La expresión del miedo
01/10/2012
INTRODUCCIÓN
La psicología humanística es un acercamiento polifacético a la experiencia y conducta humana que centra su atención en la singularidad del hombre y en su auto realización (Misiak y Sexton, 1973).
Muchas culturas han desarrollado la creencia de que el miedo es una debilidad que se tiene que vencer o dominar. Esta actitud tiende a crear la represión del miedo – el miedo del miedo – un bloqueo que impide su integración. En realidad, el miedo es una emoción universal, necesaria y esencial basada en una respuesta biológica a la percepción del peligro real o imaginario. Pero en la mente humana el miedo suele estar mal gestionado por no indagar en sus señales amenazantes. La Psicoterapia Humanista Integrativa (PHI) se propone trabajar con la expresión del miedo para destapar el miedo esencial e integrarlo en la vida de las personas. Este proceso de maduración del miedo contempla que muchos miedos son desviaciones de un miedo más fundamental que reside en la base de la personalidad. Sin embargo, el miedo puede prevalecer en todos los niveles de la psique humana hasta llevar a una persona a vivir en un estado de miedo constante. Para evitar reconocer esta sensación, muchas personas se anestesian del miedo.
Trabajar con mi propio miedo en terapia ha sido de lo más dificultoso, fructífero e importante para mi vida. Para mi sorpresa, me encontré con una escasez de métodos psicoterapéuticos para expresar mi miedo directamente. Pero ahora descubro que la PHI ofrece un modo coherente para abordarlo. En la PHI se pretende establecer un fuerte vínculo entre el terapeuta y el paciente para que este lo acompañe de una manera emotiva y respetuosa sin añadir consejos ni interpretaciones innecesarias. El permiso para la libre expresión se convierte en un aspecto fundamental del proceso de confianza e integración de la persona. En este ensayo, voy a explorar primero la expresión del miedo en la PHI en general y luego su aplicación a diferentes tipos de miedo, todos ellos aspectos importantes en mi proceso personal: la ansiedad, la duda, la timidez, el miedo traumático, el miedo existencial y el miedo espiritual.
La expresión emocional había adquirido mayor importancia en las psicoterapias a partir de las terapias Reichianas, el Psicodrama, la Gestalt, y los trabajos de grupo. En vez de ‘hablar de’ la emoción, el énfasis se pone en la expresión directa de la sensación sentida al nivel somático sin dañar ni a uno mismo, ninguna persona y ningún objeto. En la terapia corporal, se invita al paciente a cargarse de su emoción acumulada para poder expresarla, moviéndola hacía fuera y así descargarla. En mi experiencia, una vez adquirido el permiso y la capacidad de expresión emocional, es relativamente fácil aprender a expresar la rabia y la tristeza, lo cual produce una cierta relajación. Sin embargo, la expresión del miedo tiende a ser más compleja y difícil. La razón de dichas dificultades a la hora de expresar el miedo es, en parte, la prevalencia de una gran variedad de miedos, todos manifestándose de maneras distintas. Así, el miedo requiere una expresión acorde con la personalidad del paciente, las necesidades del momento y el tipo de miedo. Por otra parte, al ser una emoción especialmente desagradable, desconcertante y conectada con las heridas más profundas, se produce a menudo una gran resistencia a la hora de entrar en su expresión y ‘la ilusión de invulnerabilidad’ (Paéz et al., 2001). Este rechazo hace que el miedo pueda convertirse en un tabú. ¡Recuerdo con asombro un grupo de dieciséis hombres en el que doce negaron tener miedo alguno al principio de la terapia! Parecía que admitir el miedo era una señal de debilidad. Finalmente, todos fueron capaces de reconocerlo. Para contrarrestar estas resistencias, se ha de acompañar el miedo con mucha paciencia como si fuese un niño asustado, dándole permiso para admitir su vulnerabilidad y expresarse libremente.
Con tiempo y práctica se puede aprender a expresar los miedos desde el cuerpo con congruencia, alineando los gestos, con las palabras y los sonidos. También se busca coherencia entre cómo y qué se expresa, que el uno sea acorde con el otro. Si la expresión no es coherente o congruente, es posible que sea un sentimiento parásito, algo ‘artificial, repetitivo y estereotipado que sustituye un sentimiento auténtico’ (English, F., 1971). Sentimientos parásitos, como pueden ser los celos, la culpa, la duda, la vergüenza, la confusión o la obsesión, representan prohibiciones de sentimientos auténticos. Al no haber incorporado un modelo adecuado para gestionar el miedo en su infancia, el paciente adopta una serie de comportamientos falsos. Uno de los trabajos iniciales (y continuos durante el todo el proceso de la terapia) es la descontaminación de los sentimientos parásitos para rechazar todas sus prohibiciones.
Una vez llegado al sentimiento auténtico, el trabajo consiste en adentrarse activamente en el miedo y rodear la contracción con presencia y amor. Si el peligro es real sería un miedo lógico que requiere un apoyo ‘horizontal’, de igual a igual para atenuarse. Los miedos ante cosas potencialmente peligrosas o imaginarias suelen necesitar un trato ‘vertical’ en el que el amor parental puede calmar y proteger al paciente. Según la PHI, el miedo a la pérdida del amor parental, el miedo al rechazo o al abandono, reflejan el miedo existencial. Todo miedo es una respuesta biológica del sistema nervioso ante el peligro. Los animales se ponen en estado de alerta para protegerse mediante la huída o bien la lucha o bien la inmovilización. Parte del trabajo con el miedo es transformar esa tendencia biológica en un acto de consciencia: la huída puede partir de la evasión inconsciente o de una sabia retirada a tiempo; la lucha puede partir de una reacción frenética o de un contra-ataque necesario; la inmovilización para ‘hacerse pasar por muerto’ puede partir de la pasividad o de la quietud y la rendición. En general cuando el paciente elude, reacciona o entra en la pasividad es evidente que hay un miedo inconsciente a destapar y transformar en la terapia.
La ‘expresión emocional’ no es solo la ventilación consciente de la emoción si no que incluye también material ‘inconsciente’ que sale de una forma oculta o indirecta a través de procesos paralelos, palabras y gestos automáticos. En Gestalt, parte del labor de un psicoterapeuta consiste en iluminar la expresión inconsciente de los miedos usando métodos como el proceso de darse cuenta, la exageración de gestos o el diálogo con el síntoma. Tales métodos propugnan la fenomenología: una expresión sentida y anclada en vivenciar el aquí y el ahora (Bacardí. J., 2001). Por contraste, el Psicoanálisis ofrece menos vías de expresión, siendo típicamente más estático. El Psicoanálisis hace mayor hincapié en el análisis de los mecanismos de defensa, las fantasías, los lapsus, los sueños y el proceso transferencial/ contra-transferencial entre paciente y terapeuta. Así, con su análisis, el terapeuta puede ayudar a su paciente a canalizar mejor sus mecanismos inconscientes para satisfacer las pulsiones de sus deseos naturales.
El Análisis Transaccional (AT) aporta un acercamiento paulatino y protector a la expresión del miedo. En el AT se observa, entre otras cosas, los estados del Yo – el Yo Padre, el Yo Adulto y el Yo Niño – en sus diferentes manifestaciones dentro de la persona (el análisis estructural) y en relación con los demás (el análisis funcional). Se diferencia entre un Padre Crítico y un Padre Nutritivo y también entre el Niño Sumiso, el Niño Rebelde y el Niño Libre. Por ejemplo, el miedo al rechazo puede manifestarse como un reflejo de un Padre Crítico que siembra el miedo a fallar, a no ser suficiente o a no dar la talla. Como respuesta, el Niño Adaptivo reproduce un ambiente de opresión vivido anteriormente. Durante la terapia, la persona aprende a expresar estas voces oprimidas y opresivas con el fin de desarrollar un equilibrio entre un Padre Nutritivo, un Adulto destacado y un Niño Libre o espontáneo. El AT permite indagar en otros procesos ocultos como los juegos psicológicos, los impulsores, el guión, y los mandatos, mensajes aprendidos de niño que suelen ser maneras de sobrevivir y protegerse del impacto del miedo profundo. En AT se fomenta un profundo respeto a esas defensas construidas para no desmontarlas antes de tiempo y dejar a la persona ‘desnuda’, sin protección. El despertar de la conciencia, la espontaneidad y la intimidad “puede dar miedo y hasta puede ser peligroso para el no-preparado.” (Berne, E., 1966).
El terapeuta de PHI suele estar formado en varios de estos métodos que examinan las expresiones naturales e inconscientes del paciente. La PHI reconoce también que existen personas desestructuradas que necesitan otro trabajo de constancia y estructuración antes de expresar sus miedos directamente, como pueden ser los ‘borderlines’ u otras psicopatologías. Muchos de ellos viven al borde del agotamiento físico y emocional por la escisión del yo, la separación de sus mundos internos. Esta división está acompañada por un miedo extremo basado casi siempre en la experiencia traumática infantil. Por eso, aunque la expresión del miedo puede ser de gran alivio, también puede desestabilizar, especialmente en casos de psicopatologías. Hay otras personas a quienes les cuesta nombrar y reconocer sus emociones, una condición que se llama alixitimia. En estos casos, se puede trabajar desde la somatización que suele ocurrir. El miedo se manifiesta de muchas maneras pero se somatiza especialmente en la boca del estómago, la garganta, el pecho, las lumbares, en la falta de aire, el vértigo y la contracción muscular generalizada.
Se ha de trabajar al ritmo del paciente, no al ritmo impuesto por el terapeuta. También es importante asegurar que el paciente nunca va hacer algo que no quiera hacer, recordándole las reglas básicas de la terapia: la no-violencia, la no-sexualización, la confidencialidad y el respeto a los horarios de inicio y finalización de la sesión. El buen trato mutuo es esencial para fomentar la confianza y expresar emociones vulnerables como el miedo. En general, los miedos emergen en la terapia como ‘capas’ detrás de las cuales se destapan otras emociones. En la superficie está la ansiedad: la contracción ante un futuro temido y en el fondo está la emoción de base, el rey de los miedos, el miedo existencial. Entretanto emergen dudas, confusión, fobias, y los miedos a perder el control, ser invadido o ser rechazado: los miedos que suelen ser asociados con el trauma.
2. La Ansiedad
En primer lugar tratamos la ansiedad que es la presión vivida de cara a una amenaza real o imaginaria. Como todos los miedos, la ansiedad tiene una función auto-regulatoria para activar la huída o la lucha, o para inhibir la acción congelándose. El estrés se procesa en la amígdala, una parte central del cerebro en forma de almendra donde se almacenan las señales de amenazas inminentes para recordarlas en el futuro. Durante un evento traumático, el cerebro se satura con cortisol y adrenalina para poder responder inmediatamente. Por eso, los miedos intensos suspendan la actividad cognitiva momentáneamente para permitir actuar rápidamente, pero a su vez, provocan efectos secundarios como el temblor, la disociación y una percepción distorsionada. Más tarde si otro evento lo recuerda de nuevo, salta la ‘alarma’ del peligro en la amígdala y se suspende varias de las funciones cognitivas para poder defenderse adecuadamente. Muchas veces la ansiedad va acompañada de pensamientos catastróficos y una sensación corporal de presión en el pecho. Otros síntomas incluyen la sensación de impotencia, la respiración rápida y alterada, temblores y a veces cambios de temperatura del frío al calor. En un ataque de pánico estos síntomas son más extremos y pueden ir acompañadas de hiperventilación, taquicardias y hormigueo en las extremidades. Por ello, a veces resulta esencial emplear técnicas de respiración, expresión corporal y relajación para poder controlar mejor este estado.
En la PHI, se propicia una buena preparación y análisis desde el AT que incluye un Análisis Estructural y un Análisis Funcional. Es especialmente útil observar los impulsores que Taibi Kahler (1979) define como: “conductas sutiles que muestran el inicio de comunicación fallida y angustia respecto a uno mismo u otros: Se Perfecto, Se Fuerte, Esfuérzate (o Trata más), Date Prisa (o Apúrate), y Complace”. Cada impulsor es una conducta que refleja un contramandato o mensaje aprendido de pequeño para conformar y ser aceptado. Los impulsores están descritos con precisión para que el terapeuta PHI pueda llegar a observarlos en detalle percibiendo ciertos gestos, comportamientos y tonos de voz breves e inconscientes. Cada uno refleja un cierto tipo de ansiedad. Por ejemplo, una persona que manifiesta el impulsor ‘complace’ tiende a temer el rechazo. Si manifiesta el ‘esfuérzate’ podría temer estar sin dirección o si muestra el ‘se perfecto’ tiende a tener miedo del fracaso. Si actúa con el ‘se fuerte’ tiene miedo a ser vulnerable o emocionalmente débil y el ‘date prisa’ puede representar la impaciencia – un miedo a detenerse y simplemente ser. Al descubrir qué impulsores se utilizan, es más fácil localizar el miedo y precisar un contrato terapéutico para su transformación.
De adolescente, yo recuerdo el deseo de eludir mi ansiedad y lo hacía atareándome y cumpliendo para complacer a mi familia y a mis profesores. Mi impulsor principal era ‘complace’. Desahogaba mis tensiones volcándome en los estudios, el deporte o incluso, con una cierta rebeldía, en el ocio. Así yo sobrevivía, incómodo en mi cuerpo y ansioso, con la sensación de estar condenado a un futuro predecible y desalentador. Ahora entiendo que un buen psicoterapeuta podría haberme acompañado para reconocer mis sensaciones corporales incómodas, y aprender de ellas. Además es posible desvelar el engaño del propio ‘guión’. El guión es un plan implícito de vida, forjado para satisfacer las necesidades durante la infancia. La ansiedad se exacerba cuando entra en juego un ‘contraguión’ basado en mensajes contradictorios al guión original que refuerzan la idea de un futuro temido o catastrófico. Con el reconocimiento de estos mensajes ambivalentes, se logra admitir las necesidades arcaicas legítimas insatisfechas de la infancia (las NALI’s). Aprendiendo a expresar la necesidad y compartirla en la terapia es un paso importante para aliviar la ansiedad. Así, en vez de exagerar el peligro, se trata la ansiedad como una señal normal y necesaria para protegerse de una posible amenaza saliendo del guión y reduciendo el estrés. Esto nos permitirá de escoger un guión de éxito: un plan de vida realista basado en criterios propios. En otros términos, la expresión de la ansiedad permite captar su mensaje y responder de una forma apropiada en vez de exagerada y automática. Se aprende a ‘bajar el volumen’ de la ansiedad y valorar la posibilidad de un cambio interior.
Existen además algunos trabajos con la ansiedad que utilizan el peso y la presión que puedan animar a la persona a experimentar cómo se presiona en su propia vida. Se aplica un peso en el pecho o en el estómago y poco a poco se le incita a quitárselo de encima. ¡Este método tan sencillo nos ayuda a ver que la ansiedad puede convertirse en algo habitual! Al quitar la presión, se produce una sensación de ligereza y autonomía propia.
3. La Duda
Un ‘guión de perdedor’ acentúa la falta de confianza en los recursos propios ante situaciones complicadas. Se vive apresurado para cumplir con unas metas banales de comodidad o éxito, y se acaba atareado, insatisfecho y lleno de temor. En este vacío de inseguridad aparece la duda, un estado de cuestionamiento e incertidumbre mental basado en la ambigüedad. La duda es muchas veces un juego psicológico de ambivalencia e indecisión, una manera de evitar la responsabilidad y trasladarla a los demás. Aquí el terapeuta tiene que ayudar a separar este tipo sentimiento parásito de un sentimiento real. Se hace estimulando el sentimiento auténtico y reforzándolo con ‘caricias’ de aprobación. Si la persona está estancada en algún tipo de pasividad, se puede emplear un trabajo simbólico con ‘la Inmovilización’. Después de estar atado e inmóvil durante un tiempo, el paciente se conecta con su deseo de salir de ahí y desbloquear la duda y la pasividad. Al final, suele obtener la confianza en si mismo para decidir qué expresar y qué hacer (English, F., 1971). Otro método apropiado para trabajar con la duda es el proceso de ‘La Redecisión’ (Goulding, R., y Golding, M., 1966) en el que el paciente hace una regresión hacía las experiencias que han confundido su capacidad de tomar decisiones. A menudo, la pérdida de confianza ha creado un bloqueo a la hora de tomar decisiones, lo que los Gouldings llamaban ‘un impasse’, provocando una tendencia hacía la duda. La Redecisión ayuda fomentar la confianza en los recursos propios con el reprocesamiento de la experiencia en el aquí y ahora permitiendo la libre expresión de las emociones para deshacer las creencias limitadores de los mandatos del guión.
En el proceso de terapia, el terapeuta traslada la confianza en si mismo hacía el otro. Él ya confía en si mismo y también en las cualidades de su paciente, quien a su vez va adquirir confianza primero en su terapeuta, si este lo merece al nivel ético y humano, y en el transcurso de la terapia, en si mismo (Zurita, J., y Chías, M., 2009). Al igual que la autoconfianza se desarrolla en el transcurso de toda la infancia, en la terapia la autoconfianza se alcanza en un proceso lento y constante. Cuando surge la confianza propia, la duda parasítica se disuelve y se transforma en la habilidad de cuestionar la verdad aparente y mantenerse presente en medio de la inseguridad del no-saber. La duda sana, entonces, forma parte de un proceso creativo de aprendizaje. Con la expresión de la duda se busca encauzarla para saber estar ante lo desconocido con coraje, firmeza y, a veces, sin respuestas racionales.
4. La Timidez
La expresión del miedo al ridículo, o el miedo a perder el control emocionalmente, es a menudo el primer paso en la terapia. El sentido del ridículo y exposición inhibe la expresión sentida de la emoción. En la terapia de grupo es más fácil de superar cuando uno inspira al otro con sus sonidos, gestos y expresiones compartidas. En terapia individual, el terapeuta puede mostrar al paciente cómo expresar su miedo al ridículo. Por ejemplo, la silla vacía puede emplearse para facilitar la libre expresión mediante un diálogo entre el Niño Adaptivo y el Padre Crítico. Otro método eficaz es enfocarse en los ‘asuntos pendientes’ que inhiben a la persona. Poco a poco se aprende en un ambiente protector a sentir y mostrar la emoción ante el otro, a llorar, gritar, temblar y alegrarse, con el fin de recuperar y aceptar a ese Niño Libre que en su infancia sabía perfectamente cómo expresarse. Existe un método de trabajo grupal que se llama ‘Pushing’ que consiste que en dos personas sujetan al paciente por los hombros y uno actúa como la voz critica. Lo importante es conseguir que el paciente expresa no sólo la rabia sino también su poder de atrevimiento para salir del temblor y la contracción del miedo. Después de expresar los miedos es necesario recibir un consuelo cálido, llamado ‘reconfortamiento’, en los brazos de alguien elegido anteriormente por el paciente, un ser querido. Además, el amor real e incondicional vivido en la relación terapéutica colma las carencias afectivas y produce seguridad. De esta forma, se experimenta que el amor es realmente el antídoto del miedo.
En mi propia juventud, la timidez era muy destructiva. Me trastornaba el miedo a la burla y la imagen de inseguridad que yo creía proyectar. Yo deseaba huir del malestar a toda costa pero no sabía cómo. Ahora entiendo como este auto-juicio solitario reflejaba mi vergüenza o el miedo a no valer, produciendo un sentido del ridículo, un ‘trágame tierra’. Yo sentía una mezcla de una gran necesidad de reconocimiento unida al miedo al rechazo y a verme expuesto ante los demás. Al rechazar la timidez, esta se convertía en un tabú y si alguien la mencionaba me incomodaba aún más.
Curiosamente, hablar abiertamente de mi timidez en terapia de grupo me ayudaba. Descubrí en mi mucha pasión frustrada por haber contenido mi espontaneidad y al permitirme expresarla empecé a arriesgarme más. El terapeuta me estimulaba bastante con la confrontación, algo que me hizo encarar el miedo a la autoridad y el miedo a dañar al otro. Con el tiempo, aprendí a tomar más iniciativa en mis relaciones diciendo lo que siento directamente y fomentando mi auténtico interés por el otro. ¡La timidez es muy egoísta y obsesiva! Así, la timidez dejó de ser una tortura y se convirtió en una experiencia de vulnerabilidad y sensibilidad en momentos susceptibles. En la terapia, aprendí a expresarme emocionalmente y arriesgarme más lo cuál fue la clave para transformar mi timidez. Además de la terapia, el PHI requiere un proceso continuo de atención, expresión, aprendizaje e integración en la vida diaria. Tras aprender a expresar el miedo se refuerza el trabajo tomando pequeños riesgos y relacionándose con los demás de una forma más atrevida. Yo aprendí a admitir mis errores, a recibir critica constructiva, y con el paso del tiempo, a desafiar la timidez acercándome a personas y situaciones nuevas. Más tarde, fue muy gratificante poder hablar en público y dirigir grupos de terapia.
5. El Trauma
El miedo traumático tiende a descolocar y congelar a los que lo sufren provocando una gran necesidad de protección. Normalmente, se asocia el trauma con un miedo real y tangible: el resultado de una exposición a un acontecimiento estresante inevitable que sobrepasa los mecanismos de afrontamiento de la persona (Janet, 1919). El estado de conmoción produce distintas reacciones inmediatas como la sumisión, la agresividad, la huida o incluso la temeridad. Cuando el miedo sobrepasa el umbral de la capacidad de integración de la persona, se produce una fragmentación disociativa entre la parte cognitiva y somatosensorial. Esta herida se almacena como una fijación y suele crear un patrón de conducta basado en el miedo. La expresión del miedo traumático en la terapia suele implicar el uso de una técnica de regresión para acercarse al acontecimiento. Es importante recordar la tendencia disociativa y la necesidad de un fuerte vínculo protector antes, durante y después del trabajo con el trauma. Al ser un estado de hiper activación, la expresión del miedo se hace para reducir el estrés y volver el paciente a recuperar el equilibrio. Por ende, el terapeuta debe apoyar una activación menor y buscar la integración de los aspectos fragmentados de la personalidad.
En caso de trauma, puede ser útil revivir la experiencia para poder integrarlo de otra manera. Estos trabajos tiene que ser llevados en un ambiente protector sin sobrepasar el límite del miedo que provoca de nuevo la disociación o crear una nueva traumatización por el sobre estímulo. Se puede entrar en la parálisis corporal mediante la inmovilización creando una ‘estatua’ del miedo. Esto refleja la congelación corporal que suele suceder en principio ante un trauma. Se puede incitar la expresión de la conmoción dentro de la parálisis con inhalaciones abruptas que llegan a la descarga del dolor. A veces se manifiesta el trauma en forma de espasmos. En estados de miedo extremo o pánico, los ojos se abren y se forma un grito primitivo de terror, expresado en la terapia con o sin sonido. Al salir de la parálisis, se anima la persona a temblar dejando salir el sonido de su miedo durante un buen rato. El temblor tiene que sentido de dentro hacía fuera. Todas estas expresiones deben ser ligeras y controladas al principio y solo ir a más cuando la persona se siente preparada y no mostra señales disociativas. La terapia grupal puede facilitar este proceso ya que se escucha otras personas liberando su miedo. Pero la terapia grupal no es siempre lo más conveniente dado la vulnerabilidad del trauma.
Cuando se expresa el dolor del miedo, es probable y normal que surjan otras emociones como la tristeza y la rabia. No se debe reprimir estas otras emociones pero tras expresarlas conviene enfocarse de nuevo en el miedo. Al finalizar la expresión del miedo la persona suele sentir frío, conviene entonces darle calor (con mantas y tacto) y mecerla suavemente (o invitarla a mecerse) como si fuese un niño en la cuna, calmándola con voz suave. El contacto debe ser progresivo, culturalmente apropiado y respetuoso, dado que el tacto puede provocar otro miedo del contacto corporal. Mientras tanto, se debe guiar a la persona para que exhale con calma y atención, relajando todo el cuerpo después del trauma revivido. Existen trabajos parecidos con métodos de expresión emocional como la inmovilización y el salir del encierro. Estos son solo apropiados con una preparación previa extensa y un vínculo fuerte y establecido con el terapéuta.
Todos estos métodos proponen inmovilizar y bloquear la salida del paciente durante un tiempo para poder revivir el miedo y liberarlo. Aparte de esto, existen la técnicas del EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por los Movimientos Oculares) y el ‘Brainspotting’ que proponen una manera rápida y eficaz para la integración del trauma y sobretodo las improntas inconscientes del trauma (Griffin, J. y Tyrrell, I, 2003). Este, y otros métodos como el arte terapia, pretenden crear un equilibrio inter-hemisférico para fomentar la integración del evento traumático. Estos métodos enfatizan la hipo-activación para reducir el estrés. La expresión del miedo de forma catartica no está aconsejada por pacientes con Trauma’s grandes y es importante que haya una buena preparación, observación, contención, reprocesamiento e integración paulatina y respetuosa del trabajo terapéutico (Janet 1925).
Sea cual sea el método, la expresión corporal del miedo traumático suele ser con temblores, la congelación y un cambio en la respiración. Existe el peligro de pensar que se libera el miedo cuando se expresa la rabia o la tristeza, y con el alivio sentido creer que se ha expresado el miedo adecuadamente. En mi opinión, para que sea eficaz, es importante que el miedo expresado refleje el estado corporal de conmoción vivido anteriormente. Por eso, se vuelve una y otra vez a la expresión de la emoción principal, el miedo, hasta que se desarrolla la resiliencia ante la memoria dañina del trauma.
6. El Miedo Existencial
El miedo más profundo y difícil de tratar es el miedo existencial. Amorfo y sin objeto particular, es el miedo que más pavor produce. De hecho, en PHI se dice que las fobias o miedos específicos son muchas veces mecanismos para evitar y no sentir el impacto del miedo existencial. Partiendo del trabajo del filósofo Heidegger (1889-1976), el miedo existencial se define como una respuesta al contacto con la posibilidad de no-existir, una reacción al estado genérico humano de vacío. En general, según Heidegger, la huída consiste en la evasión a través de la inmersión en distracciones mundanas. Se relaciona el miedo existencial en PHI con el miedo de un bebé a perder el amor materno. Según lo que propone la Teoría del Apego de Bowlby (1907-1990), la falta de una base segura en la relación con la madre debido a un parentamiento inseguro puede crear una predisposición para la angustia experimentada más tarde en la vida adulta. Bulimia, anorexia, agorafobia, y el consumo de sustancias adictivas son todos ejemplos de fobias de personas poco vinculadas al nivel afectivo, buscando inconscientemente el consuelo a sus miedos profundos (Zurita, J., y Chias, M. 2009).
La angustia del abandono se vive como adulto cuando ante la percepción de rechazo inminente se desencadena una sensación de vacío absoluto. En la teoría psicoanalítica se asocian esas angustias con estados conflictivos y no-resueltos en la infancia. Algunos psicoanalistas han sugerido que la angustia del abandono puede derivarse a diferentes fases de la experiencia sensorial del niño: la angustia de desmembramiento vivido entre 0 y 6 meses; la angustia anaclítica o de la separación de la madre entre 6 y 18 meses; y la angustia de castración vivida hasta aproximadamente los 7 años para reaparecer en la adolescencia. Yalom (1980) propone que es reduccionista sólo volver a la infancia como la fuente principal de la angustia. Según el, los miedos existenciales son misterios universales con sus conflictos propios que producen pavor durante toda una vida humana. Es este pavor el que ha de resolverse para dar sentido a estas cuestiones. Sean cuales sean las teorías de las raíces de la angustia, la cuestión pragmática en PHI sigue siendo cómo llegar a expresarla y resolverla en la terapia.
La expresión consciente del Miedo Existencial implica entrar en un terreno donde no hay mapas, un lugar desértico y abrumador: la muerte, el vacío, la soledad/aislamiento y la falta de sentido. Aquí surge el miedo a no-existir, a estar solo, a estar anulado y condenado a una vida carente de todo sentido. Una vez encarado el miedo existencial, es especialmente importante que el terapeuta brinde estructura y constancia. En este sentido, el terapeuta actúa como una madre que tiene que estar atenta de diferentes maneras durante todas las edades emocional y necesidades de su hijo. Por ende, la escucha activa tiene que estar muy desarrollada. El terapeuta no vive este miedo de la misma manera que su paciente por mucha que sea su comprensión. A una persona que está en este estado le cuesta hablar, pensar, recordar o mantener sus facultades cognitivas básicas.
Como dijo Heidegger, en vez de la evasión del miedo existencial, se precisa un enfrentamiento directo con él, pero siempre en cuando la persona esté preparada para ello. En mi experiencia clínica, el paciente, al enfrentarse al vació, descubre la aversión a sensaciones muy desagradables, las de sentirse solo, sin amor y abandonado. Es precisamente esta aversión la que se ha de expresar emocionalmente para luego, con paciencia y amor, invitar a la persona a volver al vacío, estar presente en él y aceptarlo. A veces se emplea el ‘Salir del Encierro’ con este propósito, confinar a una persona utilizando cojines y colchonetas y conteniéndola con la presión grupal. Cuando se ve incapaz e impotente para poder salir, el paciente llega a conectar primero con el miedo existencial. Al salir, se recupera su capacidad de expresarse libremente y un sentido de poder con el miedo profundo.
En las enseñanzas del Buda se hablaba también de un estado de vacío ante la disolución del yo llamado ‘Anatta’ (Rahula, 1974). El Buda mantenía que no existe ni el alma ni la esencia del yo: “todo lo condicionado es transitorio, todo lo condicionado es parte del sufrimiento, y todos los ‘Dhammas’ (realidades) son Anatta” (Dhammapada XX; 27.28. 29). El Buda advertía además de que sin la instrucción adecuada esta realización podía ser aterradora. En mi experiencia, el miedo más profundo es cuando pierdes toda noción del yo. ¿Qué queda, entonces, cuando la personalidad deja de realizar su función y se pierde toda identificación con el yo? En estos momentos, uno se enfrenta al vacío absoluto. En este estado, aparece a menudo la rendición, la relajación y la paz. Requiere mucho coraje enfrentarse a este estado de aniquilación. En su libro ‘El Coraje de Ser’, Tillich (1952) proponía que el coraje espiritual consiste en estar abierto a una experiencia del ser que puede transcender la distinción entre ser y no-ser. Según él, sólo el trabajo de “aceptar la aceptación” puede crear la resiliencia y el valor de ser. Como primer paso para dar sentido a la vida, el hablaba del ‘coraje de la desesperación’ que significa sacar lo positivo de una experiencia negativa. Esto puede llevar a la reconciliación con el vacío, con el terror de estar esencialmente solo e incluso con la muerte.
¿Entonces, cómo adentrarse en el miedo existencial? En términos sencillos se entra poco a poco, con respeto, determinación y perseverancia. Al entrar más directamente en la expresión del miedo es importante atender a todos los detalles de la sensación sentida como la presión, dirección, forma y temperatura experimentada en el vacío. El terapeuta debe ‘rastrear’ y seguir el ritmo de la persona sin prisas o ambición, ya que este estado es muy incómodo. Prestándole atención, la contracción tiende a cambiarse y puede incluso sorprender cuando se convierte en excitación, entusiasmo, necesidad o incluso claridad. Asistir a un cambio positivo después que el paciente haya experimentado el miedo existencial puede ser muy inspirador. Sin embargo, es peligroso imaginar que por haberlo transformado en un momento dado, se ha resuelto definitivamente.
La tranquilidad y el apoyo del terapeuta es esencial para ayudar al paciente a experimentar el miedo existencial sin aversión o huída. Además, no hay que olvidar establecer una relación sólida de Adulto a Adulto a la hora de tratar y a la hora de completar cualquier trabajo con los miedos existenciales. Pero al entrar en expresión emocional o en regresiones, es mejor adoptar un papel de Padre Nutritivo y tratar a su paciente como a un Niño Libre. A veces, el terapeuta se convierte en un hermano más joven e inocente tratando la persona desde su Niño Libre para poder ayudar la persona a entrar en contacto con ciertas necesidades desde la inocencia. Elaine Childs-Gowell (1979) cuenta como aprendió a diferenciar sus sentimientos de rabia y miedo jugando en la terapia con otro paciente en el rol de niño. Este método de regresión le llevaba a recordar cómo sus padres le forzaban a comer. Así, logró expresar la impotencia y el terror vividos. A partir de ahí, reconoció como el miedo de la coerción le había llevado a construir una coraza de rabia y racionalidad para defenderse. Al permitirse expresar el miedo, sus defensas disminuyeron.
A menudo, la persona en plena crisis existencial experimenta la sensación de desintegración. Existe un proceso grupal para trabajar el miedo a la desintegración en él que se da contención al paciente con las manos de todo el grupo. La contención ofrecida actúa como símbolo del contacto y la protección que necesita y puede aliviar la sensación de desintegración. En terapia individual se fomentan estas mismas cualidades con el contacto bondadoso, protector y constante de la relación terapéutica. Otro proceso valioso para enfrentarse al miedo de la muerte se llama ‘La Losa’ en la cuál se incrementa el peso con varias personas hasta que el paciente se ve inmovilizado e incapaz de salir. Bien llevado, es posible enfrentarse a la mortalidad, reconciliarse con ella, y reforzar el deseo de vivir plenamente. Con el apoyo del terapeuta y el resto del grupo se consigue salir y liberarse del miedo. En todo momento en estos procesos, el trato ha de ser desde el respeto, la compasión y el amor .
El miedo, entonces, no es un ‘enemigo’ al que vencer, sino un ‘amigo’ con el que vivimos continuamente y que tiene mucho que enseñarnos. El miedo enseña a poner límites y a pasar de una verdad aparente a la autenticidad. En apariencia tenemos miedo-de-algo pero en realidad subyace un miedo-sin-objeto unido al miedo de ser abandonado que puede provenir de la infancia. ¿Se puede resolver este miedo sólo con el amor? Sin duda, amor y protección son cualidades fundamentales en la vida e imprescindibles dentro del ámbito terapéutico. Pero es posible que priorizarlo únicamente pueda convertirlo en un enganche a la ‘necesidad’ de amor. Para ir más allá, es importante también explorar el nivel espiritual del miedo como parte de un proceso completo de integración.
El miedo a Dios, a veces llamado la deferencia, ha sido un aspecto fundamental de muchas religiones y a menudo se ha convertido en una ideología para culpabilizar y controlar a los fieles. Scheff (1988) ha dicho que la vergüenza es la emoción de la deferencia basada en la conformidad social dentro de muchos grupos incluyendo las religiones. En la cultura moderna, este uso político y religioso del miedo a Dios y la deferencia ha promovido una corriente de rechazo hacía la religión y por ende, la espiritualidad (Gilbert, P., 2010). Sin embargo, en el misticismo, el miedo a Dios tenía otro sentido valioso relacionado con la gracia y el temor reverencial, un estado que fomentaba la humildad. Según algunos filósofos como Kierkegaard (1813-1855), este tipo de miedo aportaba fuerza y fe. La fe en este sentido no partía de una devoción ciega sino más bien de la confianza en la vida misma, algo que se busca también en el ámbito de la PHI.
Se expresa este tipo de devoción en trabajos simbólicos como puede ser ‘llenar el vacío’. Es un trabajo de cierre en él que se recapitula sobre el amor recibido en momentos de miedo durante toda una terapia tejiendo dentro de una cesta o un objeto hueco. Tanto en la terapia como en el trabajo espiritual, llenar el vacío se convierte en una dedicación lenta y paulatina de refuerzo y reverencia ante todo lo que uno ha aprendido a integrar. Es el paciente quien decide cómo y cuándo cerrar su terapia, reforzando así su autonomía. El terapeuta le acompaña y le anima a seguir explorando hasta incluir los detalles menos destacados de su proceso terapéutico, tejiendo cada vez sus recuerdos en la cesta. Se acaba el trabajo dando las gracias a los seres que le han acompañado en el proceso de cerrar su miedo, tejiendo su gratitud hasta un cierre positivo.
Según Juliana de Norwich (1342-1416), una mujer mística que tenía visiones durante su enfermedad, cuanta más reverencia y temor se adquieren, menos miedos de otros tipos aparecen. Ella habla de ‘la dulzura del amor’ que acompañaba este estado de gracia. Trasladado al mundo de hoy, este miedo esencial sería el miedo a desaprovechar la oportunidad para realizarse en esta vida, la reverencia hacía la vida. En la PHI se trata el miedo también con el fin de dar un valor profundo a cada instante de la vida como parte de la auto-realización. En mi opinión, no hace falta ser creyente necesariamente para experimentar el aspecto espiritual del miedo y vivenciarlo en la terapia. Cuando uno se siente y se expresa con reverencia o asombro en la terapia se ve acompañado por un gran sentido de ‘dulzura’ y compasión. Este estado positivo está entre las metas básicas de la psicoterapia humanista integrativa – la transformación del miedo a través de su expresión.
7. Conclusión
En terapia, se fomenta el respeto a la vida, el respeto hacía los demás y el respeto hacía nosotros mismos. Para ser ‘integrativa’, la terapia debe llevar a la persona no solo hacía ‘el amor’ sino también hacía un estado de mayor paz y armonía. En este sentido, el trabajo orientado a destapar el miedo esencial puede ser considerado como una manera saludable de fomentar valores y cualidades. Entre otras cosas, nos puede enseñar la aceptación de nuestras limitaciones ante la ansiedad, la habilidad de mantener la calma frente a un gran miedo, y la confianza para valorar las oportunidades y los misterios que se nos presentan en la vida. En la terapia, después de la auténtica expresión de los miedos dolorosos y dañinos, cuando se alcanzan el respeto y la reverencia, los silencios adquieren un poder integrador. A partir de ahí, la expresión natural es desde la quietud en la que el miedo puede convertirse en asombro. En tales momentos, emerge una sensación de estar ante una aventura en la cuál la terapia puede ser tan solo un medio para alcanzar este fin. Uno empieza a tomar la dirección adecuada hacía dentro, hacía lo esencial, para dar sentido a la vida y para satisfacer la añoranza de paz.
“ El Amor lo conquista todo; rindámonos también nosotros al Amor.” Vigilio
REFERENCIAS
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