Estudio de la personalidad «borderline» desde el análisis transaccional
01/06/2007
Publicado por Actualités en Analysse Transactionelle, vol. 9, Nº35, julio 85.
I.- Aspectos clínicos y teóricos:
En el transcurso de estos últimos años, las publicaciones especializadas en psiquiatría y psicoanálisis han dedicado amplios espacios al tipo de pacientes a los que se les agrupa con el término «borderline». Hay mucha bibliografía, tanto desde el punto de vista descriptivo como desde el punto de vista explicativo de la dinámica psicológica y del proceso.
Hasta el momento presente, estos descubrimientos recientes, según parece, no han influenciado apenas al A.T., ni en sus planteamientos teóricos, ni prácticos. Unicamente, E. Bader en sus cursos de entrenamiento utiliza el modelo de matriz del argumento que veremos a continuación. También R. Drye, por su parte, ha escrito junto con R. Grinder una obra, que ya es clásica, además de la breve mención a los clientes «borderline» que realiza en su contribución al libro «T.A. after E. Berne», concretamente, cuando habla de jerga del diagnóstico y la utilidad del mismo.
Las personas que presentan una adaptación de tipo «borderline» solicitan frecuentemente bien sea terapia, bien consejo psicológico. Su percepción de la realidad y de los problemas habituales de la convivencia está impregnada de un dolor excesivo.
A los ojos de un observador superficial, estos pacientes, aparecen menos perturbados que lo que realmente están. Sin embargo, las exigencias del tratamiento resultan muy enojosas para quienes han de prestarles ayuda, tanto en el plano técnico, como en el personal.
Es muy importante que el terapeuta establezca el diagnóstico rápidamente. En este sentido, es oportuno que rememoremos la descripción que hace M. Robins: «La persona «borderline» es dependiente. Por tanto, nunca le faltan recursos.
Aparentemente, es incapaz de sobrevivir en soledad y, con frecuencia, se muestra habilidosa para suscitar el tipo de relación que, por otra parte, está exigiendo. En los casos típicos, la persona se encuentra atrapada en una red de relaciones complicadas; su comportamiento oscila entre las manipulaciones agresivas para controlar a los demás y la obediencia ciega con la que se aferran a la gente.
A nivel de la consciencia, la percepción, el pensamiento y el sentimiento del «borderline» están marcados por fluctuaciones patentes y objetivamente contradictorias.
Aún a pesar de su capacidad para adaptarse a los demás, este tipo de personas suele mostrarse refractario al aprendizaje, sobre todo en el campo de las relaciones de intimidad. Es muy frecuente que estas personas «olviden» o destruyan de algún modo aquellas experiencias válidas que pudieran impulsarles hacia el cambio. En sentido contrario, cuando estas personas se encuentran en el momento más álgido de sus dificultades de convivencia, son proclives a episodios psicóticos de índole paranoica y pueden activar conductas autodestructoras.
Sus emociones son igualmente variables y cambian de la euforia a la depresión. También su capacidad para «distinguir y describir sus propias sensaciones corporales y emociones es muy rudimentaria».
Según se desprende de esta descripción, la persona «borderline» se abandona a un parasitismo desesperado. Sus roles preferidos son Víctima y Perseguidor. Si su parasitismo se transforma en juego, alternan efectos teatrales desconcertantes. Consecuentemente, su vida privada es caótica. El éxito que consiguen, tanto en sus estudios como en su trabajo, no se corresponde con lo que cabría esperar de su inteligencia y aptitudes, y ello es debido, sin duda alguna, a que la energía de la persona se vuelca, prioritariamente, en perpetuar las relaciones que necesita. Estas personas son asombrosamente hábiles en conseguir de sus terapeutas reacciones de tipo Salvador, arrinconarlos e inducirlos a peleas cuyas apuestas son la vida o la muerte.
El «borderline» tiene una maña excepcional para socavar la autoestima profesional y personal de aquellas personas que les están ayudando; conseguido esto, se permiten imbuirles sentimientos de culpa y forzarlos al tipo de conducta que es coherente con su propio argumento de vida. Según puede concluirse, tales manipulaciones, en la mayoría de los casos, acarrean un rechazo, o un paso más hacia el final trágico argumental.
Los escritos psicoanalíticos han abundado sobre mecanismos de defensa característicos de la personalidad «borderline»: la identificación proyectiva y la diseminación. Huelga señalar que estas personas utilizan estratagemas poco sofisticadas, cuando la situación les resulta favorable; sin embargo, ante situaciones de «estrés», producen rápidamente la regresión y recurren a estos mecanismos primitivos.
La identificación proyectiva comporta tres elementos:
a) La persona proyecta cualidades o deseos «malos» o inaceptables de su propio Niño y los endosa al Niño del otro.
b) A continuación, mediante caricias estratégicas, consigue, de manera subrepticia, que el otro manifieste tales cualidades negativas.
c) Cuando lo ha conseguido, actúa con él desde el Perseguidor o el Salvador.
La noción de «diseminación» proviene de la teoría de las relaciones objétales que J. Masterson define como «la versión psicoanalítica del proceso de interiorización de las relaciones interpersonales, o en otras palabras, el estudio del impacto de estas en la estructura intrapsíquica». Para este autor, la relación objetal elemental es «una estructura intrapsíquica que deriva de la interiorización de una interacción. Comporta una imagen del sí mismo, una imagen del objeto y también la relación afectiva que une a entrambos». Es fácil de comprender este concepto, explicándolo en términos de la estructura de los estados del Yo.
El estado Niño del Yo contiene la autoimagen y el estado Padre del Yo la imagen objetal. Al interior de la personalidad ambas imágenes son claramente distintas. El vínculo emocional que conecta a ambas está constituido por los sentimientos parásitos o rebuscos, que la persona siente y expresa una y otra vez, bien sea en respuesta a influencias, bien como reacción a las transacciones exteriores.
M. Horowitz precisa la definición de «diseminación» y destaca las dificultades que se presentan en el manejo de la información: «La diseminación consiste en la separación y multiplicación de representaciones internas de sí y de los demás… En vez de elaborar un modelo de representación integrado, realista y coherente que se refiera a sí mismo y a los demás, la persona va yuxtaponiendo imágenes, buenas y malas, tanto de sí como de los otros. Estas imágenes sirven de base para la esquematización de los roles que informan las relaciones sociales. Y, en cuanto a la información, las vivencias y los recuerdos de la vida cotidiana experimentan una cierta distorsión: Generalmente, los aspectos encomiables se mantienen vinculados al sí-mismo, en tanto que los negativos se proyectan fuera.
Además, es frecuente que una misma situación, o un mismo conjunto de datos, sea tratado «en paralelo» dando lugar a varias versiones independientes de imágenes propias e imágenes de otro..
La persona es consciente de cada una de las significaciones que va adjudicando, pero no las relaciona entre sí, como hace cualquier otra persona cuyo pensamiento se mantiene en contacto con la realidad y se orienta hacia la resolución de problemas… Esta última denotación es fundamental y se observa habitualmente en clientes «borderline».
Si atendemos a la teoría de R. Phillips, la personalidad «borderline» utiliza, alternativamente, el posicionamiento típico del Niño «megalómano» y el que caracteriza al Padre despectivo. Frecuentemente, oscila de uno a otro, sin que el Adulto adquiera consciencia de ello.
Cuando se relaciona con personas, que le interesan verdaderamente, «es fácil que instaure lazos afectivos inmediatos, internos y absorbentes, de los cuales espera obtener enseguida una gratificación plena y un vínculo afectivo irrompible».
Todo esto no le impide mantener el miedo a ser engullido y perder el sentimiento, muy precario por cierto, de la propia identidad. Al poco tiempo, la persona «borderline» comienza a mezclar sus propias reacciones personales, confundiéndolas con las emociones, pensamientos y conductas de aquella otra persona con quien se esté relacionando en ese momento. Empieza a percibir a esta persona como un elemento que le está controlando sus propias necesidades y deseos.
A partir de ahí, la persona «borderline» únicamente espera ser rechazado y vuelve a experimentar un pánico atroz por su propia supervivencia.
El conocer la teoría del desarrollo evolutivo de la persona según M.Mahler y su equipo, puede ser un factor de ayuda importante que facilite, a los terapeutas y a los propios clientes, la comprensión de la dinámica psicológica subyacente a estos procesos. Las investigaciones que realizaron se apoyan sobre la observación y estudio clínico de las relaciones entre madres e hijos.
Su trabajo, hecho desde la perspectiva psicoanalítica, se ha ocupado, principalmente de las denotaciones subjetivas, sean estas normales o no, de la evolución de la simbiosis y del nacimiento del Yo psicológico: describen la fase de autismo normal, comprendida entre el nacimiento y los dos meses, el establecimiento de la simbiosis en la etapa que va desde los dos a los seis meses de vida y el proceso de separación-individuación que discurre entre los seis meses y el tercer año de vida.
A su vez, este proceso de separación-individuación se subdivide en cuatro fases, la tercera de las cuales es la de reconciliación, entre los 18 y 24 meses de vida, que resulta fundamental en la estructuración de la personalidad «borderline». Como ya sugiere la denominación con que se reconoce a esta etapa (de reconciliación) el niño de esta edad necesita reconciliarse con su madre para fortalecerse y reafirmarse con el apoyo materno y de esa guisa continuar la exploración del entorno, que es cada vez más profunda, y la implantación de pautas autónomas de reacción.
Los puntos de vista de M.Mahler pueden comprenderse también en términos transaccionales: Se produce una cierta desazón patológica en los niños a los que la madre da caricias positivas cuando se aferran a ella y en cambio no los acaricia, los rechaza o los persigue claramente siempre que se alejan.
Haciendo una presunción, parece que el niño que se agarra a su madre, la está idealizando; pero, si ella lo rechaza, él siente rabia y miedo. Ahora bien, para impedir que estos sentimientos empañen la imagen materna positiva que él tiene, inicia el proceso de separación como una forma de proteger esa imagen. Los niños que resuelven con éxito esta fase evolutiva pueden ver a su madre, en lo sucesivo, como una mezcla de cualidades buenas y malas y podrán relacionarse con ella sobre este planteamiento. Paralelamente, mantendrán una imagen suficientemente positiva, que les permitirá contener su agresividad en aquellos momentos, que sobrevendrán con toda seguridad, y en los cuales papá, mamá o cualquier otro miembro del entorno familiar se convierten en agente de frustración. Así es como el niño logra establecer la «constancia objetal» y su carácter ambivalente.
En opinión de Modell, la personalidad «borderline» permanece aferrada al objeto primario. La personalidad narcisista pretende ser para sí misma una «madre mejor», según atestigua la experiencia clínica.
El Padre Nutritivo del «borderline» se muestra exiguo e inclusive ausente por completo. Este hecho se muestra con claridad utilizando la técnica de las cinco sillas, con la que podremos comprobar que el Padre Nutritivo del paciente es incapaz de articular mensajes que resulten alentadores para el Niño. Por ello, se comprenden fácilmente que la persona tenga la necesidad ineludible, aunque frágil, de tener un «papaito» que la quiera y se ocupe de ella. Para cubrir esta necesidad utiliza comportamientos que son nutritivos sólo en apariencias y cuyo destinatario es el propio yo. En realidad es una especie de parentalización hecha desde el propio Niño megalómano y maníaco. A mayor abundamiento, la persona tiene que preservar a este «papaito» del contacto con el sistema relacional introyectado, porque este le suscita sentimientos negativos.
La necesidad intensa de mantener relaciones simbióticas, que experimentan estas personas, puede explicar la dificultad para recordar estadios evolutivos anteriores: al no recordar es imposible contrastar vivencias.
El cuadro clínico «borderline» aún se complica más por razón de la estructura de mandatos argumentales que ha aceptado. En la matriz argumental, junto al mandato «No seas tú mismo» encontramos otros mensajes que conllevan descalificaciones radicales del tipo: -«tú eres malo»-, -«tú eres una basura»-, -«a ti te falta un sentido»-, etc… Estas descalificaciones se remontan a etapas muy tempranas de la vida; consecuentemente, la persona dice que ella siempre se ha sentido así: malo, basura, incompleto, mal hecho…
Evidentemente, el «impasse» es de tercer grado y los mensajes indicados anteriormente sólo le sirven para alejarse de los demás, porque el niño supone que nadie, a excepción de sus padres, va a querer ocuparse de él. Así pues, aun cuando alguna de estas personas no haya recibido el mandato «No vivas», no obstante, cabe esperar que se presenten poderosas tendencias suicidas y una clara propensión a manipular por este camino.
TRATAMIENTO
Las consideraciones clínicas y teóricas que anteceden atestiguan las dificultades que han de enfrentar el terapeuta y su cliente. La persona se ha construido un padre idealizado, imaginario sobre la base de cuanto ha vivido junto a un Padre Salvador o falsamente nutritivo. Consecuentemente, canaliza su energía en orden a perpetuar su ilusión, separándola de otros aspectos de su experiencia: los «malos» objetos que necesita para descargar su rabia sobre ellos.
Es frecuente que la persona «borderline» perciba a su terapeuta unas veces como bueno y otras como malo y que utilice el parasitismo y los juegos de tercer grado para forzarlo a portarse como tal. En su vida van sucediéndose distintos personajes en este papel alterno de bueno y malo. Hay un peligro grave cuando el «borderline» siembra cizaña entre estos personajes, bien sean miembros de su propia familia, terapeutas anteriores y actuales, personal ayudante, asistentes sociales, etc… Efectúa estas manipulaciones para proteger su sentimiento, mal establecido, sobre su propia identidad.
Por tanto, la personalidad «borderline» necesita una relación llena de confianza con alguien que sea auténticamente nutritivo; en ese marco, será posible que aprenda «a ser un padre/madre mejor para sí mismo». Desgraciadamente, pese a su necesidad vital de una relación de este género, el «borderline» no ha vivido nunca nada parecido y tiene enormes dificultades para correr ese riesgo. Hace falta mucho tiempo, durante el cual el terapeuta será puesto a prueba de múltiples formas. Su papel, no obstante, es claro: sostener la autonomía que nace en su cliente y facilitarle la separación en cuanto esté en condiciones de volar con sus propias alas.
Frecuentemente, hemos constatado que los «borderline» se muestran escépticos, e incluso hostiles, ante los planteamientos teóricos del A.T., sobre todo al principio del tratamiento. Sin embargo, hay algunos planteamientos transaccionales que se manifiestan como valiosisimos, como son los contratos; estos son un pilar para la autonomía. Sin duda alguna, la mejor manera de ponerlos en funcionamiento consiste en enfocarlos hacia la resolución de problemas en el aquí y ahora. Consiguiendo éxito en la cumplimentación de sus contratos, el cliente acrecienta su autoestima, el sentido de sus capacidades y, al mismo tiempo, comprueba que el terapeuta es fiable, no lo engaña y es auténticamente nutritivo.
Desde la perspectiva de los estados del Yo, el tratamiento ha de incrementar el sentimiento de poder en el Niño, reestructurar el Padre y establecer entre ambos las conexiones que sean precisas. Hasta un cierto punto, estos procesos son concomitantes.
Desde el principio de la terapia, el terapeuta enseña a su cliente a reconocer y nombrar sus propios sentimientos. Es frecuente que, con anterioridad, los sentimientos hayan sido identificados incorrectamente: por ejemplo, cuando la persona sentía rabia, se le decía que estaba cansada.
También, llega a controlar sus impulsos, aprendiendo a pensar mientras está bajo el influjo de sus sentimientos y a diferenciar entre sentir y activar el sentimiento. Cuando la persona experimenta rabia, es aconsejable que el terapeuta se mantenga en contacto visual con ella; de ese modo, por vía no verbal, le está enviando el mensaje siguiente: «tu rabia no puede herirme, ni cambiarme», que viene a derruir una antigua creencia, que era compartida por la propia madre del cliente; «mi rabia va a destruir a mamá». El proceso de aceptación y expresión adecuada de la rabia es fundamental para cambiar el proceso de diseminación.
La proyección es otro de los temas importantes. La tratamos mediante confrontaciones encaminadas a clarificar la realidad. El grupo es el marco más idóneo para acometer este proceso. Los miembros del grupo expresan sus puntos de vista en los que están de acuerdo sobre lo que es real. Si el cliente se empecina en redefiniciones, proyecciones y juegos, los demás le dan «feed-back» sin perseguirlo. Es cierto que la persona «borderline» tiende a introyectar demasiado; pero el trabajo sobre ello, le refuerza sus defensas.
Veamos una manera de realizarlo: La persona se mantiene alerta a todo cuanto se dice en el grupo, escribe los elementos que normalmente podría introyectar y los valora posteriormente con su Adulto. La primera vez que la persona realiza este proceso, experimenta un sentimiento íntimo de poder. Algunas personas, cuando están introyectando, abren físicamente la boca (o adelantan el cuerpo hacia adelante, plegándolo sobre el vientre); y, en bastantes casos, basta decirles que mantengan la boca cerrada cuando hablen los demás para que logren enchufar su Adulto y dejen de introyectar.
La conducta de la persona «borderline» es frecuentemente errática. Ello puede explicarse precisamente por la tendencia a introyectar en exceso. Su estado Padre del Yo asimila una enorme cantidad de mensajes, contradictorios entre sí, a los que la persona procura adaptarse. Tales incorporaciones se producen en cada situación de tensión, o cuando la persona ha sido internada por causa de un episodio psicótico.
El estado Padre del Yo de estas personas es altamente desorganizado e incoherente. Por ello, es oportuno que el terapeuta y el cliente revisen sus contenidos, sistemáticamente, para descubrir el origen de tales mensajes, evaluarlos y rechazar las introyecciones más recientes.
Cuando el cliente ha realizado su propia elección y controla conscientemente sus incorporaciones más recientes, es cuando está en condiciones para abordar la parentalización que recibió en su infancia.
Requiere mucho trabajo la instauración de conexiones nuevas Padre-Niño, que sean controladas por el Adulto; por ello, es preciso apoyarse en las conexiones existentes, siempre que ello sea factible, y obtener, a partir de ellas, recursos para la parentalización.
Es preciso indicar que no se puede obtener una estructura radicalmente nueva. En el curso de la reparentalización, puede ser necesario comprometer a los padres para que no infrinjan daño al hijo y asuman sus propios problemas y sentimientos, en lugar de escudarse. Al hacer esta operación, nos podremos percatar que casi siempre los padres mismos tienen, a su vez, una personalidad esquizoide o paranoide.
Para la reparentalización, la resistencia más frecuente proviene del estado Niño del Yo, que persiste en definir a los padres como enteramente malvados y cerrados, drásticamente, a cualquier tipo de cambio. Ante ello, es preciso ayudar al cliente a que comprenda que él tiene el control de los procesos y que es su propio Niño el que distribuye la energía.
Todo esto puede parecer complicado; sin embargo, una vez superada la resistencia, es fácil establecer nuevas conexiones Padre-Niño que estén ponderadas por el Adulto.
La persona «borderline» tiende a pasar una gran parte de su tiempo en Niño Adaptado. Así deja de pensar y se adapta a lo que supone que quiere el terapeuta. Esta tendencia explica una gran parte de sus fluctuaciones y sus contradicciones objetivas con los parámetros de la percepción, del pensamiento y del sentimiento.
En el proceso de ayuda, se puede evitar mucha confusión, juegos destructivos y pérdida de tiempo, si, antes de cada trabajo, nos tomamos la cautela de verificar algunos supuestos: «¿Esto es lo que tú quieres hacer?», o «¿necesitas tú hacer esto?», o bien «¿te conformas con lo que supones que yo quiero?», «¿llevo yo puesta la máscara de otra persona?», «si es así, pon la máscara sobre una silla…», «antes de ir adelante, ¿necesitas verificar tú alguna cosa conmigo?»… A menudo, el cliente no se atreve, le falta Permiso para plantear estas cuestiones previas.
Otros permisos válidos que puede ser útil impartir antes de iniciar el trabajo:
«Es positivo tomarte tu tiempo y verificar cada paso».
«Es positivo volver atrás y verificar, antes que avanzar por complacer».
«Es positivo decir que tú no comprendes»
«Es positivo que tengas tus ideas y opiniones personales y que te muestres diferente».
A veces, la persona «borderline» perpetúa su confusión sobreadaptándose a cada situación según sean el ritmo y las expectativas del otro. El entrenamiento en asertividad le va a permitir abordar los problemas interpersonales; pedir que se repita una pregunta o que se vaya más despacio; exigir tiempo de silencio antes de responder a una cuestión, decir NO; comprobar si el otro rectifica o rechaza; controlar la reacción propia ante la rabia de los demás, etc.., etc…
Respecto a estas cosas, más vale pecar por exceso de estructura que por defecto. Cuando el cliente se haya atrevido a realizar alguna verificación, es muy importante detenerse a dar razones con generosidad. Supuesto que el cliente tiende a considerarse como una Víctima impotente, al comprobar que el entrenamiento en asertividad da sus frutos, tira por tierra su vieja convicción.
Se ha descrito con frecuencia la tendencia que presenta el «borderline» a asociar a ciertas percepciones con emociones muy intensas y específicas, que luego expresa sin ningún miramiento, ni reparar en las consecuencias.
Esta característica ocasionará, entre otras, reacciones de índole paranoide, que sólo disminuirán cuando la persona haya aprendido a validar el sentido de sus percepciones y de aquellas otras operaciones que realiza invitando a los demás a que la persigan. Su extrema perspicacia puede ser utilizada en grupo, pues tiene una intuición penetrante respecto a los demás.
Por contra, esta misma perspicacia puede volverse contra el propio terapeuta y servir para que el cliente justifique su desconfianza, hasta desechar completamente la terapia. De aquí, la importancia que reviste tener contratos claros, cuando hay juegos del tipo «Patéame», «Ahora te agarré», «Defecto», etc…
Es importante que el grupo confirme que hay un juego, también es importante tranquilizar a la persona, indicándole que jugar un juego no implica estar mal.
La ilusión de ser perseguida debe ser confrontada con mucho cuidado y prudencia. La persona borderline tiene a veces necesidad de tener razón, sin que ello presuponga que imagine que está loca.
El trabajo sobre la diseminación contrarresta el esquema «todo o nada» que subyace en los juegos destructivos. La persona aprende a reconocer los momentos en los que ella percibe sobre el modo «totalmente bueno» o «totalmente malo» y a tomar en cuenta los aspectos ausentes del conjunto. La técnica gestaltista de las dos sillas es la indicada para esto.
Se puede igualmente pedir al cliente que tenga un diario de su terapia. Se necesitará especialmente cuando, sobre la base de una frustración menor, perciba la terapia como totalmente malvada; tomando así contacto con lo que ya ha realizado. Como la separación individuación constituye el núcleo del problema, el terapeuta no debe sucumbir a la tentación de retirarse o de vengarse si su cliente obra de manera destructiva.
A causa de su intensa necesidad de estructuras, la persona borderline reacciona bien a las explicaciones teóricas sobre su comportamiento, a condición de haber decidido tener confianza en el terapeuta. Las discusiones abiertas sobre la diseminación, la protección, etc… pueden ser indispensables para que reconozca y acepte plenamente estos procesos en ella misma. Por contra, es preciso tener en cuenta su tendencia a la sobreadaptación en las explicaciones.
El terapeuta que trabaja con estas personas, debe controlar sus propios sentimientos de malestar para evitar reacciones según su propio argumento.
Es especialmente importante confrontarlos desde el momento mismo en el que se sienta invadido por ellos. Para no correr el riesgo de involucrarse en el sistema borderline, es necesario absolutamente discutir estos puntos en el momento preciso. Como quiera que las personas borderline juegan muchas veces juegos de tercer grado, el terapeuta debe estar firmemente convencido de su propio bienestar personal y es esencial que busque las caricias que necesite de otras fuentes distintas al sistema con el que está implicado.
En muchos casos, será imprescindible la supervisión de un colega experimentado, sensible y fuente de apoyo.
Pensamos que una definición más precisa del síndrome borderline conducirá a la puesta a punto de métodos de tratamiento cada vez más eficaces. Las personas que lo están sufriendo constituyen una llamada a nuestra creatividad, a nuestro saber hacer y a nuestra compasión.
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