Las emociones también se sientan a la mesa
04/12/2017
RESUMEN
Bajo el prisma y encuadre de la Psicoterapia Humanista Integrativa, con esta tesina os emplazo a que degustéis el siguiente menú: ¿Cuál es la diferencia que radica entre el hambre física y el hambre emocional?.
Para ello os presentare diferentes “platos” con el fin de que saboreéis la variedad de entresijos, factores e interferencias que pueden influir en la manera en que nos relacionamos con la comida y hasta qué punto la comida se puede convertir en nuestro mejor aliado o nuestro peor enemigo para distanciarnos de emociones y sentimientos dolorosos o incluso para “masticar”, “tragar”, “engullir” o “vomitar” emociones que no tenemos permitidas sentir y/o expresar de manera genuina.
Palabras clave: alimento, emoción, consciencia, sanación.
ABSTRACT
Under the framework of the Integrative Humanist Psychotherap, in the thesis I would like to invite you to taste the following menú: What are the differences between psychical and emotional hunger?.
In order to do so, I will present different “courses” so that you can sabor the variety of insights and interference factors that may influence the way we relate with food and also, you will get to understand to what extend food can become our best ally or our worst enemy ir order to distance ourselves from painful emotions and feelings or even to “chew”, “swallow” or “vomit” emotions that we are not allowed to feel and/or express in a genuine way.
Key words: food, emotion, awareness, healing.
INTRODUCCIÓN
La tesina, para mí, empezó siendo una tormenta de emociones y sentimientos encontrados: ¿Qué, cómo y de qué la hago?,¿Seré capaz?. Tenía miedo a fracasar, miedo a decepcionar, miedo a no hacer la perfecta tesina, a fin de cuentas, miedo al rechazo. Todo este revuelo de incertidumbres, de temores y de estrés me llevaron, una vez más, a refugiarme en la comida como ansiolítico y anestésico emocional.
Se trata de un trabajo de reflexión personal y autocrítica, en el que abro mi corazón para compartir, con mis lectores, mi estrecha y dispar relación con la comida y cómo durante años me ha servido no sólo para lidiar con sentimientos de soledad, vacío y frustración sino también para llenarme de amor cuando tenía hambre de reconocimiento, estímulo y estructura.
APERITIVO: ¿QUERÉIS CONOCER UN POCO DE MI?
Tengo 27 años y desde los 8 años he estado lidiando una batalla con endocrinos muy exigentes y dietas muy restrictivas. Posiblemente fue a esa edad cuando empezó a tejerse una relación dañina con la comida. Nunca fui una niña gorda, pero mis padres tomaron la iniciativa de llevarme a los mejores médicos para adelgazar, en un afán de demostrarme su amor desde la preocupación por mi físico. Lo que para ellos empezó siendo un regalo y muestra de amor, para mi acabo siendo un castigo, del cual sigo sufriendo sus consecuencias a día de hoy. Actualmente no sigo ningún plan de alimentación bajo prescripción médica, pero si que sufro los daños colaterales de tantos años de mi vida pensando lo que quería comer y no debía y lo que debía comer y no quería.
La privación a la que estuve sometida, en cuanto a comida se refiere, llevaba encubierta la restricción de muchas emociones y sentimientos: aceptación incondicional, amor, reconocimiento, seguridad y protección. Por ello puedo considerar que, más que a dieta de alimentos, me he pasado gran parte de mi vida a dieta de sentimientos. Toda la privación emocional que llevaba implícita la restricción de alimento me ha llevado, en la actualidad, adesearlo compulsivamente, refugiándome en la comida para cicatrizar y cubrir mis heridas y carencias arcaicas, e incluso escondiéndome detrás de ella para emplearla como bálsamo para hacer frente a las dificultades emocionales que voy encontrando a lo largo del sendero de mi vida.
Con este pequeño piscolabis, doy entrada al menú que vengo a presentaros: ¿Comes por necesidad fisiológica o como defensa emocional?.
MENU: HAMBRE FÍSICA VERSUS HAMBRE EMOCIONAL
El hambre es uno de los mensajes químicos más poderosos que el cuerpo envía al cerebro. La experiencia de hambre puede existir incluso cuando no existe la necesidad de comida. Con ello, el mensaje que pretendo trasladar es que el acto de comer no siempre es promovido con el fin de satisfacer una necesidad fisiológica. En numerosas ocasiones hemos podido llegar a reconocernos comiendo cantidades industriales de comida aún cuando no teníamos ganas. Entonces, ¿de qué teníamos hambre?. Lo cierto es que la comida puede convertirse en un alivio temporal aun problema, sentimiento o emoción.
Freud hacia mención a dos necesidades básicas que albergaban en el ser humano: hambre y amor. El hambre se satisface con alimento, siendo el alimento lo que nos permite mantener nuestro cuerpo físico con vida. El amor es una necesidad psicológica en el hombre, nos humaniza. Necesitamos amor y ser amados, necesitamos un reconocimiento por parte del otro, recibir un lugar, un espacio, una presencia, un sentimiento de pertenencia. El amor es el alimento de nuestra alma, es el motor de nuestra vida emocional. Nuestro corazón late al compás de muchas emociones. Estamos vivos en tanto en cuanto nuestro corazón late. Latir=VIVIR=vibrar. Para que se de esta ecuación es necesario el alimento, porque si dejamos de latir, dejamos de vivir y dejamos de vibrar. Un cuerpo sin emoción, sin vibración, sin amor es un cuerpo inerte y sin vida. Las emociones modulan y moldean nuestra vida, influyendo en la manera en que la percibimos.
Para vivir necesitamos alimento, por lo que alimento y afecto están íntimamente relacionados como factor existencial para ser personas. Nuestro corazón necesita alimento físico y alimento emocional.
¿Por qué y para qué comemos?. En la respuesta reside la distinción entre las dos tipologías de hambre y para ello, a parte de daros un definición, basare mi alegato en el propósito, motivación, curso, evolución, consecuencias y recompensas de ambas [1].
Hambre Física
Existen numerosas evidencias científicas que sustentan la afirmación de que el cerebro, en su estado natural, controla automáticamente el hambre.
Cuando el azúcar en sangre cae por debajo de un cierto nivel, se envían mensajes a una región del cerebro, conocida como el hipotálamo, que es responsable de regular el hambre. Cuando recibe mensajes de que ha disminuido el azúcar en sangre, el hipotálamo segrega hormonas para que conectemos con la sensación y necesidad de comer. Una vez que hemos comido lo suficiente, las hormonas retroceden, conectando con una sensación de saciedad.
- Aparece poco a poco.
- Comemos lo primero que este a nuestro alcance.
- Podemos posponerlo durante minutos o incluso mas tiempo.
- Podemos realizar otra actividad mientras esperamos.
- Cuando nos sentimos satisfechos podemos dejar de comer.
- Nos sentimos bien cuando hemos terminado.
Hambre Emocional
Etimológicamente, el término emoción viene del latín emotio que significa “movimiento o impulso”, “aquello que te mueve hacia”. Como vengo diciendo, no siempre comemos con el apremio de saciar una necesidad fisiológica, sino mas bien psicológica. Si alguna vez te has visto en esta tesitura, como me he visto yo, entonces deberías saber que quiénes han tomado las riendas y el control son tus emociones. Nuestras carencias emocionales se pueden compensar con déficits o con excesos de comida. En mi bagaje personal, ha habido ocasiones en las que, tras conectar con un vacío interior, me he refugiado en la comida para llenar ese vacío, para tomar distancia, aunque fuera por un lapso de tiempo.
Si bien es cierto que podemos ampararnos en la comida para digerir, incluso expresar una emoción, lo cierto es que también puede ser una manera de darnos, desde el alimento físico, lo que verdaderamente ansiamos en nuestra vida, alimento emocional: amor, afecto, reconocimiento, seguridad, protección, permanencia.
A diferencia del hambre física, cuando la manera en que nos relacionamos con la comida está supeditada a las emociones y/o vacíos de estímulo, reconocimiento y estructura que sentimos, podemos considerar que:
- Aparece de repente.
- Somos selectivos a la hora de elegir el alimento.
- Tenemos que comer en ese preciso momento.
- Nos resulta difícil concentrarnos en otra actividad
- Seguimos comiendo aún después de sentirnos satisfechos, llegando a ser un “pozo sin fondo”.
- Nada más acabar nos invaden sensaciones molestas: Ingerir emocionalmente alimentos nos conduce a experimentar sentimientos posteriores a la ingesta relacionados con la culpa y la frustración, que sólo pueden ser recompensados con más comida.
Lo Que He Acabado Siendo: Una Comedora Emocional
Durante años he convivido con la falsa creencia de que tenía un problema con la comida. Conforme fui tomando consciencia, e incluso conforme fui elaborando la propia tesina, llegue al convencimiento de que estaba muy equivocada. La comida, mi compulsión y mis episodios de atracones no son más que el síntoma, la punta del iceberg. Sin embargo, la problemática reside en una esfera más profunda.
Desde mi experiencia, y mi larga andadura de la mano de dietas y endocrinos aniquiladores, finalmente incorpore la creencia de que no era merecedora de saborear y disfrutar determinados alimentos, los que mis médicos catalogaban como prohibidos para mi. Con el paso del tiempo, fui engendrando e instaurando en mi un hábito cuanto menos poco sano, pero el que me rescato y me permitió sobrevivir a un entorno hostil de restricciones y duras criticas hacia mi persona y mi cuerpo.
Muchos os preguntaréis de qué habito estoy hablando. Pues bien, ahí va mi carta de presentación, aunque ya vengáis conociendo algo de mi.
Soy comedora emocional, compulsiva y eventualmente me doy homenajes de comida para paliar determinados sentimientos y anhelos de afecto, amor y reconocimiento que albergan en mi persona y que no recibo en mis relaciones personales con los otros. Me doy atracones de todos esos alimentos que un día me prohibieron, en un afán de llenarme de todo el amor y placer que en el pasado me privaron con la restricción de alimento. Lo cierto es que no todo es oro lo que reluce porque mis atracones no son como tales. ¿A qué me refiero?. Yo no trago todo lo que me meto en la boca, lo saboreo y lo tiro, porque,
¿cómo voy a comerme unas galletas, si no me dejan y no puedo?. El sentimiento posterior que me invade hace que mis digestiones emocionales se tornen grises y agridulces, dónde coexisten sentimientos de culpabilidad y arrepentimiento.
Fue entonces cuando me plantee la siguiente reflexión, la cual también os invito a que os la hagáis: ¿Qué significa para mi la comida?. Me costo responder a esta sencilla pregunta, dado que es mas compleja de lo que parece. Para mí, el alimento es fuente de amor, seguridad y supervivencia aunque también fuente de castigo. Me da compañía en momentos de soledad, no me juzga, no me critica, siempre esta disponible, me ayuda a escapar de emociones que no me atrevo a expresar por temor a la reacción del otro, a fin de cuentas me hace conectar con el calor y la protección que no recibí durante la niñez, protegiéndome de mis necesidades arcaicas legítimas insatisfechas.
ENTRANTE: EL APEGO. EL INICIO DEL VÍNCULO ENTRE EMOCIÓN Y ALIMENTO
Desde que nacemos, incluso antes, el bebé y la madre están biológicamente preparados para establecer un vínculo afectivo potente y nutritivo que garantice el correcto desarrollo del niño, siendo el apego un mecanismo de supervivencia biológica. En base a las investigaciones iniciadas por Harry Harlow, Bowlby constató que, desde el nacimiento, existía una necesidad primaria, la de ser alimentado, pero que había otra que no dependía tanto de la satisfacción de otras necesidades básicas y era la de ser querido. (Instituto Galene de Psicoterapia [IGP], Mód, 5., p.5).
A través del cordón umbilical, la madre alimenta al bebe no sólo de los nutrientes que necesita para su óptimo desarrollo, sino que también le nutre de amor, seguridad, protección, aceptación y generosidad. Sin embargo también puede abastecerle desde sus miedos, rechazo, desconfianza y desapego a la vida. De esta manera, el bebe nace con gran cantidad de información acerca de lo que le espera fuera del vientre de su madre, hasta ahora lo conocido para él.
El primer encuentro con la vida es través del el hambre, siendo el llanto una conducta señalizadora para que dicha necesidad sea cubierta por nuestra madre u otros cuidadores. Anna Freud acuño el termino de “amor estomacal” para describir la temprana vinculación afectiva del niño a los padres que lo alimentan y por ende la temprana relación entre alimento y emoción.
Por todo lo mencionado, puede deducirse que el estilo de apego recibido, la forma en que nuestras madres atienden o desatienden nuestras necesidades (ya sea físicas y/ emocionales), no sólo influye en cómo vivamos emocionalmente el hecho de ser alimentados (de comida y de afecto) sino que también correlaciona directamente con la manera en que ese niño empiece a percibirse a sí mismo y al mundo . Es lo que formalmente se conoce como Modelos operativos internos (Posición existencial para el Análisis transaccional).
Estilos de Apego, Responsividad Materna y Modelos Operativos Internos
Desde la aportación que hizo Mary Ainsworth observando el comportamiento de las madres en relación con su bebe (IGP, Mód, 5., p.15), el término de madre responsiva haría alusión a aquella que atiende (pronta, sistemática y coherentemente) las necesidades (nutricionales y emocionales) de su hijo, manteniendo una actitud de cuidados y aceptación estable y sostenida en el tiempo. En base al estilo de apego, así como también, al grado y a la presencia de aceptación, accesibilidad y sensibilidad por parte de la madre, el niño podrá deducir los siguientes significados en cuanto a la relación alimento- emoción:
- Estilo de apego seguro: “Mama me quiere, me atiende y es quién me alimenta”: De esta ecuación, el niño interpretara el alimento como fuente de amor, el que tiene su madre hacia él. Por otro lado interpreta que sus necesidades son importantes y merecedoras de ser atendidas: “Yo soy OK- Tu eres OK”
- Estilo de apego ansioso: “Necesito comer y mi mama me presta atención de vez en cuando”: Lo mas probable es que este niño no sólo experimente una profunda confusión, sino que además viva con angustia el suministro de alimento. Es muy posible que este niño, además, desde su pensamiento egocéntrico asuma la culpa de no ser bien cuidado y bien alimentado. En este caso el alimento puede ser fuente de angustia o de castigo: “Yo soy no OK- Tu eres OK”.
En conclusión, si nuestra madre o figuras de apego están adaptados a nuestras necesidades de alimentación cuando somos bebes y niños pequeños, aprendemos que éstas son importantes, sintiendo una gran seguridad frente al mundo que nos rodea. De ser así, además, aprenderemos a identificar y responder correctamente a nuestras señales de hambre cuando crezcamos, desde el amor. Puede darse la circunstancia que nuestras figuras de apego empleen la comida como recompensa o castigo en base a nuestra actitud tomando el control de nuestra vida. Por último y no por ello menos importante, no hay que olvidar que nuestros padres no son perfectos y que pueden cometer errores interpretando nuestras señales, haciéndolo posteriormente nosotros, porque el trato que recibimos es el que luego nos damos.
Dietas, Restricciones y Endocrinos ¿Un Estilo de Apego Seguro?
Tal y como he hecho mención, es notorio que el vínculo entre emoción y alimento empieza a forjarse desde el nacimiento e incluso antes. El alimento físico es el vehículo que, nuestras figuras de apego, emplean para abastecernos, entre otros, de alimento emocional. De esta manera, desde etapas muy tempranas empezaremos a dar al alimento un significado potencial, o bien de amor, confianza, seguridad y protección, o bien de todo lo contrario, como fuente de castigo, no aceptación y no reconocimiento.
En mi experiencia, las dietas precipitaron la construcción de un apego ansioso a la comida. Hasta el momento, hasta mis 8 años, había sido fuente de amor, un amor proporcional al amor que sentían mis padres hacia mi persona. De esta manera, el alimento se tornaba como eje promotor de un estilo de apego seguro, desde el cuál me sentía aceptada, querida y reconocida, incorporando la creencia de que mis necesidades tanto emocionales como fisiológicas eran merecedoras de ser atendidas y alimentadas, a fin de cuentas consolidando mi posición existencial frente al mundo y los otros: Yo soy OK- Tu eres OK.
Mi primera dieta supuso la pérdida y renuncia de muchas de mis necesidades tanto físicas como emocionales. Por un lado renunciaba al amor que me brindaba el alimento físico, forjando en mí la creencia de no ser merecedora de recibir amor y/o experimentar placer. Por otro lado implicaba la asunción de una posición existencial bien distinta y cuanto menos limitante: Yo no soy OK- Tu eres OK. Todo ello favoreció la exacerbación de una sensación de confusión recurrente entorno a mi relación con la comida: la necesitaba para vivir pero, a la vez, no podía disponer de ella sin control y sin restricción porque de ser así no contaría con la aprobación, aceptación y amor de mis padres y médicos. De esta manera se cimentaban las bases de un estilo de apego ansioso y ambivalente hacia la comida: comer sin control y sin renuncia me alejaba del calor y la protección de mis figuras de referencia y por extensión de los otros. De ahí que “estar a dieta”, comiendo con control y renuncia me acabase reportando una seguridad en cuanto a mi apego con la comida, y por ende en cuanto a mis necesidades emocionales encubiertas en el alimento.
PRIMER PLATO: COMIENDO DESDE LA EMOCIÓN Y ANALISIS TRANSACCIONAL.
Durante el presente trabajo, en numerosas ocasiones, he empleado el término “comedor emocional” para referirme a aquellas personas o a aquellas circunstancias en las que nuestra transacción con la comida viene motivada por una necesidad, no tanto fisiológica, sino más bien psicológica y/o emocional. Aquellos que comen desde la emoción se vuelven comedores compulsivos, dónde sus atracones de comida vienen a colación de un vacío emocional y/o una necesidad de enmascarar o expresar indirectamente una emoción experimentada en su vida intra o interpersonal. En este sentido la comida puede convertirse en un perfecto aliado para saciar nuestro hambre de reconocimiento, estructura y/o estímulo. En tanto en cuanto no nos sintamos amados, reconocidos, validados, atendidos, aceptados, respetados por los otros, seguramente la comida pueda ser un bálsamo para llenarnos de todo aquello que no recibimos, dándonos atracones de amor, atracones de seguridad y atracones de pertenencia.
Detrás de cada comedor emocional existe una historia de vida, un sinfín de experiencias personales que le llevaron a refugiarse en la comida como fuente de consuelo e incluso como medio para canalizar emociones que no tenia permitidas sentir. El acto de comer compulsivamente y desde la emoción, se convierte en un escenario fabuloso en el que poder representar todas las creencias que tenemos sobre nosotros mismos, sobre los otros y sobre el mundo, incluso un medio sobre el que proyectar y cubrir nuestras heridas arcaicas, las cuales se conformaron en nuestros escenarios de la infancia.
Como vengo haciendo, hablare desde mi experiencia, de la influencia que han ejercido sobre mi las dietas y todos las restricciones de afecto, reconocimiento y aceptación que se escondían bajo las mismas. Todas ellas no han sido mas que la antesala para jugar psicológicamente a ser una comedora emocional, una comedora compulsiva que se da atracones de sentimientos y de caricias, aunque ello comporte sentimientos posteriores de culpabilidad.
Dietas y Guión de Vida. La Comida como Marco de Referencia
Eric Berne (1973) definió el guión de vida como “un plan de vida generado en la infancia, reforzado por los padres, justificado por eventos subsecuentes y culminando en una alternativa elegida”. El guión de vida proporciona una identidad personal y relacional (IGP. Mód, 27, p. 2). Por otro lado, el guión de vida forma parte del marco de referencia, siendo este un filtro desde el cuál percibimos la realidad (IGP, Mód, 3, p.17).
El guión de vida (que puede tener mas o menos elementos restrictivos y permisivos) está basado en las influencias parentales y en las decisiones que va tomando, ante dichas influencias, el estado del Yo Niño para poder sobrevivir. En este sentido las dietas pueden ser consideradas como unos padres opresivos y autoritarios que estipulan y ordenan a nuestro estado del Yo Niño, lo que tiene que hacer y cuando tiene que hacerlo (introyección sobre el estado del Yo Padre). Nos mantienen en relación con una fuente exterior a nosotros, que es la propia dieta, de la cuál depende nuestra sensación de bienestar y nuestro sentimiento de la propia valía.
El escenario sobre el que se conformo mi guión de vida, emplazó al alimento como marco de referencia, siendo éste un filtro desde el cuál experimentaba el amor que mis padres sentían hacia mi persona. Las dietas y la restricción de alimento formaban la trama de mi guión de vida. En la medida en que estaba a dieta me sentía protegida y querida, dotándome de una estructura y seguridad “falsa” para sobrevivir a las circunstancias de mi entorno. Estar a dieta implicaba estar a dieta de sentimientos, lo cual se traducía en descontar mis propias necesidades, anteponiendo las de los otros, aun cuando fueran en detrimento de las propias, en un afán de complacer y tomar distancia con el rechazo y el miedo implícito que ello suponía.
Las dietas, pues, se erigieron como la solución mágica encontrada por mi estado del Yo Niña para sobrevivir al hambre de caricias que albergaban en la relación con mis padres, asegurando la atención de los mismos, dotándome de seguridad cuando conectaba con angustia y forjando mi identidad personal.
Necesidades Arcaicas Legítimas Insatisfechas (NALIS), Hambres de Berne y Atracones de Comida.
El hombre es un ser de necesidades y la motivación básica de su comportamiento es la satisfacción de las mismas. El analista transaccional Jesús Cuadra Pérez (1998) distinguió cuatro áreas de necesidades humanas:
- Físicas y biológicas: oxígeno; alimento; actividad, descanso y placer; dormir; eliminación; estimulación; sexo; equilibrio térmico, hormonal e inmunológico.
- Psicológicas y emocionales: reconocimiento; ser amado/a; amar; autoestima; pertenencia; estructura; seguridad; contacto emocional y físico; estímulo emocional e intelectual;
- Relacionales: seguridad relacional; validación; aceptación por otra persona estable, confiable y protectora; confirmación de la experiencia personal; autodefinición; tener un impacto en la otra persona; de que la otra persona tome la iniciativa; expresar amor.
- Espirituales: espacio y tiempo; nutrición del yo íntimo; producción; crecimiento y desarrollo de las capacidades del yo íntimo; pasar por las fases de desarrollo espiritual: dolor, sabiduría y alegría; estimulación y apertura del yo íntimo y realización de actividades.
Dicha clasificación alberga, por un lado, las necesidades relacionales propuestas por Erskine (IGP, Mód, 1) y, por otro, lo que Eric Berne acuño con el término de Hambres Psicológicas, esto es las necesidades psicosociales que albergan en el ser humano (IGP, Mód, 2., p. 32-33):
- El hambre de estímulo está asociado a las funciones biológicas y los estímulos neuronales y físicos.
- El hambre de reconocimiento alude a la necesidad de ser reconocidos por el mero hecho de existir, apreciados y respetados tal y como somos. Las caricias son unidades de reconocimiento que, junto con las expresiones de amor, sacian dicho hambre.
- El hambre de estructura se vincula con la necesidad de organizar e integrar el flujo de estímulos que recibimos constantemente, tanto del medio externo como del medio interno. Desde el nacimiento, este hambre, nos incita a estructurar y dar sentido a nuestra experiencia en transacción con el Basando mi alegato en lo mencionado recientemente, bajo mi punto de vista, existe una conexión entre las hambres descritas por Berne y las necesidades arcaicas legítimas insatisfechas (NALIS). Desde el Análisis Transaccional, Carlo Moiso introdujo el concepto de NALIS para definir aquellas necesidades humanas del escenario del allí y entonces que no lograron ser satisfechas y que anhelamos cubrir en el aquí y ahora. Estas necesidades se consideran como heridas que se han producido durante la experiencia vital de la persona, y que al encontrarse insatisfechas pueden dar lugar a conductas y decisiones auto-limitadoras (Castillo-Mayén, 2013).
En relación con el menú que os vengo presentando, los comedores emocionales encuentran en la comida la provisión perfecta de todo reconocimiento, compañía, emoción o sentimiento que carecen y de lo que tienen hambre. En este sentido, la transacción con la comida se convierte en una solución mágica para satisfacer nuestras NALIS y cicatrizar nuestras heridas de las escenas tempranas, las heridas arcaicas.
Hablando de mi persona y mi experiencia, las dietas, pues, me ayudaban a saciar mi hambre de estructura y cubrir mi necesidad arcaica de sentirme segura y protegida por la aceptación del otro. Lo cierto es que la restricción emocional encubierta en la privación de alimento, siendo éste el proveedor de amor y placer, me llevaron a acumular, durante años, un hambre voraz de reconocimiento y estímulo. Con ello lo que pretendo comunicar es, cómo años de privación, restricción y renuncia de alimento me llevaron a desear lo prohibido, encontrando en mis atracones, otra de las soluciones mágicas para saciar un hambre tan necesario y a la vez tan desatendido por mi persona y los otros: el hambre de estímulo y reconocimiento. Mis atracones nacen con el apremio de llenar espacios de aburrimiento (hambre de estructura), llenar vacíos de soledad, amor, aceptación, pertenencia (hambre de estímulo y reconocimiento) encontrados en el contacto social, intra e interpersonal.
El Juego Psicológico de la Compulsión
Berne (1964) afirmaba que los juegos, así como el guión del que proceden y al que refuerzan, pertenecen a fenómenos transferenciales, tratándose de un intento ilusorio de reproducir con alguien relaciones del escenario arcaico y conseguir las caricias o la estructura que no se consiguieron en el allí y entonces.
En este sentido los atracones y mi compulsión por la comida se erigen, en el aquí y ahora, como una alternativa mágica para confirmar las creencias arcaicas, acerca de mi misma, de los otros y del mundo, sobre las que esta cimentado mi guión de vida, el cual emplaza al alimento y las dietas como marco de referencia y filtro desde el que aprendí a percibir la realidad arcaica. De esta manera no sólo refuerzo dichas creencias sino que también me mantengo en una posición existencial diferente a la de “Yo estoy bien/ Tu estás bien”.
Lo cierto es que puede que os resuene como incongruente mis juegos psicológicos de la compulsión con la antesala que os vengo contando de años bajo los mandatos y restricciones de dietas muy severas. Para esclarecer la duda, posiblemente surgida, me apoyare en Claude Steiner, el cuál en su obra “Láutre face du pouvoir”, recogió los tres motivos para jugar, los cuáles se podrían resumir en las siguientes necesidades no satisfechas (IGP, Mód,12., p. 7):
- Una forma de saciar erróneamente el hambre de reconocimiento: La privación de alimento saciaba parcialmente dicho hambre, en la medida en que mis padres y médicos acariciaban mi pérdida de peso. Lo cierto es que cuando juego a comer emocional y compulsivamente, encuentro que la comida me reconoce y atiende cuando y de la manera que lo preciso.
- Una forma de estructuración del tiempo que denominamos pasatiempo: Los atracones llenan mis vacíos de soledad y espacios de aburrimiento.
- Confirmación de una Posición existencial equivocada: el juego de la compulsión es una estrategia que ha forjado mi Niña cuando se encuentra inmersa en el guión, en contacto con mis NALIS y creencias que lo sustentan.
SEGUNDO PLATO: ALIMENTO, EMOCIÓN Y GESTALT. COMIENDO SIN CONSCIENCIA
Una Gestalt es una relación dinámica, entre un sujeto y un objeto, una persona, una cosa o un sentimiento, que viene determinada por una necesidad del sujeto, y tiende a la satisfacción de la misma (IGP, Mód, 9., 2017, p. 9). En el contexto del hambre física y hambre emocional, toda persona puede construir diferentes tipos de Gestalt con la comida, en orden a satisfacer diferentes necesidades, bien sean de alimento o de afecto.
Como he ido señalizando a lo largo del presente trabajo, no siempre comemos cuando tenemos hambre física. En numerosas ocasiones nos relacionamos con la comida en un intento de amortiguar y/o expresar determinadas emociones e incluso como manera de llenar los vacíos que sentimos ante la separación y/o insatisfacción que experimentamos en nuestras relaciones con los otros.
Desde el ciclo gestáltico propuesto por Joseph Zinker (1979), discípulo de Fritz Perls, podemos establecer una analogía entre las diferentes fases e interrupciones que pueden darse dentro del ciclo (IGP, Mód,9., p. 13-15), cuando la Gestalt que construimos con la comida responde a una necesidad emocional y/o relacional:
- Interrupción en la fase de sensación, necesidad, sentimiento:
Esta primera fase comienza con la emergencia de una sensación, un síntoma corporal que surge ante los estímulos que afectan a nuestros sentidos. Se trata de impresiones vagas e imprecisas sin una forma definida.
En el contexto del hambre emocional y el comedor compulsivo, existe una interrupción en la escucha con presencia y atención de las señales de nuestro cuerpo. El comedor emocional ante un objeto, circunstancia, persona, emoción u otro pensamiento experimenta una sensación que le perturba. El problema viene dado cuando la persona descuenta su sensación, desplazando y refugiándose en la comida como barrera defensiva ante el dolor y/o vacío que experimenta. El hecho de no poner un nombre adecuado las sensaciones y señales de su cuerpo, le llevara en las siguientes fase a brindarse un nivel de cuidado y atención emocional erróneo, sin atender a la necesidad real.
- Interrupción en la fase de conciencia:
Es la fase del “darse cuenta”, en la que la persona empieza a interpretar sus sensaciones y las organiza, identificando la necesidad o el deseo que esta emergiendo (hambre, sexo, sed, contacto). Con esta toma de conciencia se descubre, nombra y comprende sensorialmente lo que se mueve dentro de nosotros, lo cuál estimula a orientarse y actuar.
La necesidad de comer compulsivamente no atiende ni se corresponde a una sensación de hambre física. La necesidad encubierta en la sensación que emerge, realmente corresponde a un hambre de caricias, una necesidad emocional y no tanto física. El contacto con ese vacío, emoción, sentimiento y/o necesidad emocional puede resultar muy temeroso o doloroso, que la comida se torna bálsamo emocional y la fuente ilusoria de amor y caricias para llenar el verdadero hambre, un hambre psicológico.
- Interrupción en la fase de energetización:
La toma de conciencia de una sensación conlleva una activación de elementos volitivos y afectivos que energetizan al individuo, moviéndolo hacia el logro de aquello que le permita satisfacer su necesidad.
Lo que falla es la movilización de la energía, en vez de predisponerse a una acción reparadora de dicha emoción, sentimiento y/o necesidad, la movilización de recursos va focalizada a una acción, comer compulsivamente, que tan solo servirá temporalmente para amortiguar dicha emoción.
- Interrupción en la fase de acción:
Es la capacidad para interactuar con el ambiente constructivamente, movilizándonos hacia el objeto de nuestro deseo, hacia lo que satisfará la necesidad emergida.
En este sentido, el comedor emocional interrumpe la acción en tanto en cuanto retroflexiona. La retroflexión es un mecanismo defensivo que sustituye al ambiente por uno mismo, dirigiendo la actividad hacia el interior cuando la necesidad real es dirigirla hacia el exterior. Por ende, el comedor emocional calla y reprime sus emociones y necesidades por la interferencia de ciertos mandatos, creencias y decisiones de guión que le impiden conectar con el permiso para expresarlas y atenderlas de manera genuina. La comida y el juego psicológico de la compulsión se convierten en una estrategia aprendida para reprimir esa emoción, para “tragarla” con comida, aun sabiendo que no el medio mas adecuado para una óptima gestión de la misma.
- Interrupción en la fase de contacto y la fase de realización:
El contacto es el encuentro del sí mismo y el otro (o lo otro). Se pasa de una vinculación significativa, a una fusión momentánea en la que desaparecen las fronteras. El contacto es la antesala de la realización, pero no siempre tiene porqué haber contacto con satisfacción. La realización es el placer del afecto, es la experiencia del contacto, el punto culminante que permite retirarse estando plenamente satisfecho.
El hecho de no comer por necesidad sino mas bien por deseo (emocional) nos lleva a contactar de manera disfuncional con la comida. La fusión hacia la comida enmascara la fusión anhelada y temida del contacto con el otro. En el comedor emocional y compulsivo puede haber miedo a la intimidad y miedo a la confianza. La comida no nos juzga. Nos hemos convencido de que si el amor que nos llega de las personas nos da miedo, creamos un puente entre la persona y la comida, siendo esta fuente potencial de amor, protegiéndonos de la vulnerabilidad que sugiere dejarnos tocar por el otro.
- Interrupción en la fase de retirada:
La retirada es consecuencia de la plena satisfacción de una necesidad, la cuál conduce hacia el descanso necesario, permitiendo comprender lo sucedido y conectar con uno mismo desde la quietud, dando entrada a la conexión de nuevas sensaciones que emergerán desde el fondo para tornarse como figuras.
En este sentido, la problemática del comedor emocional radica en la incapacidad de interrumpir su ingesta compulsiva, dado que la necesidad real que emergió y que le llevo a refugiarse en la comida no ha recibido la atención necesaria y pertinente para ser trabajada y cubierta. Los sentimientos que siguen a la ingesta desmedida, son insostenibles para la persona, de ahí que siga amparándose en la comida para amortiguar no sólo, los vacíos y/o sentimientos dolorosos de origen, sino también para tomar distancia con la culpabilidad y frustración que alberga tiempo después de la compulsión.
POSTRE: CONCLUSIONES. EL PROCESO DE LA SANACIÓN
La compulsión por la comida deja entrever desesperación a nivel emocional. La gradación de la compulsión se corresponde con el tamaño de la carencia emocional. Los problemas de alimentación emocional se convierten en una estrategia, aprendida y de supervivencia, para gestionar y exteriorizar asuntos del corazón. Nos volvemos compulsivos por las heridas que recibimos en el pasado y de las decisiones que en aquella época tomamos respecto de nuestra propia valía y que son, en última instancia, decisiones sobre si somos o no dignos de recibir amor.
Asumiendo la variabilidad e individuación de cada ser humano, lo cierto es que existe un rasgo común entre el colectivo de personas, entre las que me incluyo, que encuentran en la comida la perfecta y a la vez ilusoria “tirita” para cicatrizar sus heridas arcaicas y/o llenar anhelos emocionales. El denominador común a todas ellas reside en el hambre y anhelo de caricias emocionales, de ahí que el problema con la comida no sea más que la punta del iceberg.
Es importante tener en consideración que quién se relaciona con la comida ,bajo las directrices de sus emociones, es la parte herida del estado Yo Niño, el cual aprendió a refugiarse en el alimento físico para sobrevivir a un entorno carente de caricias.
Por ello, será importante dirigir las intervenciones terapéuticas a sanar las heridas arcaicas del paciente y desde su Yo Adulto brindar el cuidado y atención pertinente que su Yo Niño necesita. Pasamos a ser marionetas de nuestras propias emociones y sentimientos, los cuáles dirigen y cimentan una relación que, aunque a corto plazo nos reporta beneficios, a largo plazo descubrimos que no son mas que caricias negativas disfrazadas de positivas. Si bien es cierto que la compulsión ha cumplido una función de supervivencia en la escena temprana, será importante trasladar el mensaje de que la escena presente tiene diferentes matices, por lo que no necesita refugiarse en la compulsión para sobrevivir. ¿Por qué?: ¡Es momento de empezar a vivir!.
BRINDIS POR: AGRADECIMIENTOS
Ha sido un placer compartir con vosotros este amplio y sabroso menú. La elaboración, de cada uno de sus platos, no ha sido nada fácil puesto que sus ingredientes conectaban con circunstancias y situaciones dolorosas de mi pasado y ciertamente, algo del presente. He de confesaros que ha habido ocasiones dónde mi cocina ha estado con los fogones a punto de explotar, otras dónde decidí dejar de cocinar porque me sentía impotente, pero lo único que tengo claro es que ha sido un rico y sabroso proceso de aprendizaje. No sólo he descubierto de mi grandes escondites sino que también he tomado conciencia del hambre real que alberga en mi persona y que se esconde detrás de estímulos insinuantes y complacientes como la comida.
Os he cocinado con y desde el corazón, porque creo en la potencia del amor. Gracias por el respeto, amor y aceptación con la que me habéis “probado”, porque de no ser así no me hubiese dado el permiso para enseñaros este aspecto tan íntimo de mi. Y a ti, Pepe, GRACIAS.
REFERENCIAS
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Cuadra Pérez, Jesús (1998). Las necesidades humanas y su satisfacción.
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Erskine, R.G., Necesidades relacionales. Recuperado de Instituto Galene, Apuntes Mód, 1 (2016). Introducción a la Psicoterapia Humanista Integrativa.
Instituto Galene. Apuntes Mód, 2 (2016). Análisis transaccional I.
Instituto Galene. Apuntes Mód, 3 (2016). Análisis transaccional II.
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[1] Extraído el 13 de Marzo de 2016 de http://www.centta.es/articulos- propios/las-seis-diferencias-y-mucho-mas-entre-hambre-fisico-y-hambre- emocional.
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Cohen, M.A. (1997). Tostadas y mermelada para el desayuno. Hacer las paces con la alimentación emocional. Madrid: Editorial Pirámide.
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Roth, G. (2014). Cuando la comida sustituye al amor. Barcelona: Editorial Urano.
Stewart, I., Joines, V. (2014). AT hoy. Una nueva introducción al Análisis Transaccional. Madrid. Editorial CCS.
Ana Bellido LLopis
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