El enemigo esta dentro
01/03/2004
Aunque estamos rodeados de situaciones violentas en nuestras relaciones cotidianas, a veces parece que nadie es responsable de la violencia que nos rodea. Oímos y vemos coches bombas, asesinatos, gritos, empujones, golpes, portazos, torturas, violaciones, insultos, humillaciones, amenazas, malas caras, malos humores, mentiras flagrantes, etc. pero se supone que ninguno de nosotros desea que haya violencia y comentamos con cara de impotencia y dolor o incredulidad lo horribles que son ciertos hechos o noticias.
Esta convicción de que como individuos no somos violentos está apoyada en la complicidad de las personas más cercanas con las que nos identificamos como grupo: yo y tú somos buenos y no violentos, pero ellos son los malos y violentos. Ellos son los otros, los de occidente u oriente, norte o sur, izquierda o derecha, dentro o fuera; ellos son los diferentes en edad, sexo, clase, religión, ideología, profesión, isla, nación; ellos son en general, los que separamos con la o que divide para vencer: con nosotros o contra nosotros.
Si ese diagnóstico de que la violencia está fuera tuviera base real, bastaría con pedir más policías y fuerzas de seguridad, más soluciones militares, más armas de ataque a pesar de que siempre serían insuficientes tantas defensas y protecciones. Por eso conviene preguntarnos: ¿quién pone esa violencia fuera, de dónde viene, cuál es su origen? Y, aunque siempre hay excepciones, la respuesta se refleja en el título de este escrito: el enemigo está dentro. En general, las personas que sistemáticamente son tratadas con violencia pueden llegar en algún momento a maltratarse a sí mismas o a los otros. Igual que en los campos de concentración, algunos eran elegidos como capos para vigilar a sus propios compañeros y llegaban a ser tan crueles como los nazis, en la familia y en muchas organizaciones jerárquicas nos encontramos con muchas personas oprimidas que se vuelven tan opresoras o más que sus propios maltratadores.
Hay violencias obvias, pero las sutiles son las más peligrosas porque las vamos incorporando dentro sin mucha conciencia: los desprecios, las descalificaciones, las interrupciones, las miradas de control remoto, algunas formas de tocar, las promesas incumplidas, los afectos condicionados, las invasiones mentales, etc. El resultado de este proceso educastrador es evidente: el tabú a que nos excluyan de nuestra tribu nos hace continuar actuando con el esquema amo-esclavo, que representa el certificado y reconocimiento de que ya tenemos un monstruo dentro suficientemente poderoso para actuar en dependencia de los otros aunque nadie nos vea o nos domine. Quizás el peor problema de una democracia sea que cada uno tiene un dictador dentro y quizás la mejor solución sea facilitar contextos de auténtico amor y respeto al ser humano que somos, para dejar de compensar las carencias de amor con las múltiples formas de opresión y violencia sobre uno mismo o sobre los otros.
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