Donde acabo yo
01/10/2006
A lo mejor a ti también te pasa. Imagina que estás en una reunión, pero no una reunión cualquiera, estás en contacto con gente que es muy importante para ti. El vínculo es tan fuerte tan fuerte que desearías que nunca se terminara la reunión. Poco a poco es como si se fuera desarrollando un cordón umbilical invisible que parte de tu tripa y se ramifica, de tal forma que cada división termina en los ombligos de las otras personas que están contigo. Como todas las reuniones, ésta también llega a su fin. Te despides de todos, te da mucha pena. A nadie le gusta que termine una situación en la que se lo está pasando tan bien, en la que está conectando con gente a la que quiere tanto. Todos desearíamos que durara para siempre. Sin embargo tú sientes algo diferente. No es sólo la pena por despedirte y separarte, eso se supera con un poquito de tiempo. No, lo tuyo va más allá. Sientes que cada uno de los cordones umbilicales se desgarran, puedes incluso sentir que el tirón es tan fuerte que te saca las tripas, y eso es tan doloroso que no puedes soportarlo. A mi me pasa así.
Quizá también te pasa esta otra cosa. Imagina que rompes unos cuantos termómetros de mercurio y haces una mancha grande encima de una mesa. Si la observas con atención, puedes ver cómo las gotitas que se quedan separadas, se unen con mucha afinidad a la mancha grande cuando las soplas ligeramente. Si viste la película de Terminator 2 a lo mejor te llamó la atención cómo los pedazos de metal líquido del ciborg malo se unían casi inmediatamente a la masa principal. Estoy segura de que algunas veces te has sentido así cuando estás en compañía. Sientes que cada uno de los miembros que componen la reunión forman parte de un todo, de una masa de mercurio, y en cuanto se disgrega una gotita, enseguida tiende a unirse a la gran gota. Tú eres una gotita y cada uno de tus compañeros es otra gotita, y todos os fusionáis en una sola. ¿Alguna vez has intentado disgregar una masa de mercurio?. Es muy difícil, ¿verdad?. ¿Alguna vez te has sentido así cuando te has tenido que separar de los demás?. Se necesita mucha fuerza, tanta, que cuando te hacen salir de la gran masa de mercurio te duele tanto o más que cuando se te rompía el cordón umbilical.
Y entonces te quedas solo/a. Pero no te sientes completo. Sientes que parte de ti se ha quedado en ese grupo que acabas de dejar, te sientes roto, disgregado, no terminas de recomponerte, piensas que estarías mejor si siguieras en esa unión con los otros, si fuera para siempre, aún mejor. Esa es tu fantasía.
La buena noticia es que no estamos locos ni somos raros porque nos suceda esto. Si sabes algo de Análisis Transaccional sabrás que nuestra personalidad se estructura en tres estados del Yo llamados Padre (P), Adulto (A) y Niño (N). Cuando somos muy pequeños, nuestro estado del Yo P es arcaico y lo llamamos P1, y se forma a partir de todo aquello que introyectamos de nuestros cuidadores en esos primeros momentos. De hecho, el mundo se limita a todo aquello que es bueno y placentero, que llamaremos P1+, y todo aquello que nos causa malestar, que será el P1-. Es decir, que las fuentes externas pueden ser buenas cuando nos dan de comer o nos calman, y son malas cuando no nos atienden, o tardan en hacerlo, o nos dan algo que no necesitamos o no nos gusta. En esos momentos todo es malo o bueno, blanco o negro. No existen términos medios. Algunos de nosotros nos quedamos enganchados en esos momentos tan primitivos y tendemos a ver el mundo en dualidad, con mayor o menor grado. Y eso nos pasa en nuestras relaciones con los demás. La transferencia es aquella proyección que hacemos sobre el P del otro de nuestras propias figuras introyectadas. En el caso que nos ocupa, lo que hacemos es colocarle al otro cual pantalla nuestro propio P1+ si el otro responde como nosotros necesitamos y nos tiene en cuenta, nos da cariño, nos escucha… O por el contrario, se puede transformar en P1- si aquello que necesitamos no es satisfecho. Por lo tanto, vemos al otro como el demonio en persona, sin que nos haya hecho nada malo a propósito, o por el contrario, lo idealizamos porque hemos obtenido de él lo que queríamos y nos ha hecho las veces de madre omnipotente.
Hacer estas proyecciones con tanta energía y tanta frecuencia es un indicativo de que los límites de nuestro Yo no están del todo delimitados. Esto sucede porque durante los procesos de apego, desapego y reapego del bebé ha sucedido algo que ha hecho que se quede “enganchado” en esa fase y no evolucione, no se ha separado emocional e incluso físicamente de su mamá y por ello tratará de encontrar en todas las demás personas con las que se relacione el resto de su vida a su mamá buena (P1+) y a su mamá mala (P1-). Cuando tenemos que separarnos de alguien con quien estamos a gusto, esa separación se transforma en angustiosa e insoportable y entonces proyectamos nuestra “mamá mala” sobre él porque nos está abandonando. Si hablamos de la relación que tenemos con nuestro terapeuta, será fácil de entender que esto se multiplica y que tenemos dos terapeutas, el que llamamos “idealizado” y el que llamamos “demonizado”.
Pues todo esto tiene solución, al menos es lo que dicen los expertos transaccionalistas, los terapeutas y algunos artículos. El camino a recorrer consiste en reconocer e integrar las dos partes, P1+ y P1- en uno solo, proceso que nos ayudará a superar esa dualidad, y una vez que lo hagamos avanzaremos en el siguiente momento evolutivo del bebé que no realizamos en su momento: separarnos de esa mamá ya integrada, y reconocer que tenemos un cuerpo independiente del de los demás, unas emociones propias. Y entonces conseguiremos separarnos de los demás sin tanto sufrimiento, nos quedaremos en nuestro propio Yo, íntegro, tan íntegro que nos proporcione la suficiente estructura para no tener tanto miedo a ese vacío insoportable. Una vez estaba en un hotel yo sola, cosa que era frecuente en mi trabajo. Lo pasaba fatal en esas ocasiones ya que no tolero la soledad. Y esa vez, mirándome al espejo, se me ocurrió una frase: “no estoy sola porque yo estoy conmigo”. Algún día integraré esa frase de tal manera que no se desgarren mis tripas por separarme de aquellos a quienes quiero y pueda estar conmigo misma acogida, segura, protegida.
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