana, elabora su concepto de continuum, en el que recoge la idea de que entre las experiencias adaptativas que han sido básicas para nuestra especie, y que todo niño debe satisfacer para desarrollarse como una persona con confianza en sí mismo y en el mundo, se encuentra el contacto físico permanente con la madre durante los primeros meses de vida.
Cuando el bebé tiene hambre, frío, sueño o simplemente ganas de que lo abracen lo expresará principalmente por medio del llanto, así que es la interpretación de ese llanto lo que hará que cada madre responda de una u otra manera, en la que hay que considerar también su estado afectivo-emocional. Su propia manera de vivir la maternidad, sus propios miedos e inseguridades también influirán en la manera en que responde a las necesidades del niño, y del mismo modo, de la manera en la que el niño percibe el vínculo. En este sentido, y citando a Bowlby (1979, p.33):
“Niños muy pequeños se dan incluso mucha más cuenta de las significaciones de los tonos de voz, los gestos y las expresiones faciales que los adultos, y desde etapas muy iniciales los lactantes son agudamente sensibles al modo en que se les trata.”
La cercanía y la proximidad de la madre o cuidador, su respuesta a las necesidades de apego del bebé actúan de organizador psíquico para éste. Esa respuesta implica por parte de la madre conseguir acceso al estado mental del niño y la atribución de significado a ese estado mental. El bebé es sensible a los estados emocionales de los cuidadores, y poco a poco irá construyendo un sistema de apego y una representación mental de cómo relacionarse con el mundo basado en cómo se ha producido el vínculo con estas relaciones tempranas, experiencia que además codifica en cada célula de su cuerpo asignándole un valor emocional. La respuesta sensible del cuidador incluye notar las señales del niño, interpretarlas adecuadamente y responder apropiadamente para construir un sistema de apego seguro.
Experiencias tempranas, desarrollo psico-corporal y guión de vida
Los diferentes estilos de apego (Ainsworth, Belhar, Waters y Wall, 1978; Main y Solomon, 1990) se ven reforzados por las tendencias físicas crónicas que reflejan el apego temprano. El niño va creando los vínculos interpersonales conforme a su patrón de apego que, como hemos visto, está basado en la relación que haya tenido con las personas que se han hecho cargo de él. En los primeros meses de vida el bebé tiene una capacidad limitada de autorregulación, así que estas experiencias tempranas, reacciones y expectativas son las que le enseñan a regular su activación fisiológica y sus afectos. Estos patrones de respuesta, codificados físicamente en los tejidos corporales y la bioquímica, en los afectos como estimulación subcortical y de manera cognitiva como creencias, actitudes y valores, conforman una huella que guía la manera en la que vivimos nuestras vidas (Salvador 2008), y se desarrollan antes de la producción de lenguaje. De esta experiencia somática en relación con el otro significativo surge el sentido físico del self, en el que queda codificado si el niño cree que puede contar con otras personas, si será activo al pedir, si puede tener esperanza o si es digno de cariño… afectando directamente al desarrollo del cerebro y a la manera en la que se configuran las conexiones neuronales.
Desde el Análisis Transaccional el guión es un plan de vida inconsciente, que se forma a partir de las decisiones de supervivencia que el niño tuvo que adoptar en un momento dado con relación a las personas que han cuidado de él, y que configura su manera de percibir el mundo y relacionarse con los demás. Cuando se ha recibido un apego inseguro o inconsistente, puede dar lugar lo que Richard Erskine, llama guión somático, o guión a nivel fisiológico. Con ello se refiere a que cuando el niño muy pequeño, en el estadio sensorio-motor, afronta una situación traumática, si se somete a mandatos o, si de una forma u otra, sus necesidades no son satisfechas, su cuerpo produce una reacción autoprotectora, que se graba en los tejidos y constituye un proceso de guión. Esta reacción de supervivencia es una defensa muscular y/o química frente a lo que percibe como una amenaza (Erskine 2002). En otras palabras, cada vez que hay una necesidad no satisfecha se produce una reacción fisiológica que la cubre y reduce el malestar, digamos que el niño “se reconforta” a sí mismo, y da lugar a la base del guión en la primera infancia. La experiencia es sentida, y las decisiones de guión se hacen de manera inconsciente. Esto implica que al conjunto de pensamientos, emociones y conductas que forman parte de cada Estado del Yo hay que añadir una reacción fisiológica asociada. Podemos decir que el sistema de apego y las experiencias tempranas son determinantes para configurar no sólo la manera en que el niño se vivirá a sí mismo en la relación con otros, sino sus estructuras cerebrales y la manera en la que reaccionará somáticamente en la vida adulta a los estímulos que le “recuerden” esas decisiones de guión, que son limitantes por definición y la persona tenderá a repetir y confirmar en el transcurso de su vida.
Trauma y Cuerpo
Como hemos visto, la manera en la que se establecen los primeros vínculos afectivos determinará la manera en la que la persona vive posteriormente su realidad. Todos en algún momento, siendo niños, hemos podido sentir que nuestras necesidades no han sido satisfechas, nos hemos sentido abandonados o incomprendidos o incluso hemos experimentado mucho miedo. Pero cómo reaccionamos a esa experiencia, el hecho de que se convierta en traumática, es que no se pudo evitar y los mecanismos habituales para procesar, asimilar y afrontar la experiencia no fueron suficientes. Algo fundamental a tener en cuenta en la formación y mantenimiento de esa vivencia traumática es que no había nadie para consolar, para curar la herida. Para Siegel (2006), “la esencia de la traumatización es la indefensión más absoluta combinada con el abandono por parte de los cuidadores supuestamente protectores”, lo cual se relaciona directamente con la manera en como la persona construyó la base de su vinculación afectiva.
En las situaciones en las que se experimenta un terror intenso la respuesta biológica de supervivencia asociada es la de parálisis, que además conlleva un proceso disociativo, en el que las sensaciones corporales quedan separadas del resto de la experiencia así como las emociones o pensamientos asociados. La disociación es un mecanismo de supervivencia extremo donde la psique reacciona ante el peligro yéndose a otra realidad donde no se siente dolor, y ayuda a mantener la estabilidad física y mental. Cuando se produce en la primera infancia, los elementos que conforman la experiencia y las respuestas asociadas a ello quedan almacenadas en las capas más profundas del cerebro, de manera fragmentada. No se registran en la memoria autobiográfica sino en la implícita, así que no hay un acceso consciente a ese recuerdo. Esta fragmentación de la experiencia también sucede en las personas que padecen estrés postraumático o en las que han vivido un trauma acumulativo. La manera en que se procesan esos acontecimientos vitales en el sistema nervioso hace que estas personas tengan algún tipo de experiencia corporal a la que no pueden poner palabras pero que sienten como terrorífica, y puede reactivarse ante cualquier estímulo relacionado con el trauma original. También suelen experimentar de forma habitual un hiperarousal, o sobreactivación del sistema nervioso, que da lugar a diversos síntomas físicos como ansiedad, problemas para conciliar el sueño o agotamiento, somatizaciones, flashbacks o pensamientos intrusivos; y problemas de autorregulación emocional como desbordamientos emocionales o agresividad.
Este tipo de respuestas quedan cronificadas en la persona, haciendo que en la vida adulta respondan de manera desadaptativa y con reacciones desproporcionadas a muchas situaciones en las que no existe un peligro real pero en las que su experiencia interna les dice lo contrario. La gravedad de los síntomas disociativos depende de lo temprano de la edad a la que se produjeron, la cronificación de los sucesos traumáticos y sobre todo, por la ausencia de alguien que consolara. Como el hecho quedó registrado de manera inconsciente no tendrán recuerdos explícitos de ella, pero los efectos en la vida adulta se vivirán como malestares psicológicos, afectos, anhelos o aversiones indiferenciados, y patrones de relación prelingüísticos y de autorregulación.
Trabajando con el cuerpo en psicoterapia
Ahora se plantearían las siguientes preguntas: ¿Cómo podemos ayudar a la integración del Yo de un paciente teniendo en cuenta todo esto? ¿Cómo y para qué se trabaja con el cuerpo en el proceso de psicoterapia?
Cuando una persona viene a terapia lo hace normalmente porque hay algún aspecto de su vida o de su experiencia que le causa malestar. Puede ser un problema de relación, síntomas psíquicos como ansiedad o depresión, la pérdida de un ser querido… Al explorar su vivencia emocional, sus pensamientos, su sistema de creencias, sus relaciones, en general su experiencia vital, nos damos cuenta de que en uno o varios de estos niveles hay un “desajuste” que puede ser parte u origen del conflicto que trae el paciente. Cada persona es distinta y por lo tanto, se expresará y sentirá su cuerpo de una manera diferente. Esto lo observaremos en las manifestaciones de su cuerpo físico, que nos dará pistas de cómo construye esa persona su realidad o qué temas de los que se hablan durante la sesión le activan de algún modo. Desde un primer momento nos fijamos en las señales provenientes del cuerpo como su postura, sus tics, su manera de moverse o cómo se sienta porque nos da información sobre la persona que nos puede ayudar a elaborar hipótesis diagnósticas. Podemos observar las conductas que nos indican los estados del yo, impulsores de guión o cómo reacciona su cuerpo físicamente ante el contacto, partes de su relato o ciertas intervenciones terapéuticas. Cuando se producen estas últimas, es frecuente que el paciente no sea consciente de ese cambio de postura, gesto o tic que se acaba de producir. El trabajo con el cuerpo en psicoterapia implica integrar toda esta información de manera que sea beneficiosa para el paciente.
Partimos de la base de que un proceso terapéutico exitoso implica la integración del Yo del paciente en los niveles cognitivos, afectivos, conductuales y somáticos; y curar los fallos relacionales mediante la relación terapéutica, cuya base es un vínculo potente y protector entre terapeuta y paciente, en un marco de total respeto y aceptación. El trabajo con el cuerpo en el proceso de psicoterapia facilita el darse cuenta, y la exploración e integración de la experiencia desde abajo –bottom up-. Para ello es imprescindible crear un clima de confianza, en el que paciente sienta que no se le juzga y que comprendemos su vivencia. Esto se consigue respetando sus tiempos para que no se sienta invadido, validando sus emociones y pensamientos y transmitiendo que es importante para nosotros, para que el paciente no sienta temor a expresarse y a que le acompañemos en la exploración de su mundo interno. Todo ello nos llevará a crear la sintonía adecuada para que poco a poco, comencemos a enseñarle a ser consciente de su cuerpo y a que escuche lo que le dice.
Una manera de trabajar con los pacientes para la toma de conciencia y la conexión con las sensaciones de su cuerpo es a través de la integración de las técnicas gestálticas y bioenergéticas. Al partir de la concepción del organismo como un todo, se busca la conexión de la experiencia física con la psicológica. Se trabaja con la sensación en el aquí y ahora, a través de:
– Experimentos para el darse cuenta, en los que a partir de las sensaciones físicas podemos explorar con el paciente sus interrupciones en el ciclo de contacto y retirada, sus polaridades o sus mecanismos de defensa.
– Ejercicios bioenergéticos de enraizamiento, respiración, expresión y contacto para movilizar la energía bloqueada y liberar las tensiones.
El objetivo es que el paciente se haga consciente del propio cuerpo y de sus mecanismos a través de los mensajes emitidos por él de manera natural. Estas técnicas combinadas pueden ayudar a que muchos pacientes dejen de estar “en la cabeza”, vayan empezando a conectar con sus sensaciones corporales y a través de ellas, con sus emociones. También las podemos utilizar en la ayuda al trabajo emocional del proceso de duelo, para permitir la liberación de emociones bloqueadas como la rabia, la tristeza o el miedo; y fomentar emociones positivas como la alegría y el poder.
Dentro de las técnicas de contacto con la sensación interna merece especial mención el Focusing de Gendlin, en el que mediante ejercicios de concentración en las sensaciones corporales se busca que la persona le ponga palabras a aquellas sensaciones que tienen algún sentido implícito pero que no se pueden expresar con palabras –la sensación sentida-, se concentra en la experiencia del proceso corporal. Es una técnica de escucha no directiva corporal, que trabaja desde el detalle hasta la globalidad del problema. Se trata de permitir que el cuerpo despliegue una interacción con símbolos, y de ver cómo estos símbolos “resuenan” en la persona. Mediante el Focusing el paciente puede descubrir y elaborar nuevos significados para antiguas experiencias dolorosas o para algún aspecto bloqueado, potenciar sus procesos creativos, trabajo con el trauma para focalizar sus sensaciones (combinado con técnicas como EMDR) o la exploración de los sueños y la espiritualidad. Tiene mucho que ver con el mindfulness, o trabajo con la consciencia plena en la experiencia.
Utilizaremos el contacto físico en el proceso de psicoterapia siendo respetuosos con la manera de establecer contacto del cliente, respetando sus límites y sin forzarlo. Pero en determinados momentos puede ser muy beneficioso, como en los trabajos emocionales, donde tiene un sentido especial ya que transmite presencia terapéutica cuando el paciente contacta con una emoción que le desborda. Establecer un contacto físico con su permiso, tocarle, le contiene y le conforta, especialmente cuando se trabaja con emociones profundas como el miedo. Cuando la persona lo permite, los abrazos son una manera de contacto muy reparadora, ya que facilitan la estimulación física necesaria para el bienestar emocional. Transfieren energía y abren la puerta para comunicar, dar y recibir amor. Desde la experiencia con mis pacientes los he llegado a considerar una parte muy importante para la formación y consolidación del vínculo terapéutico.
Otro aspecto relevante a considerar en terapia es el significado y función de los síntomas psicosomáticos que pueda traer el paciente. Una manera de ayudarle a explorarlos y que les dé un significado puede ser a través del Focusing. Otra forma puede ser por medio de la interpretación o la asociación del síntoma con palabras habituales del paciente que puedan estar relacionadas, o explorando sus fantasías de curación. En un momento dado también se le puede proponer que establezca un diálogo con el síntoma. Con esta técnica derivada de la Gestalt el paciente puede ponerse en el lugar del síntoma y llegar a comprender su mensaje y sentido existencial. La exploración y comprensión del síntoma psicosomático es importante en la medida en que lo es para el paciente y afecta a su funcionamiento vital.
Para el tratamiento del trauma y las capas profundas de guión, es importante observar los de signos gestos de activación fisiológica que se producen en el paciente en su relación con nosotros, es decir, sus procesos somáticos, porque que nos darán pistas sobre el funcionamiento psicológico de esa persona. En la terapia desde un abordaje somato-sensorial, que implica un abordaje bottom-up, la manera de trabajar el fenómeno traumático y la disociación se hace a partir de la observación y lectura corporal de las manifestaciones físicas de los procesos internos. A través de nuestra sintonía con estos procesos, es como podemos ir comprendiendo su realidad y acompañarle en el proceso de ir trayendo a la consciencia los aspectos disociados o negados en su experiencia mediante la indagación respetuosa o el señalamiento de algunos de esos gestos y reacciones. Nuestra tarea es ayudar al paciente a que aprenda a mantener la atención en la consciencia plena y enfocada en la experiencia sentida, sin juzgarla. También es tarea del terapeuta controlar los niveles de activación fisiológica del paciente en la sesión y explorar sus recursos positivos. Esto combinado con técnicas de base neurológica como Brainspotting producen el reprocesamiento, integración y cambio de la experiencia desde el nivel fisiológico, lo que lleva a una transformación al plano psicológico, en todos sus niveles, siempre apoyado por la presencia contenedora y reparadora del terapeuta y la relación terapéutica.
La presencia terapéutica, además de en el tratamiento del trauma, es imprescindible en todo el proceso con nuestros pacientes. Podemos proponerles utilizar toda esta variedad de técnicas que implican al cuerpo, pero ninguna es realmente efectiva si no contamos con una implicación que sea respetuosa y acorde con las necesidades y procesos de la persona con la que estamos trabajando. En el proceso terapéutico, la técnica más importante es sin duda la conexión con el paciente y transmitirle que estamos ahí a través de nuestra presencia, de acompañarle y estar con él. En definitiva, es el amor lo que nos permite comprender su realidad y proporcionar la relación curativa que le ayudará en el camino que lleva a su bienestar.
Conclusión
A lo largo de este trabajo he querido repasar de manera breve diferentes maneras de entender la relación entre cuerpo y mente, centrándome en cómo se forma esta relación a partir del vínculo afectivo y sus consecuencias en el cuerpo y el desarrollo psíquico de la persona; y en los abordajes que incluyen el trabajo con el cuerpo físico en el proceso de psicoterapia. Me he referido a los autores y escuelas que en este momento de mi experiencia y aprendizaje me parecen significativos por la manera en la que, desde diferentes perspectivas o terminologías, han llegado a las mismas conclusiones sobre las señales del cuerpo, su origen y su interpretación. El objetivo de todas es generar una relación sana entre cuerpo y mente para la integración del Yo, y desde mi punto de vista no son excluyentes unos de otros sino al contrario, se integran entre sí para lograr una comprensión más amplia del ser humano. He intentado conectar estas aportaciones a través de los puntos en común tanto en las formulaciones teóricas como en sus planteamientos terapéuticos, y porque me han parecido especialmente relevantes en mi formación y práctica como psicoterapeuta. Es una síntesis breve sobre un tema apasionante y amplio a la vez, pero espero haber conseguido mi propósito inicial y haber aportado una visión integradora de este tema desde un punto de vista personal. Para concluir, pienso que es nuestra responsabilidad como terapeutas el utilizar este conocimiento y las herramientas que nos proporciona tanto para entendernos a nosotros mismos, como para ayudar a nuestros pacientes a comprenderse, y para que así nos permitan acompañarles en el camino que lleva al crecimiento como persona y a la felicidad.
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