¿Amor contra el terror y la violencia?
01/12/2015
Hace apenas dos semanas hemos quedado consternados ante los atentados de París. La condena a estos actos es general, pero ¿qué hacemos para evitarlos?
El mundo está mal. Muy mal. En muchos territorios hay guerras declaradas que ,aunque no se entiendan, estamos acostumbrados por su presencia continua en la historia. Todas son execrables, y serían evitables si ciertas personas con el poder necesario renunciaran a intereses personales derivados de los conflictos a los que aboca su desmesurada ambición.
Una variante de sufrimiento diferente de las guerras es el denominado terrorismo. Aunque existe desde mucho tiempo atrás, fue en el siglo pasado cuando se incrementó de forma llamativa, sobre todo en su segunda mitad.
Al hacer una revisión del terrorismo a través de internet, hay un dato de la Wikipedia que me ha llamado mucho la atención. Si miramos en la Wikipedia, el registro de los últimos 7 años (de 2009 hasta finales de noviembre de 2015) de atentados terroristas en el mundo es de 9 actos terroristas en 2009, 8 en 2010, 8 en 2011, 8 en 2012, 5 en 2013, 7 en 2014, y … 30 en este año 2015 que todavía no ha acabado. Aún teniendo en cuenta de que los datos no sean demasiado fiables, la desproporción es tan grande que da qué pensar, y desde luego es para preocuparse.
Esta mañana he leído un reportaje en el periódicosobre los 14 años de lucha contra el terrorismo, desde el atentado a las Torres Gemelas hasta los atentados de París de noviembre de 2015. 14 años de errores. Acciones bélicas y policiales que han incrementado las “razones” de los terroristas.
¿Qué está pasando en el mundo?, ¿qué factores han influido en esta escalada tan brutal de actos terroristas?
Honestamente no sé nada de terrorismo, nada más de lo que pueda saber cualquier ciudadano normal de la calle. Pero no puedo evitar mirar la vida y los acontecimientos cotidianos a través de los ojos de mi «yo psicoterapeuta». Lo que veo no es demasiado diferente a determinados casos de personalidades violentas criadas en ambientes marginales, con bajos recursos y/o educados en una familia disfuncional, bajo unas reglas diferentes a las que nos atenemos el resto de la población. Aquellos que hemos tenido más suerte en nuestros primeros años funcionamos de manera diferente.
Así, me imagino enfrentado a un paciente con una infancia carente de reglas claras y del amor necesario para individuarse de forma sana. Alguien que probó el uso de la violencia como forma de regular sus propias emociones, y que le funcionó.
Como todos, cuando estamos aprendiendo a sobrevivir y sentimos emociones fuertes difíciles de gestionar, vamos experimentando con diferentes recursos según los vamos descubriendo. Lo que no nos funciona quedará apartado. Si acaso lo probaremos una o dos veces más, y si no dan resultado las retiraremos definitivamente. Aquellas que nos sirven para sentirnos mejor, aunque sea momentáneamente, las registraremos y pasarán a formar parte de nuestro arsenal defensivo. Esas decisiones se van tomando a lo largo de todo el desarrollo evolutivo, pero las más importantes y trascendentales se toman en los primeros años de vida.
El niño, con su pensamiento mágico infantil activo (“los buenos son muy buenos, los malos son muy malos, el peligro no existe y la magia sí….”) y su ser amoral, atemporal y aético, tiene una incapacidad para gestionar lo que todavía no se ha desarrollado. Por lo tanto, las decisiones acerca de los mecanismos defensivos que utiliza las toma sin tener en cuenta ni la moral, ni la ética, ni el tiempo. Eso quiere decir que lo que calma el sufrimiento inmediatamente ¡funciona!. Aunque el malestar vuelva pasadas unas horas, para ese niño atemporal ¡funciona!. (Esa es la explicación por la que funciona el chantaje)
Los niños, para desarrollar una personalidad sana, necesitan dos elementos fundamentales: Amor y límites. La proporción entre los dos irá variando según la fase del desarrollo evolutivo. Es obvio pensar que un bebé necesita muchísimo amor y poquísimos límites, y que un preadolescente necesita amor y unos límites claros y firmes. En la adolescencia los límites serán extremadamente importantes para que después pueda emerger un adulto integrado y sano.
Cuando estas circunstancias no se dan o se viven con graves carencias, el desarrollo evolutivo irá avanzando desestructuradamente. Sin estructura interna, necesitará de una estructura externa para mantenerse. De ahí que los individuos en situaciones marginales se agrupen en bandas con un componente muy acusado de reglas (las necesitan) y una estructura casi militar.
Por tanto, cuando pienso en cómo será la realidad psicoemocional de un delincuente violento, me imagino a un adulto que creció con infinitas carencias afectivas y escasos límites. Que se agrupó para sobrevivir bajo el amparo de una estructura externa en la que había otros como él o ella, y en la que las reglas se dictaban desde una realidad paralela, creada por las necesidades de unos “niños sin moral, sin ética y sin tiempo”. No les importa la vida, no tienen muchos de los valores que podemos tener el resto de la sociedad.
Si a eso le sumamos la manipulación ideológica y/o religiosa, a la que son muy receptivos por su gran vulnerabilidad, podrán ser capaces de cualquier cosa. Y para terminar de crear a un monstruo, se les entrena anulándoles la capacidad de sentir la más mínima conexión afectiva.
Cuando hace más de 20 años uno de mis maestros, George Kohlrieser, que trabajó para el gobierno de los Estados Unidos, nos contó cómo eran esos entrenamientos, entendimos que fueran capaces de cualquier cosa que se les ordenase. Matar o incluso matarse.
Este problema se empezó a gestar hace muchos, muchos años. Las ocupaciones y expoliación de los territorios durante la época colonial sentaron los cimientos. Repartos de poder y territorios tras las dos guerras mundiales. Las intrusiones en los gobiernos locales por parte de potencias occidentales. Las actuaciones políticas y comerciales agresivas interesadas en la riqueza del petróleo y de materias primas, y muchos etcéteras.
Si además de las actuaciones militares y policiales tan necesarias (límites), se hubieran realizado actuaciones desde el amor, respetando la cultura y la forma de vivir de los países islámicos, renunciando a cambiarles, apostando por aceptarles con sus diferencias, aportando ayuda real para que puedan desarrollarse adecuadamente…
…probablemente ahora estaríamos ante un mundo diferente, posiblemente un poquito mejor.
José Zurita
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