Viajar, nacer, morir.
02/11/2017
Hace varios años, leyendo los Miserables de Victor Hugo, descubrí algo que me causó un gran impacto. En una de las múltiples reflexiones del autor, intercaladas con la vida de Jean Valjean, apareció la siguiente frase:
«Viajar es nacer y morir a cada instante».
Con una brevedad impactante, el concepto «viaje» aparecía presentado como un proceso complejo y profundo que conecta los dos momentos más importantes en la vida de un ser humano. Nacer, morir. Un instante, eso es todo. Desde entonces, en cada uno de mis viajes, esta frase ha vuelto a mi mente aportándome nuevos matices.
Viajar es nacer
Un viaje es una aventura. Ya sea un fin de semana, un mes o varios años, nunca deja de serlo. Es un momento en el que te desanclas de tus obligaciones laborales e incluso sociales, te vuelves libre, sales del útero de confort que supone la rutina diaria y rompes las fronteras, los ritmos, los horarios.
Cuando decidí, dos años atrás, dejar mi trabajo en el hospital en el que trabajaba para viajar de forma indefinida me sentí eufórico, lleno de vida, de fuerza y de libertad. Aunque también, por momentos, me sentí algo vulnerable, vulnerable porque decidí hacer algo que conectaba de forma directa con lo que soy, me exponía de forma abierta, sin barreras, sin tapujos. Por fortuna, fueron momentos puntuales. El 99,9% de mi ser se sentía lleno de vida, como un recién nacido.
Victor Hugo habla del concepto «nacer» desde un punto de vista en el que, en cada lugar al que llegas te ilumina una nueva luz, inédita, diferente. Un paisaje nunca antes visto aparece frente a tus ojos. Naces de nuevo frente a él y él vuelve a nacer frente a ti. Aunque lleve en la tierra millones de años, para ti, ese lugar es un recién nacido y se establece una relación simbiótica en la que contemplador y contemplado se alimentan mutuamente. Esa es la belleza de viajar.
Tomar la decisión de dirigir mi vida de esta forma fue la continuación de un proceso de autoconocimiento que se ha ido alimentando con cada paso que he dado, es un revivir constante en las sensaciones internas que me construyen. Cada lugar que visito me lanza un reto: comprender su cultura, sus peculiaridades, romper los prejuicios que me atan, provenientes de mi propia cultura, y abrirme de forma generosa hacia esas nuevas sensaciones. Sin esto, es imposible crecer.
Viajar es morir
Tras un nacimiento, tarde o temprano, llega una muerte. Aceptar esto es comprender el material del que está tejida la vida, y es el gran reto que llevamos implícitos los seres humanos desde que llegamos al mundo. Aceptar que se va a dejar de existir es la gran prueba para todo ser vivo consciente.
A ojos de Víctor Hugo, en todo viaje se producen pequeñas muertes. Esos lugares y personas que han nacido ante nuestros ojos, a los pocos minutos, horas o días desaparecerán para, en muchos de los casos, no volver a verlos nunca más en la vida. Y nosotros desapareceremos para ellos. Solo quedará un recuerdo, una huella, quizá unas letras garabateadas en algún cuaderno o incluso una fotografía, pero no serán más que pequeñas representaciones del humano que fuimos en realidad.
Viajar, nacer, morir. A bordo de un tren se concentra, en un breve lapso de tiempo, la esencia de este concepto: una pequeña casa junto a un riachuelo al otro lado de la ventanilla. El tren circulando por su vía, los ojos clavados en esa escena que ha llamado nuestra atención. Uno, dos, tres, cuatro, cinco segundos. Nos acercamos al cristal, como queriendo salvar de forma desesperada a aquella casa de su inevitable desaparición. Como un niño que se tapa los ojos, la visión de aquel objeto significa la vida, la presencia. Si dejamos de verla, la inexistencia. La muerte. Una leve nostalgia nos invade, pero la superamos ante la llegada de un nuevo apego: otro objeto que llama nuestra atención, el pensamiento de lo que nos espera al llegar a nuestro destino… Y así se construye la vida. Pequeñas muertes, pequeños duelos, pequeños nuevos apegos.
Víctor Hugo nació y murió innumerables veces a lo largo de su vida. Incluso ahora, que está físicamente muerto, vuelve a revivir cada vez que lo cito. Del mismo modo, los lugares y nosotros mismos nos hacemos eternos pese a nuestra mortalidad cada vez que llegamos a un nuevo destino. Las huellas que dejamos son los ecos de nuestra existencia, que resonarán en el futuro.
Por eso, entre otras cosas, creo que viajo. Porque, de alguna forma, es uno de los métodos que he encontrado para seguir manteniéndome con vida.
Dani Keral
http://unviajecreativo.com/
tengo el mismo sueño que tu, viajar,viajar,viajar..me han encantado tus palabras porque has plasmado lo que siento, la adrenalina, la euforia antes de viajar, en el avión..como cada momento se hace más intenso, no existe pasado ni futuro, sólo ese momento, ese lugar, esa persona que tienes al lado, y esa sensación de que se caba, de que quizás no vuelvas a ver , a oler a sentir ese momento, te hace más consciente , más vivo..estaba con dudas pero te voy a copiar y me voy a viajar, saludos
Hola Marian, me alegra muchísimo leer tus palabras. Creo que cada uno de nosotros tenemos esa nostalgia de los momentos que se van… Lo mejor es ser conscientes y buscarlos con la felicidad de que lo que mereció la pena fue que ocurriesen.
Un abrazo
Grandísimo viaje al que me ha llevado tu artículo!!! Hombre libre como pocos creando su propio camino…
Un abrazo enorme!
Querido Guille, ese viaje del que tú eres instigador y protagonista a partes iguales. Un abrazo fortísimo.
¡Inspirador, profundo, hermoso! 🙂 gracias
Muchas gracias Coquis, me alegra que te haya llegado tanto el texto. Un abrazo fuerte