Algunos errores del psicoterapeuta.
02/10/2017
Mi trabajo de psicóloga-psicoterapeuta me resulta fascinante, me siento agradecida a todas las personas que depositan su confianza en mí y me dejan que les ayude. Me resulta muy gratificante mi trabajo la verdad, sin embargo, como otras profesiones sanitarias requiere de una gran responsabilidad y compromiso, al menos así lo entiendo. Hay que invertir en formación continua y si nos dedicamos a la psicoterapia, pasar por terapia personal y supervisión por parte de otros colegas más expertos que corrijan nuestros errores o nos ayuden a encontrar otras vías de abordaje.
Por desgracia he visto que no todos los profesionales lo vemos así.
Me he encontrado con varias personas que me han comentado de alguna mala experiencia a la hora de hacer terapia y que pese a necesitarlo, -fruto de esas experiencias pasadas-, han decidido no acudir a otro psicoterapeuta. Es muy triste que personas que necesitan ayuda hayan tirado la toalla por experiencias previas desagradables.
Como profesionales de la ayuda a veces podemos pecar de arrogancia, desconocimiento o un exceso de confianza. También puede pasar que nuestra propia vida personal puede interferir en nuestro quehacer, y porqué no reconocerlo, a veces nos podemos equivocar. Cómo no somos máquinas de precisión, tenemos que estar atentos a lo que nos acontece en el contexto terapéutico para no bajar la guardia y caer en ciertos errores que pueden poner en entredicho nuestra labor profesional o lo que es peor, perjudicar a otra persona que busca nuestra ayuda.
Desde mi experiencia creo que Entre los errores más comunes indicativos de una mala práctica estarían:
1.- Intentar acelerar el proceso terapéutico con consejos prematuros, dando una respuesta para todo.
A veces hay que aclarar conceptos, dar información, podemos orientar sobre lo que le puede venir mejor o no, pero no somos nuestro paciente. Él ha de tomar sus propias decisiones, y hará los cambios cuando esté preparado para ello. No podemos empujar hacia algo que no quiere o no siente que sea el momento. Puede que no esté preparado para ciertos cambios. Hay que tener en cuenta que sus hábitos y conductas cumplen una función en su vida, no se pueden cambiar sin proporcionar otros que se hagan consistentes.
Las actitudes paternalistas no tienen cabida, porque si hacemos y decidimos por él, es una oportunidad que él no hará o decidirá por sí mismo, limitamos su capacidad de autonomía.
2.- Curiosidad morbosa por la vida del paciente.
Antes de preguntar sobre algún detalle desagradable o doloroso, conviene preguntarnos el para qué necesitamos saberlo, si nos dará información que le ayude o su conocimiento es banal. Escudriñar y preguntar en exceso buscando demasiados detalles poco o nada importantes para el trabajo terapéutico puede llevar detrás una necesidad del terapeuta de protegerse psicológicamente ante sucesos dramáticos del paciente que no sabe manejar.
En un deseo de querer comprender mejor al otro, se corre el riesgo de querer saber más de lo necesario para nuestra labor de ayuda.
3.- La búsqueda de poder.
En la intimidad de la consulta, se crea una relación de confianza e intimidad emocional tal, que puede hacer que los pacientes nos vean con cierta “autoridad”. Podemos llegar a sentir cierta idea de omnipotencia y control.
Estar en contacto con el dolor humano constantemente, nos lleva a fantasear con soluciones ideales, y sin darnos cuenta, acabar siendo autoritarios con los pacientes por no alcanzar nuestras soluciones fantásticas.
4.- Hacer cosas cuyo objetivo sea quedar bien.
Trabajar para el bienestar ajeno, supone confrontar las contradicciones, las mentiras y autoengaños que podamos detectar. Supone poner límites, tanto a nosotros como a los pacientes y eso nos lleva a arriesgarnos a perder la simpatía del paciente.
En terapia a veces se dicen o hacen cosas que en algunos momentos pueden provocar dolor. Caer en cierto paternalismo o sobreprotección no ayudará a su proceso.
5.- Búsqueda de auto terapia.
No hay que intercambiar los roles. El contexto terapéutico no es un lugar para hablar demasiado de nosotros ni descargarnos de nuestros problemas.
Hacer autorrevelaciones en momentos puntuales, puede ser un buen catalizador para las de los pacientes, no obstante, éstas deben ser limitadas, no se trata de ocupar el tiempo hablando de nosotros. Mostrarnos como espejo de su proceso puede animar a que pierdan miedo a la terapia teniendo siempre presente que no somos nosotros los que estamos recibiendo terapia del paciente.
6.- Intelectualizar la relación.
Centrarse demasiado en las técnicas, en las teorías concretas o marcos teóricos principales que todos los profesionales seguimos en mayor o menor medida, en detrimento de la relación o alianza terapéutica, del vínculo emocional entre ambos, de la escucha empática; contribuirá a distanciarnos y dañará el vínculo terapéutico, principal motor de la terapia.
7.- Ser demasiado técnicos y rígidos.
Somos nosotros los que tenemos que facilitar el ambiente adecuado para que se produzca una buena comunicación, para ello debemos hablar “su idioma”. Colocarnos en un pedestal de conocimientos, teorías y paradigmas nos aleja.
Las sesiones no son algo encorsetado, es dinámica pura. Planificar está bien si se sabe improvisar cuando sea necesario, que es la más de las veces.
8.- Ir contra los valores del paciente.
Un terapeuta no puede arremeter ni rechazar el sistema de valores ni creencias de un paciente. Aunque no se compartan las ideas de un paciente, siempre se han de respetar, y trabajar desde ese marco de referencia. Se le darán herramientas, se harán ejercicios para provocar cierta permeabilidad a ideas ajenas, o incluso que le inviten a salir de su “zona de confort”, pero siempre desde el respeto hacia el otro y su “cosmovisión”.
Las personas que nos dedicamos a la psicoterapia no somos quién para juzgar si lo que piensan nuestros pacientes está bien o mal, estamos para ayudarles si esos pensamientos les generan malestar.
9.- No saber derivar a tiempo.
No todos los profesionales sabemos de todo, bien por deseo, bien por otras circunstancias, nos hemos ido especializando en alguna temática más que en otra. Por honestidad, cuando acuden a nosotros con algún problema que no controlamos, lo mejor es derivar a otro profesional que sí lo sea.
Otras veces, aun estando dentro de nuestra “especialización” hay que aceptar que no somos infalibles y aceptar nuestros límites.
10.- Ejercer desde un personaje de perfección.
Si no nos mostramos como somos, no seremos nosotros. En pocos lugares hay tanta intimidad emocional como en la consulta de un psicólogo, o al menos debería haberla, y eso no se logra si estamos impostados en una pose de algo o alguien que no somos.
La espontaneidad y la autenticidad contribuirán a que estemos conectados y disponibles para esa intimidad y por supuesto invitaremos a participar en ella.
Espero que este artículo sea de algo de utilidad sobre todo a los colegas que empiezan, que ayude a que pierdan el miedo, y a la vez le guarden el respeto y veneración que esta profesión requiere.
Que nos sirva a todos y todas como toque de atención, de reflexión y nos invite a no bajar la guardia, y nos impulse a querer mejorar, a no cometer excesos, manteniéndonos afinados, como los buenos instrumentos de precisión. No olvidemos que tratamos con personas que sufren y lo más importante son ellos.
Gracias y un saludo afectuoso.
Mamen Bueno
Colaboradora de Bonding
Psicologa psicoterapeuta. Psicología familiar. Mindfulness.
Blog: Reflexiones mamá psicóloga
A mí me ha venido muy bien, tuvimos una terapeuta de familia e incurrió en todos los errores que Vd. ha descrito. Cambiamos y luego fue bastante bien.
Nos encanta que este artículo haya sido bueno para ti
Gracias por tu comentario, nos alegra que te haya servido leer este artículo
Muy buen artículo. Claro y conciso.
Hola Rafael. Un gusto leerte por aquí, y un honor que te haya gustado.
Gracias por comentar.
Un abrazo.
Excelente artículo Mamen! Que cierto es todo lo que cuentas. Un abrazo.
Muchas gracias Ana por leer el artículo y comentar. Me alegra que te haya gustado.
Un abrazo.