Humor en terapia
01/12/2014
El humor y la risa – ya lo sabemos – son terapéuticos: rebajan los niveles de ansiedad, previenen contra la depresión, refuerzan el sistema inmunológico, nos ayudan a ver otras perspectivas y a ser más creativos. Por lo tanto, tiene sentido que cada vez más terapeutas lo incorporemos a nuestro trabajo. ¿Pero hasta qué punto es realmente terapéutico? A veces cuando bromeamos, podemos herir a la otra persona y echar por tierra el trabajo realizado hasta entonces. Este artículo explora el uso del humor en la terapia: cuándo conviene emplearlo, cuándo no y cómo hacerlo.
El humor como herramienta terapéutica
El humor nos permite salir de viejos moldes, ver las cosas de otra manera y adoptar nuevas perspectivas, favoreciendo la creatividad y el desarrollo de nuevas competencias. Las bromas nos sacan del análisis cognitivo y nos llevan a lugares insospechados. Por eso me parecen un recurso fantástico para la vida en general y también para la terapia. Uno de mis clientes comenzó una sesión diciendo: “Jo, qué pereza. ¿Esta vez no podrías ser tú la cliente y yo hacer de terapeuta?”. Le contesté: “¡Buena idea! Me vendrá bien un cambio de aires”. Me coloqué un pañuelo en la cabeza e instantáneamente me transformé en una mujer llamada Doris. Le dije que venía a consultarle por un problema (sospechosamente similar al suyo) con mi familia (también sospechosamente similar a la suya). Su perspectiva de terapeuta improvisado le permitió ver su situación desde fuera y pensar en recursos que no se le habrían ocurrido “desde dentro”.
El humor impacta y eso permite que una enseñanza, una reflexión o una conclusión se graben en nuestra memoria. Recuerdo que en uno de los congresos de psicoterapia a los que acudo a veces como intérprete, me tocó trabajar con una persona a la que me costaba seguirle el ritmo. Al hablarlo por la noche con mi terapeuta, le conté que mi Padre Crítico estaba muy pesado y ella me respondió: “A tu Padre Crítico, ponle voz de Pato Donald”. De repente imaginé al Pato Donald diciéndome con su voz gangosa “lo has hecho fatal, cuac, cuac, eres un desastre, cuac cuac” y terminé doblada de risa en la cama de mi habitación de hotel. Si mi terapeuta hubiese usado un registro más neutro, diciendo algo así como: “tu Padre Crítico está equivocado, no le hagas caso”, probablemente yo no habría reaccionado.
A veces cuando repaso con clientes lo que ha sido su terapia, descubro que uno de los momentos claves que se llevan es alguna intervención desde el humor que les permitió darse cuenta de algo importante. No hay duda de que las cosas dichas con humor impactan más y permanecen más tiempo en nuestra memoria.
Algunos clientes están muy acostumbrados a gestionar sus emociones y sus dudas por sí solos. En estos casos, compartir desde el humor una experiencia mía parecida a la suya les permite no sólo relativizar y tomar distancia sino ver que, aunque parezca increíble, “estas cosas también le suceden a la terapeuta”. Como yo me río de mí misma y no de lo que les ha sucedido a ellos, evito que se sientan ofendidos o no tomados en serio pero a la vez estoy consolidando la relación terapéutica a través de la experiencia compartida. Y mi forma de reaccionar les ayuda a ver otro modelo de cómo tomarse las cosas.
Finalmente, el humor también puede ser la manera que tiene el cliente de hacer un primer acercamiento a temas que de otro modo serían difíciles de abordar.
Por lo tanto, el humor tiene muchas ventajas: permite recordar mejor algunos aprendizajes y, como terapeutas, nos ayuda a conectar con nuestros clientes y mostrarles que no están solos en su experiencia. Incluso puede ser un modo de tantear temas difíciles. Sin embargo, hay que tener cuidado. A veces usar el humor desde nuestra posición de terapeutas puede ser contraproducente.
Cuando el humor derrapa
En un taller de terapia hice trabajo personal delante del grupo y me arriesgué a contarle a mi terapeuta algo que para mí tenía prácticamente el rango de una confesión. Como pareció acogerlo bien, me arriesgué a hacerle otra confesión más profunda aún: que después de haber escuchado la primera, él me dejase y no quisiera saber nada más de mí, a lo que él contestó: “Tienes razón, te voy a dejar porque necesito ir al baño y no aguanto más”. Algunas personas en el grupo estallaron de risa pero yo me sentí profundamente lastimada. Aquel episodio me hizo reflexionar sobre la facilidad con la que puede herir una broma. Ni siquiera los terapeutas con décadas de experiencia están a salvo de cometer este tipo de errores.
Como podéis imaginar, aquella vivencia me sensibilizó mucho con el uso del humor. Soy muy consciente del riesgo de herir a mis clientes con una broma o una ironía. Por eso raras veces me lanzo a bromear con algo que trae el cliente. Por lo general, prefiero reírme de algo que me ha sucedido a mí y con lo que el cliente se pueda identificar.
Como he dicho antes, el humor es una forma de vincularse pero hay clientes que para hacerlo emplean transacciones de la horca. En ese caso, si nos reímos con ellos, estamos reforzando el descuento que hacen de su situación. Es cierto que, como me dijo un día un supervisor, algunos clientes son tan divertidos e ingeniosos que no podemos evitar reírnos. El primer paso es darnos cuenta de que nos hemos reído sin querer. Cuando me pasa esto, noto una sensación de malestar en el estómago y a veces una voz en mi cabeza que dice: “¡Ups!” así que le señalo a mi cliente como los dos nos estamos riendo de un tema muy duro y comento que tal vez lo estemos haciendo porque es demasiado incómodo mirarlo de frente.
Del mismo modo que los clientes pueden usar la broma para suavizar temas difíciles, también el terapeuta puede emplear el humor para evitar temas que le incomodan a él. Freud ya advertía contra el riesgo de usar el humor para diluir las tensiones en un momento en el que por el contrario es necesario tolerarlas para abrir nuevos campos de indagación. (Robert Gordon)
Otro aspecto a tener en cuenta es la adecuación del momento. Si empleamos el humor demasiado pronto en la relación, por ejemplo en una primera sesión cuando el cliente viene nervioso y asustado, nos arriesgamos a que nos malinterprete (al fin y al cabo él tampoco nos conoce aún), que se sienta ofendido o que piense que no le tomamos en serio. Con esto no digo que no haya que emplear el humor en una primera sesión, pero sí considero que es importante hacerlo con cuidado. Por ejemplo, en una primera sesión en que un cliente se queja de no haber sabido arreglar su problema él solo para luego añadir que le resulta difícil, sí me permito decirle que efectivamente, no es sencillo y que si lo fuese, no necesitaría venir a terapia. Esto, que parece una obviedad, muchas veces les hace sonreír y aligera la crítica que se hacen a sí mismos por presentar un síntoma u otro.
El humor como herramienta
Al final no se trata tanto de usar el humor o no sino de aprender a dosificarlo, ajustándolo a cada situación, a cada cliente y… a cada terapeuta. No todos los terapeutas tienen el mismo sentido del humor. A algunos les resulta más fácil que a otros reírse.
Con algunos clientes sí me siento lo bastante espontánea como para bromear. Con otros en cambio me siento encorsetada. No busco forzar el humor cuando no me sale pero sí me interrogo sobre qué está pasando entre el cliente y yo para que el humor fluya o deje de hacerlo.
Por ejemplo, la mayoría de los clientes llega a la primera sesión con miedo y nervios. Es raro que en un primer contacto se permitan bromear así que cuando uno lo hace, eso despierta mi curiosidad. ¿Está intentando complacerme? ¿O pretende seducirme? ¿Para qué lo hace? ¿Cuál es el significado relacional? ¿Cuál es la función intrapsíquica? ¿Está usando el humor para distraerme y no tener que profundizar en temas dolorosos?
En ese sentido, interrogarme sobre el tipo de humor que mi cliente emplea conmigo o que yo empleo con él me ayuda a profundizar en mi contratransferencia. ¿Cómo me siento yo con ese humor? ¿Siento ganas de seguirle la corriente al cliente y jugar con él? ¿Me siento agredida? ¿Quiero responderle con el mismo humor para impresionarle, olvidándome de que estoy en una sesión de terapia y no en un cásting para el Club de la Comedia? Todas las respuestas a estas preguntas me dan información sobre la persona que tengo delante.
Conclusión
El humor puede unir o crear rupturas en la relación. A veces sirve para tomar distancia y relativizar, abriendo nuevas perspectivas y dándole un toque creativo al tema que estamos tratando y otras veces es un pretexto para escapar de asuntos dolorosos en los que el cliente (o a veces el terapeuta) teme entrar. Podemos limitar que el humor sea un obstáculo para una buena terapia si lo acogemos como una herramienta más y nos interrogamos sobre su significado en nuestra relación con el cliente.
Inés Arregui
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