La dimensión espiritual de la pérdida
01/06/2016
1.- Resumen
Hay ámbitos terapéuticos donde no se puede obviar la importancia de la dimensión espiritual. El presente trabajo ofrece un estudio sobre esta dimensión y su integración dentro de un encuadre terapéutico. Quiere dar pasos hacia un acercamiento al sexto nivel de intervención que presenta la Psicoterapia Humanista Integrativa, así como la necesidad de formación y competencia de los terapeutas en esta dimensión.
2- Introducción / planteamiento general
En el marco de la psicoterapia humanista integrativa (=PHI) hay dos aspectos que considero fundamentales y son los que en este trabajo pretendo poner en comunicación: el duelo y la espiritualidad.
El valor del duelo en el proceso de vivir la propia vida y de vivirla sanamente es bien conocido por todos los que hemos recorrido esta maestría. La pérdida es constante en nuestra vida desde el momento en que somos concebidos.Entendida como un caminar ordinario que nos va construyendo; desde la pequeña pérdida en el día a día hasta momentos clave en la que nos separamos definitivamente de un ser querido, o de algo que nos era fundamento y sostén vital. El vínculo sano necesario nos fundamenta y nos lanza a la vida con entereza y seguridad cuando se da el proceso de separarnos para volver a vincularnos. El proceso del duelo es el camino a recorrer tras la pérdida.
La espiritualidad es el segundo aspecto y el más central para este trabajo. No es un ámbito tratado académicamente en PHI; únicamente insinuado como fundamental y en proceso de estudio y profundización. En la presentación de los cinco (=6) niveles de intervención J. Zurita nos dice:
Y por último quedaba un hueco vacío que durante algunos años dejé en interrogante. Salía un nivel más pero no tenía datos para darle un contenido y llamé a este esquema “el esquema de los 5 niveles” porque yo trabajaba en estos 5 niveles y me quedaba el último con una interrogación; después empecéa poner tímidamente espiritualidad y más tarde trascendencia, para terminar volviendo a denominarle Espiritualidad, y poco a poco he ido confirmando que este nivel es muy importante para todo el esquema. Incluye los contenidos más profundos del ser humano que tienen ver con la espiritualidad.
Los niveles de intervención pretenden ir a lo profundo de la persona, a ese nivel existencial que cura y sana desde la raíz. En realidad se trata de una concepción antropológica, una manera de entender a la persona, y desde ahí se trabaja terapéuticamente. Queda aún por indagar este nivel sexto. El más profundo. La espiritualidad, la trascendencia, el sentido… Es un tema ya bastante estudiado en diversos ámbitos psicoterapéuticos. Seguramente PHI pueda beneficiarse de todos ellos e integrarlos en su esquema.
He querido centrarme en el estudio del duelo porque, como veremos más adelante, es el ámbito existencial donde más frecuentemente nos podemos encontrar con temas espirituales en una sesión terapéutica.
Hay diversos presupuestos desde los que parto en este estudio.El primero es la concepción de que la verdadera salud es holística; la persona no “es” un órgano enfermo o un trauma determinado. Se trata de un self con multitud de facetas y ámbitos interrelacionados, todos necesarios; la espiritualidad es el que interactúa en todos y el que los sostiene; a todos afecta y por todos es afectada. Integrar esta dimensión se convierte en requisito terapéutico, igual que cualquier otra dimensión que estuviera escindida en un paciente.Entiendo que la vida por ser vida “es espiritual”. Puede haber a quien estas frases le suenen “poco científicas”. No es más que una expresión personal de lo que se puede concluir de los niveles de intervención en PHI.Recojo a continuación un hermoso párrafo de R.Trautman a la que estoy parafraseando:
En la medida en que nos sentimos más cómodos hablando sobre nuestro yo espiritual o nuestra vida espiritual, empezaremos a ver que no hay diferencia entre “mi vida” y “mi vida espiritual”: estar vivo es estar espiritualmente vivo. Como con cualquier otra dimensión de nuestro ser, podemos ser más o menos consciente de ella (p.35).
Como consecuencia de esto es que entiendo se trata de un único proceso terapéutico: espiritualidad y psicoterapia no son dos procesos diversos sobre la persona; se trata de un único proceso terapéutico donde es imprescindible incorporar la espiritualidad para que la persona sane en profundidad y a nivel global. La persona es esencialmente espiritual, si le negamos esta dimensión no podrá sanar en profundidad, en su totalidad, sea como sea que cada persona viva esta parte de su realidad. No hablamos por tanto de la espiritualidad como de un aspecto paralelo o complementario al proceso terapéutico.
Entre todos mis pacientes que se encontraban en la segunda mitad de la vida, es decir, con más de 35 años, no hubo ni uno cuyo problema más profundo no estuviese constituido por la cuestión de su actitud religiosa. Todos en última instancia estaban enfermos por haber perdido aquello que una religión viva siempre ha dado a sus seguidores. Y ninguno se curó realmente sin recobrar la actitud religiosa que le era propia. Esto es claro que no depende de una adhesión a un credo particular, ni de hacerse miembro de una Iglesia, sino de la necesidad de integrar la dimensión espiritual.(Jung, citado en Boff, 2009).
El tercer presupuesto es la necesidad de que los terapeutas conozcan, analicen e integren la dimensión espiritual en el proceso terapéutico; el proceso es relación, luego primero está conocer y vivenciar su propia contratransferencia espiritual. No se puede obviar el anhelo de muchas personas que necesitan reconexión con su esencia última y la sintonía en la relación de que nos habla la Psicoterapia Integrativa requiere en muchos casos integrar esta dimensión. (cf. Entrevista Maribel rodríguez).
Con todo lo expuesto hasta este momento queda explícito que el objeto de estudio queda circunscrito al momento terapéutico. El planteamiento es poder hacer consciente cómo responden paciente y terapeuta a la espiritualidad dentro de un encuadre terapéutico. No es objeto de este estudio cualquier otro acercamiento o acompañamiento fuera del encuadre mencionado como puede ser el ejercido por un maestro en la tradición Zen o un director espiritual en tradición cristiana.
3. Método
El presente trabajo es una revisión reflexiva de la literatura actual sobre la integración del ámbito espiritual en el marco de una sesión terapéutica. Más específicamente en el tratamiento y acompañamiento en procesos de duelo. La literatura científica estudiada es corroborada por la experiencia personal relatada en el último apartado. El estudio nos sirve para aportar intuiciones nuevas en el desarrollo de los 5 (=6) niveles de intervención en PHI.
4. Aclarando la terminología
4.1.- ¿Qué entendemos por espiritualidad?
En toda la bibliografía consultada nos encontramos que los autores se ven en la necesidad de tener que definir exactamente a qué se refieren cuando utilizan el término “espiritualidad”. Es importante delimitar bien de qué vamos a hablar porque el lector puede estar entendiendo algo distinto a lo que queremos presentar. Nos encontramos con personas para quienes “todo” entra dentro del ámbito espiritual, y otros para quien sólo queda circunscrito a lo estrictamente religioso/confesional.
Son muchas las definiciones que nos encontramos sobre la dimensión espiritual de la persona. Todas ellas coinciden en que se trata de las necesidades más profundas del ser, se trata del “sentido”, de la “trascendencia”, de el ir más allá de uno mismo inherente a la misma persona; tiene que ver con el significado de la vida y su propósito, con la relación con Dios o un ser superior…Es muy amplio el elenco de autores. Recojo aquí la descripción de George y CandidaKandathil, que ya se está haciendo recurrente en muchos estudios. Dijeron al respecto de la espiritualidad en la psicoterapia:
La espiritualidad es el proceso por el cual los seres humanos trascienden de sí mismos. Para aquellos que creen en Dios, la espiritualidad es la experiencia de la relación con Dios. Para un humanista, la espiritualidad es la experiencia de la trascendencia con otra persona. Para algunos puede ser la experimentación de armonía o unidad con el universo o la naturaleza en cualquiera de sus formas. Nos lleva más allá de nosotros mismos a un reino en el que “podemos experimentar una unión con algo mucho más grande que nosotros, y en esa unión encontrar mayor paz” (James, 1902/1958, p.395)… Para personas religiosas, la experiencia espiritual suele tener lugar dentro del contexto de su religión. Para otros tiene lugar en la estructura de sus ideales y aspiraciones. Pero la experiencia en sí es inexplicable e incomunicable en su totalidad, lo que James (1902/1958) describe como la “incomunicabilidad del transporte” (p.311).
Me convence los análisis de Cook (2004) para quien la espiritualidad tiene tres orientaciones básicas. Intrapersonal: la persona entra en contacto consigo mismo, con lo que es y siente, con la imagen valorativa de sí mismo, la aceptación existencial de sí; interpersonal: amistad, solidaridad, amor, verse en el otro, aceptar su realidad, el sentido del reconocimiento mutuo que da sentido a la existencia; y transpersonal: cuando se va más allá de sí mismo, de lo material y de los otros, búsqueda de referencia sobrenatural, confrontarse con lo divino, con Dios, el origen de la vida, algo no delimitado que da fundamento a la existencia. Son tres orientaciones que asumen la totalidad del mundo relacional de toda persona, por eso la espiritualidad es básicamente relación. Desrosiers y Miller (2007) de hecho hablan deespiritualidad relacional defiendo así al self en relación con la realidad. Interesante ver cómo para la psicoterapia integrativa es pilar básico la relación terapéutica, la definición de la persona como “relación”. Y de la espiritualidad como parte integrativa de esa relación.
Es hermosa la descripción que ofrece M. Rodríguez que dice identificarse con aquellas definiciones de espiritualidad que la presentan como “camino hacia nuestra identidad verdadera, siendo a la vez la meta de ese camino” (entrevista en Bonding). Meta y camino, de la vida, del sentido, de las relaciones, del existir, del ser feliz…
También es recurrente en estos análisis distinguir entre espiritualidad y religión. Ambas dimensiones están relacionadas, son incluyentes pero no coinciden exactamente. La dimensión espiritual abarca a la religiosa. Esta última, como bien explica Bermejo (2009) “comprende la disposición y vivencia de las persona de sus relaciones con Dios dentro del grupo al que pertenece como creyente y en sintonía con modelos concretos de expresar la fe y las relaciones”, y la dimensión espiritual “es más vasta, abarcando además el mundo de los valores y de la pregunta por el sentido último de las cosas, de las experiencias” (pp. 20ss). En este sentido hablamos aquí de espiritualidad: dimensión irrenunciable para toda persona, donde no todas dan el paso a la profesión de un credo específico (=religión).
4.2.- ¿Qué entendemos por “pérdida”?
En este trabajo asumo la concepción de pérdida/duelo ofrecida en PHI. Zurita-Chías (2009) nos dan la siguiente definición:
“El duelo es un proceso espontáneo que se produce en el interior de muchas personas de forma natural y por propia iniciativa tras una pérdida… Habitualmente hablamos de duelo cuando una persona está transitando un período de su vida en el que se dan una serie de emociones y conductas que están vinculadas con la pérdida de un ser querido. Es importante saber que este proceso también se pone en marcha cuando sufrimos otro tipo de pérdidas, como puede ser un fracaso personal, perder el trabajo, la necesidad de emigrar del país de origen…”. (p.15).
En el video ofrecido en el módulo 7 del máster J. Zurita ofrece en una charla todas las claves para entender la pérdida y el proceso de duelo; ahí nos deja muy claro que nos referimos a relaciones no a personas; no solo se trata de perder seres queridos, sino que las pérdidas son tan amplias como lo son las relaciones.
Lo que llamamos “duelo” es el proceso de ir respondiendo a esas pérdidas con la finalidad de recolocar nuestras vidas a la luz de una nueva situación. “Es la manifestación dolorosa de una situación de estrés intenso que sufre la persona en el proceso de ajuste a una realidad a la que le falta algo o alguien muy importante” (Rodil, 2013).
5. Espiritualidad y Psicoterapia – un camino recorrido –
Antes de hablar de la dimensión espiritual en el proceso de duelo quiero centrarme en un punto previo necesario, que es la incorporación del ámbito espiritual en el proceso de terapia general. El interés por el papel que desempeña la dimensión espiritual dentro del proceso terapéutico es cada vez más creciente. Desde aquellas primeras discusiones entre Freud y Jung hasta la amplia bibliografía con que contamos actualmente, hemos recorrido un largo camino.Se ha llevado a cabo un gran caudal de investigaciones de la relación entre la vida espiritual y el ajuste psicológico (Rivera y otros, 2014). Existen asociaciones especialmente dedicadas a esta integración; hay mucha bibliografía y artículos en revistas especializadas comoTransactionalAnalysisJournal. R. Trautmannen un artículo en esta misma revista nos presenta un resumen de contribuciones importantes de grandes terapeutas:
Muriel James escribió muy bellamente sobre el InnerCore del yo, también descrito como el Yo Espiritual o el Yo Universal (James, 1981; James &Savary, 1976, 1977). Morris (1972) y Edelman (1973) escribieron ambos sobre espiritualidad en términos de estados del ego. Lawrence (1983) y Steere (1983) escribieron artículos coincidentes sobre el arrepentimiento comparándolo con el proceso de redecisión descrito por el análisis transaccional. En 1974 Isaacson escribió un artículo en términos religiosos, y en 1999 Massey y Dunn escribieron extensamente sobre la espiritualidad vista desde el punto de vista de los sistemas familiares. Finalmente, George Kandathil y CandidaKandathil (1997) escribieron elocuentemente sobre el concepto de Berne de Autonomía como la puerta a la espiritualidad… (p.32)
Más actual es un estudio de febrero 2014 de toda la bibliografía al respecto desde 2008 a 2013 (Mestre y otros, 2014). Tras un largo análisis este estudio concluye:
Tras la revisión completada debemos tener presente que en los procesos terapéuticos es importante tener presente la dimensión espiritual de toda persona, tanto del terapeuta como del paciente e incluirla o no determinando las circunstancias. En gran medida tener en cuenta esta dimensión puede depender el éxito o no de una terapia. (p.6)
En varios de los artículos se resalta la necesidad de formar terapeutas en esta dimensión de la persona. Magaldi y otros (2011) subrayan los beneficios para la relación terapéutica de compartir el material religioso/espiritual: “La descripción de un momento religioso por parte del terapeuta conlleva un vínculo espiritual y una conexión profunda que desarrollado a lo largo de la terapia irá cambiando la relación entre ambos. Este vínculo ocurrido en toda persona espiritual, religiosa y no religiosa dotará de líneas de identidad entre ambos: psicólogo y el paciente” (citado en Mestre, 2014). Hay una evidencia empírica de la relación directa entre espiritualidad y diversos cuadros clínicos como depresión, cáncer y VIH-sida (Cotton y otros, 2005; Cromer y Rosenthal, 2006; Ironson y otros, 2008; citados en Rivera y otros, 2014, p.145).
Esta dimensión es tal en muchas personas que la autenticidad de un terapeuta no puede pasarlo por alto o aplicar sus prejuicios y preconcepciones al respecto. AgnetaSchreurs (2004) afirma: “las personas sienten profundamente la religión y la espiritualidad. Si se muestran apasionadas en este ámbito, su deseo es cuanto menos tan ferviente como el deseo sexual” (p.39). Por eso en cualquier relación de ayuda el terapeuta debería estar abierto a la aceptación de la dimensión espiritual para el mejoramiento de la salud del paciente. Por eso es una tarea irrenunciable para el terapeuta revisar sus propias creencias, porque éstas chocarán necesariamente con las del paciente, igual que lo hace en otras áreas fundamentales a lo largo del proceso terapéutico. Y “no sólo hacerlo, sino además permitir que eso también entre en la terapia. Para un creyente puede ser más fácil controlar la ansiedad que le produce el insomnio rezando o recitando unos mantras, que con otras técnicas. Debemos pues tenerlas entre nuestro arsenal terapéutico”. (http://blogs.lainformacion.com…).
Hay terapeutas que se definen explícitamente por su filiación religiosa, como los “Christian counselors”, y de esa manera te hacen saber el contexto en que su proceso terapéutico tendrá lugar. Otros quizá simplemente preponderen el trabajo espiritual en terapia. Sin embargo, en la mayoría de los casos, los terapeutas ni se definirán explícitamente ni enfocarán la terapia por el trabajo espiritual. Por ello, dependerá del paciente el preguntar al terapeuta, si es que esa dimensión le parece importante. Se podrá intuir también la orientación del terapeuta si éste pregunta por la vida espiritual al principio de la relación, cuando está conociendo al paciente, o por la forma que pueda tener de responder las preguntas que haga el paciente. (R.Trautman, 2003).
En los apuntes para el estudio del módulo 6 de la maestría PHI, donde se explican los niveles de intervención y la necesaria relación terapéutica, se nos comentaba que “la presencia del terapeuta proporciona un espacio seguro, en el que el paciente puede poner palabras a lo que le sucede y así sentir cómo esto afecta a su paciente. La protección que ofrece la relación terapéutica desde una perspectiva humanista es esencial para que el paciente se sienta seguro ante su proceso” (p.29). La dimensión espiritual debe ser también “asegurada” y “validada” por el terapeuta.
Y esto requiere que el terapeuta adquiera competencia espiritual, que se haga con las habilidades que se requieren, examinar su propia contratransferencia en este campo (cf. Rodil, 2013; Trautman, 2003). Bermejo (2012) enumera cinco aspectos sobre los que el terapeuta/counselor debe adquirir capacidad efectiva, no solo de conocimiento; son áreas para saber desplegar cuando llegue el momento:
1.- La conciencia del mundo interior, es decir, la capacidad de hacer conscien-temente conscientes los procesos interiores.
2.- La apertura al misterio, es decir, la experiencia de hambre de silencio y soledad, ver más allá de lo que vemos, leer el tiempo subjetivo…
3.- El reconocimiento de lo sagrado y valioso, es decir, la capacidad de comprender las cuestiones últimas, descubrir los valores, responder a los misterios de la vida, belleza, sufrimiento, muerte, amor…
4.- La construcción de un sistema de creencias coherentes, es decir, la elaboración delo que heredamos, de las creencias que todos tenemos, capacidad de ayudar a identificarlas, matizarlas, razonarlas…
5.- La vinculación afectiva, es decir, el tejido profundo de comunicación verbal y no verbal, intimidad emocional, implicación emocional en la relación, sentido de pertenencia que genera compromiso ético…
Algunos pueden pensar que esto nopertenece a la psicoterapia y que el encuadre terapéutico únicamente maneja aspectos emocionales, relacionales, cognitivos, sociales…Desde la tradición espiritual cristiana es abundante la literatura. Sé, por referencias. que también en otras tradiciones, pero la desconozco. Dos obras actuales son especialmente importantes:
- Schreurs, Psicoterapia y espiritualidad. La integración de la dimensión espiritual en la práctica terapéutica(2004): un libro práctico de cómo trabajar aspectos existenciales, cognitivos y relacionales de la espiritualidad en una sesión terapéutica.
- Cucci, La fuerza que nace de la debilidad. Aspectos psicológicos de la vida espiritual (2013): un estudio psicológico del deseo, los afectos, la ira, el miedo, la agresividad, la autoestima, el humor, la amistad… y cómo configuran la vivencia existencial/religiosa y de fe.
Ambos son psicoterapeutas experimentados; el primer libro se centra en el trabajo dentro de la sesión terapéutica; el segundo analiza detalladamente los dinamismos psicológicos que se mueven dentro de los espirituales. Mucho de lo expresado en estos libros es válido para otras tradiciones espirituales no cristianas.
6.- Espiritualidad y Duelo
Todo lo expuesto hasta este momento lo aplicamos ahora al proceso de duelo. En experiencias de pérdida, en PHI sabemos que la sanación completa va llegando cuando trabajamos niveles profundos. Se ha trabajado inmensamente el mundo emocional; los estudios se van abriendo cada vez más a incorporar el trabajo de la dimensión espiritual del duelo, ya no solo lo psicológico, porque el dolor nos coloca ante un dinamismo en el que la persona queda en “jaque”.
Hay muchos y grandes estudios sobre los beneficios que trae al proceso de duelo las prácticas religiosas y espirituales. L. Yoffe (2012, 2013) ha escrito varias publicaciones al respecto. Ha estudiado la sanación (healing)en el cristianismo, en el judaísmo, en el budismo tibetano; muestra cómo los credos religiosos ayudan a la superación de la pérdida de seres queridos por medio de la fe, la meditación, las creencias, la plegaria, el sentido otorgado a la vida y a la muerte…
La búsqueda y atribución de sentido es uno de los campos más importantes a trabajar en el proceso de duelo. Para Frankl (1986) el sentido es elemento central del existir humano, y atribuir sentido sería la motivación primaria del hombre. No es infrecuente encontrarnos con crisis de sentido cuando la persona se enfrenta a sucesos negativos/traumáticos. Sobre el sentido general del suceso y el sentido que la propia persona le puede otorgar. Según el valor y el propósito que se le dé a la vida así será afrontada la falta o no de sentido. Crisis de sentido, crisis emocional, crisis existencial, crisis por dudas de fe…
Un terremoto que deja sin sujeción, sin cimientos. Y pienso que PHI ofrece un esquema conceptual apropiado para la sanación profunda desde la “fe” (esquema de los niveles de intervención PHI), especialmente cuando se trata de personas que vivencian sus experiencias desde esta dimensión de sentido vital. Muchas personas necesitan acompañamiento en el ámbito espiritual tanto como en el emocional. De ahí la importancia de ser competentes en este área. “Quien pretende acompañar a una persona en duelo ha de prepararse para hacerlo desde la dimensión espiritual y hacerse más competente para ello” (Rodil, 2013).
Kelley y Chan (2012) afirman que creer en un Dios benevolente y sensible le da un papel importante al generar resiliencia en el afrontamiento de una pérdida significativa. Diversos estudios (Baldacchino y Buhagiar, 2003; Quiceno y Vinaccia, 2009; citado en Armando, 2014) remarcan el cambio que se da hacia una intensa vida espiritual y relación con lo divino en condiciones de salud extremas.
Zurita-Chías (2009) al poner en relación la confianza de relación terapéutica con el esquema de los niveles de intervención en PHI, hablan de FE como el modo de aparecer la confianza a nivel espiritual. Sería interesante poder profundizar en el sentido/significado que le conceden a esta FE.
Bermejo (2012) considera imprescindible que en el acompañamiento en el duelo se desarrolle la inteligencia y competencia espiritual, “es un elemento esencial de la sabiduría del corazón” (p.16). Es cierto que esto se aplica casi sin problemas en cuidados paliativos. Es válido y palpable ante la pérdida de un ser querido. Y podemos empezar a incorporar ya la espiritualidad a toda pérdida, las más pequeñas de la vida también. Porque toda pérdida nos abre en mayor o menor medida a la dimensión espiritual desde el momento en el que la persona se pregunta por el sentido.
Cuando la perdida es importante se trastocan todos los niveles de la persona; la persona comienza un proceso de recolocación del mundo, de la vida, de sí mismos, de Dios. Y la persona se percibe en ese proceso de verse sacudido profundamente y en el dolor. Tomar conciencia de la importancia de una persona en nuestra vida, y que ahora no está; o de una relación, o de unas expectativas, o una proyección de futuro… y que ya no están obliga a la persona a resituar.
En el proceso de duelo tenemos la oportunidad de “descubrimiento” y “despertar”, es una oportunidad para entrar a dimensiones y aspectos de mí que ignoraba, es una oportunidad de entrar en profundidad en quiénes somos (cf. Rodil, 2013). La dimensión espiritual, que para muchas personas puede estar dormida o ignorada, con las pérdidas importantes sale a flote y despierta en muchos de los casos. La pérdida pone ante los ojos todas las dimensiones humanas, y el dolor toca el cuerpo, la mente, el corazón, y entra hasta los entresijos más finos del alma. “Nos referimos con ello a una dimensión profunda que conecta toda la vida en un mismo hilo existencial y que pone en conexión el resto de las dimensiones de la persona entre sí” (Rodil, 2013).
La espiritualidad mira desde lo profundo por eso es ella la que, en situaciones de profunda zozobra existencial, permite afrontar desde la profundidad.El afrontamiento religioso espiritualfue definido así por Koenig y Pargament (1997), y es el “tipo de afrontamiento en que se utilizan creencias y comportamientos religiosos para prevenir y/o aliviar las consecuencias negativas de sucesos de vida estresantes, tanto como para facilitar la resolución de problemas” (en Yoffe, 2013, p.86).
PHI y el Instituto Galene tienen ya un campo avanzado de estudio para poder incorporar el sexto nivel de intervención en su actividad formativa y de práctica terapéutica.
7.- En mi quehacer terapéutico
Para las personas que son conscientes de tener un alma “inquieta”, es esencial encontrar un terapeuta abierto y comprensivo y que quizá comparta esa misma inquietud. Cuando yo estuve buscando un psicoterapeuta para mí, hace muchos años, necesitaba saber fehacientemente si podría desarrollar el “trabajo del alma” dentro de la relación terapéutica. La psicoterapia y la relación terapéutica eran tan vitales para mí en el proceso de recomposición que tenía que saber si iba a poder aflorar todos los aspectos de mi interior a la relación y que los deseos del alma serían no sólo aceptados, sino valorados y cuidadosamente explorados. (R.Trautman, 2003).
Traigo a colación este texto de Rebecca Trautman contándonos su propia experiencia porque en el momento en que lo leí me sentí identificado. Es la experiencia que yo mismo he podido vivir, y he podido observar en muchas personas que se han acercado para un acompañamiento o consulta. Al comenzar las sesiones de terapia personal requeridas durante el máster PHI puedo compartir la inquietud con la que me acerqué a mi terapeuta; ¿cómo sería tratado por las cuestiones de fe? ¿mis convicciones religiosas serían tenidas en cuenta? ¿la importancia que esto tiene para mí sería validado? ¿tendré que dejar todo esto a un lado porque para la terapeuta tal vez no sea importante? ¿dónde quedarían mis deseos e inquietudes espirituales? Nunca se lo pregunté. Según se iban dando las sesiones de terapia era inevitable que el tema saliera. Y hoy puedo decir que sé de qué hablamos cuando en psicoterapia integrativa nos centramos en la importancia de la relación terapéutica y la necesidad de aceptación incondicional del paciente.
La Dra. Gloria Noriega, directora del Instituto Mexicano de Análisis Transaccional (IMAT) es la terapeuta que me está acompañado y con quien he vivido la acogida incondicional en mi deseo de vivencia espiritual. He podido vivenciar en la relación terapéutica esta dimensión sin la cual no consigo ni quiero entenderme o vivirme. Tenía la necesidad fundamental de ser validado en mi sentir anímico y espiritual, algo que nunca he percibido como distinto ni contrario a un proceso de crecimiento humano psicológico; todo lo contrario, estoy convencido que se trata de la misma realidad. La Dra. Noriega fue amiga, compañera, discípula de Muriel James. Gracias a ella he conocido y estudiado sus libros. La bella descripción del InnerCore del self que nos ofrece Muriel James como self espiritual es una realidad que en mi experiencia es mucho más que una teoría o una descripción en un libro.
Y no solo se trata de mi propia experiencia personal. Lo he visto en infinidad de personas que se vivencian desde ese “corazón espiritual”; personas que vienen buscando un acompañamiento, una consulta o terapia. Es una alegría y satisfacción haber presentado en las páginas anteriores la literatura que da marco teórico a lo que vengo experimentando hace años en mi labor profesional como acompañante y consejero y, ahora, como terapeuta.Trabajo en el marco vital de la Ciudad de México, una selva de asfalto y personas, una jungla de atropellos existenciales a la dignidad de niños y mujeres. Ahí acompaño jóvenes y no tan jóvenes en infinidad de temas, algunos realmente brutales(secuestros exprés, violaciones, asesinatos, abuso de menores…) con frecuencia vividos en carne propia y otras veces en sus familias, vecinos o amigos. Puedo decir que la dimensión espiritual de la pérdida brota con naturalidad cuando la vida se manifiesta así de extrema.
En el centro de la Ciudad de México existe el CARDI (Centro de Ayuda y Recuperación de Desarrollo Integral). Entre otros muchos servicios para la gente que nada tiene aquí trabajan un grupo numeroso de terapeutas voluntarios. Como terapeuta en prácticas he podido acompañar este año a Rebeca, una anciana de 80 años que perdió a su marido. Él murió y ella se sumió en una gran depresión. La vida no tenía sentido, “me quería morir”. Y las preguntas de sentido de la vida y sobre Dios surgieron como brota el agua de una fuente. Lloró y lloró y lloró, perdonó y se despidió. Fue recobrando el deseo por vivir, “porque Dios es bueno y sabe lo que hace”. Estuve muy atento a su interpretación espiritual de la vida, a las creencias y deseos, a la imagen que presentaba de Dios, a su confianza positiva en la vida que le venía desde la fe… sutilmente, tomando los resortes positivos que le daba su propia fe, solo tuve que ayudarla a que pusiera en funcionamiento lo que ya existía en ella. Ahora ya no toma pastillas para la depresión. Se encuentra fuerte y en un nuevo momento esencial ante la vida y ante su Dios.
8.- Conclusiones
- La literatura y los estudios científicos apoyan la inserción de la espiritualidad en el ámbito psicoterapéutico. Es bueno para la salud.
- Para ser fiel a su propio esquema y planteamiento la PHI necesita darle contenido y práctica al nivel de intervención más profundo de las personas. Cuenta ya con estudios y experiencias suficientes para poder ir integrando.
- En el trabajo personal de los terapeutas sería conveniente la formación para el tratamiento de la dimensión espiritual. El terapeuta debe saber de su propia contratransferencia también en este ámbito.
- Se hace especialmente necesario en sesiones de terapia donde el paciente se enfrenta a los mayores momentos de dolor, desesperación y falta de sentido. Cuando la situación hace tambalear principios, creencias, fe y objetivos en la vida.
- “Recibamos pues esa dimensión espiritual sin prejuicios. Ofrezcamos un espacio en donde la persona puede abrirse con total libertad y utilicemos de manera sabia esa herramienta para ayudar al crecimiento personal de nuestro cliente. No olvidemos que la espiritualidad es una de las mejores maneras de trascender nuestro ego y una vez sucede esto estamos en una mejor disposición para el cambio y para ser personas más plenas y felices”. (http://blogs.lainformacion.com…)
“Tú nos hiciste para ti,
y nuestro corazón estará inquieto
hasta que descanse en ti”
Agustín de Hipona (Conf. 1,1)
9.- Referencias
Bermejo, J. C., Duelo y Espiritualidad, Sal Terrae, Santander 2012.
Bermejo, J.C., Acompañamiento espiritual en cuidados paliativos, Sal Terrae, Santander 2009.
Boff, L., Jung y el mundo espiritual, en http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.-php?num=354 2009-11-13
Cook, C.C.H., Addiction and Spirituality, en Addiction, 99 (5), 539-551.
Cucci, G., La fuerza que nace de la debilidad. Aspectos psicológicos de la vida espiritual , Sal Terrae, Santander 2013.
Desrosiers, A. Y Miller, L., (2007) RelationalSpiritualiti and depression in adolescentgirls, en Journal of ClinicalPsychology, 63 (10), 1021-1037.
Entrevista a Maribel Rodríguez, en http://institutogalene.com/bonding.es/jbonding/index.php?option=-com_zoo&task=item&item_id=1233&Itemid=18
Frankl, V., Psicoterapia y humanismo. ¿Tiene un sentido la vida?, Fondo de Cultura Economica de España, 1982.
Instituto Galene de Psicoterapia, Apuntes módulo 6 y 7, de uso privado.
James, M., (1981), TA in the 80´s: TheInnerCore and the human spirit, enTransactionalAnalysisJournal, 11, 54-65.
Kandathil, G., y Kandathil, C., Autonomy: Open doortospirituality, en TransactionalAnalysisJournal, 1977, 27, 24-29,
Kelley, M.M. y Chan, K.T., Assessingthe role of attachment tú God, meaning, and religiouscoping as mediators in thegrief experiencia, en DeathStudies, 36 (2012) 199-227.
Längle, A., La espiritualidad en psicoterapia. Entre inmanencia y trascendencia en el Análisis Existencial, en Revista de Psicología UCA, 2008 Vol 4 Nº 7, pp.5-22.
Magaldi-Dopman D, Park-Taylor J, Ponterotto JG., Psychotherapists’ spiritual, religious, atheistoragnosticidentity and theirpractice of psychotherapy: a groundedtheorystudy, en Psychother Res. 2011 May;21(3):286-303
Mestre S, Rama D, Martín-Marfil P, Chiclana C, Integración de espiritualidad y psicoterapia, 15º Congreso Virtual de Psiquiatría.com Interpsiquis 2014; en http://www.psiquiatria-.com/bibliopsiquis/handle/10401/6534.
Pasamontes, M., La dimensión espiritual en la psicoterapia, enhttp://blogs.lainformacion.com-/coaching-psicologia-accion/2014/06/04/la-dimension-espiritual-en-la-psicoterapia/
Rivera Ledesma, A., Montero López, M., Zavala Jiménez, S., Espiritualidad, psicología y salud, en Psicología y Salud,Vol 24, Nº 1 pp. 139-152.
Rodil Gavala, V., Los ritos y el duelo. Vivir tras la pérdida, Sal Terrae, Santander 2013.
Schreurs, A., Psicoterapia y espiritualidad. La integración de la dimensión espiritual en la práctica terapéutica, DDB, Bilbao, 2004.
Trautmann R. L., Psychotherapy and Spirituality, enTransactionalAnalysisJournal, Vol. 33, No. 1, pp. 32-36, enero 2003.
Yoffe, L, La religión y la espiritualidad en los duelos: desde la visión de la psicología positiva, en La Psicología en la Sociedad Contemporánea: Actualizaciones, Problemáticas y Desafíos, UniversidadNacional de Tucumán, 2013.
Yoffe, L., Beneficios de las prácticas religiosas/espirituales en el duelo, en AV. Psicol. 20(1) 2012 enero-julio, págs. 9-30.
Zurita, J., y Chías, M., El duelo terapéutico. La curación a través del Proceso del Duelo, Ediciones Galene 2009.
Muchas gracias por tu comentario, nos alegra que te haya servido este artículo de Javier Monroy. Un saludo
Me he tomado la noche para leer este artículo y me han quedado muchas ideas rondando en la cabeza. Estoy empezando la construcción de mi proyecto de tesis doctoral y me he interesado por el tema del duelo infantojuvenil en un escenario religioso espiritual. Quiero agradecer infinitamente la apreciación de Javier Monroy, que me han ayudado a aterrizar el tema y descubrir lo interesante y esencial que es esta temática en la actualidad.