A un “click” de nosotros mismos

05/11/2011


Gracias a los avances tecnológicos podemos saber y contemplar lo que ocurre en cualquier parte del planeta. Basta con conectarnos a un ordenador para tener el mundo a nuestro alcance. De hecho, Internet ha entrado tan sigilosamente en nuestras vidas que resulta casi impensable un día en que no entremos en la red para buscar alguna información. Sin embargo ¿qué hay de nosotros? ¿Conectamos realmente con nosotros mismos, teniéndonos tan cerca? ¿Navegamos por nuestro interior para ver qué ocurre dentro de nosotros? Parece que estamos más pendientes de analizar lo que ocurre a nuestro alrededor que en contactar con nosotros mismos, descubrir lo que realmente sentimos y expresarlo libremente.

“Estoy que trino”, “se me ponen los pelos de punta”, “hoy es un día negro” (o “un día marrón”, que cantaría Luz Casal). ¿Qué son todas expresiones? Y más allá de esto ¿qué es lo hay por debajo de todas ellas?

El otro día tuve la oportunidad de escuchar a dos mujeres que se encontraban en el gimnasio: “Hola, ¿Qué tal estás?”. “Uy, si yo te contara….” –respondió la amiga.

Al hilo de todas estas expresiones me pregunto cuántas de ellas utilizamos en nuestra vida cotidiana y si estamos en verdadero contacto con nuestras emociones. ¿Somos realmente conscientes de ellas? Y, si lo somos, ¿nos damos la libertad para expresarlas?

Pueden ser muchos los motivos que nos separen de nuestras emociones más profundas. En ocasiones vamos tan deprisa que ni nos paramos a pensar en ello. Otras veces puede ser tan doloroso que preferimos seguir adelante, evitando el contacto con las emociones reales. En otras ocasiones vivimos tan automáticamente que ni nos planteamos que haya emociones dentro de nosotros a las que escuchar. Otras tantas, la sola idea de entrar en contacto con las emociones da tanto miedo que preferimos seguir “tirando” hacia adelante.

Cada persona puede tener su motivo y éste merece nuestro mayor respeto y delicadeza, pues sólo uno mismo sabe, consciente o inconscientemente, por qué prefiere evitar contactar con sus emociones más profundas. Como terapeutas, este respeto adquiere incluso una magnitud mayor, pues hemos de acompañar al paciente en su proceso, respetando siempre sus tiempos y sus deseos de contactar o no con la emoción.

Ahora bien, contactemos o no con las emociones, nos demos la libertad para hacerlo o no, las emociones están ahí, dentro de nosotros.

¿QUÉ SON LAS EMOCIONES?

La definición de emoción según el Diccionario de la Real Academia Española [1]es la siguiente:

-“Emoción (Del latín emot?o, -?nis):

1. f. Alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática.

2. f. Interés expectante con que se participa en algo que está ocurriendo”.

Sin embargo, desde el punto de vista de la psicoterapia, las emociones no se ciñen a un ámbito tan cognitivo. Las emociones son mucho más. Las emociones son las que llevan a la persona a actuar de una determinada manera (consciente o inconscientemente), las emociones nos mueven por dentro, nos paralizan, nos activan, nos unen con otras personas, nos separan de ellas, nos permiten sentir y empatizar.

La emoción es la esencia pura del paciente, y que el paciente contacte con ella es fundamental dentro del proceso de psicoterapia para que salga esa emoción que puede llevar tiempo bloqueada, que se produzca una toma de conciencia y permita cambios posteriormente. Ahora bien: lo esencial es que salga la emoción.

Para entender de un modo práctico qué son y cómo se forman las emociones, me gustaría que nos situásemos en el desarrollo emocional del bebé [2], cuando sólo puede experimentar dos sensaciones: placer o displacer. La sensación de placer le vendrá cuando sus figuras parentales [3] le acaricien, le abracen, le laven, le arropen, le den de comer, etc. Por el contrario, experimentará sensación de displacer cuando esté solo, cuando necesite que le cambien el pañal, cuando tenga hambre, cuando sienta frío, etc. De este modo, el placer le llegará a través del amor de sus figuras parentales y el displacer a través de la ausencia de este amor parental, que el niño vivirá como miedo a perder este amor tan necesario para continuar viviendo.

El bebé todavía no tiene percepción del tiempo, por lo que un instante para él puede ser eterno. De este modo, cuando está recibiendo cuidados está recibiendo amor y, por tanto, está en contacto permanente con la sensación de placer. Esta sensación de placer se interrumpe solamente cuando surge alguna circunstancia de displacer (como las citadas anteriormente), por lo que, aunque se trate de una experiencia momentánea en el mundo adulto, puede resultar eterna para la vivencia de un bebé. Afortunadamente los bebés se adaptan bien al instante presente por lo que, una vez satisfecha la necesidad, el bebé vuelve a sentirse en ese continuo amor, en esa sensación de placer. Sólo en los casos en los que la vivencia del miedo, del displacer, se vaya acumulando de forma repetitiva y profunda puede generar un conflicto que, aunque de momento no se muestre, posiblemente ocasionará una sintomatología en el futuro.

De esta sensación de placer surgen las emociones que podemos considerar agradables, como la alegría o el amor. Por el contrario, de la sensación de displacer surgirán emociones desagradables como el miedo, la tristeza o la rabia.

En cuanto a qué edad se exteriorizan estas emociones, Paul Ekman y Wallace Friesen[4] (pioneros en el estudio de las emociones y el lenguaje no verbal) exponen lo siguiente:

En el momento del nacimiento el bebé tiene completamente formada su musculatura facial.

Durante los primeros estadios infantiles se pueden detectar ya expresiones faciales similares a las adultas, como muecas de disgusto ante sabores no placenteros por ejemplo.

Hay expresiones de sonrisa ya a los 2-3 meses y de risa a los 4 meses.

A los 3-4 meses se pueden diferenciar en la cara del bebé expresiones emocionales diferentes.

En la edad preescolar los niños conocen perfectamente el significado de las expresiones faciales más comunes, así como cuáles son el tipo de situaciones que las provocan.

De este modo, el bebé siente emociones desde el inicio que más tarde va expresando. Estas emociones del bebé y posterior niño son auténticas, innatas y conforman su verdadero ser. Las expresa libremente hasta que llega un momento que, por diferentes circunstancias, deja de hacerlo. Para entender mejor esta idea, expondré una serie de ejemplos.

EXPRESIÓN DE LAS EMOCIONES

La alegría

“El mundo está lleno de pequeñas alegrías; el arte consiste en saber distinguirlas”[5]

(Li Tai-po, lírico chino)

La alegría es la reacción al placer, a algo positivo y bueno. Es una emoción grata y viva, producida por un motivo placentero y que, por lo general, se manifiesta con signos externos. Refleja un estado de bienestar general, un alto nivel de energía y una disposición hacia la acción constructiva.

Esta emoción es fácilmente perceptible por los demás pues, quien la experimenta, suele exteriorizarla de alguna manera: bien con su apariencia externa, con sus actos, con su lenguaje o sus decisiones. De hecho, si nos detenemos a pensar en la emoción “alegría”: ¿Qué imágenes nos vienen a la cabeza? Probablemente evoquemos una sonrisa abierta, puede que incluso una carcajada, una cara luminosa o unos ojos vivos. Asimismo, quien experimenta la emoción de la alegría, suele mostrar una actitud proactiva, abierta, resolutiva ante los problemas, animosa y amigable.

La alegría es una emoción innata del ser humano que se expresa incluso, como hemos visto, de bebés. Así, el bebé sonríe o muestra una cara de satisfacción ante situaciones de placer, como puede ser una caricia, cuando le dan de comer, cuando le lavan, etc. Ya desde pequeño, el bebé siente la alegría y la expresa abiertamente.

Igualmente, a medida que van creciendo, podemos contemplar cómo los niños siguen manifestando esa sensación de regocijo, incluyendo en su haber nuevas formas de expresión como aplaudir, dar saltos, bailar, abrazarse, etc. Así, los niños muestran libre y abiertamente la emoción de la alegría. De hecho, pocas cosas hay tan auténticas y contagiosas como la risa de un niño.

Ahora bien, siendo esto así: ¿por qué de mayores lloramos de alegría? Muchas veces en la vida adulta lloramos cuando nos dan una buena noticia, cuando nos hacen un regalo que nos hace ilusión o cuando nos reconocen y nos dicen algo bonito. Incluso en las reuniones de amigos es habitual que, de tanto reírnos, acabemos llorando. Decimos que “lloramos de la risa” pero ¿es esto posible? ¿La alegría y el llanto son realmente compatibles o en algún momento del camino hemos distorsionado o prohibido la alegría?

Recuerdo que yo antes lloraba en las bodas. En algún momento de la ceremonia, especialmente si era de alguien a quien tenía cariño, me emocionaba y acababa soltando alguna lágrima. En su momento pensaba que eran lágrimas de alegría y de ilusión. Sin embargo ahora, tiempo más tarde, creo que no es así pues alegría y llanto no parecen ir de la mano. Por ello, volvamos de nuevo a los niños, donde podemos observar las emociones auténticas.

Si observamos la fiesta de cumpleaños de un niño pequeño, podemos ver cómo el homenajeado abre con felicidad y hasta nervios los paquetes que le van entregando. Del mismo modo, cuando dos niños pequeños juegan y se divierten acaban riéndose a carcajadas, incluso tirándose por el suelo, con la boca bien abierta, contagiándose la risa el uno al otro. Por el contrario: ¿Os imagináis a un niño pequeño recibiendo un regalo de cumpleaños, llevándose la mano al pecho de un modo sentido, y llorando emocionado diciendo que es de alegría? ¿U os imagináis a dos niños pequeños, tirados por el suelo de la risa, limpiándose las lágrimas mientras se ríen? Si pensamos detenidamente sobre ello nos daremos cuenta de que esto no ocurre así, luego en algún momento de nuestro crecimiento hemos aprendido (mal aprendido, diría yo) que la alegría va acompañada de lágrimas, de forma que, cuanto más alegres estamos, más lloramos. O puede ser también que se nos haya prohibido la alegría de niños (por ser ruidosa y molestar a los adultos quizás, porque haya que mantener las formas, porque puede generar envidia, por el motivo que sea), lo que produce tristeza. O puede ser también que la alegría del momento actual nos haga conectar inconscientemente con la falta de alegría de la infancia, lo que puede producir tristeza y de ahí quizás las lágrimas.

Parece que llorar de alegría está socialmente aceptado y, de hecho, no suele generar preguntas más allá. Sin embargo, a la hora de tratar a fondo el tema de las emociones, parece algo incoherente que se llore de alegría, por lo que dejo aquí un interrogante para quien lo quiera trabajar personalmente en profundidad.

En mi caso concreto, después de analizar el tema, me di cuenta que mis lágrimas en las bodas respondían más bien a contactar con la tristeza, pensando que a lo mejor algo tan bonito no me ocurriría a mí, que no merecía el amor, etc. Todo esto era inconsciente obviamente. No pensaba mientras se me saltaban las lágrimas: “lloro porque estoy triste porque quizás esto no me ocurra nunca a mí”, sino que conscientemente pensaba “qué alegría, qué bonito todo”. Fue después de un proceso terapéutico y de trabajar mucho las emociones que me di cuenta de lo que sentía realmente respecto a muchos ámbitos de mi vida. Ahora, tiempo después, os puedo asegurar que vivo las bodas de un modo muy diferente. Disfruto de la ceremonia y el ver a los novios me produce una inmensa alegría, que se ve reflejada en mi sonrisa. Asimismo, tampoco se me saltan las lágrimas cuando río, sino que me río a carcajadas, viviendo el momento presente.

Conozco a otra persona que cada vez que se ríe acaba tosiendo. Puede que lo esté pasando fenomenal pero, en el momento de reírse, suelta dos carcajadas y, cuando parece que viene la tercera, comienza a toser. Es algo que repite habitualmente y yo me pregunto ¿qué ha podido sucederle a esta persona para que se corte ella misma la alegría?

Más adelante veremos motivos por lo que todo esto puede suceder.

La tristeza

“Las lágrimas que no se lloran ¿esperan en pequeños lagos? ¿O serán ríos invisibles que corren hacia la tristeza?”[6] (Pablo Neruda, poeta chileno)

La tristeza es la reacción emocional a la pérdida. Es la emoción que sentimos cuando perdemos algo importante, cuando algo nos ha decepcionado o cuando ocurre alguna desgracia. Por empatía, también nos sentimos tristes cuando la desgracia ocurre a otras personas y no a nosotros. Cuando nos sentimos solos, a menudo nos sentimos tristes también, experimentando una sensación de vacío interno.

Cuando uno está triste, es posible que el mundo le parezca inhóspito, que no haya nada que le haga ilusión y que el dolor que uno siente en su interior impida que brote el buen humor habitual.

Al igual que la risa es la demostración principal de la alegría, las lágrimas son la manifestación más notable de la tristeza, de modo que cuando uno está triste puede que tenga ganas de llorar e incluso a veces resulta difícil contener las lágrimas.

En ocasiones, cuando uno está triste, sólo quiere que le dejen solo durante un rato. O a lo mejor prefiere que otra persona le consuele o simplemente le haga compañía mientras él se va reponiendo. En cualquier caso, hablar sobre lo que nos ha puesto tristes suele ayudar a mitigar esa tristeza. De hecho, cuando la tristeza comienza a alejarse, uno se siente como si le hubieran quitado un peso de encima.

Todo el mundo se pone triste en algún momento. Hay quienes se ponen tristes sólo de vez en cuando y a quienes la tristeza les asalta más frecuentemente. Sea como fuere, es importante tener presente que la tristeza es una de las emociones humanas más habituales y, por tanto, no hemos de temerla.

Muchas veces la tristeza bloquea la acción, impidiéndonos ver las posibilidades que tenemos ante nosotros. La persona se ve sumergida en una tristeza que le bloquea y no le permite actuar.

Sin embargo, en muchas ocasiones no está permitido expresar la tristeza. Esta prohibición puede venir del entorno porque no sepan manejar la tristeza, porque piensen que es peor para quien la sufre, porque haya que mantener la compostura o porque consideren la tristeza como una debilidad, por ejemplo. O, por el contrario, la prohibición puede venir desde uno mismo, por miedo a la tristeza en sí y a lo que pueda surgir, decidiendo acallarla y seguir adelante. En cualquier caso, el hecho sólo de llorar ya es curativo en sí mismo, pues saca la tristeza interna, liberando de ella a la persona y ayudándole a sentirse mejor.

Es muy corriente en psicoterapia encontrarnos con pacientes que, en un inicio, se tengan prohibido contactar con la tristeza y más aún expresarla, siendo habitual que narren episodios dolorosos mientras sonríen. Dentro del Análisis Transaccional se habla incluso de “la sonrisa del ahorcado” en estos casos, haciendo un símil entre quien sufre y sonríe tal y como lo hacen los ahorcados al morir. Asimismo, dentro de la Gestalt se habla de la “Desensibilización” como un mecanismo de defensa, de forma que la persona suaviza el contacto con la emoción verdadera.

Tengo un paciente en terapia con un historial muy duro de abandono y maltratos. Sin embargo, cuando habla de estos episodios, a veces acompaña su voz de una sonrisa cuando en realidad sus ojos están tristes y a punto de llorar. En este caso concreto, este paciente ha aprendido a expresarse más a través de la rabia, cuando en realidad tiene mucha tristeza acumulada en su interior. Por algún motivo, en algún momento de su crecimiento se le ha prohibido (o se ha prohibido él mismo) llorar y sí se ha aceptado de alguna manera que manifieste rabia. Puede que, al ser varón, se le haya prohibido por aquella idea fatídica de que “los hombres no lloran”.

Otra paciente que he comenzado a ver en terapia sonríe durante prácticamente toda la sesión, aunque hable de episodios tristes como rupturas o separaciones. Se permite contactar poco con la tristeza y, cuando lo hace, suele cortarla de golpe, viniéndose arriba, sacando fuerza y sonriendo. Sin embargo, se puede ver que la tristeza sigue ahí dentro, de momento, sin expresar.

En uno y otro caso, no se dan la libertad para expresar la tristeza y, cuando van a contactar con la emoción, la cortan o suavizan.

Por ello, volvamos de nuevo a los niños, expresión de las emociones más auténticas. Cuando un niño está realmente triste, llora abiertamente mientras busca consuelo. Se siente triste y así lo expresa a través de su llanto, buscando quien le reconforte. Y, mientras tanto, no vemos en su cara un ápice de sonrisa como hacemos los adultos cuando nos sentimos tristes. Una vez más: ¿qué nos lleva a distorsionar una emoción de este modo?

La rabia

“El que no tiene carácter no es un hombre, es una cosa”[7]  (Nicolás Sebastien Roch, escritor, moralista y maestro francés)

La rabia es la reacción ante la agresión. Es un sentimiento de disgusto o profundo enojo, que puede hacer incluso que uno pierda el control sobre sus actos. Esta rabia implica un fuerte sentimiento de hostilidad y se puede producir cuando uno se siente herido, traicionado, engañado o cuando se da alguna injusticia, produciendo sentimientos de frustración. Es, asimismo, un sentimiento de displacer intolerable contra quien la provocó.

Al igual que las anteriores emociones, la rabia es una emoción innata del ser humano y tiene su razón de ser, pues nos defiende de las agresiones y nos permite poner límites a los otros. Nos permite ser quienes somos en lugar de ir de un lado para otro, a merced de los demás.

Sin embargo, el mayor inconveniente que tiene la rabia es que, por lo general, es una emoción poco entendida y, menos aún, permitida. Ya de niños se suele impedir que los más pequeños expresen su rabia, que se enfaden con sus padres, que chillen o pataleen. Y, al igual que ocurre con los adultos, los niños experimentan también situaciones que les resultan injustas, dolorosas y frustrantes y la única manera en la que saben expresarlo es así. De este modo, si además de sentir rabia se les prohíbe expresarla, el sentimiento de frustración es doble.

Parece que la educación y las formas son más importantes que expresar la rabia. Sin embargo, como adultos, hemos de comprender que, al igual que nosotros, los niños se enfadan y sienten rabia también. Por ello, todos los medios que encontremos y les facilitemos para expresar la rabia (como lanzar una pelota con todas sus fuerzas, escribir y hacer tachones en un papel, gritar en un entorno donde se vea protegido) va a favorecer un crecimiento sano del niño, consiguiendo una mayor autonomía y confianza en sí mismo y evitando que la rabia quede enquistada dentro de él.

Asimismo, la rabia nos permite poner límites a los demás y ser quienes somos. Si decimos que “SÍ” a todo nos convertimos en seres humanos a merced de los demás, dando por buenas cosas que no lo son. Por ello es importante aprender a decir “NO”.

Esto me evoca a un paciente quien, con 28 años, dijo por primera vez “NO” en una de las sesiones de terapia. Era una persona enormemente complaciente, y el hecho de querer agradar siempre a los demás le había llevado a una situación de estrés, sintiéndose desbordado cargándose de más cosas de las que le tocaban. El ejercicio consistió en ponernos frente a frente mientras yo trataba conseguir, simulando una situación habitual en su vida, que él me arreglara el ordenador. Él iba contestando que “NO” al principio. Sin embargo, a medida que avanzaba el ejercicio, yo trataba de conseguir mi objetivo con artimañas (tales como ponerle voz dulce, cara de pena y de estar desvalida), por lo que a él le resultaba cada vez más difícil decir que “NO”. Al final, haciendo un gran esfuerzo, retorciéndose incluso en su silla, logró mantener ese “NO”. Desde entonces, esta persona ha ido aprendiendo a decir “NO” en su vida, a poner límites a los demás, a elegir para quien está disponible y a cuidarse él mismo.

En mi caso concreto, la rabia era una emoción que estaba totalmente prohibida. Como he comentado antes, mi caso es uno de aquellos donde las formas y la educación eran muchas veces más importantes que los niños. “Los niños no hablan cuando hablan los adultos”, así que qué decir de expresar la rabia incluso. Por ello, la manera que encontré de expresar mi rabia fue a través del llanto, pues debí descubrir en algún momento que la tristeza era una emoción que estaba más permitida. De este modo, aunque sentía mucha rabia, la manera que encontré de que me escucharan fue a través del llanto.

Años más tarde comencé a trabajar mis emociones en terapia y fue muy revelador el descubrir que había una emoción, tan profunda, llamada “rabia”. “¿Rabia? ¿Qué es esto de la rabia?”. Conocía la rabia obviamente y me había enfadado en muchos momentos de mi vida; ahora bien, el descubrir que había una rabia muy profunda y acumulada fue muy importante en todo mi proceso personal.

Aún recuerdo mi primer trabajo emocional al respecto en un curso de crecimiento personal. Me encontraba de pie ante una silla vacía, con un rulo largo de goma-espuma para golpearla. Tenía que expresar mi rabia contra ella y sacar todo lo que llevara dentro. Sin embargo, mi reacción inicial fue de paralización. Me quedé totalmente bloqueada mirando aquella silla vacía, sin capacidad para golpearla. A partir de ahí, comencé a llorar (supongo que, una vez más, tal y como lo había aprendido, saqué tristeza donde había rabia). El hecho de que mis compañeros de grupo comenzaran a hacerlo me hizo sentir mejor y, poco a poco, me fui dando la libertad para sacar la rabia. Comencé palpando la silla con el rulo de goma-espuma, como quien está tanteando el terreno. Poco a poco me di permiso para ir dándole pequeños golpes, como una niña pequeña que tuviera miedo. Afortunadamente mi conexión con la rabia fue cada vez a más y, con ello, los golpes a la silla. Estuvimos ahí todos golpeando durante un buen espacio de tiempo a nuestras respectivas sillas y mi sensación final fue de una gran liberación y de haberme quitado un peso enorme de encima. ¡Por fin había comenzado a destapar la cafetera en ebullición que llevaba dentro!.

Desde entonces, soy más consciente de la existencia de una emoción, igual de importante que el resto, que se llama rabia, y trato de buscar mis momentos y métodos para expresarla cuando la siento. Así, muchas veces me voy a un parque con un cuaderno y escribo todo lo que tengo dentro, para tacharlo después de modo que no quede rastro de lo que me hace daño. Hay quien, además de escribirlo y tacharlo, lo quema o lo rompe en pedazos. También me voy dando permiso para dar unos buenos batazos en el Instituto Galene. Cada uno puede encontrar su método. Lo importante es sacar esa rabia, para evitar que nos haga daño quedándose encallada dentro de nosotros.

¿POR QUÉ DISTORSIONAMOS LAS EMOCIONES?

A través de estos ejemplos podemos ver cómo distorsionamos emociones como la alegría, la tristeza o la rabia (al igual que ocurre con el resto de emociones como el miedo o el amor), confundiendo unas con otras o expresando unas cuando en realidad sentimos otras. ¿Por qué ocurre esto?

Una explicación la podemos encontrar en el Análisis Transaccional cuyo fundador, Eric Berne, expuso el siguiente aforismo: “Las personas nacen príncipes y princesas hasta que sus padres les convierten en ranas”[8].

Desde que nace, el ser humano tiene una predisposición innata para sentir y expresar emociones auténticas. Sin embargo, son las figuras parentales quienes muchas veces enseñan, de una manera no consciente, estas emociones no genuinas o “máscaras”, teniendo como resultado un mal manejo emocional que en un futuro puede desencadenar en trastornos psicosomáticos, dificultades para superar el estrés de la vida cotidiana, intolerancia a la frustración, etc.

A los niños les gusta correr, dar volteretas, saltar, explorar, llorar, gritar, reír y expresar sus sentimientos; pero a los padres suele molestarles la energía y honradez de sus hijos, por lo que a través de mensajes (verbales o no verbales) les indican su aprobación o desaprobación a lo que hacen.

Aún así, es importante señalar que no todo el poder está en manos de los padres, pues es el niño quien decide, a una edad muy temprana (puede que incluso pre-consciente), qué hacer con todos estos mensajes que recibe de sus padres, conformando lo que se denomina su “guión de vida”.

EL GUIÓN DE VIDA

Eric Berne define el guión de vida como “un plan preconsciente de vida basado en una decisión propia tomada en la infancia bajo la influencia del entorno (padres, familia, escuela, cultura,…) y reforzado por el mismo entorno, justificado posteriormente por medio de experiencias significativas y que culmina en una alternativa elegida”[9]. De este modo, como si se tratase de una película, comenzamos a escribir nuestro guión de vida en el nacimiento. Con cuatro años ya hemos decidido los puntos indispensables de la trama y con siete años hemos completado los detalles principales de la historia. Desde los siete años hasta los doce años se afina la trama, incluyendo algunos retoques, y en la adolescencia revisamos la historia incluyendo ahora personajes reales.

Cuando somos adultos y los inicios de la historia quedan tan lejos de la memoria consciente, puede que no nos demos cuenta de que, en realidad, cada uno ha escrito su propia historia. Así, el guión de vida es inconsciente y, salvo que trabajemos emocionalmente para descubrir nuestro propio guión, puede que no seamos conscientes de que, en realidad, estamos viviendo conforme a las decisiones que tomamos entonces.

Es el niño quien decide su plan de vida a seguir, aunque las figuras parentales ejercen una gran influencia sobre estas decisiones pues, ya desde el nacimiento del bebé, sus padres le envían mensajes en base a los cuales el bebé crea conclusiones sobre él mismo, los demás y el mundo. Estos mensajes forman el entorno en el que se toman las decisiones principales del guión del niño.

Los mensajes que conforman el guión de vida son: los Mandatos, Impulsores, Atribuciones, Programas, Provocaciones y Permisos. Y es en base a estos mensajes que el niño, sin una mente adulta, decide cómo actuar para sobrevivir, entendiendo esto como un modo para recibir atención, cuidados y caricias por parte de los padres. Es su manera de responder a la pregunta: “¿Cuál es el mejor modo de conseguir lo que quiero de aquí?”.

LOS MANDATOS

Los mandatos son mensajes no verbales e inconscientes que las figuras parentales transmiten a los hijos y que les limitan de alguna manera.

Robert Goulding MD y Mary Goulding MSW (Co-Directores del “Western Institute for Group and Family Therapy de Watsonville”) desarrollaron una escuela dentro del Análisis Transaccional que consiste en la Terapia de Redecisión. A lo largo de sus trabajos como terapeutas, observaron que había doce temas comunes en todos sus pacientes, que aparecían una y otra vez, como la base de sus decisiones tempranas negativas. De este modo, establecieron la siguiente lista de mandatos que pueden conformar nuestro guión de vida:[1] [2] [3]

No seas: Si te sientes alguna vez inútil, que no vales nada, indigno de ser amado o incluso te has planteado en algún momento el suicidio, es posible que tus mensajes de guión de vida incluyan el mandato “no seas”.

Este mensaje puede venir de padres que sienten que han perdido atención por parte de su pareja en favor de su hijo, o cuando los padres sienten que, si no fuera por el nacimiento del hijo, hubieran hecho más cosas en su vida. También puede provenir de padres que tienen hijos sin buscarlos realmente o de padres que abusan física o mentalmente de sus hijos. Igualmente se puede enviar estos mensajes cuando ha habido complicaciones en el parto y la madre ha estado en peligro o incluso ha fallecido; etc.

Los mensajes no verbales relacionados con “No seas” pueden ser: no existas, no atiendas tus necesidades, no cuentes, no vivas.

No seas tú: Este mandato lo pueden transmitir los padres a los hijos cuando deseaban una niña y nace un niño, cuando comparan continuamente al hijo con otro que se supone que es mejor para que se parezca a él, cuando asemejan al niño con alguien que es indeseable (“¡eres igual que el desastre de tu tío!”), etc.

Los mensajes relacionados con “No seas tú” pueden ser: no seas como eres, sé como…, no seas de tu género.

No seas niño: Este mandato puede venir de padres a los que no se les permitió actuar como niños en su día y se sienten incómodos ahora con un comportamiento infantil. O, por el contrario, de padres un tanto inmaduros que no desean más niños que ellos en la casa, por lo que el hijo acaba haciendo de padre.

En ocasiones los primogénitos se dan a ellos mismos este mandato “No seas niño”, cogiendo la responsabilidad de tener que resolver los problemas de los padres y cuidando de sus hermanos pequeños.

Si te sientes raro estando con niños o si te sientes tenso en una fiesta o situaciones divertidas de adultos es muy probable que tengas un mandato “No seas niño”. Puede que de pequeño decidieras que reírse y disfrutar era cosa de niños y que tú debías ser una persona solemne y mayor.

Los mensajes relacionados con “No seas niño” pueden ser: no te diviertas, no juegues, no te rías, no disfrutes.

No crezcas: Este mandato por el contrario es más habitual que lo reciba el hijo pequeño de la familia. Muchos padres centran su vida en términos de ser padres y temen qué será de ellos si todos los hijos les abandonan. De hecho, los hijos que permanecen en casa cuidando de sus padres suelen llevar este mandato, traducido en un “No me dejes”.

Asimismo, puede provenir también de padres que, desde un punto de vista infantil, teman perder a su hijo, su compañero de juegos.

Igualmente, puede ser un mandato transmitido del padre a la hija cuando ésta comienza a crecer y llega a una edad en la que se pueda percibir su feminidad.

Variantes de “No crezcas” pueden ser: no cambies, no me dejes solo, no seas sexy.

No lo hagas: Este mandato viene habitualmente de los padres que, aún sintiendo un placer parental por los éxitos de sus hijos, sienten cierta envidia inconsciente porque éstos consigan lo que ellos no han logrado. Así, un estudiante que esté obedeciendo a este mandato, puede estudiar y entregar todos sus trabajos en plazo pero es posible que, a la hora del examen final, se boicotee a sí mismo o le supere el pánico, teniendo que salirse del examen por ejemplo. O lo mismo puede ocurrir cuando el hijo está triunfando en el trabajo de modo que, cuando está en contacto con el éxito, puede sentir pánico y sufrir enfermedades somáticas que le impidan llevar su trabajo con normalidad. O igualmente pueden responder a este mandato quienes, cuando van a lograr sus objetivos, se vienen abajo y los abandonan.

Los mensajes relacionados con “No lo hagas” pueden ser: no lo vas a conseguir, no lo logres aunque te esfuerces mucho, eso no se va a solucionar.

No: El mensaje de “¡No!” conlleva una idea encubierta de “No hagas nada porque cualquier cosa que hagas es tan peligrosa que lo más seguro para ti es que no hagas absolutamente nada”. Así, quienes hayan recibido este mensaje, puede que en su vida adulta estén dudando continuamente entre una cosa u otra, sin llegar a ninguna solución clara ni llevando a cabo acciones para cambiarlo.

Un sinónimo del mandato “No” puede ser: no hagas nada.

No seas importante: Quienes han integrado este mandato pueden sentir pánico en aquéllos momentos en los que han de adoptar un rol de líder, quedándose paralizados incluso ante situaciones de responsabilidad como hablar en público, dirigir una reunión, etc. Así, puede que trabajen óptimamente en un segundo puesto pero no ansiarán un ascenso o se sabotearán cuando aparezca la oportunidad.

Mensajes relacionados con el mandato “No seas importante” pueden ser: no triunfes, no satisfagas tus necesidades, no destaques, no seas el centro, no nos quites nuestro tiempo, no pidas lo que necesitas.

No te acerques: Este mandato puede significar un “No te acerques físicamente”, que proviene habitualmente de aquéllos padres que raramente se tocan entre ellos o al niño.

Igualmente, puede significar un “No te acerques emocionalmente”, que emana normalmente de familias en las que no se habla entre ellos de emociones.

Asimismo, el niño puede integrar un “No te acerques” al tratar de acercarse continuamente a sus padres y decidir, al no recibir la respuesta afectiva deseada, dejar de hacerlo por el dolor que implica el rechazo.

Mensajes relacionados con este mandato son: No te acerques ni física ni emocionalmente, no confíes en la gente.

No pertenezcas: las personas que obedecen a este mandato suelen sentirse fuera de lugar estando con otros y éstos, a su vez, suelen verlos como personas insociables o solitarias.

Los padres suelen transmitir este mandato cuando diferencian a su hijo del resto con frases tipo: “no eres como ellos”, “eres tímido”, “eres difícil”, “eres mejor que ellos”, proyectando en sus hijos incluso sus pocas habilidades sociales.

Mensajes en esta línea pueden ser: no seas de los nuestros, no seas como los demás.

No estés bien: Este mandato procede por lo general de padres con poco tiempo para sus hijos de modo que éstos, en un estadio infantil, descubren que la única manera de captar la atención y cariño que necesitan es estando enfermos. Por ello es habitual que las personas que siguen este mandato enfermen de adultos cuando sus relaciones personales o laborales no van del todo bien.

También el niño puede integrar un “No estés bien” cuando oiga comentarios de sus padres del tipo: “Ya sabes como es, no es muy fuerte que se diga”.

Los mensajes relacionados con este mandato pueden ser: no estés sano, no estés delgado, no estés satisfecho.

No pienses: Este mandato se produce por parte de padres que menosprecian constantemente los pensamientos del hijo, infravalorándolos. O puede ser transmitido también por madres que inculquen de alguna manera a sus hijas que, para conseguir algo de un hombre, es mejor no pensar e intensificar los sentimientos (llorando, por ejemplo).

De este modo, quien acata un mandato “No pienses” en su vida adulta, suele confundirse al solucionar los problemas o vive éstos con angustia en vez de centrar su energía en solucionarlos.

Dentro del mandato “No pienses” nos podemos encontrar con: no pienses lo que piensas, piensa lo que yo pienso, no recuerdes, no reflexiones, no pienses sobre….

No sientas: El mandato “No sientas” suele ser inculcado por padres que encierran sus propias emociones. Puede ser un mandato general contra todo tipo de emociones o particular contra emociones concretas (como la rabia, por ejemplo, emoción no entendida por ir en contra de lo que se consideraba una buena educación).

Puede que los padres permitan sentir la emoción en parte, pero no exteriorizarla; o puede que no permitan ni sentir la emoción si quiera. Este sería el caso de célebres frases como “Los niños grandes no lloran”.

Es posible que esta prohibición se extienda incluso a sensaciones físicas, de modo que se prohíba al niño sentir hambre, por ejemplo. Esto puede desencadenar más adelante trastornos alimenticios.

En muchos casos, los padres proyectan en los hijos sus propias sensaciones, inculcando un “No sientas lo que tú sientes, siente lo que yo siento”. Este sería el caso de mensajes del estilo de “Tengo frío, ven anda que te pongo la chaqueta”.

Por todo ello, las personas bajo un “No sientas” controlan o bloquean el contacto con la emoción real.

Mensajes derivados de este mandato son: no sientas rabia, tristeza, alegría,….no muestres lo que sientes aunque lo sientas, no sientas lo que tú sientes, siente lo que yo siento.

Como hemos visto, todos estos mandatos limitan la autonomía del niño y su propio potencial. Por ello, tomamos decisiones a una edad muy temprana como, por ejemplo, que debemos esconder nuestros verdaderos sentimientos, descubrimos qué emociones están más permitidas en nuestro entorno, asumimos que no lograremos nuestros objetivos, aprendemos a hacer grandes esfuerzos para ser como el resto y ser aceptados socialmente, desconfiamos de la gente, nos cuesta adelgazar, dependemos de los padres, enfermamos, nos paralizamos ante la toma de decisiones, nos prohibimos ser el centro, nos boicoteamos cuando nos acercamos a nuestras metas y un sin fin de etcéteras.

Me gustaría incidir en que todos estos mensajes por parte de los padres son inconscientes, por lo que es importante entender que ellos lo hicieron lo mejor que pudieron. Somos nosotros quienes de niños tomamos decisiones en base a estos mensajes y es ahora, de adultos, cuando podemos tomar las riendas de nuestras vidas y decidir con qué nos quedamos de todo ello y con qué no.

Dentro del proceso de psicoterapia, es muy importante y útil saber qué mandatos ha recibido el paciente y qué decisiones tempranas tomó al respecto. Por ejemplo, uno de mis pacientes recibió por parte de su madre continuos mensajes de “No existas”. La madre se quedó embarazada muy joven y la llegada del bebé supuso un trastorno para todos. Por eso, desde que nació, mi paciente ha sufrido continuos episodios de abandono, maltrato e incluso escuchar frases como “¡No tenías que haber nacido!”. Hoy en día, ya de adulto, juega con las drogas y ha intentado suicidarse. Racionalmente él quiere vivir, pero tiene una creencia interna de que no puede hacerlo.

Éste puede parecer un caso muy extremo, sin embargo: ¿en cuántas de las situaciones descritas os habéis sentido identificados? Es en terapia, y ya con un buen vínculo terapeuta-paciente, que se pueden trabajar todas estas creencias del guión, para descubrir cómo somos realmente, qué sentimos por dentro, qué es lo que queremos hacer a partir de ahora y dirigirnos hacia ello.

LOS IMPULSORES

Los impulsores son mensajes que las figuras parentales envían a los hijos en forma de prescripciones, de pautas de comportamiento, de modo que éstos sienten que han de cumplirlas para ser aceptados por ellos y por el entorno.

  1. Complace a los demás: una persona bajo este impulsor vivirá su vida en función de los demás, tratando de agradarles y accediendo a sus peticiones sean cuales sean, aunque sea en su propio detrimento. Implica también las personas que, aún enfadadas o tristes, no muestran sus verdaderos sentimientos sino que sonríen constantemente, para complacer y agradar a los demás. Hay un pensamiento profundo de que los demás son más importantes que uno mismo.
  2. Sé perfecto: las personas que obedecen a este impulsor tienen la necesidad de hacer todo a la perfección (lo que ellos consideran que es perfección) y el hecho de no hacerlo a su modo les genera una gran incomodidad. De pequeños aprendieron a ser perfectos para ser aceptados por sus padres y llevan este sentimiento a la vida adulta, impidiéndoles muchas veces reconocer los logros alcanzados tanto por ellos como por quienes les rodean.
  3. Sé fuerte: quien se rige por este impulsor no se da permiso para contactar y menos aún expresar sus emociones. Es como si la persona se cubriera de una capa de acero para evitar el contacto con la emoción y el posible dolor, pues “hay que ser fuerte”. Por algún motivo aceptan esta etiqueta que se les pone de pequeños de modo que en su vida adulta ocultan y acallan sus verdaderas emociones.
  4. Esfuérzate: a la persona que obedece este impulsor todo le resulta un gran esfuerzo. Parece que siempre están intentando hacer cosas en lugar de hacerlo en realidad. Todo les resulta duro y costoso, lo que les hace sentirse frustrados por sentir que no logran sus objetivos.
  5. Date prisa: muchas veces los padres llevan mal la lentitud de los más pequeños, lanzándoles continuos mensajes de “¡date prisa! ¡venga! ¡termina! ¡vamos a llegar tarde!”. Si estos mensajes son continuados, el niño puede integrarlos de modo que de adulto sienta internamente prisa, tenga la sensación de “ir tirando de un carro muy pesado” pues las cosas deberían ir más rápido, sintiendo frustración cuando las cosas no van al ritmo que desearían o ansiedad por tener la obligación interna de tener que hacer todo rápido.

Una vez más, estos mensajes se sitúan a favor del guión de vida y en detrimento de la autonomía de la persona. De este modo, para sobrevivir y ser aceptado por su entorno, el niño decide comportarse en base a una o varias de estas etiquetas.

Al igual que ocurre con los mandatos, dentro del trabajo terapéutico es muy importante saber también a qué impulsor o impulsores está respondiendo el paciente. De hecho, muchas de las emociones que expresen o dejen de expresar en terapia están en relación con estos impulsores.

Así, por ejemplo, nos podemos encontrar con pacientes que sonrían por obedecer a un “Complace” cuando en realidad sienten una enorme tristeza, rabia o miedo que no se dan la libertad de expresar.

En mi caso concreto, yo vivía bajo este impulsor, tratando de agradar a los demás, de hacerles reír, estando siempre a su disposición ante cualquier favor que me pidieran. Asimismo, uniendo mi “Complace” con “Sé perfecta” bloqueé la rabia que sentía (para ser perfecta para mis padres, pues la rabia no estaba permitida), tapándola con la tristeza. De ahí que a la hora de expresar rabia acabara llorando.

Asimismo, el paciente que aprendió a decir que “NO” en terapia estaría también influenciado por el impulsor “Complace”, tratando de complacer a todo el mundo hasta el extremo de sobrecargarse de cosas que no le correspondían.

En el caso concreto del paciente con continuos episodios de abandono y maltrato, éste sigue el impulsor “Sé fuerte”. Por ello, a duras penas se permite contactar con las emociones más profundas y, en vez de eso, sí se da la libertad para sacar la rabia física contra otros, lo que él considera encuadrado como ser un hombre, como ser fuerte.

LAS ATRIBUCIONES

Al igual que en los anteriores casos, las atribuciones son mensajes que los padres envían a los hijos, tratándose en este caso de etiquetas que vienen a significar que el niño no está bien[4] (no “está OK”, que se dice en lenguaje transaccional). Así, pueden etiquetar al niño con frases como “¡Eres igual que tu abuelo, que era un bala perdida!”, de modo que el niño, por atribución, acaba imitando el comportamiento del abuelo aunque sea perjudicial para él mismo.

Las atribuciones dicen al niño lo que debe hacer, frente a los mandatos que le indican lo que no debe hacer[5]. Si las atribuciones se obedecen, se consolidan. Si los mandatos no se obedecen, se castiga. Así, para la consolidación de la familia, los padres controlan el comportamiento de los niños mediante recompensas y castigos.

Habitualmente las atribuciones parentales se hacen en el mismo momento del nacimiento del niño, presagiando por pequeños detalles (o incluso sin ellos) cómo va ser el niño en un futuro: sano, enfermizo, alegre, triste, extrovertido, tímido, etc. En muchas ocasiones además la atribución a los hijos se hace por pares, de modo que si un hijo es listo el otro es tonto, si uno es triunfador el otro es perdedor, si uno es activo el otro es pasivo, si uno es emocional el otro es racional. De este modo, y como si fuera una maldición o etiqueta de por vida, el niño acaba comportándose de la forma en que los padres auguraron, apenas desde el nacimiento, que iba a ser el niño sin disponer en realidad del tiempo necesario de observación ni de datos objetivos al respecto. Estos serían los casos también de quienes dicen que son “financieros, médicos, bailarinas (o la profesión que sea) de nacimiento”.

Dentro de este apartado habría que prestar también atención a los nombres de los hijos, pues los nombres sugieren sutilmente al niño lo que los padres esperan de él. Por ejemplo, se espera que Felipe-hijo siga los pasos de su padre. O, si un niño recibe el nombre de su tío fallecido por ejemplo, es posible que reciba también por atribución en su mente infantil la idea de que tiene que imitar y suplantar a éste, alejándose de vivir la vida que en realidad vino a vivir.

LOS PROGRAMAS

Los programas son modelos recibidos o atribuidos de padres a hijos para seguir un guión de vida[6]. Se puede decir que los seres humanos venimos al mundo como computadoras en blanco y que son los padres quienes inconscientemente, a través de mandatos, impulsores y atribuciones, nos programan para seguir un guión de vida determinado.

LAS PROVOCACIONES

Las provocaciones son mensajes que incitan una acción impulsiva para confirmar el guión de vida[7]. Por ejemplo: “Carmen qué buena es”, de manera que Carmen acaba siendo buena a toda cosa, incluso cuando sea perjudicial para ella misma.

LOS PERMISOS

Los permisos son mensajes que envían los padres a los hijos a favor de la autonomía de éstos. Se podría decir que son lo contrario a los mensajes inconscientes vistos hasta ahora, pues los permisos implican que los padres dan la libertad a los hijos para decidir, para pensar, para sentir, para ser importantes, para ser niños, para expresar sus verdaderos sentimientos, para superarles, para crecer, para estar sanos, para hacer las cosas a su tiempo, para confiar… de modo que el niño pueda ser quien realmente es.

Los permisos son muy importantes en el proceso de psicoterapia pues, una vez que la persona contacta con su verdadera emoción, puede decidir qué es lo que quiere hacer, qué necesita y darse el permiso que en su día no le dieron sus padres y que de alguna manera le está paralizando.

De este modo, personas bajo un “No sientas” pueden darse permiso para contactar y expresar sus emociones, personas bajo un “No existas” pueden darse permiso para vivir y ser felices, personas bajo un “No seas tú” pueden darse permiso para ser quienes son en realidad pese a quien pese, personas bajo un “No seas importante” pueden darse permiso para ser importantes y expresar sus necesidades, personas bajo un “No seas niño” pueden darse permiso para reducir sus obligaciones y disfrutar de la vida, pacientes bajo un “No lo hagas” pueden darse permiso para triunfar, personas bajo un “No seas sano” pueden darse permiso para vivir una vida saludable, etc.

En cuanto a los impulsores, en el libro “AT Hoy”[8] encontramos los siguientes permisos para cada impulsor:

2011-11

FUNCIONES DE LA EMOCIÓN Y SOMATIZACIONES

Como explica Victoria Cadarso [9](Psicóloga, psicoterapeuta y Directora de VCTeam), las emociones tienen una función, aunque no siempre se entiendan e incluso se acallen. Dentro de estas funciones, Victoria Cadarso cita las siguientes:

– La emoción te informa y te dispone para la acción;

– Nos sirven para valorar si las cosas nos van bien o mal;

– Nos guían para decidir cómo accionar frente a los estímulos que estamos recibiendo;

– Sirven de señales para los que nos rodean;

– Su expresión es importante pues impacta en el entorno, produciendo cambios;

– El hecho de expresar o no las emociones depende de la relación que tengamos con los otros y con lo que nos rodea;

– El pensamiento sitúa la emoción en una perspectiva, encontrándole un sentido.

Es importante encontrar momentos para nosotros mismos en nuestra vida cotidiana, darnos tiempo para analizar cómo están las cosas, si estamos contentos de estar donde estamos, ver hacia dónde nos queremos dirigir e ir hacia ello.

En lugar de intentar controlar, cortar, modificar o eludir la experiencia de la emoción, es bueno que aprendamos a contactar y vivir en sintonía con ella. De hecho, contener la rabia, la tristeza o el miedo en exceso acaba con la energía de uno mismo y puede que las emociones terminen saliendo cuando menos lo esperemos (incluso en lugares donde no toca, lo que puede añadir además sentimiento de culpabilidad).

Cuando sentimos emociones desagradables es porque algo no va bien en nuestras vidas, siendo un indicador de que hay algo a lo que debemos prestar atención.

Estas sensaciones desagradables pueden venir también a través del cuerpo, a modo de somatizaciones, siendo éste un gran aliado como alarma para detenernos en nosotros mismos y ver qué está ocurriendo en nuestras vidas. Estas señales corporales pueden presentarse en un sin fin de formas: dolores de cabeza, palpitaciones, fiebres, dolores de espalda, sudoraciones, sensación de mareo, episodios de urticaria, sensación de ahogo, soriasis, caída del cabello, temblores, miedos, etc. El cuerpo nos envía avisos para indicarnos que, por algún motivo, estamos en situación de estrés y que es necesario detenerse para ahondar sobre lo que está ocurriendo en nuestro interior emocionalmente. Si prolongamos estos indicadores durante mucho tiempo puede que deriven en una enfermedad. Por ello, es importante atender a las alarmas que el cuerpo nos envía y profundizar en lo que está ocurriendo dentro de nosotros.

CONCLUSIÓN

El niño tiene unos sentimientos naturales (miedo, rabia, tristeza, amor, alegría), que son respuestas psicológicas normales ante las situaciones y estímulos de la vida.

Sin embargo, a medida que va creciendo, recubre el sentimiento natural con sentimientos parásitos (también denominados “rackets”). Estos sentimientos parásitos están basados en el guión de vida que el niño se ha ido creando a partir de los mandatos, impulsores, atribuciones, programaciones, provocaciones y permisos que recibe de sus figuras parentales. El niño prueba alternativamente qué sentimiento es más aceptado en su entorno para lograr la atención y el reconocimiento que necesita, convirtiéndose pues en su sentimiento parásito favorito, que actúa incluso como un acto reflejo en los momentos de estrés, cuando no recibe suficiente atención. Así, los sentimientos parásitos son sentimientos familiares, aprendidos y animados en la infancia, que llevamos a la vida adulta.

Este guión de vida que conformamos en la infancia nos lleva a que de mayores no sintamos, no pensemos, no disfrutemos, no triunfemos, tratemos de parecernos a los demás, complazcamos, sintamos prisa, distorsionemos las emociones, las bloqueemos, etc.

En este sentido, se podría decir que todas las personas nacen como original y la mayoría mueren como copia. Sin embargo, somos seres únicos, extraordinarios, inimitables, que tenemos sentimientos propios, innatos y esta distinción esencial se encuentra en nuestras emociones, en nuestro interior.

Ahora, como adultos, podemos revisar cuántos de estos mensajes hemos recibido en nuestra infancia y a cuántos seguimos obedeciendo hoy en día de manera inconsciente.

Dentro del proceso terapéutico es muy importante llegar a la emoción. Es fundamental asimismo no quedarnos en los sentimientos parásitos, sino que acompañemos al paciente más allá, para ahondar en la emoción o emociones que están bloqueadas y que pueden estar perjudicándole en su día a día.

El paciente, una vez que descubre los mandatos, impulsores, atribuciones y demás a los que sigue obedeciendo, tiene la oportunidad de re-decidir sobre ellos, ver si concuerdan en realidad o no con su forma de ser, decirles adiós y darse permiso para vivir su propia vida.

Dentro de todo este proceso es fundamental asimismo respetar al paciente y sus tiempos. Es con el tiempo y a través de un buen vínculo terapéutico que el paciente se podrá ir dando el permiso para contactar y expresar sus verdaderas emociones. Y, teniendo esta idea como base, es importante que los terapeutas aprendamos a ser pacientes y respetuosos, acompañándoles “de la mano”, teniendo a la vez presente el objetivo de que sacar la verdadera emoción es curativo en sí mismo.

Se puede decir que el paciente contactará con sus emociones más profundas cuando sea su momento, de modo que hemos de acompañarle con cariño y profundo respeto hasta donde él quiera llegar. Es el paciente quien siente cuándo es su momento, es el paciente quien siente cuándo hacer “¡click!”.

BIBLIOGRAFÍA

-Diccionario de la Lengua Española (22º edición). Madrid: Espasa-Calpe, 2001.

-ZURITA, J. Los 5 Niveles de Intervención. Madrid: Instituto Galene, 2010.

-JIMÉNEZ BURILLO, F. “Desarrollo del bebé y emociones”. Wikilearning.

-“El libro de las citas: Las 1.059 mejores frases de la historia”. Muy Interesante. Madrid: G+J España, 1992.

-STEINER, C. Los guiones que vivimos. Barcelona: Editorial Kairós, S.A., 1991.

-CUADRA, J. Apuntes del Curso 101 de Análisis Transaccional. Zaragoza: 2010.

-STEWART, I y VANN, J. AT HOY, una nueva introducción al Análisis Transaccional. Madrid: CCS, 2007.

-CADARSO, V. “Psicología Práctica para Terapeutas: Inteligencia emocional”. Madrid.

 

[1]STEWART, I y VANN, J. AT HOY, una nueva introducción al Análisis Transaccional. Madrid: CCS, 2007.

[2]CUADRA, J. Apuntes del Curso 101 de Análisis Transaccional. Zaragoza: 2010.

[3]STEINER, C. Los guiones que vivimos. Barcelona: Editorial Kairós, S.A., 1991.

[4]CUADRA, J. Apuntes del Curso 101 de Análisis Transaccional. Zaragoza: 2010.

[5] STEINER, C. Los guiones que vivimos. Barcelona: Editorial Kairós, S.A., 1991.

[6] CUADRA, J. Apuntes del Curso 101 de Análisis Transaccional. Zaragoza: 2010.

[7] CUADRA, J. Apuntes del Curso 101 de Análisis Transaccional. Zaragoza: 2010.

[8] STEWART, I y VANN, J. AT HOY, una nueva introducción al Análisis Transaccional. Madrid: CCS, 2007.

[9] CADARSO, V. “Psicología Práctica para Terapeutas: Inteligencia emocional”. Madrid.

 

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