La Danza/Movimiento Terapia en un enfoque de análisis transaccional integrativo

01/10/2011

INTRODUCCIÓN

La Danza/Movimiento Terapia (DMT) es una herramienta que en las últimas décadas se ha empleado en múltiples patologías en base a la idea de que podía tener efectos terapéuticos y está siendo aplicada en contextos sanitarios por parte de profesionales de la salud en equipos multidisciplinares, así como en contextos educativos o sociales, de ámbito privado y público. Por ejemplo, en el 2003 la Asociación de Danza Movimiento Terapia de Gran Bretaña pasó a formar parte del Consejo Nacional de las Profesiones de la Salud, por lo cual Danza Movimiento Terapia pasa a ser regulada y considerada como profesión independiente dentro del servicio nacional de la salud inglés. El interés por esta técnica es amplio y creciente y poco a poco va incorporándose a contextos tradicionalmente “impermeables” a técnicas psicoterapéuticas procedentes de las artes: introduciendo el término “dance therapy” en Medline (a fecha de junio del 2009), aparecen 131 registros que describen estudios en los que se ha empleado esta técnica, o alguna otra basada en el movimiento corporal, para tratar a personas aquejadas de diversas dolencias físicas y psíquicas, así como estudios cuyo objetivo es explicar el efecto beneficioso que produce. La base de datos Embase, produce 372 registros introduciendo las palabras “dance therapy”.

La aplicación y comprensión de la DMT no constituye un fenómeno fragmentado y disperso. Existe una comunidad de profesionales cuya actividad gira en torno a esta herramienta específica. En 1966 se creó la Asociación Americana de Danzaterapia (American Dance Therapy Association, ADTA) y en 1977 se puso en marcha la Revista Americana de Danzaterapia (American Journal of Dance Therapy).

En Europa, la pionera es Gran Bretaña, donde se crea en 1975 la Association for Dance Movement Therapy – United Kingdom, integrada en la Asociación Europea de DMT (European Association of Dance Movement Therapy, EADMT), que se creó posteriormente y que engloba a aquellos países que cuentan con asociación nacional, entre los que se encuentra España. Gracias al trabajo de este grupo de profesionales, se ha ido logrando la profesionalización y reconocimiento de la DMT.

En España también nace en el 2001 una asociación nacional (la Asociación Española de DMT) que apuesta por el desarrollo de la DMT como especialidad en psicoterapia y que se pueda hablar de una profesión común (Panhofer y Rodríguez, 2005), integrada en la EADMT. Desde el 2003, profesionales de esta asociación desarrollan una formación de postgrado en la Universitat de Barcelona (Máster en Terapia a través del Movimiento y la Danza), que está reconocida y certificada por la Asociación Americana y las Asociaciones Europea y Española de DMT. Además, existen otras dos asociaciones de danzaterapia, la Asociación de DMT de las Islas Baleares y la Asociación Aragonesa de Danzaterapia.

Por otra parte, Eric Berne, creador del Análisis Transaccional, fundó la Asociación Internacional de Análisis Transaccional (ITAA) en 1963. En Europa, se creó la Asociación Europea de Análisis Transaccional (EATA) en julio de 1976 con el fin de asegurar la calidad de la formación y el desarrollo del AT. La EATA cuenta actualmente con 34 asociaciones miembro en 23 países europeos. España cuenta con varias asociaciones de profesionales con formación en Análisis Transaccional (Asociación Española de Análisis Transaccional, AESPAT; la Asociación Catalana de Análisis Transaccional, ACAT; la Asociación de Profesionales de Psicología Humanista y Análisis Transaccional, APPHAT; Asociación de Psicoterapia Humanista Integrativa y Counselling de España, APHICE).

En la comunidad de profesionales del AT, siempre ha existido un interés y espíritu de integración con otras técnicas de psicoterapia, incluida la DMT. Y viceversa: la esencia misma de la DMT surgió de la integración de las experiencias de bailarines que veían que en la danza había algo más que técnica con los modelos de psicoterapia de la época (Levy, 1988). Esa influencia ha sido de ida y vuelta, y específicamente en la DMT resulta interesante el dato que apunta Waldekranz-Piselli en su maravilloso artículo de 1999: Reich, autor cuyos conceptos han sido incorporados por algunos analistas transaccionales, fue influenciado por el trabajo de Rudolf Laban, quien supuso la mayor influencia para los danzaterapeutas americanos y británicos, y actualmente forma parte del bagaje teórico y práctico de la DMT. Por otra parte, Marian Chace, pionera y primera presidenta de la ADTA, desarrolló su trabajo de forma paralela al de Reich y se apoyó en las ideas del movimiento humanista liderado por Maslow y Rogers (Rodríguez, 2009), al que posteriormente se han ido relacionando muchos modelos que se desmarcaban del psicoanálisis ortodoxo.

Por poner algunos ejemplos sobre publicaciones realizando conexiones entre la DMT y el AT, ya en 1978 Zenoff y Matze publicaban un artículo en la Revista Americana de Danzaterapia (American Journal of Dance Therapy) describiendo su trabajo de integración de lo “cognitivo” del AT con lo “afectivo” de la DMT. En el 2005, la revista de Análisis Transaccional y Psicología Humanista se interesaba en la terapia del movimiento publicando “Acerca de la Danzaterapia” (Trallero, 2005). En Internet, a fecha de 6/09/2010 se podía leer en la Revista de la escuela de psicología de la Universidad Bolivariana, la Revista Babel, en su monográfico dedicado a la terapia a través del movimiento y la danza, una experiencia psicoterapéutica con un paciente con Síndrome de Down integrando diversos modelos y técnicas, entre ellos la DMT y el AT (Rada, Miguel, Forniés y Wengrower, 2010).

Estas escasas referencias resultan ser un número significativo si tenemos en cuenta que de los más de 1600 artículos publicados en la Revista de Análisis Transaccional (Transactional Analysis Journal) editada por la ITAA, tan sólo alrededor de siete artículos describen intervenciones o técnicas de trabajo corporal (Ligabue, 1991; Cornell, 1975; Gowell, 1975; Eigner, 1976; Steere, 1981; Waldekranz-Piselli, 1999; Hawkes, 2003), y ello a pesar de que a nivel teórico el cuerpo es considerado base constitutiva del self o identidad de la persona (por ejemplo, Erskine, 1980; Bary y Hufford, 1997; Ligabue, 2007).

En este contexto, el presente artículo tiene por objetivo resaltar la importancia de una intervención a nivel corporal (utilizando como ejemplo los métodos de la DMT) dentro de un marco de referencia que incluya una teoría sobre la estructura y el funcionamiento intrapsíquico e interpersonal (tal como el Análisis Transaccional y los aportes de la Psicoterapia Integrativa de Richard Erskine). Estoy de acuerdo con la importancia que le da Rodríguez (2009) a la palabra dentro de la DMT para que se pueda considerar a la DMT como una modalidad de psicoterapia y suscribo su idea de que “el empleo y conocimiento de una teoría de base que ayude al profesional a poder entender qué está pasando dentro de las sesiones es crucial“ (p.15). La teoría de base para la DMT que se propone en este artículo es el análisis transaccional integrativo (por ejemplo, O’Reilly-Knapp y Erskine, 2003).

¿QUÉ ES LA DANZA/MOVIMIENTO TERAPIA?

La Danza/Movimiento Terapia o Danzaterapia es una disciplina desarrollada a partir de la danza moderna por parte de bailarines que, sensibles a la parte emocional asociada al movimiento corporal, comienzan a investigar en las teorías psicológicas de la época (de corte psicoanalítico) y a desarrollar sus métodos a través de la danza para explorar y resolver el conflicto y sufrimiento humanos. Algunos bailarines y coreógrafos de danza moderna se dieron cuenta del potencial terapéutico de la danza y progresivamente fueron realizando formación en los modelos de psicoterapia de la época, integrando, ampliando y desarrollando sus teorías y conceptos hasta generar un campo de conocimiento específico llamado la DMT, con unos postulados básicos que hacen de denominador común, pero con una variedad de aproximaciones en la práctica.

La Asociación Americana de Danzaterapia (ADTA) la define de la siguiente manera en su página web: “la Danza Movimiento Terapia es el uso psicoterapéutico del movimiento para promover la integración emocional, cognitiva, física y social de los individuos”.

Los postulados básicos de la DMT podrían resumirse en los siguientes (Wengrover y Chaiklin, 2008):

1) La concepción del ser humano como unidad indisoluble cuerpo-mente, es decir, que la psique tiene un correlato corporal, de manera que cualquier expresión, movimiento, gesto, postura, revela aspectos de la psique. La intervención en la psique se realiza por tanto interviniendo en el cuerpo a través de la danza y el movimiento.

2) El potencial terapéutico del proceso creativo por medio de la danza y el movimiento: estos son la vía de comunicación entre paciente y terapeuta; es la vía de acceso al inconsciente y los promotores de procesos psicológicos diversos relacionados con la salud.

3) El trabajo que se realiza dentro del marco de una relación terapéutica: la DMT es diferente de la danza terapéutica (Hölter y Panhofer, 2005) o del trabajo llevado a cabo por un artista o un maestro de danza. El danzaterapeuta tiene conocimientos sobre desarrollo evolutivo, sobre el origen de la psicopatología basada en el vínculo con las figuras parentales, y sobre la psicoterapia desde un enfoque relacional.

En relación al cuerpo, los DMT realizan sus intervenciones en torno a elementos básicos que observan en el movimiento de la persona (Laban, 1989; Bartenieff y Lewis, 1980): por ejemplo, los factores de movimiento como el flujo, el peso, el tiempo, el espacio, o aspectos espaciales como la dirección y trayectoria del movimiento o las dimensiones vertical, horizontal y sagital como simbólicas del desarrollo ontológico del individuo.

El peso tiene relación con la fuerza de la gravedad: la manera en que se permite que la fuerza de la gravedad ejerza toda su acción sobre el cuerpo en su totalidad o sobre las diferentes partes del cuerpo (ligero/pesado), esto es, la manera en que se realiza la “carga-descarga” de la energía del cuerpo. Las propuestas que se pueden hacer para trabajar este aspecto son indicaciones de movimientos de sacudir, arrojar, lanzar; caminar por el suelo con plena conciencia del mismo, procurando descargar el peso sobre la planta del pie; invitarles a moverse como una espiga, por ejemplo, con movimientos suaves de un lado a otro que pueda llevar una sensación de ligereza al cuerpo; ejercicios de respiración y relajación. También las dinámicas en las que surge juego y risas son una oportunidad de descarga de tensión y de carga de energía.

El tiempo es el organizador de nuestro cuerpo, el tiempo en que permanezco en un movimiento determinado en contraste con otros (constancia/inconstancia del tiempo, largo/corto) y la duración de un movimiento (rápido/lento). Las propuestas de trabajo del tiempo pueden incluir la experimentación de diferentes tiempos de movimiento (al caminar o al hacer un movimiento con alguna/s parte/s del cuerpo), y observar cuál es el tiempo en el que el paciente se mueve habitualmente y su tiempo preferido. Cualquier invitación a explorar movimientos diferentes, ya sea una exploración individual o con otra u otras personas, puede ayudar a ampliar su repertorio de movimientos y por tanto a que aumente la probabilidad de utilizar el cuerpo de otras maneras: por ejemplo, en círculo, una persona hace un movimiento que servirá de inspiración para la siguiente, y así varias veces; o por parejas, que un miembro vaya “guiando” con ligeros toques el movimiento del otro.

Con respecto al espacio, se observa el continuum espacio personal – espacio social: la kinesfera (movimiento en los límites del espacio personal) – dimensión horizontal (cómo la persona se mueve en el espacio de la sala de trabajo, los acercamientos-alejamientos del resto de sus compañeros o del terapeuta) También se observa el tamaño del movimiento (amplio/estrecho), la dirección (arriba, abajo, laterales, diagonales) y trayectoria (directa/indirecta) del movimiento, dentro del espacio personal y también en el espacio exterior. Se puede proponer explícitamente la definición del espacio personal, extendiendo los brazos e imaginando todos los detalles de ese espacio alrededor de uno mismo; o experimentar movimientos “opuestos” (como movimientos cerca del centro de uno mismo o más alejados; o movimientos de expansión o de contracción); también, provocar contrastes como trabajar en un círculo y después romper el círculo para salir al espacio. Las propuestas de trabajo por parejas o de juego también son una manera de trabajar este factor: por ejemplo, la definición del otro de los límites el cuerpo con una pelota o con sus propias manos; o la exploración de movimientos de una tela cogida en sus extremos por cada miembro de la pareja.

El flujo es la continuidad del movimiento (libre/atado). La corriente sanguínea sería una metáfora del flujo: una “corriente” que refleja la energía del individuo: si es constante o sufre bloqueos e interrupciones, si está presente en todas la partes del cuerpo o hay alguna parte del cuerpo que parece inmóvil, sin “corriente de energía”. Ya sólo con movilizar el cuerpo, con cualquier propuesta, se estaría trabajando el flujo, en especial si se invita a la persona a hacer movimientos con partes del cuerpo que no utiliza o hacer movimientos que no son “típicos” de su forma de moverse, y si se produce una liberación de tensión en cualquier parte del cuerpo.

La dimensión vertical se refiere a los diferentes planos que componen la vertical (el eje del individuo que lo sostiene en la posición de pie). Los planos van desde el suelo (bajo), pasando por el medio hasta el plano alto (de pie). Simboliza el proceso de crecimiento desde la necesidad de sostén externo hasta el autosostenimiento en el propio cuerpo (o en el propio yo) y la relación del individuo con los diferentes planos en el presente (por ejemplo, el uso del apoyo externo como forma de “coger fuerzas“ o el interés de la persona por una dimensión transpersonal). La dimensión horizontal se refiere a la relación con los demás partiendo del centro de uno mismo. Es la relación de la persona con el exterior. Observando una danza individual, veríamos si mantiene los ojos abiertos o cerrados, si es consciente de su alrededor, en qué medida es influido por el exterior, si busca su espacio propio. La dimensión sagital simboliza el tiempo (el pasado, presente y futuro). La verticalidad (autosostenimiento) es el presente, y es requisito que esté bien construida la verticalidad para llevar al paciente al pasado (a lo que hay “detrás”, lo que llevamos “cargando sobre nuestras espaldas”). Existen multitud de propuestas simbólicas que trabajan sobre este aspecto (por ejemplo, imaginar que enfrente hay un deseo y te vas acercando hacia él, o que detrás tienes un recuerdo y vas a su encuentro). También pertenece a esta dimensión la atención a los cambios en la historia del movimiento de la persona.

La metodología es muy variada, ya que en origen las técnicas fueron desarrolladas por bailarinas pioneras que se formaron en psicología con maestros dentro de escuelas psicoanalíticas y humanistas diversas, y que las empleaban en diferentes contextos y poblaciones (Levy, 1988; Chaiklin, 2008). En Levy (1988) encontramos una excelente descripción del trabajo de las seis primeras pioneras que marcaron el desarrollo posterior de la DMT: Marian Chace, Blanche Evan y Liljan Espenak en la costa este de EEUU, y Mary Whitehouse, Trudy Shoop y Alma Hawkins en la costa oeste. Marian Chace, influenciada por la teoría interpersonal de Sullivan, comenzó en 1942 a trabajar con pacientes psicóticos en el hospital St. Elizabeths de Washington, en un contexto grupal. La sesión tenía un precalentamiento, un desarrollo y un cierre. Daba importancia a la acción corporal vivenciada por el paciente, al nivel simbólico del movimiento entendido como la comunicación o exteriorización de conflictos no resueltos, la técnica de “espejar” o “reflejar” el movimiento del paciente, el uso de la acción rítmica grupal para facilitar y sostener la expresión de sentimientos e ideas en una forma organizada y controlada. Blanche Evan estudió en el Alfred Adler Institute of Individual Psychology y enfocó su trabajo con pacientes neuróticos. Trabajó con lo que denominó “técnica funcional” y daba especial importancia a la improvisación. Su técnica se acercaba a una “rehabilitación corporal” (movilización de partes del cuerpo para dotarlo de expresión), accediendo con ello a la parte emocional y posibilitando la verbalización de pensamientos asociados. Liljan Espenak también estudió psicoterapia en el Alfred Adler Institute en los años 50 y lo integró con su amplio conocimiento de danza para trabajar con personas con discapacidad intelectual, fundamentalmente en la práctica privada. Mary Whitehouse desarrolló un método a partir de su experiencia con la psicoterapia jungiana, incorporando y desarrollando conceptos y técnicas como conciencia kinestésica, polaridad, imaginación activa, movimiento auténtico y la intuición del terapeuta. Trudy Shoop comenzó la práctica de la danzaterapia en los años 40 con pacientes hospitalizados en el Hospital Camarillo de California, y combinó cuatro métodos para la expresión física y emocional de sus pacientes: el abordaje educacional, la repetición de ritmo, la fantasía interior y la improvisación y la formulación del movimiento. Alma Hawkins, que comenzó su carrera con Alfred Cannon en el Instituto de Neuropsiquiatría de la Universidad de California de Los Ángeles, facilitaba acciones de movimiento utilizando los elementos del movimiento (tiempo, espacio, flujo), ayudando al paciente a ampliar su experiencia sin juzgarla.

LA DMT EN UN ENFOQUE DE ANÁLISIS TRANSACCIONAL INTEGRATIVO

Se puede hablar de la DMT en un enfoque de análisis transaccional integrativo porque las premisas básicas de ambas disciplinas no son incompatibles ni contradictorias. La premisa teórica básica que comparten ambas es que el desarrollo evolutivo humano comienza desde el cuerpo en la relación con otra persona.

Berne, en el capítulo sobre la teoría transaccional de la personalidad de su libro “Introducción al tratamiento de grupo” (1983), señala la importancia de que el analista transaccional esté “familiarizado con la secuencia de acontecimientos mediante la cual cada ser humano ha llegado a su condición humana actual” (p. 290), y describe esa secuencia desde el momento del nacimiento. Entiende esta secuencia como un proceso psicobiológico, y para ello menciona algunos hallazgos experimentales de la época en los que la estimulación eléctrica de ciertas áreas del cerebro conduce a manifestaciones que pueden reconocerse como estados del yo (por ejemplo, la recuperación de experiencias completas de acontecimientos pasados, que sería el estado del yo Niño, o la observación de que la estimulación del sistema de activación reticular ascendente promueve el funcionamiento neopsíquico, es decir, estado del yo Adulto). En este sentido, señala que una estimulación sensorial deficiente en las primeras etapas de la vida, tal y como se muestra en los experimentos clásicos de Spitz y Harlow y Harlow, da como resultado una inestabilidad de la neopsique. De igual manera, entiende que los juegos y la intimidad tienen sus raíces en esas primeras experiencias tempranas: el niño pequeño necesita la estimulación táctil para desarrollarse psicobiológicamente (el “hambre táctil”, el contacto con la piel de la madre), y en ausencia de ello se conforma con otros tipos de estimulación (auditiva, verbal), llegando a decir que “la organización social se basa en restricciones táctiles y es causa de que la gratificación a este nivel sea insuficiente” (p. 315), y sustituyendo esa gratificación por las ventajas que otorgan los juegos. Así pues, para Berne (1974), la configuración intrapsíquica de una persona (modelo de los estados del yo) no se desarrolla al margen de lo interpersonal o relacional, sino que este último componente interacciona con aspectos biológicos que trae consigo el feto por herencia y que va desarrollando dentro del cuerpo de la madre. Posteriormente, con la contribución de, como mínimo, todas las experiencias vividas durante la infancia y la adolescencia, se da una configuración intrapsíquica única.

Tras el nacimiento, las relaciones con las figuras parentales están destinadas a cubrir necesidades básicas del ser humano, es decir, además de las necesidades fisiológicas, necesidades de estímulo, de reconocimiento y de estructura (Berne, 1975) o necesidades relacionales como la seguridad psicológica, ser aceptado, validado y valorado, confirmar la propia experiencia, autodefinirse, crear un impacto, que el otro tome la iniciativa en la relación y poder expresar el amor (Erskine, Moursund y Trautmann, 1999). El bebé, que inicialmente depende totalmente de un adulto para sobrevivir, se relaciona a través del cuerpo y es en esa “danza” entre él y su madre como va desarrollando su propia identidad, su sentido de sí mismo (Stern, 1991; Winnicott, 1979). El bebé llora, se tensa, se agita, realiza muecas, gestos, en definitiva, utiliza su cuerpo como medio de comunicar sus estados internos a los adultos, quienes responden e interactúan con el bebe satisfaciendo o no sus necesidades. Si el entorno es sano y cubre las necesidades relacionales del bebé, irá aprendiendo la diferencia entre él mismo y los otros; reconocerá sus propios límites corporales y psicológicos, lo cual le aportará un sentimiento de seguridad y protección; podrá relacionarse con el entorno para seguir nutriéndose y creciendo, y estará en contacto con su interior de manera que pueda reconocer dentro de sí mismo deseos, preferencias o necesidades. Si el entorno no está atento a esas necesidades relacionales del bebé, aumenta la probabilidad de que lo descrito anteriormente no se logre, y en su lugar el bebé aprenda estrategias para sobrevivir en ese entorno, estrategias que requieren que el bebé o el niño en crecimiento se tense para no expresar emociones o estados incómodos o rechazados por los adultos, o que inhiba acciones de búsqueda del otro o de expresión personal. Todo esto va generando una experiencia cortada o interrumpida de sí mismo que en el futuro da como resultado una vivencia de uno mismo como dividida, fragmentada o no integrada. Estos fallos relacionales dejan una huella corporal en el bebé, por ejemplo, una tensión crónica derivada de la baja frecuencia de experiencias de relajación y bienestar. Esto crea las bases para más desajustes en este organismo en crecimiento, pudiendo desarrollar una patología, que fue descrita por Berne (1975) como “patología estructural” y “patología funcional”. La patología estructural incluye la exclusión de algún estado del yo y la contaminación del Adulto por parte de algún otro estado del yo o de ambos. Dentro de su estructura psicoemocional, el niño va desarrollando estrategias para vivir en su entorno particular a menudo muy lejos del “ideal”, creando un “guión” que le ayuda a continuar pero que se convierte en algo rígido y limitante en la vida adulta. La patología funcional es descrita por Berne (1975) como una alteración en el control de la energía psíquica por alteraciones en las fronteras entre los estados del yo. Todo esto impide que la persona pueda acceder a la intimidad (la fuente por la cual satisfacemos nuestras necesidades emocionales), lo que a largo plazo puede crea más sufrimiento y síntomas psicológicos y psiquiátricos.

Berne (1974), y otros autores de la escuela clásica, como es Steiner (1991), consideran que el guión también está en el cuerpo, por lo tanto se pueden atender a las señales del guión para diagnosticarlo. Para Berne (1974), esas señales pueden ser tan sutiles como “parpadear, morderse la lengua, adelantar la mandíbula, absorber ruidosamente por la nariz, retorcerse las manos, hacer girar un anillo y dar golpecitos con un pie” (p. 349) o sonidos respiratorios como el carraspeo, los suspiros, los bostezos, gruñidos, sollozos, los diferentes tipos de risas o la voz; también, la postura o el porte, o síntomas fisiológicos como dolores de cabeza, brotes repentinos de asma, erupciones alérgicas o úlceras gástricas. Para Steiner (1991) el componente somático es también un elemento importante para el diagnóstico, ya que “las imposiciones negativas causantes de las inhibiciones del comportamiento se pueden apreciar en las contracciones musculares” (p.136). Los mandatos reducen al caudal natural de movimiento y emotividad de la gente y bajo la influencia de las atribuciones se exagera y abusa de algunas funciones corporales, añade Steiner (1991), de manera que ambos, mandatos y atribuciones, distorsionan y desequilibran el cuerpo al quitar la energía y los cuidados de una parte para ponerla en otra. Esto da lugar a escisiones corporales, separaciones que quiebran la integridad del cuerpo humano, y que atacan la capacidad de amar, pensar y sentir, dando lugar a los guiones. Este proceso se da de forma especialmente en la indoctrinación en la tristeza, en la que se “enseña” a los niños a reprimir la sensualidad, es decir, el contacto directo con los sentidos y la expresión de la energía corriendo, saltando, dando volteretas, o la expresión emocional gritando, llorando, riendo. Steiner y otros analistas transaccionales (por ejemplo, Cornell, 1975) en la década de los 70, ya reconocían el enriquecimiento del AT gracias a otras técnicas que atendían a este componente corporal de forma directa (concretamente, la técnica reichiana o la bionergética). En el capítulo 29 de su obra en castellano de 1991, que trata de la terapia de la tristeza, realiza una breve descripción de métodos que se dirigen al cuerpo con el objetivo de oxigenar y estimular esas partes que han sido separadas del “Centro” de la persona, los que considera una herramienta que “puede ser útil para acabar con los guiones banales y trágicos de la vida” (p. 381).

La perspectiva relacional o integrativa de Richard Erskine también hace una gran contribución al modelo de Berne integrando conceptos y técnicas de otros modelos de psicoterapia. Sin embargo, a mi modo de ver, una de sus mayores contribuciones es poner énfasis en ayudar al paciente a la integración de su self, en contraste con el cambio conductual propuesto por Berne. Berne (1975) dividió el proceso terapéutico en varias fases dependiendo de las metas terapéuticas: en primer lugar tendría lugar el análisis estructural y después el análisis de las transacciones, enfocados al control sintomático a través del poder ejecutivo del Adulto. Berne entendía que el proceso terapéutico en las neurosis podía continuar hacia niveles más profundos en lo que él llamó “cura psicoanalítica”, cuyos objetivos eran la liberación de confusión del Niño y la resolución de los conflictos entre el Niño y el Padre, a través de un Adulto bien descontaminado. Esto era la “liberación del guión” y requería un abordaje con una metodología diferente a aquella dirigida a un mero cambio conductual. Sin embargo, Berne no lo describió.

El análisis transaccional integrativo se adentra en esos niveles más profundos, se adentra en la experiencia del paciente desde el momento del nacimiento. El contacto con el otro desde esa edad temprana es garantía del desarrollo y contacto internos, y ambos son criterio de salud. Las interrupciones de contacto externo desencadenan el desarrollo de estrategias de autoprotección frente al dolor, que quedan a menudo fuera de la conciencia del paciente (Erskine, Mursound y Trautman, 1999). Estas partes fuera de conciencia van configurando el guión de la persona y se van organizando en un sistema que reproduce en el presente las interrupciones de contacto (Erskine, Mursound y Trautmann, 1999; Erskine y Zalcman, 1979; Erskine, 1980). Estas estrategias de autoprotección, que fueron estrategias para sobrevivir, son huellas físicas además de psicológicas (en base a la unidad cuerpo-mente), y muchas de ellas tienen raíces en edades tempranas, formando parte por tanto de las memorias implícitas del paciente (inconscientes). Así pues, coincidiendo con el pensamiento de Berne (1974), el guión es también un fenómeno corporal, es algo vivido en el cuerpo y fijado en las vísceras, los músculos, el funcionamiento corporal. Desde este punto de vista, los diferentes componentes del guión (cognición, afecto, conducta y fisiología) deben ser trabajados terapéuticamente para que pueda haber una verdadera cura de los mismos (Erskine, 1980), teniendo en cuenta que “el sentido más profundo del yo está en la consciencia somática” (Salvador, 2008, p. 241). Esta idea también estaba en el pensamiento de Berne (1974): “para cada paciente hay una postura, un gesto, un amaneramiento, un tic o un síntoma característico que significa que él está viviendo en su guión o que se ha metido en su guión. Mientras se den estas señales de guión el paciente no está curado, por muchos progresos que haya hecho” (p. 347). De la misma manera que no describió la técnica para desconfusionar al Niño, tampoco describió técnicas corporales; es más, de la lectura de sus obras se desprende la idea de que las intervenciones verbales por si solas llevarán a la conciencia corporal del guión y de ahí a la salida del guión con la sola voluntad del paciente.

Volviendo al inicio de este apartado, la premisa teórica básica que comparten la DMT y el análisis transaccional integrativo es que el desarrollo evolutivo humano comienza desde el cuerpo en la relación con otra persona. Ambas comparten también algo muy importante que se deriva de la premisa teórica básica anterior: si la experiencia con el entorno puede producir una vivencia no integrada de sí mismo, la meta de ambas es revertir ese proceso, es decir, la meta es la integración del self. Recordemos que la Asociación Americana de Danzaterapia (ADTA) define la DMT como “el uso psicoterapéutico del movimiento para promover la integración emocional, cognitiva, física y social de los individuos” y Richard G. Erskine (1988) define un yo sano como aquel en el que el Adulto está activado y ha ejercido su función integrativa de las experiencias y contenidos del Padre y el Niño.

Pero, ¿por qué la DMT es una buena técnica de intervención para trabajar estos aspectos? Como apunta Waldekranz-Piselli (1999), somos más efectivos como terapeutas si usamos un rango más amplio de intervenciones corporales que aborden no sólo los bloqueos de energía, sino también la base de la formación del individuo como persona que es y se relaciona en el presente desde las etapas preverbales de la infancia. La DMT se centra en el movimiento y la sucesión de movimientos que pueden conformar una danza. El movimiento es inherente a la vida y a la relación con otro. Nos relacionamos moviéndonos, accionando y reaccionando. Y cuando hay traumas severos, surge la paralización, la inhibición del movimiento, o la agitación o hiperactivación. Nos vamos situando entre los polos de las diferentes dimensiones del movimiento, construyendo así nuestro sentido de nosotros mismos y nuestro funcionamiento exterior, de manera que el cómo nos movemos por el mundo va narrando nuestra historia sin que nos demos cuenta y de manera codificada.

El objetivo de la DMT, integrándola en un enfoque integrativo, sería hacer consciente esa historia narrada a través del cuerpo dentro de una relación terapéutica sensible y atenta a las necesidades relacionales de la persona, que permita al paciente contactar progresivamente con las partes no integradas de su self para que puedan ser integradas. La solidez teórica y técnica del análisis transaccional integrativo me permite, en mi rol de danzaterapeuta, tener un mapa que me guía en el acercamiento y la comprensión al paciente en ese proceso de decodificación de la historia personal a través del cuerpo.

Salvador (2008) señala en su artículo sobre el guión de vida en el cuerpo:

Tratar el guión pre-lingüístico requiere del terapeuta observar y centrarse en los procesos somáticos del cliente e incluso en los micromovimientos o silencios como expresión de las reacciones fisiológicas de supervivencias (…). Así el terapeuta conduce la atención del paciente a aspectos inconscientes, tratando de realzar la consciencia, promover el movimiento frenado en el cuerpo, de estimular las sensaciones físicas para que traigan las memorias asociadas de la experiencia (p. 243).

Esto es precisamente lo que hace el danzaterapeuta en una sesión de DMT.

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UN EJEMPLO DE APLICACIÓN DE LA DMT: GRUPO DE PERSONAS CON FIBROMIALGIA

¿Qué es la fibromialgia?

La fibromialgia es una enfermedad diagnosticada por reumatólogos que se caracteriza por dolor músculoesquelético generalizado y dolor en el tejido fibroso (ligamentos y tendones), acompañado de sensación dolorosa a la presión en unos puntos específicos (puntos dolorosos). Hay otros síntomas que lo acompañan (por eso se habla de “síndrome”): rigidez, hormigueos, cansancio, trastornos del sueño, colon irritable, sequedad de boca y ojos, problemas circulatorios, ansiedad y depresión, por citar los más frecuentes. No hay lesiones físicas ni signos que puedan explicar el dolor y el resto de síntomas, por lo que se considera un trastorno funcional y no una alteración estructural, y sus causas son desconocidas. Los escasos hallazgos de alteraciones biológicas (en neurotransmisores, en la función neuroendocrina, y otras alteraciones del sistema nervioso) y la falta de otras evidencias, han generado varias hipótesis etiológicas, entre las que destacan la hipótesis de una alteración del sistema nervioso central en los procesos de regulación del dolor o las hipótesis de un origen psicógeno: podría tratarse de una somatización, una depresión enmascarada o una alteración de la personalidad (Lera, 2000).

En este sentido, hay trabajos interesantes que, desde una perspectiva respetuosa y comprensiva con las personas que padecen esta alteración, han hecho un intento de describir un posible perfil de personalidad de las personas aquejadas de fibromialgia, por ejemplo, Rodríguez (2005) en su tesis doctoral titulada “Danza Movimiento Terapia y fibromialgia: una aproximación al dolor en todas sus dimensiones”: a) el cuerpo es dolor y este dolor es exclusivamente físico, sin relación con otros aspectos de sí mismas, como sus creencias, emociones o conductas; b) afrontamiento de las situaciones relacionales y emocionales apoyándose en el dolor; c) tendencia a “no mover” como manera de no movilizar sentimientos y emociones que duelen; d) tendencia a buscar “refugios” en la fantasía; e) las pacientes del grupo se definían a sí mismas como sensibles, responsables, trabajadoras y perfeccionistas, además de sobreadaptadas, llegando a estar más centradas en las necesidades de los demás que en ellas mismas, lo que conlleva finalmente un absentismo de los demás y de sí mismas.

Es muy posible que, siguiendo el modelo de vulnerabilidad-estrés imperante en las ciencias de la salud, se trate de un fenómeno multicausado, quizá, por una mezcla de lo mencionado anteriormente, pero en todo caso lo que sí se ha observado es que la atención y la mejora en el autocuidado emocional y físico de la persona con fibromialgia producen una disminución del dolor a largo plazo. El tratamiento que se recomienda y se está aplicando en el sistema de salud tiene por objetivo el “alivio sintomático” y no la “curación” de esta dolencia, y se trata de un tratamiento multidisciplinar y multicomponente, es decir, una combinación de tratamiento médico-farmacológico, ejercicio físico y terapia de corte cognitivo-conductual encaminada al mantenimiento de la autonomía de la persona, tanto física como emocional, de manera que la persona pueda continuar con su vida a pesar del dolor pero aceptando su presencia y las limitaciones de cada momento.

Para la curación de la fibromialgia, partiendo de una hipótesis etiológica psicógena, sería necesario que la persona realizara un proceso terapéutico profundo en el que tomara conciencia de las estrategias de supervivencia que tuvieron razón de ser en su infancia y se permitiera experimentar el dolor y las carencias emocionales de una forma segura, integrando y asimilando sus experiencias de manera que pueda vivir en el aquí y ahora sin interferencias del pasado (Erskine, 1988). En el marco del análisis transaccional integrativo, Richard G. Erskine (1980) señala que la salud es la liberación del guión y que más allá del guión está el crecimiento personal que dura toda la vida:

La terapia como un proceso de crecimiento y desarrollo es interminable. La terapia que se centra en la cura del guión está completada cuando se han eliminado las restricciones conductuales, intrapsíquicas y fisiológicas que inhiben la espontaneidad y limitan la flexibilidad en la solución de problemas y la relación con la gente. Más allá del guión está la esfera del crecimiento personal que incluye el movimiento exitoso a través de los pasajes del desarrollo, expandiendo la creatividad, entendiendo el proyecto de vida y aumentando el crecimiento personal y espiritual (p. 106)

La liberación del guión supone la resolución del conflicto a nivel profundo, lo cual supone eliminar el guión en el cuerpo. Esto se logra liberando las emociones que quedaron retenidas por la contracción, tensión, retención fisiológica, lo cual requiere, además de una relación terapéutica protectora, la ayuda manual del terapeuta, masajeando o presionando en esas partes del cuerpo. Simultáneamente, el terapeuta va trabajando las implicaciones psicológicas de todo ello. Por ejemplo, si para sobrevivir el niño tiene que aprender a callar, tiene que aprender a cerrar la boca y tensar una gran cantidad de músculos en el resto del cuerpo para poder hacer eso, guardando con ello el miedo, la tristeza o la rabia asociados a ese hecho. Con el trabajo corporal, no solo la tensión es liberada y la emoción expresada, sino que simultáneamente o en algún momento durante el proceso o durante la terapia, el terapeuta ayudará al paciente a darse cuenta de las decisiones tomadas o de las conclusiones implícitas adquiridas (la decisión de callar o la experiencia de tener que callar para poder sobrevivir), de manera que la persona pueda elegir no seguir reproduciendo esos patrones relacionales. Así pues, se libera el cuerpo, la emoción y el patrón relacional, y el síntoma (en este caso, los diferentes síntomas físicos que caracterizan la fibromialgia) deja de tener un sentido o funcionalidad.

Encuadre y contrato de trabajo

En general, los pacientes con fibromialgia buscan de forma desesperada tratamientos médicos de todo tipo que les quite la enfermedad o les alivie el dolor, y suelen rechazar la idea de que el componente psicológico o emocional pudiera estar implicado, por lo que no suelen ponerse en tratamiento psicoterapéutico. Si acuden a un psicólogo o psiquiatra suele ser por la aparición de sintomatología ansioso-depresiva que los pacientes suelen considerar exclusivamente como una consecuencia del padecimiento de los síntomas de la fibromialgia y del hecho de no poder vivir como antes por causa del dolor y el resto de síntomas. El componente psicológico o emocional permanece inconsciente y su “desenmascaramiento” constituye una “amenaza” para la homeostasis psicológica del individuo que ha creado una identidad basada en el dolor.

Cuando esto se ha instalado en la persona, la meta de la integración del self está muy lejos de ser avistada. Cuando no hay vivencia de “no integración” ni conciencia de conflicto intrapsíquico o interpersonal, es precipitado hablar de la integración como meta. Cualquier intervención psicológica o corporal que no tenga en cuenta el punto psicológico en el cual se encuentra la persona en este proceso del autoconocimiento, estará abocada al fracaso. El trabajo con el cuerpo es un proceso que se “cuece a fuego lento”, que se va realizando muy poco a poco, a menudo atravesando etapas en las que sólo hay incertidumbre y confusión, y, en este caso, el camino empieza en un punto en el cual el cuerpo es rechazado o distorsionado.

Esto puede hacer que parezca difícil establecer un contrato de trabajo en el marco de la DMT, sin embargo, en mi experiencia, no impide que se pueda incluir el trabajo corporal terapéutico en un programa de tratamiento más amplio en el que se incluyen los componentes señalados más arriba para el alivio sintomático o la ayuda ofrecida a la persona para continuar con su vida de la forma más autónoma posible aceptando el dolor y las limitaciones que se le imponen. El requisito básico para establecer el contrato de trabajo es que el paciente se muestre dispuesto a tener una experiencia corporal en el grupo, es decir, a tener un encuentro con su propio cuerpo.

El ejemplo que servirá de ilustración a la técnica de la DMT en las próximas páginas es en modalidad grupal. El encuadre se ha ido modificado en los diferentes grupos realizados, aunque se recomienda que las sesiones de trabajo corporal sean de al menos una hora semanal.

Establecimiento de objetivos corporales

Como toda herramienta de psicoterapia, es necesario realizar una valoración particular de los problemas o situaciones que plantea el paciente, y en el caso de la DMT, se trata de valorar aspectos corporales que guíen las intervenciones posteriores. La especificidad de la DMT es el movimiento y la danza, por lo que lo que se analiza son los factores del movimiento: el peso, el tiempo, el flujo y el espacio. En la tabla 1 (peso y tiempo) y en la tabla 2 (flujo y espacio) se describe algunas observaciones de las pautas de movimiento y dimensiones que, de forma general, se han ido observando en los pacientes con fibromialgia que han acudido a los grupos.

2011-10-01

Es importante destacar que las observaciones no son más que generalizaciones para ilustrar el movimiento de la población con la que se ha trabajado, pero no todas las personas con fibromialgia ni todas las personas que han estado en los grupos encajan totalmente en ese perfil, es decir, que cada persona es un individuo único. Las observaciones generales sirven para orientar las sesiones y preparar las dinámicas, pero después se trabaja con la especificidad de cada persona y se van modificando las consignas ajustándolas a cada paciente.

Las primeras sesiones suponen una toma de contacto con sus movimientos y su cuerpo. Cada persona tiene su particular modo de moverse y de estar que difiere del de los demás, sin embargo, en los grupos de pacientes con fibromialgia, hay notas comunes que permiten organizar las sesiones de manera que se atiendan las necesidades de movimiento de todos los participantes en el grupo. Es prioritario trabajar de una manera acompasada con sus pautas de movimiento, aunque posibilitando la creación de “anclajes” que les permita dar un paso más en la conciencia y apertura o desbloqueo.

El objetivo específico corporal fundamental para las personas con fibromialgia, que he ido estableciendo en base a las diferentes observaciones realizadas sobre sus movimientos y sus cuerpos, es el de crear una base de seguridad en el cuerpo, para lo cual se trabajan:

El fortalecimiento de la base (los apoyos): enraizamiento, fortalecimiento de pies y piernas, desbloqueo de cadera; relajación y respiración, carga-descarga. Higiene postural

El fortalecimiento de la base (los apoyos): enraizamiento, fortalecimiento de pies y piernas, desbloqueo de cadera; relajación y respiración, carga-descarga. Higiene postural

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Encuentro consigo mismas (la identidad corporal): la conciencia corporal de las diferentes partes del cuerpo y la conciencia de los límites corporales y del espacio personal (Kinesfera). Fomentar que la atención se dirija al cuerpo y puedan permanecer en él; proporcionar recorridos por las diferentes partes del cuerpo, movilizando cada parte; ayudar en la definición del espacio personal.

Encuentro relacional a través del movimiento (trabajo por parejas, reflejar, dinámicas de movimiento en grupo donde pueda surgir el juego); enriquecimiento de sus movimientos a través del otro (por observación, cooperación, juego).

Es muy importante durante todas las sesiones crear un clima de seguridad y confianza, donde haya permisos para sentir, ser y hacer; permisos para la espontaneidad y la autonomía del movimiento; y donde puedan “soltar” tensión sin miedo a “caerse” o perder el sostén. Esto implica un trabajo con el estado Padre del yo, cuyas manifestaciones en el grupo son frecuentes: por ejemplo, en un grupo se observaba un esfuerzo por “hacer bien los ejercicios”, a pesar de que las indicaciones eran cuidadosamente pensadas para transmitir permisos hacia la espontaneidad y particularidad del movimiento de cada una. Este clima también iba permitiendo la apertura del movimiento: apertura del pecho, extensión de los miembros, lo cual las pacientes fueron realizando poco a poco y cada una a su ritmo, sin presiones. Se podía intuir la activación del Estado del yo Niño en numerosas ocasiones, tanto el Niño libre como el adaptado o rebelde.

Las sesiones en las que se daba una energía grupal propicia y surgía el niño libre a través del juego era una experiencia realmente terapéutica para las pacientes; además, estas sesiones propiciaban muestras de aceptación y cariño entre ellas, ofreciendo un poco más de “nutrición” a cada una.

Metodología: propuestas e intervenciones corporales

La DMT trabaja en una sesión con las cogniciones, los afectos, las conductas y la fisiología. Por ejemplo, la persona se mueve y “hace” en el espacio (conductas), según sea su demanda en esa sesión o siguiendo una propuesta del danzaterapeuta, lo cual le puede suscitar o no afectos o emociones, reflejados en su cuerpo a modo de tensiones, cortes de flujo, retención o liberación de energía a través de la descarga en el movimiento, y todo ello es elaborado cognitivamente por el paciente en el cierre de la sesión con el terapeuta y/o el resto de compañeros y/o en sesiones individuales dirigidas a dotar de significado lo vivenciado en las sesiones de danzaterapia, en la medida en que pueda hacerlo la población con la que se esté trabajando. El objetivo último es la integración de todo lo vivido, para lo cual se pone a disposición del paciente un medio en el cual explorar, vivenciar, analizar las diferentes partes o modos de sentir, pensar y actuar, de una manera progresiva, respetando su propio ritmo y sus propios recursos en una relación terapéutica de comprensión y aceptación. Dicho de otro modo, para ir creando una base de seguridad en el cuerpo se requiere que haya un clima relacional seguro donde poder enfrentarse a las inseguridades y tensiones del cuerpo y ensayar otras formas de estar en el propio cuerpo. Para los propósitos anteriores, también se fomenta un encuentro con el otro en el que los pacientes se puedan nutrir del contacto, enriquecer con el movimiento del otro y conocerse a sí mismos cuando están en relación.

El grupo consiste siempre en dinámicas de grupo en las que hay un precalentamiento, un desarrollo y un cierre, que da una estructura lógica a la sesión. En el precalentamiento se proponen ejercicios para conectar con el momento presente y con uno mismo y desconectar del exterior para poder centrarse en la tarea, a la vez que se anuncia sin palabras (es decir, con la naturaleza de la propuesta corporal) cuál será el tema principal de la sesión, el desarrollo. Finalmente se prepara un cierre en el que la persona pueda encontrar un sentido a la experiencia vivida, y a menudo esto implica el uso de la palabra.

Se trabajan sobre los objetivos específicos señalados, realizando propuestas corporales que tienen en cuenta los “factores de movimiento” observados (peso, tiempo, flujo y espacio) y las “dimensiones vertical, horizontal y sagital” (Laban, 1989; Bartenieff y Lewis, 1980), conceptos claves de la DMT. La intervención en DMT es por tanto siempre desde lo corporal aunque la palabra sea un apoyo para la comprensión del proceso.

Por ejemplo, una sesión comenzó con un precalentamiento en círculo: fui guiándolas en un recorrido por las diferentes partes del cuerpo que iban movilizando de forma libre y que terminó con el movimiento de todo el cuerpo. Mientras seguíamos en movimiento sin desplazamiento fuera del círculo, propuse que todas, menos una, pararan de moverse, nos fijaríamos en el movimiento de ella y al terminar su secuencia, “espejaríamos” todas a la vez su movimiento, es decir, realizaríamos lo que nos ha sugerido el movimiento utilizando sus pautas de movimiento. En este precalentamiento ya estaba “anunciado” el tema sobre el cual trabajaríamos el resto de sesión: el encuentro con el otro. La siguiente propuesta consistía en seguir realizando secuencias de movimiento, esta vez fuera del círculo, de manera que volviera a haber un encuentro consigo mismas. Después, pedí que se pusieran en parejas con la misma indicación de realizar una secuencia y “observarse” en el movimiento “espejado” por la compañera o sentir el movimiento del otro. De nuevo continuamos con el encuentro interpersonal en otro contexto más grupal: otra vez en el círculo, les propuse hacer, de una en una, una secuencia de movimiento que les describiera en ese momento, tras lo cual una de ellas le reflejaría el movimiento. Así pues, la técnica de reflejar se realizó en diferentes situaciones (primero todas a la vez, después en parejas, después una a una siendo observadas por el resto). Para terminar, el cierre consistió en la vuelta a sí mismas, realizando de nuevo un recorrido por las diferentes partes del cuerpo, y la verbalización de la experiencia de cada una en cada una de las situaciones.

Este último paso (no siempre en último lugar) en el que se pide a las pacientes que pongan su experiencia en palabras es de suma importancia para que exista un proceso terapéutico activo por parte de las pacientes y para que la experiencia pueda ser integrada. En un principio, es el terapeuta el que guía al paciente en este proceso, hasta que el paciente aprenda a hacerlo por sí mismo (Salvador, 2008). La activación del Adulto es requisito para que las pacientes puedan observar y elaborar lo que están experimentando para llegar a resolución de los conflictos puestos de manifiesto por la experiencia psicofísica, en definitiva, para que exista un verdadero proceso de crecimiento y maduración del self.

El cuerpo en las dimensiones vertical, horizontal y sagital refleja simbólicamente muchos aspectos inconscientes de la persona que son narrados a través del movimiento del cuerpo. En la DMT se facilita que esta narración pueda ser escenificada, y que el terapeuta pueda realizar sugerencias que introduzcan elementos nuevos en esta narración, como forma de brindar otra experiencia y como base para que la persona, por medio del contraste de ambas vivencias, pueda ir tomando conciencia de sí misma apoyándose en lo nuevo. Por ejemplo, una sesión tuvo como tema el proceso de crecimiento. La propuesta se centraba en recrear el proceso de crecimiento subiendo hacia la vertical (plano alto) desde el suelo (plano bajo) favoreciendo la realización del mismo de una manera consciente y satisfactoria para cada una. Es preciso señalar que aunque se trabajaba con el simbolismo, las sesiones estaban centradas en el componente corporal sin que necesariamente fuera explicitado, ya que a menudo la persona no es consciente de que todos esos elementos están representados en su movimiento. Este tipo de sesiones ofrece al terapeuta mucha información, además de que permite a las pacientes experimentar un acto que realizan todos los días (de forma concreta, al levantarse de la cama, de forma simbólica, al afrontar su día a día) de una manera y perspectiva diferentes. Se hizo una primera fase en la cual el proceso fue guiado verbalmente, comenzando desde la posición de tumbadas:

– Movimientos directos con los brazos y piernas de dentro hacia fuera

– Movimientos a veces fuertes y rápidos, y otras veces más suaves y lentos.

– “Ese movimiento te lleva a darte la vuelta de manera que empiezas a reptar por el suelo. Reptar, deslizarse, el cuerpo avanza por el suelo, se desplaza”.

– “El movimiento te lleva a subir ligeramente, a la posición a cuatro patas”.

– Realizar movimientos o diferentes posturas que se pueden adoptar en este plano (sentada, sobre rodillas, a cuclillas…)

– Finalmente, ese movimiento te impulsa a la vertical, a la posición de pie. Movimientos amplios-estrechos

– Imaginad que un fluido recorre vuestro cuerpo, de arriba abajo, de cabeza a los hombros, pasando por el cuello, y así llegando a todas las partes del cuerpo. Es un fluido que no encuentra obstáculo en su recorrido, fluye de un lado a otro sin pararse.

– Ese flujo de movimiento continuará…

– … y continuará hacia otros lugares del espacio…

– … hasta que poco a poco vaya cesando.

Posteriormente, se les invitaba a que volvieran a la posición de tumbadas y realizaran ese proceso a su manera, a su tiempo y hasta donde quisieran llegar. La música estimula el hemisferio derecho y favorece la implicación corporal en estos procesos.

La psicoterapia verbal, como encuentro entre dos personas, ha sido comparada metafóricamente con una danza. Dos personas “danzan” al unísono con el objetivo último de que una de ellas resuelva sus conflictos o vea disminuir sus dificultades a la hora de “moverse por el mundo”. En la DMT, esta metáfora se hace realidad. Una de las sesiones fue preparada con el objetivo de que hubiera un enriquecimiento del movimiento del otro, así que, después del precalentamiento, se les propuso que se pusieran por parejas y que una de ellas fuera “señalando” partes del cuerpo de la otra que ésta tendría que movilizar, la cual lo haría sin oponer resistencia. Al ser impares, formé pareja con una de las pacientes, y comenzó ella a señalar en mi cuerpo aquellas partes a accionar. Mis movimientos fueron sinuosos, curvos, suaves. Cuando cambiamos y era ella la que se “dejaba llevar” por mis “toques”, su movimiento fue también suave, con tendencia a la forma curva. Se creó una danza acompasada, armónica, llena de suavidad y ternura, que la paciente valoró mucho, hasta tal punto que verbalizó haberse sentido sin dolor, liberada, y que incluso había podido hacer movimientos que generalmente no podía hacer por el dolor físico.

CONCLUSIONES

Hay muchas maneras de trabajar con el cuerpo, y todas ellas son válidas para fomentar un cambio personal. En este artículo se ha presentado una manera de trabajar con el cuerpo, que es la Danza Movimiento Terapia, compatible e integrable con el análisis transaccional integrativo, que tiene en cuenta la etapa evolutiva corporal en la que posiblemente se encuentre la persona, con el objetivo de ir ofreciendo experiencias que partan de ese nivel evolutivo corporal como manera de ir cogiendo seguridad en los propios movimientos, dentro de un clima relacional protector, y vía de exploración de caminos corporales nuevos. Este proceso supone una mayor conexión de los pacientes consigo mismos y una ampliación de los propios recursos.

beatriz martin

Beatriz Martín

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