Acompañamiento a mujeres en situación de violencia de género desde la Psicoterapia Humanista Integrativa
07/05/2018
RESUMEN
Analizar y comprender el fenómeno de la violencia de género supone poner la mirada en un análisis multicausal del mismo, incluyendo factores individuales, sociales, contextuales, históricos e incluso transgeneracionales para poder alcanzar a percibir el mapa en el que nos movemos cuando queremos acompañar desde la psicoterapia humanista integrativa a mujeres que se encuentran o han sufrido dicha situación.
Este trabajo nace desde mi propia necesidad profesional y de mi profundo interés personal como mujer y feminista, donde partiendo de la comprensión social y cultural del complejo fenómeno de la violencia machista, considero de especial importancia integrar este marco teórico en el acompañamiento desde la visión de la psicoterapia humanista integrativa.
Palabras clave:
Violencia de género, feminismo, psicoterapia humanista integrativa, acompañamiento terapéutico, relación terapéutica.
ABSTRACT
Analyzing and understanding the phenomenon of gender violence involves looking at a multicausal analysis, including individual, social, contextual, historical and even transgenerational factors to be able to perceive the map in which we move when we want to accompany from the Humanistic integrative psychotherapy to women who are or have suffered this situation.
This work is born from my own professional need and my personal interest as a woman and feminist, where starting from the social and cultural understanding of the complex phenomenon of gender violence, I consider it of special importance to integrate this theoretical framework in the accompaniment from the vision of integrative humanistic psychotherapy.
Key words:
Gender violence, feminism, integrative humanistic psychotherapy, therapeutic accompaniment, therapeutic relationship.
En mis primeros años profesionales me hacía esta pregunta ¿Cómo puedo tratar, curar, o cambiar a esta persona?, Ahora formularía la pregunta de esta forma ¿Cómo puedo proporcionar una relación que esta persona pueda usar para su propio crecimiento personal? Carl Rogers
Conceptualizando términos: desigualdad y la violencia de género
Para aproximarnos a hablar y comprender el fenómeno de la violencia de género o violencia contra las mujeres es necesario conceptualizar algunos términos. No realizaré un análisis exhaustivo de los mismos, pero si expondré los conceptos que creo necesarios para la comprensión de dicho fenómeno.
En primer lugar, es importante entender la distinción entre los conceptos de “género” y “sexo”, siendo este último, el término que hace referencia a la biología, por tanto, a las diferencias biológicas y la expresión física de las mismas entre mujeres y hombres. Al hablar de género, en cambio, estamos aludiendo a una construcción social, es decir a las normas, conductas y comportamientos asignados culturalmente a mujeres y hombres en función de su sexo. El género es una categoría analítica, como tal, estructura la sociedad, da forma a las relaciones dentro de la misma y construye las relaciones entre hombres y mujeres, por tanto, servirá de base para la construcción de la identidades femenina y masculina.
Lo masculino y lo femenino constituyen a ciencia cierta dos culturas y dos tipos de vivencia radicalmente distintos. El desarrollo de la identidad genérica depende, en el transcurso de la infancia, de la suma de todo aquello que padres, compañeros y la cultura en general consideran propio de cada género en lo concerniente al temperamento, al carácter, a los intereses, a la posición, a los méritos, a los gestos, y a las expresiones. Cada momento de la vida de un niño implica una serie de pautas acerca de cómo tiene que pensar o comportarse para satisfacer las exigencias inherentes al género. (Kate Millet, Política Sexual, 1970).
Esto supone poner la mirada en el hecho de que la sociedad vive lo masculino y lo femenino de manera diferente construyéndose cada uno de estos conceptos por oposición y jerarquización del otro, siendo este hecho la raíz de la desigualdad de género, la desigualdad de derechos y de oportunidades entre mujeres y hombres, y por consiguiente la raíz de la violencia machista hacia las mujeres y uno de sus principales factores explicativos. Si lo pensamos detenidamente, ya desde antes de nacer existen muchas expectativas, significados y valores asignados al bebé que está en camino, en función de que se coloque dentro de la categoría “masculina” o “femenina”, y a medida que avanza en su infancia y su socialización hacia la vida adulta tendrá que ir amoldándose y respondiendo al conjunto de normas, deberes, aprobaciones, prohibiciones, y expectativas en función de lo esperado o apropiado para la categoría a la que pertenece (asignada por su pertenencia al sexo biológico). Esto son los llamados roles de género, es decir cómo se espera que sea un hombre o una mujer en la sociedad. Por ejemplo, habitualmente a lo largo de la historia se les ha atribuido a las mujeres los roles relacionados con los cuidados, las labores reproductivas y la pertenencia al espacio doméstico, mientras que a los hombres se les asignan roles identificados con las labores productivas y económicas identificados con la pertenencia al espacio público. Esta división sexual del trabajo que ha venido transmitiéndose históricamente desde la cultura patriarcal hace que no se perciba con el mismo valor y consideración aquello designado como “masculino” que como “femenino”, de esta manera, existen los “estereotipos de género” que son el conjunto de prejuicios e ideas preconcebidas que clasifican los atributos de las personas dividiéndolos en hombres y mujeres, limitando de esta forma las posibilidades de desarrollo de manera libre y autónoma de las propias capacidades y la propia personalidad Si trasladamos todo esto a una concepción gestáltica estaríamos hablando del mecanismo de la introyección, siendo este el mecanismo neurótico mediante el cual incorporamos patrones, modos de actuar y pensar que no son verdaderamente nuestros, es un mecanismo de aprendizaje que los niños y niñas incorporan para aprender y crecer usándolos de manera indiscriminada. Gimeno-Bayón lo describe: (…) como mecanismo de defensa, la introyección consiste en incorporar sin modificación, dentro de los propios límites, estructuras (actitudes, pensamientos, modos de hacer) procedentes del exterior. Es tragar sin masticar las informaciones que nos dan y los comportamientos asociados a esas informaciones (…) (GimenoBayón, 2004). Así pues, lo que se espera para una identidad femenina no es lo mismo que para la masculina, y ya desde el comienzo de nuestra vida toda esta información se introyecta “sin masticar” o realizar una comprobación en la propia experiencia personal, el trabajo con esta parte será uno de los puntos fundamentales en el acompañamiento psicoterapéutico a mujeres en situación de violencia machista.
Diferentes estudios e investigaciones se han dedicado a explorar las características y estereotipos asignados tradicionalmente al género masculino y femenino y sus consecuencias en la construcción de la identidad, The definition of sex stereotypes via Adjective check list” (Williams & Benett 1975), así como la influencia de los estereotipos de género en el diagnóstico en salud mental, Influencia de los factores sociales en la psicopatología de la mujer (Mas, Tesoro y Sanz, 1993) (Anexo 1)
Todos estos conceptos permiten aproximarnos al mapa explicativo del fenómeno de la violencia de género, si bien actualmente la asunción más aceptada es que es un fenómeno multicausal incluyendo factores individuales, sociales, contextuales e incluso transgeneracionales, es necesario focalizar la atención en que en la base del mismo, siempre nos encontraremos con una serie de componentes: relaciones desigualitarias con una marcada concepción sexista de los agresores ligada a la idea de superioridad del modelo masculino tradicional y una estructura social, económica y familiar patriarcal que implica una desigual distribución del poder que afecta a las relaciones entre hombres y mujeres.
Violencia de género
La Organización de Naciones Unidas (ONU) reconoce la violencia de género como el crimen encubierto más frecuente en el mundo, donde el factor principal de riesgo es ser mujer. En su “Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer” en el año 1994 lo define como “todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la privación arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o la vida privada”. En su informe para España del Comité de Naciones Unidas para la eliminación de la discriminación contra las mujeres (CEDAW), se subraya la preocupación al constatar que persisten actitudes patriarcales y estereotipos profundamente arraigados con respecto al papel y la responsabilidad de mujeres y hombres en la familia y la sociedad, especificando que éstos son una de las causas subyacentes de la violencia contra las mujeres y de su situación desfavorable y desigualitaria en las diferentes esferas de la vida pública y privada.
En este artículo nos centraremos en la violencia ejercida contra la mujer en el ámbito afectivo y de pareja, entendiendo por éste, la violencia ejercida por sus parejas, ex parejas o relaciones afectivas análogas tanto si ha existido convivencia como si no.
Para contextualizar la violencia de género es preciso atender a los diversos tipos de violencia que podemos encontrarnos en nuestro acompañamiento terapéutico a estas mujeres, ya que en muchas ocasiones las violencias sufridas van a estar invisibilizadas o normalizadas, se presenta un resumen explicativo en Anexo 2.
Respecto a los tipos de violencia descritos cabe señalar que lo más frecuente es el comienzo de la violencia de manera más sutil e insidiosa, se producen comportamientos relacionales dentro de la pareja difíciles de percibir como violencias, pero que intentan mantener el control y la supuesta superioridad del masculina, el ajuste a los roles tradicionales de género, mostrando resistencia y rechazo al desarrollo de la autonomía de la mujer o al aumento de su poder personal o interpersonal. Normalmente estos comportamientos ligados a la violencia psicológica preceden a la violencia física, cuando la primera no es suficiente para mantener el control y dominio sobre la mujer, además se ha identificado que la violencia suele darse mediante un proceso cíclico, denominado Ciclo de la violencia (Leonore Walker, 1979), donde las agresiones no se dan de manera continuada en el tiempo ni con la misma intensidad, sino que aparecen varias fases que van alternándose en tiempo e intensidad de forma cíclica (Anexo 3)
Por tanto, será de especial importancia en nuestro acompañamiento como psicoterapeutas entender este fenómeno, saber reconocerlo, para ayudar y acompañar a la mujer a identificarlo y ponerle palabras, atendiendo a los daños producidos en su autoestima, en su manera de percibirse y percibir el mundo, los sentimientos de culpa y confusión, y a la merma en sus capacidades de afrontamiento, así como el resto de daños que hayan surgido en dicha relación.
Con esta recapitulación acerca de la violencia de género, como psicoterapeutas humanistas integrativos es preciso preguntarse: ¿podemos ayudar con nuestro acompañamiento a que estas pacientes se sientan seguras para afrontar de dicha situación? ¿Cómo favorecer mediante nuestro acompañamiento a que puedan sanar el daño causado y promover su camino hacia la autonomía y bienestar personal?
Primeros pasos: los cinco niveles de intervención
Voy a centrar esta exposición en la combinación de la formación recibida en el Máster de PHI con mi experiencia profesional, donde trabajo como psicóloga en un recurso público de atención a mujeres. Aclarar que no pretendo generalizar sobre todos los procesos personales en estos casos, sino que lo aquí expuesto forma parte de mi experiencia profesional, integrada con lo aprendido a lo largo del máster, y mi motivación a prestar una atención y acompañamiento a mis pacientes desde la perspectiva y práctica de la psicoterapia humanista integrativa.
En mi caso, mis pacientes no precisan de haber realizado una denuncia por violencia de género o de estar separadas del agresor, (aunque siempre se les apoya y orienta si deciden iniciarlo, se coordina con la ayuda en materia jurídica y se realizan los protocolos existentes) por tanto, atiendo tantos casos de violencia activa y de convivencia con el agresor, así como casos de mujeres que se han separado de su agresor y manifiestan sintomatologías asociadas a la situación de violencia vivida. Subrayar que tal y como muchas personas ya conocen, debido al aumento de las campañas de concienciación social sobre este tema, no existe un perfil definido de mujer víctima de violencia de género, como ya se indicó al inicio, es un problema que afecta a todas las condiciones, cuyo factor de riesgo principal es ser mujer. Con esto, si me gustaría añadir si tuviera que destacar aspectos comunes que me encuentro en mi trabajo diario, estos serían: la invisibilización y normalización de la violencia que sufren, y una gran identificación con el estereotipo de feminidad tradicional o lo que desde la Gestalt se llama la introyección de los roles tradicionales de la mujer en la sociedad, la familia y las relaciones. Estos aspectos dificultan muchas veces que ellas mismas puedan detectar la violencia y tener conciencia del daño que sufren, y conectarlo con el malestar inespecífico que les suele llevarles a pedir atención psicológica.
Destacar que, en realidad es bastante común (aunque no ocurre en todos los casos) que no acudan con una demanda concreta sobre sí mismas y su situación de violencia (invibilización y normalización) sino con conjunto de malestares y sintomatología de carácter ansioso y depresivo, referencias a su escaso autocuidado
y autoestima, aislamiento y perdida de relaciones sociales, así como mucha confusión, dependencia y culpabilidad respecto a su relación de pareja. Es una realidad frecuente no tener identificada la situación que viven como violencia, llegando incluso a rechazar de manera categórica la utilización de estos términos (suelen ocurrir que se justifican alejándose y minimizando su situación, respecto a las noticias sobre violencias machistas en los medios de comunicación), negando y reaccionando de manera muy defensiva ante su realidad o mostrándose ambivalentes, por lo que una de las premisas principales será el construir un buen vínculo terapéutico y respetar el ritmo de la mujer, todo esto atendiendo a las medidas de protección ante el peligro real que pueda estar viviendo en su situación particular.
A pesar de la diversidad de mujeres que sufren esta situación, me guiaré por el esquema de los 5 niveles de intervención desarrollado por José Zurita, bajo mi punto de vista puede clarificar a rasgos generales el acompañamiento desde un nivel emocional profundo (habiendo de aplicarlo luego adaptado a cada situación particular), sirviendo como mapa general y guía de intervención en el proceso.
CONDUCTA
Sobreadaptación y sumisión ante las conductas y actos violentos del agresor. De alguna manera existe una indefensión aprendida en la que hagan lo que hagan la violencia en sus diversas formas no parará (siempre vuelve de manera cíclica) por lo que muchas veces se encuentran bloqueadas a nivel conductual. Sobreadaptación a las demandas, control y exigencias del agresor desde su situación de poder. Hacer cualquier cosa por parar la violencia que mantiene la fantasía de que el agresor cambie o la relación vuelva a ser como era al inicio. Aislamiento social y familiar, bien por prohibición expresa o bien por el miedo a las consecuencias y amenazas de tener una vida más allá de la pareja o construir su propio proyecto personal, o por miedo al “estigma” social de visibilizar dicha situación.
PENSAMIENTO SOCIAL
El estereotipo de identidad femenina tradicional como responsable y mantenedora de los vínculos afectivos y emocionales en la pareja y la familia. Construcción de su identidad y autovaloración personal como cuidadoras y sostenedoras de los otros en el ámbito doméstico y afectivo. En contraposición a su identidad femenina, justificación de los actos y comportamientos del agresor desde la identidad masculina tradicional como utilizar la fuerza, ser agresivo, celoso y controlador, tomar decisiones unilaterales, o estar por debajo de él en cuanto a autoridad, no hacerse cargo de los cuidados o tareas domésticas, ser paternalista con las mujeres, etc. Educación sexista transmitida en los modelos de familia que han vivido y en los agentes socializadores. Mitos del amor romántico donde la mujer desempeña un papel pasivo y de sumisión frente al hombre. Identificación del valor de la mujer personal y social por tener pareja.
PENSAMIENTO PROFUNDO
No seas importante: no destacar, las mujeres no son importantes no triunfan ni son importantes “están en la sombra”, no tienen derecho a… No seas: descontarse a sí misma, las propias necesidades vivencias y sentimientos, sin identidad propia más allá del cuidado. No lo hagas: no tener capacidad de acción, hagas lo que hagas no llegarás a solucionarlo… No estés bien: no estés sana, la vida es sufrimiento, no disfrutes… No pienses: alguien pensará por ti, no pienses porque no tiene valor, no opines… No sientas: sentir no está bien, tus sentimientos son molestos y eres culpable, eres débil, no muestres cómo te sientes…
La importancia del vínculo y la relación terapéutica Recogiendo las palabras de José Zurita y Macarena Chías acerca de la psicoterapia, (…) Nosotros la entendemos como el proceso de acompañar a un paciente a calmar su sufrimiento, a curar sus conflictos y crecer para llegar a la autonomía personal. Es un tratamiento a través de medios psicológicos cuya clave fundamental es la relación terapéutica, no las técnicas, ni las intervenciones, sino la relación que se establece entre el terapeuta con el paciente y el paciente con el terapeuta (…) Nuestra función como psicoterapeutas, será acompañar al paciente en un proceso, que, se descubra a sí mismo, rechace todas las prohibiciones que ha recibido en su pasado para atenderse, aprender a ocuparse de sí mismo, para ponerse en prioridad antes que los demás. Necesitamos conseguir que el paciente reconozca que el amor es lo fundamental para poder incorporar amor en sus actos, en sus relaciones con las personas y estar apegado a la vida. (…) (Zurita y Chías, 2007)
Desde mi práctica profesional a diario, compruebo la enorme importancia de construir un vínculo protector y autentico con mis pacientes, proporcionándoles el espacio seguro y protector donde empezar a conectar cómo se sienten, a ponerle palabras a lo que les sucede y comenzar a sentirse y a pensarse a sí mismas para recuperar y contactar con su propia capacidad de auto- sanación y reencuentro con el amor hacia sí mismas y su propio poder personal.
No disfrutes: no existe tiempo para el ocio o disfrute, lo importante es el deber y cuidar de la familia.
EMOCIONES BÁSICAS
Miedo: al peligro real y los daños causados por mantenerse en la situación y a su vez miedo a las consecuencias que pueda recibir al decidir salir de la relación (amenazas sobre este hecho). A veces la conexión con este miedo está bloqueada por los procesos de normalización de la violencia sufrida a lo largo del tiempo, por lo que es necesario trabajar para que conecten con el peligro real de mantenerse en tal situación o de seguir manteniendo contacto con el agresor. Tristeza: suele ser la emoción más permitida y expresada, como reacción emocional a la pérdida de la relación que ya no es, del proyecto de vida conjunto, etc. A la pérdida de relaciones significativas y aislamiento. Rabia: no suele ser expresada o permitida desde los roles de género femeninos, pero aparece mucha impotencia ante no poder cambiar la situación, no sentirse capaz de salir de ella, ante las agresiones y reacciones violentas, pero esta rabia no se expresa como método de supervivencia ante el agresor, aunque a veces si puede aparecer contra sí misma en cuanto a abandonar el autocuidado, culpabilizarse de la situación, posibles intentos autolíticos…etc.
EMOCIONES PROFUNDAS
Miedo al abandono: conectar con el vacío existencial si la abandonan.
Miedo a la invasión: aceptar ser invadida, manipulada o violada antes que el abandono.
LA IMPORTANCIA DEL VÍNCULO Y LA RELACIÓN TERAPÉUTICA
Recogiendo las palabras de José Zurita y Macarena Chías acerca de la psicoterapia, (…) Nosotros la entendemos como el proceso de acompañar a un paciente a calmar su sufrimiento, a curar sus conflictos y crecer para llegar a la autonomía personal. Es un tratamiento a través de medios psicológicos cuya clave fundamental es la relación terapéutica, no las técnicas, ni las intervenciones, sino la relación que se establece entre el terapeuta con el paciente y el paciente con el terapeuta (…) Nuestra función como psicoterapeutas, será acompañar al paciente en un proceso, que, se descubra a sí mismo, rechace todas las prohibiciones que ha recibido en su pasado para atenderse, aprender a ocuparse de sí mismo, para ponerse en prioridad antes que los demás. Necesitamos conseguir que el paciente reconozca que el amor es lo fundamental para poder incorporar amor en sus actos, en sus relaciones con las personas y estar apegado a la vida. (…) (Zurita y Chías, 2007).
Desde mi práctica profesional a diario, compruebo la enorme importancia de construir un vínculo protector y autentico con mis pacientes, proporcionándoles el espacio seguro y protector donde empezar a conectar cómo se sienten, a ponerle palabras a lo que les sucede y comenzar a sentirse y a pensarse a sí mismas para recuperar y contactar con su propia capacidad de auto- sanación y reencuentro con el amor hacia sí mismas y su propio poder personal.
Respecto al vínculo y su potencia curativa, Mario Salvador destaca (…) que la relación terapéutica ha de contener la dosis curativa de aquello que en otras relaciones fue dañino, y añade (…) en esencia creamos relaciones para sentiros seguros y mantener la salud facilitando la regulación de nuestra energía, esta es la necesidad relacional más importante y está siempre presente. En la relación terapéutica hemos de construir continuamente esta seguridad para que el paciente vuelva a la relación interpersonal para re-formar su mundo interno (Mario Salvador, 2016).
En este punto es preciso imaginarse cuán importante es esta relación terapéutica amorosa, protectora y segura, que habremos de crear al acompañar mujeres víctimas de violencia en sus procesos, cuando tal y como hemos visto, precisamente los daños sufridos tienen que ver con el “estar en relación” y el haber dejado de lado el ocuparse de una misma para sobrevivir a la situación, priorizando a los otros (relación con el agresor y cuidado de la familia desde el rol tradicional femenino), o estar en una situación de aislamiento respecto a las relaciones sociales y familiares, existiendo claramente un deterioro de “lo relacional” consigo mismas y con el mundo. Es una cuestión de re-instaurar y abrir paso al buen trato y al amor incondicional mediante la relación terapéutica para sanar las heridas y volver a apegarse a la vida.
Para poder crear dichas condiciones y realizar un trabajo en profundidad la persona necesita ser aceptada por un/a psicoterapeuta que le transmita “tus necesidades son normales y aceptables para mí”, para poder permitirse sentirse validada, confirmada e importante dentro de la relación. Richard Erskine define las necesidades relacionales como aquellas propias del contacto interpersonal, son partes del deseo humano universal de relación, refuerzan la calidad de vida y un sentido del sí mismo en relación. La insatisfacción de dichas necesidades se experimenta como un anhelo, vacío, soledad, también como frustración, agresión o enojo. Las rupturas prolongadas en la relación, se manifiesta una pérdida de energía o de esperanza que lleva a creencias de guión tales como “nadie está allí para mí”, “no intereso a nadie” o “¿de qué sirve?”. (Erskine y Moursound, 1988/1998). Richard Erskine, identifica en ocho necesidades relacionales que requieren de una presencia plena en contacto con el otro, que esté en sintonía con las mismas y sea capaz de proporcionar una respuesta recíproca a cada una de ellas:
1. Seguridad: experiencia visceral de tener nuestras vulnerabilidades físicas y emocionales protegidas. La respuesta en sintonía es la provisión de seguridad física, afectiva y de respeto. Total, aceptación y protección (yo soy OK en esta relación).
2. Validación e importancia: sentirse validado confirmado e importante dentro de una relación. Normalización de la experiencia subjetiva. La sintonía se lleva a cabo a través de la exploración fenomenológica y presencia plena de contacto del psicoterapeuta.
3. Aceptación por parte de una figura protectora: aceptación por parte de otra persona que sea estable, fidedigna y protectora. La armonización de esta necesidad implica reconocer por parte del psicoterapeuta la necesidad de idealizar como demanda de protección.
4. Confirmación de la experiencia personal: necesidad de tener experiencia la confirmada a través del deseo de estar con alguien que es similar. La respuesta en sintonía puede lograrse mediante la aceptación de todo lo dicho por el cliente incluso cuando fantasía y realidad se entrelazan. El psicoterapeuta puede revelar experiencias personales cuidadosamente seleccionadas y compartirlas estando presente.
5. Autodefinición: necesidad de expresar la propia singularidad y de recibir aceptación por el otro. Expresar las propias ideas, intereses y preferencias sin ser humillado. Esto se da con el apoyo a la diferencia y la normalización de la necesidad de autodefinirse. Respeto, aun en la discrepancia.
6. Necesidad de tener impacto: refiere a tener influencia que afecte al otro de alguna manera. La respuesta en sintonía ocurre cuando el psicoterapeuta se permite ser impactado emocionalmente y responder en consonancia.
7. Necesidad de que el otro tome la iniciativa: necesidad de que el otro reconozca y valide la importancia de uno en la relación. El psicoterapeuta requiere una sensibilidad a la no-acción del cliente y la toma de la iniciativa: comenzar el diálogo, sentarse cerca…etc.
8. Necesidad de expresar amor: agradecer, dar afecto o hacer algo por la otra persona cuando la expresión del amor se bloquea, la expresión del sí-mismoen-relación se frustra. La sintonía con la necesidad del cliente de expresar amor está en la aceptación de la misma con agrado por parte del psicoterapeuta.
Considerar, detectar y responder a estas necesidades relacionales, estar presentes como psicoterapeutas, escuchar de manera empática, conducen a una relación terapéutica orientada al contacto, la implicación y la sintonía con el cliente. Como dice Richard Erskine, estas condiciones favorecen el objetivo de la psicoterapia integrativa: el uso de la relación cliente/terapeuta, la habilidad para establecer contacto en el presente, como piedra angular de la satisfacción relacional con otras personas y de la unificación, plenitud del sentido de sí mismo (…) (Erskine, 2016).
Favoreciendo el contacto desde la protección
El contacto y su implicación en el proceso terapéutico se me ha revelado como algo fundamental durante el desarrollo de la formación recibida en el Máster (tanto teórica como experiencial), y durante mi proceso de terapia personal, creo que vivir y sentir su importancia, el proceso de contactar con algo, hace quiera transcender, compartir y guiar esta experiencia durante las sesiones con mis pacientes, ayudándolas “a contactar” durante su proceso en un contexto protector que les permita tomar conciencia y contacto con lo que les sucede y empezar a permitirse decidir y actuar en pro de su bienestar.
El contacto aparece como un tema muy nombrado, en nuestro lenguaje diario aparece continuamente, “estoy en contacto con…” “esto me conecta a…” “parece que esa persona está desconectada…” etc. El contacto pues, emerge de una necesidad humana de relación con el medio (contacto externo) y de relación con uno mismo, con el propio cuerpo (contacto interno), así la presencia o ausencia del mismo, los bloqueos o interrupciones, el ritmo en que se da dicho contacto, o la energía que la persona tenga disponible para establecerlo marcaran su relación con el medio y consigo misma. El contacto es imprescindible para buen funcionamiento del organismo, la satisfacción de necesidades vitales, para el crecimiento y desarrollo personal, a lo largo de nuestras experiencias vitales trataremos de mantener el equilibrio en los ritmos de contacto y retirada, buscando darle cierto orden a nuestra experiencia dentro de la realidad en la que nos movemos.
En el tema que nos ocupa, ciertamente podemos decir que existen alteraciones en el ciclo de contacto, debido a las consecuencias de las violencias vividas a lo largo de la relación, como observábamos en el Anexo 2, que categorizaba las diferentes violencias a las que puede estar sometida una mujer en esta situación, dándose alteraciones en el contacto tanto a nivel interno como externo. Una de las principales alteraciones es la que tiene que ver con el espacio vital, Ángeles Martín lo define como (…) un espacio territorial imaginario que nos sirve para definir la cantidad de contacto, la calidad, el tiempo de duración de ese contacto y la proximidad que cada cual necesita para sentirse seguro sin correr el riesgo de sentirse invadido por el otro o los otros. Es, en este espacio vital donde la persona puede abrirse o no al contacto, nadie debe invadir este espacio, ya que, si esto ocurre, es cuando nos sentimos amenazados en nuestra integridad e individualidad (…) (Ángeles Martín, 2013).
A este respecto, y tal y como se ha identificado el ciclo de la violencia de género (Anexo 3), este espacio vital es invadido con diferentes formas e intensidades de violencias variables en el tiempo, por lo que una de las premisas para el trabajo de contacto en relación con nuestras pacientes es respetar, cuidar y dar importancia a este espacio, e incluso servir de modelaje dentro de la propia relación terapéutica, ya que es muy probable que exista un gran deterioro respecto a la percepción y los límites o fronteras del mismo.
En mi experiencia al respecto, el poder ir acompañando a la mujer a identificar y establecer límites que recompongan este espacio, es uno de los pasos iniciales y más importantes, ya que desde la falta de seguridad y una autopercepción de incapacidad o falta de integridad es muy difícil avanzar hacia un proceso de sanación.
Siguiendo en la misma línea, será clave igualmente detectar las interrupciones o mecanismos que están bloqueando el contacto en la persona, ya que además de suponer estrategias de evitación del dolor, constituyen información acerca sus maneras de relación con el mundo y consigo misma, evitando en muchos casos la persona, el proceso de hacerse responsable de sus propias necesidades. Ana Gimeno Bayón (2009), precisa que un buen contacto puede quedar perturbado:
1. Por el fallo en la construcción de las fronteras del yo. La persona no discrimina si las voces que oye o las imágenes que ve están fuera (son objetivas) o dentro (subjetivas). Aquí estaríamos ante la psicosis.
2. Por la fusión con el mundo interior del otro prolongándola más allá del significado del encuentro (confluencia). 3. Por la construcción de fronteras tan rígidas que no permite un suficiente contacto con el otro (desensibilización).
4. Por la inclusión de dentro de sus fronteras psicológicas contenidos que no son propios y que asume como si lo fueran (introyección).
5. Por la expulsión fuera de las fronteras contenidos propios, que no se reconocen como tales (proyección).
6. Por el fracaso del contacto al frenar el movimiento hacia el objeto (retroflexión), contactar sin la intensidad suficiente (deflexión) o perder el significado del contacto (desvalorización).
Richard Erskine señala en su artículo Métodos de una Psicoterapia integrativa, que el contacto promueve la disolución de las defensas y la integración de las partes renegadas de la personalidad (…) mediante el mismo, las experiencias no resueltas, inconscientes, renegadas, se integran en un sí mismo coherente. En la psicoterapia integradora, el concepto de contacto es el foco central del que se derivan las intervenciones clínicas (…). Las cuatro dimensiones del funcionamiento humano; afectivo, comportamental, cognitivo y fisiológico son una guía importante para determinar donde alguien está abierto o cerrado al contacto y por lo tanto al apoyo terapéutico (Erskine, 1997).
En resumen, habremos de facilitar un espacio de contacto (externo e interno), desde la protección que permita el “darse cuenta” y visibilizar la situación de violencia que sufren, pudiendo detectar los riesgos, el daño recibido, mediante un proceso de introspección, análisis y elaboración de lo vivido entendiéndose a sí mismas en dicha situación y comenzando a poner nombre al proceso de violencia y a su experiencia. Durante este proceso será de mucha utilidad igualmente utilizar términos psicoeducativos, ejemplos acerca de las dinámicas de violencia dentro de la pareja, para explicar y ayudar a sacar su experiencia, acompañándola en la toma de conciencia de que “lo normal ya no es normal, aunque sea habitual”, promoviendo el empoderamiento de su proceso personal hacia la detección y discriminación de esta violencia y, favoreciendo el desarrollo de estrategias de protección y seguridad, tanto en el plano físico como psicológico y/o emocional.
Acercándonos al proceso individual: estructuras de personalidad y guión de vida
Realizar un acompañamiento desde la perspectiva humanista integrativa significa la posibilidad de integrar y complementar diferentes enfoques y herramientas al servicio de la persona, ajustar cada paso del proceso a las particularidades de cada paciente que tengamos delante de una forma dinámica a lo largo de la relación terapéutica y de las diferentes etapas del proceso terapéutico. Esta seña distintiva, y su esencia humanista, centrando la visión de la persona en su “ser único e individual” es para mí, la pieza clave que requería al completar mi formación e incorporar a mi práctica profesional diaria.
Así pues, para clarificar el proceso de la persona que acompañamos cabe preguntarse ¿Por qué las personas llegan a ser de la forma que son? ¿Cómo ha aprendido la persona a relacionarse consigo misma y con el mundo? ¿Cómo valerse de esta información en beneficio de la persona que acompañamos?
A este respecto, Eric Berne desarrolló su teoría del Análisis Transaccional que define como (…) una teoría de la personalidad y de las relaciones humanas basada en los estados del yo, las transacciones, y en los patrones de transacciones estereotipados y repetitivos que se denominan juegos psicológicos y los guiones de vida.(…) No me detendré aquí a desarrollar cada uno de estos conceptos, pero sí a rescatar la necesidad de atender y poder usar estos aspectos en cada paso del diagnóstico y tratamiento e incluso dentro en las transacciones que ocurran en propia relación terapéutica (Eric Berne, 1966).
Eric Berne consideraba que la mayoría del aprendizaje de cómo pensar, así de cómo cuidar de los demás y de sí mimo es un desarrollo natural de la relación del niño con sus padres y otras figuras de adultos importantes en su vida. La influencia de los mensajes parentales y de los adultos significativos durante la infancia, los mandatos e impulsores le dicen al niño/a lo que no hacer, cómo comportarse, pensar y sentirse. En este proceso irá probando diferentes respuestas y maneras de adaptarse al mundo y de relacionarse, con el objetivo de sentirse querido y aceptado, a partir de las respuestas que vaya obteniendo y de sus experiencias irá construyendo su estructura de personalidad. Como vimos al inicio de este artículo, la construcción tanto de su estructura de personalidad como su identidad respecto al género poseerá una gran carga respecto a lo que los niños y niñas incorporan de sus familias, los roles de género, los agentes socializadores más cercanos y la cultura en la que se desarrollan.
Con respecto a las estructuras de personalidad, utilizando las premisas del análisis transaccional, Taibi Khaler y Paul Ware, desarrollaron a partir de los años 70 el llamado Modelo de Proceso que permite obtener un diagnóstico acerca de las seis adaptaciones de personalidad mediante la observación de los impulsores, de las necesidades psicológicas y motivaciones del cliente, así como de su proceso de comunicación con el mundo y sus patrones de estrés (Anexo 4). Considerar la adaptación de personalidad dominante de la persona que acompañamos, significa acercarnos a “hablar su mismo idioma”, poder atender y entender su manera de estar en el mundo, sus emociones típicas, sus creencias típicas de guión que le lleven a comportarse y relacionarse de la manera que lo hace.
Otro aspecto complementario, es el concepto de guión de vida, definido en primera instancia por Eric Berne, como (…) un plan preconsciente de vida basado en una decisión propia tomada en la infancia bajo la influencia del entorno (padres, familia, escuela, cultura…) y reforzado por el mismo entorno, justificado posteriormente por medio de experiencias significativas y que culmina en la alternativa elegida (…). El guión de vida proporciona una identidad personal y relacional (identidad psicológica y una máscara relacional).
A lo largo de la vida adulta, en muchas ocasiones, tenderemos a re-actuar las estrategias que decidimos en la infancia, de alguna manera estas actuaciones “se cuelan” en el presente como si de gomas elásticas se tratasen que nos hacen retroceder al pasado y actuar reviviendo aquellas escenas y decisiones tempranas. El sentido profundo de estos mecanismos está en “conseguir y mantener el amor parental”, que normalmente desde el plano adulto se trasladará a la relación con el otro significativo (pareja, amistades, hijos/as…) buscando en esencia, reducir la angustia y dar respuesta a necesidades no satisfechas conectadas a situaciones del pasado.
Hacer consciente el tipo/s de guión de vida, sus características y contenido (Anexo 5) durante el proceso terapéutico revelará gran cantidad de información acerca de las experiencias relacionales repetitivas que puede estar provocando sufrimiento en la vida adulta, ya que (…) el guión de vida constituye el resultado de fallos acumulativos en las relaciones de dependencia significativas (…) (Erskine & O´Reilly).
Claude Steiner, discípulo de Berne, va más allá y desarrolla el concepto de guiones de género, en tanto que mujeres y hombres estamos programados para desarrollar y potenciar ciertas partes de nuestra personalidad anulando el desarrollo de otras, el significado de los roles de género masculino y femenino persiste a lo largo de nuestra vida. (Claude Steiner 1974). Hogie Wyckoff, colaboradora de Steiner en su libro los Guiones que vivimos desarrolla una amplia visión a este respecto, reseñando cómo (…) la programación convencional en cuanto a los roles de género es causa de que existan diferencias que limitan el potencial de la gente para convertirse en seres humanos completos (…).
Además, desde el análisis transaccional realiza un exhaustivo análisis estructural explicando cómo debido a los roles de género mujeres y hombres tendemos a funcionar y disponer de nuestros estados del yo de diferente forma tanto a nivel individual como en relación con el otro sexo, teniendo estos hechos repercusiones en el guión de vida de mujeres y hombres y en cómo se desarrollan las relaciones entre ambos explicando muchos de los juegos psicológicos que ocurren en las mismas. (Anexo 6).
A modo de conclusión respecto a la individualidad de cada proceso terapéutico, se puede decir que, que conocer y entender el marco de referencia de la persona que acompañamos nos facilitará información relevante para facilitar el contacto en relación con ella. También nos guiará en la comprensión acerca tanto de su aquí y ahora como de su pasado, pudiendo acoger desde la compasión y el amor terapéutico su proceso, lo que le ha traído hasta nosotros como psicoterapeutas y cómo en esa relación podrá ir permitiéndose sanar en compañía sus heridas tanto del presente como del pasado para recuperar y conectar con su poder personal.
Completando la experiencia: un caso de acompañamiento
Me gustaría complementar todo lo expuesto hasta ahora con la narración de un caso de intervención terapéutica desde la Psicoterapia Humanista Integrativa. Para mantener la confidencialidad no se muestran datos identificativos de la paciente, contando con su permiso para utilizar el caso a modo de ilustración en este artículo.
C. es una mujer de mediana edad que solicita atención psicológica después de su divorcio, ha estado casada hasta hace un año, desde que era prácticamente una adolescente. Manifiesta una sintomatología ansiosa, aunque no sabe muy bien expresar qué es lo que le sucede, y pide disculpas por ello, sus palabras hacen referencia a mucha confusión en su vida y una presión constante por parte de su ex marido para que retome la relación con él, además de un control e invasión exagerado de aspectos de su vida a pesar de no continuar la convivencia. Como demanda terapéutica manifiesta quiero sentirme bien, ser libre de nuevo como cuando tomé la decisión de divorciarme, pero no me veo capaz él siempre me está machacando.
C. presenta un aspecto cuidado, es agradable en el trato, aunque muy reservada ante la posibilidad de exponer aspectos de su vida, a la vez es muy cuidadora y atenta conmigo en sus interacciones, dice de sí misma ser muy tímida y no haber contado nunca lo que le ha sucedido en su vida prácticamente a nadie.
Para C. es muy importante cumplir con el rol de cuidadora que ha ejercido desde siempre en su entorno familiar, sus impulsores principales son Complace, Esfuérzate y Aguanta. Sus mandatos parentales “No seas importante” (las necesidades de los demás van primero, rol de cuidadora muy presente), “no lo hagas” (incapacitación, bloqueo y sentimientos de inferioridad), “no sientas” (no se permite sentir sus emociones por miedo a ser dañada), “no pienses” (confusión y sentimientos de inferioridad al expresar sus pensamientos), “no disfrutes” (la vida es sacrificio y hay que aguantar). Su posición existencial predominante es Yo No Ok- Tú Ok. A lo largo de las sesiones observo que sus comportamientos pasivos son de sobreadaptación y bloqueo, a la vez existe mucha agitación corporal y nerviosismo, aparecen algunas somatizaciones como parálisis y calambres en los brazos, tensiones musculares y una respiración muy contenida. Con esta información, mi hipótesis de diagnóstico es que C. presenta una adaptación emocional de la personalidad.
En términos de AT, a nivel funcional su estado predominante es el de Niño Adaptado Sumiso (NAS), funcionando tanto a lo largo de su relación de pareja como en otras áreas de su vida desde el descuento de sí misma y de sus necesidades, existiendo mucho miedo e inseguridad sobre lo que los demás esperan de ella y las consecuencias de no cumplirlo, aparecen muchos sentimientos de inferioridad y culpabilidad.
A nivel gestáltico existe una gran presencia de introyectos sobre los mandatos de la feminidad tradicional, lo que se espera de las mujeres en las relaciones como el cuidado de los demás y el espacio doméstico, así como muchas ideas tradicionales respecto al amor romántico y las relaciones “si te casas es para toda la vida”, “a los maridos hay que perdonarles todo” “el amor es para siempre” “¿dónde va una mujer con niños sola?” …etc. En C. está muy presente como mecanismo de defensa la retroflexión, aparecen muchos sentimientos de inferioridad, de sentirse “débil” para limitar a su ex marido en sus comportamientos violentos ante su negativa de retomar la relación.
Vínculo terapéutico: debido a la dificultad de C. para exponerse, uno de mis objetivos iniciales fue crear un vínculo seguro, una relación donde sintiera que sus necesidades son importantes para mí sin ningún tipo de juicio. Para ella era muy importante que no juzgara si no era capaz de poner límites a su marido, para ello, utilice siempre un ritmo muy calmado en mis intervenciones tanto a nivel verbal como no verbal, desde el Padre Nutritivo y el Adulto, demostrándola poco a poco que estaba en un espacio seguro y de confianza, donde no iba a ser dañada por exponer cómo se sentía o actuaba.
Experiencia de contacto interno-externo: a través de la indagación y a medida que C. confiaba más en nuestra relación fue permitiéndose contactar con diferentes experiencias que había vivido en su matrimonio y que estaban sucediendo en el presente. En un primer momento no pudo ponerle palabras directamente, “me cuesta contar lo que me ha hecho, son muchas cosas y me da mucha vergüenza”, por lo que utilizamos otras vías más creativas como que dibujara como se sentía con mi acompañamiento, o que rallara en un papel la rabia interna que decía sentir por todo lo sucedido pero que no estaba preparada para contarme (existía una historia de amenazas y violencia sobre contar lo que sucedía dentro de casa). Acompañándola poco a poco fueron emergiendo las experiencias en su matrimonio, donde había sentido mucho miedo a las reacciones violentas de su marido y fue poniéndole palabras a los malos tratos sufridos durante la relación. En este periodo había sentido mucha vergüenza y temor a compartir, por lo que de manera paralela fui reforzando el proceso de contar y acoger con presencia e importancia esas experiencias.
En esta etapa utilice también muchas herramientas psicoeducativas para que entendiera la dinámica de las relaciones de violencia de género, la explicación del triángulo dramático o los estados del yo del análisis transaccional, de este modo aumentaba su capacidad de comprensión ante la situación vivida.
Trabajamos sus introyectos acerca de cómo había aprendido que deben ser las mujeres y las relaciones de pareja, explorando los mensajes que había recibido, sobre todo de su madre cuando en una ocasión se fue a casa de sus padres con su hijo pequeño tras una agresión y ésta la animó a que “volviera con su marido y aguantara porque se había casado para toda la vida”.
A medida que avanzaba en su proceso terapéutico, su ex marido continuaba ejerciendo mucho control y presión sobre ella, realizando múltiples llamadas y visitas a su casa casi a diario, por lo que fue muy importante trabajar los límites y la protección tanto desde el conocimiento de los protocolos y recursos de protección como desde la expresión y construcción de los mismos dentro de las sesiones.
Le propuse a C. que dibujara y escribiera un muro con mensajes que pusieran límites a su ex marido en estas circunstancias, decidió llevárselo a su casa para visualizarlo todos los días y a su ritmo, fue sintiendo más poder para ir expresándole estos límites directamente o bien para no justificarse por no atender sus llamadas o no querer verle, poco a poco se sintió más segura para compartir esta información con personas de confianza como su hija o su hermana que la reforzaban y apoyaban en este proceso.
Duelo de la relación: de forma paralela fuimos trabajando el duelo de la relación de pareja desde el modelo de Duelo Terapéutico (Zurita y Chías, 2014). Una vez que se sintió segura para poner palabras y narrar su historia, trabajamos con relatos que ella había escrito hacía muchos años acerca de cómo se sentía, pero no había compartido con nadie y quiso traerlos a terapia, la acompañé en sus emociones de rabia por haber estado en esta situación y tristeza ante la pérdida de la relación que no fue y la renuncia “siempre me decía que iba a cambiar y yo le creía, pensaba que podía ayudarle a cambiar”. Realizó la técnica de la silla vacía, donde pudo expresar como se sentía en esa relación, conectó con la rabia y puso palabras al daño recibido, cerrando ese ejercicio con la conexión con su poder y la protección hacía sí misma “ya no me vas a hacer más daño”.
A lo largo del acompañamiento terapéutico, C. iba conectando cada vez más con su Adulto confiando en sus capacidades y saliendo de la confusión inicial que traía en la que se planteaba si debía volver a intentar retomar la relación con su marido. Fue aumentando la conexión con su poder personal para decidir por sí misma y darse permisos en su situación.
Trabajamos la conexión con su parte nutritiva dándose permiso para cuidar de sí misma y atender a sus necesidades como lo hacía con las otras personas, en este sentido escuchamos a su cuerpo y trabajamos la tensión en sus brazos que siempre tenían miedo mediante el permiso para sentir lo que decían, tocarlos, darles caricias o masajearlos. Durante las últimas sesiones C. expresó mediante un dibujo los cambios logrados en terapia, representándose a sí misma como “una planta a la que regar todos los días con mucha ramas y posibilidades de aprender cosas pero que ahora tiene unas raíces fuertes”. Manifiesta ser muy consciente cuando alguien la daña y se siente capaz de poner límites, aunque eso no sea lo que la gente espera de ella. Continúa realizando seguimientos quincenales conmigo, y ha iniciado unos talleres grupales donde poco a poco se permite contar sus experiencias y compartir mayor intimidad con otras personas sin miedo a ser dañada, y como ella misma dice está empezando a disfrutar de cosas que no se imaginaba.
Conclusiones
La elección del tema presentado tiene una gran importancia para mí, tanto a nivel profesional como desde mi interés personal, como mujer y feminista. Desde el principio, supe que quería encontrar la forma de integrar todo lo aprendido y experimentado estos dos años formativos y de proceso terapéutico personal, siendo como una búsqueda a mi propio “ser único” como psicoterapeuta humanista integrativa en mi contexto profesional.
Considero que acompañar a cualquier persona en un proceso terapéutico merece de un gran y profundo respeto, podemos acercarnos desde la teoría y dominando muchas técnicas, pero si no existe la parte humana, la parte de contacto en relación, todo esto queda incompleto. Como psicoterapeutas nuestra herramienta más valiosa está aquí, por lo que tenemos que cuidarla y mimarla desde la responsabilidad que conlleva nuestra labor de “cuidar y acompañar la vida”, tanto la nuestra propia, como la de las personas que confían en nuestra profesión para ello.
Todo lo aprendido, todo lo vivido, y todo lo expuesto hasta ahora me lleva a concluir que, para mí, acompañar desde un modelo humanista lleva implícito la coherencia con un ser como persona y psicoterapeuta desde estos principios, como decía Eric Berne en el que todos y todas nacemos bien, y por tanto tenemos potencial necesario para sanar.
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