Rinitis y Gestalt: del atasco al desatasco
05/11/2011
A continuación voy a exponer un trabajo con un paciente con rinitis mediante una técnica gestáltica. Se trata de la transcripción de una sesión real de terapia individual con un paciente real en la que se trabaja la rinitis que lleva padeciendo con mucha frecuencia casi toda su vida. Este paciente, Antonio (he cambiado su nombre para guardar la confidencialidad), tiene 41 años.
Esta técnica consiste en establecer un diálogo entre el paciente y su nariz afectada de rinitis frente a frente (en dos sillas puestas una frente a la otra), y está basada en las enseñanzas de Adriana Schnake (ver bibliografía). El paciente va cambiando de lugar de modo que primero habla como Antonio y luego cambia de lugar (de silla) para hablar como su nariz. En un momento determinado yo me incluyo en el diálogo hablando como si fuera Antonio o su nariz, para ayudar al paciente en su toma de conciencia. Siempre es un diálogo entre dos y nunca en esta conversación hay un trío. Yo voy diciéndole a Antonio cuándo debe cambiar de lugar. Antonio comienza reprochando a su nariz los síntomas y al final comprende qué le está ocurriendo realmente: en sus propias palabras, “llorar hacia dentro”.
Antonio (comienza a hablar dirigiéndose a su nariz a la que imagina que está en la silla de enfrente): Ya me tienes cansado de tus atascos, de que me generes dolor de cabeza, malestar, de tus mucosidades, que me irrites la garganta porque llevas muchos años conmigo. Te has hecho perenne. No me gusta ya estar contigo. Me atascas, me impides respirar bien. Me das cuartelillo porque sólo me atascas una fosa nasal. En raras ocasiones me dejas descansar. Me he hecho tan amigo tuyo que casi ni me acuerdo que estás ahí. A veces sí aprietas y tengo que usar gotas para desatascarme.
Nariz con rinitis (Antonio cambia de silla y habla como su nariz dirigiéndose a Antonio, al que imagina que sigue sentado en la silla de enfrente): Yo tuve que surgir por necesidad. Te quitaron las anginas. Te quitaron estas defensas y tuve que aparecer para luchar contra los virus. Estabas más vulnerable, tenías cinco años. Había muchos ácaros y bichos que te hacían daño. Por eso moqueo, para que frene los ácaros, para que no te hagan daño. Cuando hay enemigos externos a ti, yo te defiendo. Ese es el origen de tus atascos. Según ha ido pasando el tiempo no quisiste saber más de mí. Me ayudaste con algún tratamiento. Yo estoy ahí. Cuando estás más tenso, también te ayudo a que te des cuenta. Yo te indico que estás tenso y por eso te atasco la respiración. Tú haces para que yo me atasque. Tú presionas y yo te atasco. Es entonces cuando me haces caso y me saneas, me echas suero fisiológico y antihistamínicos. También llevas una semana teniéndome en cuenta desde que has dejado de fumar. Si fumas me irrito. Te atasco para decirte que no te viene bien fumar y tensarte.
Antonio (de nuevo habla como él y se dirige a su nariz): Yo te veo más relajado porque esta semana te estoy teniendo en cuenta. De hecho ya te llevo pensando un par de meses, ¿no? De hecho fíjate que he dejado de fumar. Te llevo teniendo en cuenta los dos últimos meses. He dejado de fumar y creo que esto nos ayuda a los dos. Creo que nos ayudas. De todas formas, has estado en otros momentos del tiempo que llevas conmigo. Llevas desde los seis o siete años y apareciste porque me quitaron las anginas y tú estuviste ahí para ayudarme a defenderme de todo aquello que me podía hacer daño. A ver… Realmente yo recuerdo esto que me dices. Yo te recuerdo con trece años en el internado, que yo empezaba ya a tener muchos resfriados y un compañero me decía “los resfriados que tú tienes son muchos resfriados ¿no?” Es verdad que yo no me quedaba en cama nunca, nunca. Una vez me quedé en cama pero aquello fue porque la fiebre se me disparó. Pero yo siempre quería tirar para delante y a no ser que estuviera muy jodido no descansaba. En el internado durante los tres años sólo una vez creo que estuvimos allí en la enfermería por la fiebre. Allí, allí, nos sentíamos solos, con catorce años, allí metidos en aquella habitación con más chavales que había allí, solos, no venía a vernos nadie. Allí no fue a verme nadie desde que caí enfermo. Creo recordar que estuve cerca de una semana. Ahí ya estabas tú en el internado conmigo. Y no eran muy amables con nosotros los enfermeros que había allí ¿verdad? Allí con la fiebre, contigo. Ya estabas tú presente. Sí. Estabas presente. Lo que pasa es que éramos más jóvenes. Tú también eras más joven. En realidad nos sentíamos solos en la enfermería. Y yo creo que ya estábamos solos. Ya nos sentíamos solos. Sí.
Nariz con rinitis (Antonio cambia de lugar y habla como su nariz): Pues yo creo que sí, que estábamos un poco solos. Yo estaba antes, estaba sobre los seis o siete años, estaba ahí. Ahí estábamos un poco atascados ya. Con seis, siete, ocho, trece, estábamos, sí, un poco atascados. (Suspiros). Sí, atascados.
(Continúa hablando la nariz con rinitis, pero en este momento, yo, el terapeuta, me coloco en el lugar de la nariz y hablo como ella y Antonio se coloca en la silla de enfrente siendo él mismo. De esta manera introduzco correcciones en la manera que tiene Antonio de ver su nariz y sus funciones):
Atascados, sí. Ya te he dicho que aparecí cuando te quitaron las anginas. Yo tenía que hacer eso porque esa es mi función ¿no? Una función defensiva en esa zona. En esta zona (fosas nasales) entra el aire, entran cosas de fuera, que pueden ser o no peligrosas. Entonces yo soy un conjunto de cavidades internas. Por dentro tengo mucosas para cumplir esa función. Tengo que inflamar mis mucosas para producir más moco y tú lo vives como que te atasco. Yo soy una parte de tu cuerpo. Yo recibo las órdenes que tú me mandas. A mí me llegan terminaciones nerviosas que me mandan órdenes y yo reacciono. Yo funciono bien y obedezco. Si tú me dices que me inflame y segregue más mucosa, yo lo hago. Yo no sé muy bien esas órdenes de dónde vienen. Yo de eso entiendo poco. Yo recibo órdenes y las cumplo. Y esto es lo que hago. A partir de que te quitaron las anginas tú me mandas mensajes con más frecuencia de que me congestione, y yo cumplí. En los últimos treinta y pico años yo estoy contigo sin fallarte, cumpliendo bien mi función. Me dices de que te aviso de peligros. Yo no entiendo muy bien eso. Cuando a las paredes de mi interior llegan partículas u objetos pequeñitos mis células lo detectan y envían un mensaje según cómo son los estímulos. Pero yo no sé distinguir si se trata de un poco de polvo de tiza o de un virus. Yo no sé distinguir si las cosas son peligrosas o no. Tú me dices: “venga, a por ello, inflámate, produce más mucosidades” y yo lo hago. Pero yo no sé si eso que dices, los ácaros, te asustan (antes hablaste de alergia a los ácaros). Si tú crees que eso es peligroso y que el mundo es peligroso, pues lo crees. Yo no sé. Yo soy una parte de tu cuerpo y funciono bien. Yo nunca te he cuestionado. Si tú crees que los ácaros son peligrosos, yo reacciono como si lo fueran. Si no quieres que te atasque, no me digas que reaccione. Yo soy súper obediente. Siempre fui eficaz y lo sigo siendo.
Antonio (como Antonio dirigiéndose a su nariz, en cuya silla está sentado el terapeuta): Ahora entiendo tu presencia. Yo te he necesitado a ti porque la escena del dormitorio de la enfermería representa para mí la mayor soledad de las soledades. Yo no quería estar allí (en el internado). Yo no quería estar en ese sitio. Estaba allí porque me colocaron allí. En esa situación yo me sentía más vulnerable. Estaba en un lugar en el que no quería estar y, además, estaba enfermo. Estaba en manos de otros. Y, además, cuando yo entré en el internado con trece años recién cumplidos fue salir de casa, fue salir al mundo. Fue la primera vez que realmente salí al mundo porque yo no volví a casa. Entendí el mundo como un lugar hostil.
Nariz con rinitis (habla el terapeuta): Por eso me tenías a mí en guardia continuamente.
Antonio: Claro. Te he necesitado para no respirar. Porque si respiro… ¡terror!. Hubiera conectado con terror, con el pánico, con la angustia, con el miedo, y no lo hubiera soportado. Hubiera salido corriendo de allí. Pero yo no quería salir corriendo de allí. Yo necesitaba del deporte para oxigenarme.
Nariz con rinitis (el terapeuta): Ya, claro. Yo no entiendo de cuestiones psicológicas. Pero entiendo que si me inflamo entra menos aire. Si entra menos aire, te emocionas menos y sientes menos. Si hubieras sentido, habrías sentido toda aquella soledad.
Antonio: Claro. Te he necesitado para bloquearme. Para bloquear esos sentimientos de soledad y de vulnerabilidad.
Nariz con rinitis (el terapeuta): Y estabas enfadado conmigo, harto de mí. Me alegro que entiendas que yo no he tenido ningún ánimo de fastidiarte o hacerte daño. He estado ahí, a tu lado.
Antonio: No has sido un mal amigo realmente. También me has dado cierta vidilla porque sólo me has atascado por un lado. Me has dejado seguir respirando.
Nariz con rinitis (el terapeuta): O sea, que si tú creyeras que los ácaros no son malos, no me dirías a mí que yo me congestionara. La prueba de mi fidelidad a ti y de mi buen estado de salud es que siempre te he obedecido. Parece ser que has estado un poco confundido con esas creencias.
Antonio: Sí. No sólo con los ácaros. Los ácaros son la justificación. Como son pequeñitos sé en el fondo que poco daño me pueden hacer que estén ahí. El peligro lo he vivido al salir al mundo. Al salir al mundo ya tenía miedo, claro que tenía miedo.
Nariz con rinitis (el terapeuta): ¿Cómo es que tenías miedo? ¿Qué pasaba? ¿Nadie te defendía?
Antonio: Yo ya había recibido mensajes de que el mundo era un lugar peligroso.
Nariz con rinitis (el terapeuta): ¿Y eso quién te lo dijo?
Antonio: Yo ya veía a mi madre… veía los temores de mi madre. Yo creo que ella tenía miedo al mundo. Tenía miedo a salir al mundo. Ella, si no hubiera sido por esos miedos, podía haber dado mucho más de sí. Ella decía en una ocasión que estando en clase de francés con las monjas pronunció la “r” como hay que pronunciarla y unas niñas se rieron de cómo la pronunció y entonces se dijo: “¿sí? pues ya no estudio más francés”. Esto que decía mi madre, no soportó aquella vergüenza, hizo que se echara para atrás: el mundo es un lugar peligroso que puede hacer daño. Y ese mensaje lo he captado. El mundo es peligroso. El internado es peligroso. Me hubiera salido más rentable hacer como hizo otro chico que se deprimió. Sus padres lo colocaron allí y él se deprimió, no estudiaba, no hablaba. Yo no respondí así. Yo respondí de otra manera.
Nariz con rinitis (el terapeuta): Ya dijiste antes que tú no podías descansar, que tenías que hacerlo todo.
Antonio: Yo no veía apoyo en ningún lado.
Nariz con rinitis (el terapeuta): O lo haces tú solo o te hundes…
Antonio: No había apoyo fuera, en el mundo, pero en el fondo sabía que dentro de casa tampoco lo había. No. No tenía mucho apoyo. Había otros tres hermanos.
Nariz con rinitis (el terapeuta): Y tu padre…
Antonio: A mi padre nunca lo vi como un soporte porque yo creo que estaba más cagado que yo.
Nariz con rinitis (el terapeuta): O sea, que tu madre te dice que el mundo es peligroso y tu padre está cagado de miedo y no te da ninguna herramienta para luchar contra ese mundo peligroso.
Antonio: No realmente no me dio herramientas. Yo recuerdo que en algunas ocasiones yo busqué su apoyo pero no lo encontré. Recuerdo que en alguna de aquellas ocasiones un fin de semana hablé con él porque el primer año de internado viví el ambiente como bastante hostil. Recuerdo que estábamos ocho en una habitación, uno deprimido. Allí había que sobrevivir porque nadie te iba a ayudar. Intenté hacer alguna alianza por allí con alguno y también defenderme de forma agresiva. Recuerdo que peleé varias veces con bastante éxito. Me di cuenta de que por la fuerza la gente no se metía conmigo.
Nariz con rinitis (el terapeuta): Y eso de llorar… Porque has llorado. Yo he sido testigo. Pero en aquella época no llorabas mucho.
Antonio: La primera vez que me dejaron allí, ese fin de semana me puse a llorar. Ahí sentí la soledad con mucha fuerza. La soledad y… la impotencia.
Nariz con rinitis (el terapeuta): Te digo esto de llorar porque cuando has llorado yo me he movilizado mucho por dentro y segregaba mocos y las lágrimas iban también hacia mi interior. Cuando lloras me pasa algo parecido a cuando dices que hago rinitis. Es como si estuvieras llorando por dentro en lugar de por fuera. No sólo por los peligros, sino porque había mucho dolor, mucha emoción.
Antonio: Claro.
Nariz con rinitis (el terapeuta): Es como que lloraras por dentro. Cuando lloras hacia fuera, me descongestionas. Recuerda que yo cumplo, yo funciono bien. Si quieres llorar hacia dentro para que no te vean, yo lo hago. Pero recuerda que si lloras, yo me aflojo.
Antonio: Es que yo he aprendido a llorar ahora, en los últimos años.
Nariz con rinitis (el terapeuta): Pues si lloras más me congestionas menos. Si no fumas me congestionas menos. Si no crees que el mundo es peligroso, me congestionas menos. Yo hago lo que tú me digas.
Antonio: Este atasco lo veo como lágrimas para dentro. Sí.
En este momento se produce otro cambio: El terapeuta se coloca en la silla de Antonio y Antonio en la de la nariz. Continúa el diálogo. Aquí se observa cómo Antonio ya ha entendido el mensaje que le ha estado intentando dar su nariz con los síntomas de la rinitis.
Nariz con rinitis (habla Antonio): Yo noto que tú estás triste. Que tienes dolor dentro. Y en lugar de sacarlo hacia fuera lo echas para dentro. Yo hago lo que puedo. Incluso cuando tienes mucho dolor y hay muchas lágrimas, lo que hago es atascar lo menos posible para que tú puedas seguir respirando. También es cierto que te ayudo a darte cuenta de cuándo tienes mucha lágrima dentro.
Antonio (habla el terapeuta): Yo te quiero agradecer que hayas cumplido todos estos años. Pensaba que me estabas fallando. Lo siento. Quiero que me perdones, que sigas estando ahí, como sabes hacer, que lo sabes hacer bien. Soy yo el que estaba equivocado. La solución no pasa porque tú te congestiones, sino que yo lo mire de otra manera, que me permita sentir, llorar. Te pido perdón y te agradezco tu servicio.
Nariz con rinitis (habla Antonio): Y yo estoy aquí para lo que tú me digas. Estoy a tu disposición. Soy tu aliado. Soy tu amigo. No estoy en contra tuya.
Antonio (habla el terapeuta): ¿Me perdonas?
Nariz con rinitis (habla Antonio): Claro que te perdono.
Último cambio: Aquí Antonio recupera su lugar y frente a él su nariz, en cuya silla está sentado el terapeuta. Continúa el diálogo.
Nariz con rinitis (habla el terapeuta): Claro que te perdono.
Antonio (habla Antonio como él mismo): Respiro mejor. Estoy conmovido. Y me he dado cuenta de lo del atasco, que es un atasco de lágrimas, no de otra cosa. Me ha costado poner la palabra “lágrimas” y, sobre todo, darme cuenta de la angustia, de dónde procede, más allá de aquella soledad que no pude llorar. Por eso estaba tan resfriado. He desatascado.
BIBLIOGRAFÍA:
· Schnake, Adriana: “Los diálogos del cuerpo”, Ed. Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 1995.
· Schnake, Adriana: “La voz del síntoma”, Ed. Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 2001.
· Schnake, Adriana: “Enfermedad, síntoma y carácter”, Ed. Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 2007.
Últimos Comentarios