El placer de acompañar
01/05/2013
La mayor parte de mi tiempo profesional la dedico a acompañar. Como psicoterapeuta y profesor de psicoterapia, camino junto a mis pacientes y alumnos en su cambio y aprendizaje.
Tengo el privilegio de ayudar a personas a realizar un proceso personal de cambios profundos porque confían en mi. Qué honor tan grande.
Cualquiera de mis dos ocupaciones principales conlleva la necesidad de disfrutar con lo que hago. Sentir placer por estar con el otro. Simplemente con estar ahí. Disfrutar por el camino que me lleven. Estar presente desde el corazón. Trasmitir lo que tengo dentro con la intencionalidad puesta en el otro.
Cuando trabajo, necesito concentración para no dejar que las múltiples tareas, ideas, acontecimientos y responsabilidades de mi vida me asalten. Cerrar la puerta de la consulta o del aula significa también cerrarla a todo lo que no sea el otro. Estar presente y conectado con esa intencionalidad de ayudar en el camino que estamos recorriendo es lo que busco para hacer bien mi trabajo.
El placer de enseñar a alguien a quien quieres es una actividad maravillosa de altruismo. Ofrecer el producto de tu experiencia de vida, de tu estudio, las conclusiones de tus propias vivencias, aprendizaje de tus errores y todo lo que hay en ti es muy gratificante. “Solamente” se necesita estar dispuesto a dar honestamente y que el receptor también esté disponible para recibir desde el corazón. Y quizás esto sea lo más difícil de todo.
Como profesional necesitas realizar un camino de construcción, aprendizaje y experimentación para poderte colocar en esa posición honesta y segura, de dar al otro, por él y para el otro. No es fácil. Afortunadamente, para ser psicoterapeuta es necesario hacer un proceso personal, una psicoterapia que te permite resolver la mayor parte de los conflictos que habitualmente impiden ofrecerte al otro sin interferencias. Y esto ayuda mucho.
Una parte importante de mi aprendizaje profesional como psicoterapeuta está siendo (porque nunca terminará) el mostrarme tal y como soy desde el principio. Despacio y con muchísimo respeto acercarme al otro, abierto a lo que él necesite. Sin invadir, con estructura, cuidando cada movimiento y leyendo lo que mi interlocutor me comunica verbal y no verbalmente.
No juzgar, acompañar ofreciendo un respaldo seguro para que él mismo se dé cuenta de qué está haciendo y de cómo serán las consecuencias. Que se sienta comprendido y apoyado en ese camino.
Habitualmente, en la primera entrevista, explico a mi paciente que yo le acompañaré en su proceso un paso por detrás, de forma que él tome las decisiones de hacia dónde vamos y que cuente conmigo para darle todo lo que necesite de lo que hay en mi. Pondré a su disposición mis conocimientos, mi experiencia y aprendizaje, mi cariño y protección, mi tiempo, mi cuerpo y todo lo que yo pueda hacer para que él realice su proceso de la forma más autónoma posible.
La profesión de psicoterapeuta es probablemente la más maravillosa de este mundo. Uno de sus atractivos es su complejidad. Siempre estamos aprendiendo, mejorando, buscando nuevos caminos. Procuramos resolver nuestros conflictos para estar lo más sanos y disponibles que podamos para nuestros pacientes. Día a día, nos enfrentamos a los problemas personales que vamos descubriendo para limpiar las posibles interferencias en la terapia.
Ya el inicio de cada terapia es un verdadero reto. Tenemos que llegar a la intimidad sin sobresaltos. Conseguir que alguien que llega con carencias y sufrimiento se sienta atendido, comprendido, respetado y acompañado en un clima de intimidad no es fácil. Y a partir de ese difícil comienzo tenemos que construir un vínculo amoroso, seguro y tan protector que permita al paciente transitar su “bajada a los infiernos” para resolver los conflictos más profundos de mi mano.
En el acompañamiento terapéutico tenemos que estar muy atentos a diagnosticar el Estado del Yo en el que está nuestro paciente. Los Estados que nos interesan para cambiar son el Niño Libre y el Adulto. Muchas veces nos encontramos a un paciente que está en Niño Adaptado, que busca agradarnos o provocarnos desde la adaptación. Desde ese Estado del Yo no cambiará, seguirá adaptándose pero no podrá cambiar.
En la enseñanza hay ciertas cosas que aparentemente son más fáciles. La disposición de comienzo permite al alumno quedarse en un segundo plano, sin comprometerse demasiado en la relación. Mi interés según vamos avanzando en la formación es que el alumno se vaya colocando en una posición de compromiso personal con su aprendizaje y con las relaciones personales que establezca en clase, es decir con el profesor y con sus compañeros.
La presentación es una herramienta muy útil para la formación del grupo y de sus relaciones. Normalmente, proponemos una presentación profunda y completa de cada uno para construir el grupo y que, a partir de ahí, puedan pasar cosas que de otra manera se perderían.
Otro objetivo, tanto en clase como en terapia, es enseñar a pensar por sí mismo al alumno y al paciente. También eso lo vivo con placer. Es una maravilla acompañar al otro en ese camino hacia la autonomía. Evitar darle las soluciones mientras le ofreces herramientas e ideas para conseguirlas por sí mismo. La meta es que la solución nazca dentro de él, que sea suya. Entonces funcionará. Si se lo das hecho, lo más probable es que no le sirva y además ese camino ya no lo podremos usar. Quedará inutilizado.
Cuando acompañamos a otras personas en su recorrido buscamos no tomar partido, respetar al máximo al otro y a sus decisiones y darle modelos abiertos para que cada uno pueda elegir cómo quiere integrar aquello que le estás mostrando.
Llevo mucho años acompañando a personas que me han dado lo mejor de ellos mismos. Me siento privilegiado de caminar a su lado, aprendiendo de cada uno, de cada momento y en cada trabajo. Me encanta verles crecer, madurar, resolver y llegar a triunfar en su vida. Aunque cada paso ya es un éxito, llega un momento que su vida cambia, que su cuerpo cambia y también su energía. A partir de ahí es más fácil. Ya no hay tanto esfuerzo. Aún así se sigue avanzando, y yo con ellos, hasta que deciden caminar solos.
Llega el momento de la despedida y siento una gran tristeza sobre una grandísima satisfacción por el camino recorrido, por el éxito logrado. Y en todos y cada uno de esas relaciones he sentido el AMOR, un amor profundo que me ofrece una maravilloso placer. El placer de acompañar.Tengo el privilegio de ayudar a personas a realizar un proceso personal de cambios profundos porque confían en mi. Qué honor tan grande.
Cualquiera de mis dos ocupaciones principales conlleva la necesidad de disfrutar con lo que hago. Sentir placer por estar con el otro. Simplemente con estar ahí. Disfrutar por el camino que me lleven. Estar presente desde el corazón. Trasmitir lo que tengo dentro con la intencionalidad puesta en el otro.
Cuando trabajo, necesito concentración para no dejar que las múltiples tareas, ideas, acontecimientos y responsabilidades de mi vida me asalten. Cerrar la puerta de la consulta o del aula significa también cerrarla a todo lo que no sea el otro. Estar presente y conectado con esa intencionalidad de ayudar en el camino que estamos recorriendo es lo que busco para hacer bien mi trabajo.
El placer de enseñar a alguien a quien quieres es una actividad maravillosa de altruismo. Ofrecer el producto de tu experiencia de vida, de tu estudio, las conclusiones de tus propias vivencias, aprendizaje de tus errores y todo lo que hay en ti es muy gratificante. “Solamente” se necesita estar dispuesto a dar honestamente y que el receptor también esté disponible para recibir desde el corazón. Y quizás esto sea lo más difícil de todo.
Como profesional necesitas realizar un camino de construcción, aprendizaje y experimentación para poderte colocar en esa posición honesta y segura, de dar al otro, por él y para el otro. No es fácil. Afortunadamente, para ser psicoterapeuta es necesario hacer un proceso personal, una psicoterapia que te permite resolver la mayor parte de los conflictos que habitualmente impiden ofrecerte al otro sin interferencias. Y esto ayuda mucho.
Una parte importante de mi aprendizaje profesional como psicoterapeuta está siendo (porque nunca terminará) el mostrarme tal y como soy desde el principio. Despacio y con muchísimo respeto acercarme al otro, abierto a lo que él necesite. Sin invadir, con estructura, cuidando cada movimiento y leyendo lo que mi interlocutor me comunica verbal y no verbalmente.
No juzgar, acompañar ofreciendo un respaldo seguro para que él mismo se dé cuenta de qué está haciendo y de cómo serán las consecuencias. Que se sienta comprendido y apoyado en ese camino.
Habitualmente, en la primera entrevista, explico a mi paciente que yo le acompañaré en su proceso un paso por detrás, de forma que él tome las decisiones de hacia dónde vamos y que cuente conmigo para darle todo lo que necesite de lo que hay en mi. Pondré a su disposición mis conocimientos, mi experiencia y aprendizaje, mi cariño y protección, mi tiempo, mi cuerpo y todo lo que yo pueda hacer para que él realice su proceso de la forma más autónoma posible.
La profesión de psicoterapeuta es probablemente la más maravillosa de este mundo. Uno de sus atractivos es su complejidad. Siempre estamos aprendiendo, mejorando, buscando nuevos caminos. Procuramos resolver nuestros conflictos para estar lo más sanos y disponibles que podamos para nuestros pacientes. Día a día, nos enfrentamos a los problemas personales que vamos descubriendo para limpiar las posibles interferencias en la terapia.
Ya el inicio de cada terapia es un verdadero reto. Tenemos que llegar a la intimidad sin sobresaltos. Conseguir que alguien que llega con carencias y sufrimiento se sienta atendido, comprendido, respetado y acompañado en un clima de intimidad no es fácil. Y a partir de ese difícil comienzo tenemos que construir un vínculo amoroso, seguro y tan protector que permita al paciente transitar su “bajada a los infiernos” para resolver los conflictos más profundos de mi mano.
En el acompañamiento terapéutico tenemos que estar muy atentos a diagnosticar el Estado del Yo en el que está nuestro paciente. Los Estados que nos interesan para cambiar son el Niño Libre y el Adulto. Muchas veces nos encontramos a un paciente que está en Niño Adaptado, que busca agradarnos o provocarnos desde la adaptación. Desde ese Estado del Yo no cambiará, seguirá adaptándose pero no podrá cambiar.
En la enseñanza hay ciertas cosas que aparentemente son más fáciles. La disposición de comienzo permite al alumno quedarse en un segundo plano, sin comprometerse demasiado en la relación. Mi interés según vamos avanzando en la formación es que el alumno se vaya colocando en una posición de compromiso personal con su aprendizaje y con las relaciones personales que establezca en clase, es decir con el profesor y con sus compañeros.
La presentación es una herramienta muy útil para la formación del grupo y de sus relaciones. Normalmente, proponemos una presentación profunda y completa de cada uno para construir el grupo y que, a partir de ahí, puedan pasar cosas que de otra manera se perderían.
Otro objetivo, tanto en clase como en terapia, es enseñar a pensar por sí mismo al alumno y al paciente. También eso lo vivo con placer. Es una maravilla acompañar al otro en ese camino hacia la autonomía. Evitar darle las soluciones mientras le ofreces herramientas e ideas para conseguirlas por sí mismo. La meta es que la solución nazca dentro de él, que sea suya. Entonces funcionará. Si se lo das hecho, lo más probable es que no le sirva y además ese camino ya no lo podremos usar. Quedará inutilizado.
Cuando acompañamos a otras personas en su recorrido buscamos no tomar partido, respetar al máximo al otro y a sus decisiones y darle modelos abiertos para que cada uno pueda elegir cómo quiere integrar aquello que le estás mostrando.
Llevo mucho años acompañando a personas que me han dado lo mejor de ellos mismos. Me siento privilegiado de caminar a su lado, aprendiendo de cada uno, de cada momento y en cada trabajo. Me encanta verles crecer, madurar, resolver y llegar a triunfar en su vida. Aunque cada paso ya es un éxito, llega un momento que su vida cambia, que su cuerpo cambia y también su energía. A partir de ahí es más fácil. Ya no hay tanto esfuerzo. Aún así se sigue avanzando, y yo con ellos, hasta que deciden caminar solos.
Llega el momento de la despedida y siento una gran tristeza sobre una grandísima satisfacción por el camino recorrido, por el éxito logrado. Y en todos y cada uno de esas relaciones he sentido el AMOR, un amor profundo que me ofrece una maravilloso placer. El placer de acompañar.
Espero que os guste este número de BONDING y lo difundáis entre vuestros amigos y colegas (animarles a suscribirse y así les llegará gratuitamente cada mes) y, ya sabéis que estamos permanentemente en www.bonding.es
Un abrazo a tod@s.
José Zurita
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