Autocrítica: ¿queremos crecer o queremos entrar en un juego?
02/01/2017
Resumen
En este artículo hago un ejercicio de autocrítica, a través de mi experiencia como paciente, sobre cómo podemos utilizar la terapia como un medio para seguir anclados en comportamientos insanos y dañinos. He empleado la Teoría del Análisis Transaccional de los Estados del Yo y los Juegos Psicológicos para enmarcar la forma en que las personas evitamos el cambio y el crecimiento personal. Explico el para qué de no crecer, el funcionamiento de los Juegos Psicológicos a través de los roles del Triángulo Dramático, lo que ganamos con ellos y concluyo con el proceso de toma de conciencia sobre nuestra voluntad de crecer y convertirnos en Adultos Integrados.
Introducción
“Nunca me gustó la idea de hacerme mayor. Si hubiera sido por mí me hubiera quedado en los 18 años para siempre”. Esta frase la escribí no hace mucho para una tarea que realicé en mi terapia personal y he de decir que ha sido clave para mi “darme cuenta” de cómo había jugado a querer ser Adulta, a crecer como persona. Y digo jugar porque no había decidido realmente, de una forma transparente y sincera, crecer. Llevo unos 8 años en diferentes terapias, creyendo que el cambio en las personas tenía un tope, que mi cambio tenía un límite y que tendría que aceptar que había un sufrimiento en mí imposible de erradicar. Que mi “tendencia a la tristeza crónica”, como yo la llamaba, era algo inherente a mi sery que ya no podía hacer nada para cambiarla. Ni yo ni el mejor terapeuta del mundo podía ayudarme…”Pobrecita de mí” y “usted no puede hacer nada por mí”, eran algunos de los Juegos psicológicos (tema que desarrollaré más adelante en este artículo) que utilizaba para seguir estancada y justificando mi sufrimiento. El que se utilice la palabra juego no implica que éste deba ser divertido o agradable, al contrario, puede conllevar una importante carga de dolor.
Y es que, el cumplir años, no significa necesariamente convertirse en Adulto. Podemos decidir quedarnos anclados en otra etapa, en una decisión que tomamos en nuestra infancia y de la cual ¿por qué no decirlo? sacamos innumerablesbeneficios y privilegios, pero a la vez, y sin habernos preocupado de leer la letra pequeña de este contrato con nosotros mismos, parece que hay que pagar un alto precio: un sufrimiento y malestar psicológico, emocional y físico que nos lleva, en el mejor de los casos, a pedir ayuda, a acudir a terapia. Llegamos a terapia con la necesidad de que algo cambie para que cese el sufrimiento. Queremos que cambie nuestra pareja, nuestros padres, nuestro jefe, nuestros amigos, nuestra vida y, con algo de suerte, o mejor dicho, con algo de autoconciencia, que algo en nosotros cambie. Y esa es la clave: descubrir que el único cambio real que podemos provocar es en nosotros mismos, no en los demás, y eso da miedo porque implica una enorme responsabilidad y, paradójicamente a la vez, libertad, que a veces no estamos dispuestos a asumir.
¿Qué es ser Adulto?
Según la RAE, Adulto significa “llegado a su mayor crecimiento o desarrollo”. En nuestra cultura, este máximo crecimiento y desarrollo se entiende a un nivel físico e intelectual; pero no se ha prestado la misma atención al nivel emocional. Damos por sentado que vamos madurando con los años, que crecemos como personas y nos convertimos en seres autónomos ¿pero esto realmente es así o somos niños disfrazados con corbatas y tacones?
En el Análisis Transaccional se analizan los Estados del Yo y sus transacciones. Estos Estados explican que no siempre funcionamos, sentimos, pensamos y actuamos de la misma manera sino que manifestamos una parte de nuestra personalidad en un momento dado. Existe una amplia bibliografía que desarrolla en profundidad cada uno de estos Estados y su funcionamiento pero en este artículo lo explicaré brevemente:
Yo Padre: es una parte de nosotros que se comporta, piensa y siente como lo hacían nuestros padres y/o las figuras de referencia en nuestra infancia. Cuando este Estado del Yo es el que está en funcionamiento es como si imitáramos a otras personas (aunque no seamos conscientes de ello). El Padre proporciona ideas sobre la vida y sobre cómo hay que hacer o no hacer las cosas; pero como las hemos incorporado tal cual las vimos, estas ideas y normas son poco flexibles.
Yo Niño: Berne definió los Estados del Yo Niño como una serie de sentimientos, actitudes y pautas de conducta que son reliquias de la propia infancia del individuo (Berne, 1961, 1976). Es decir, a veces nos comportamos, sentimos y pensamos como cuando éramos niños aunque nuestra apariencia sea de adulto. Es el estado más arcaico del individuo y donde quedan grabadas las primeras y más intensas experiencias e influencias que son decisivas para el guion de vida de una persona. Es también donde están “enquistados” los problemas internos más profundos.
Yo Adulto: Funcionamos con este Estado del Yo cuando pensamos, sentimos y nos comportamos teniendo en cuenta los datos de la realidad actual externa e interna. Analizamos de forma objetiva los datos de lo que ocurre y vivimos en el “aquí y ahora”.
Todos poseemos estos tres Estados del Yo, los cuales se intercalan según el momento y la situación. El problema es que al funcionar con los Estados del Yo Niño y Yo Padre sin la supervisión de nuestro Adulto puede llevarnos a percibir la realidad de forma distorsionada y el comportamiento será rígido, estereotipado y tradicional en el caso del Yo Padre. En el caso del Yo Niño será impulsivo, descontrolado y en relación con los demás, dependiente, contra-dependiente, codependiente o independiente aislado.
El trabajo terapéutico de crecimiento personal irá dirigido a potenciar la integración de los tres Estados del Yo de manera autónoma, bajo el control del Adulto Integrado. Este Adulto Integrado tiene conciencia de lo que necesita, de lo que desea y de lo que siente. Es consecuente con ello y satisface dichas necesidades, se cuida y respeta. También es capaz de analizar de manera realista y objetiva las circunstancias y los acontecimientos que vive y observa, lo que implican sus decisiones y el impacto que tendrán en sí mismo, en su entorno y en los demás. Por ello es capaz de responsabilizarse de ellas. Es una persona que, además, tiene claros sus objetivos en la vida, los persigue al mismo tiempo que respeta a los demás en función de una ética y moral.
Explicado esto, si todas las personas que hayan pasado la adolescencia fueran así, como el Adulto Integrado, estoy segura de que el mundo sería un lugar completamente diferente. Así que vivimos rodeados de “pseudoadultos”. Personas que se quedaron emocionalmente fijadas o ancladas en una etapa anterioraunque su cuerpo e intelecto hayan seguido desarrollándose normalmente dentro de lo esperado.
Para qué no crecer
Tal y como comencé este artículo, existen numerosos motivos para no ser un Adulto Integrado que, en la mayoría de los casos, son inconscientes. Primero hay que llegar a la dolorosa conclusión, como en mi caso, de que en verdad no se quiere crecer. Me di cuenta del autoengaño tan elaborado en el que había estado viviendo en mis terapias durante años. Descubrir que en realidad no quieres responsabilizarte de ti mismo, de tus decisiones, emociones, sentimientos y pensamientos, para mí fue, por una parte doloroso y, por otra esclarecedor. Al fin entendí qué me ocurría, entendí por qué no había logrado ser feliz todos estos años, entendí mi miedo al cambio, me entendí a mí y respiré aliviada ¡así que era esto! Responsabilizarse de uno implica esfuerzos e implica renunciar a ciertas cosas y es tan difícil renunciar a lo que nos ha dado tanto toda la vida, aunque fuera malo, porque más vale una caricia negativa que nada.
A parte del concepto de Responsabilidad descubrí otro que iba inevitablemente asociado al primero: Libertad. Yo entendía la Libertad como “hacer lo que me de la gana, sin consecuencias” así que eliminaba de lleno el término Responsabilidad de la ecuación. Sin embargo, en el Adulto Integrado ambos términos encajan y no pueden vivir el uno sin el otro. Esta Libertad te invita a decidir sobre tu vida, como bien dice la palabra, libremente. Nadie es dueño de ti mismo y de tu vida excepto tú. Si quieres hacer algo, lo haces y si no quieres, pues no. ¿Qué sencillo resulta verdad? No podríamos enfadarnos con nadie por sentirnos obligados a hacer algo o haber renunciado a algo que era importante para nosotros ya que en ese momento entra la Responsabilidad de lo que tú, y solamente tú, decidiste de forma Libre hacer. “He dejado de hacer tantas cosas por ti, luchando por esta relación” es una frase que se repite constantemente en las relaciones de parejas que, si los componentes de dicha pareja fueran Adultos Integrados, ésta no tendría lugar.
Por lo tanto, el Adulto Integrado es Libre y Responsable. Por ello es capaz de prever las consecuencias de lo que decide libremente hacer, pensar y sentir, responsabilizándose de ello. El Adulto Integrado está fuera de los Juegos Psicológicos y de las ganancias que ellos aportan.
El hecho de responsabilizarte de todo lo que tenga que ver contigo te hace renunciar a la búsqueda de culpables y te lleva a asumir un conflicto interno muy doloroso que intentamos evitar a toda costa.
Si el problema, el conflicto, las emociones negativas, las relaciones dolorosas son provocados por otros quedaríamos exentos de hacernos cargo de nuestra parte de responsabilidad, de mirarnos a nosotros mismos y de contactar con el vacío.
Esta evitación la hacemos a diario: “llegué tarde porque había un tráfico horrible” sabiendo que a las 8 de la mañana siempre hay muchísimo tráfico y eso te llevaría a responsabilizarte de levantarte más temprano. “Que mi novia salga por la noche hace que desconfíe de ella” poniendo la culpa de tu desconfianza en el otro evitas contactar con alguna inseguridad o un miedo existencial al abandono que es sólo tuyo. “Mi marido me ha abandonado”: Como dice Pepe Zurita “sólo se puede abandonar a alguien cuando cabe en un cesto”. De resto, no se abandona, uno se aleja, se separa o se va del lado del otro. Al decir “me han abandonado” nos estamos colocando en una posición de víctima pasiva de las circunstancias, quitándonos la posibilidad de hacer algo al respecto. Estamos hablando desde la herida del Yo Niño.
Y esta tendencia no desaparece una vez estemos en terapia. Allí seguimos jugando y poniendo la responsabilidad fuera con frases del tipo: “la verdad es que no he tenido ni tiempo en pensar en lo que tratamos la sesión anterior, he estado liadísima con el trabajo” o después de un largo proceso terapéutico decir “es que soy así por culpa de mis padres, ellos me han hecho así”. Este tipo de pensamientos o declaraciones suele ser consecuencia de no querer hacernos cargo de nuestro proceso y no queremos porque resulta doloroso y porque implica una importante pérdida de privilegios y beneficios. Es parte de las resistencias en terapia (tema que podría dar para desarrollar otro artículo, pero que en este no tendrá lugar).
He de aclarar que quedarnos estancados en el sufrimiento o en formas de funcionar en la vida que nos perjudican no es por simple capricho, no es que seamos masoquistas y nos guste ser infelices. Es que fue la forma que tuvimos de adaptarnos a nuestro entorno, la forma en que aprendimos a sobrevivir y que nos fue útil en un momento determinado. El problema llega cuando aplicamos esas formas de pensar, sentir y actuar a otras situaciones que ya nada tienen que ver con aquel momento pasado en el que fueron aprendidas y utilizadas. Pongamos un ejemplo:
Si un niño aprende que mamá sólo le presta atención cuando sonríe, no rechista y es complaciente, lo más seguro es que al mismo tiempo aprenda que expresar descontento o enfado por algo no es adecuado ya que pierde la atención (el niño lo vive como pérdida de amor) de su principal figura de apego. Si esas situaciones continúan repitiéndose a lo largo de su infancia y adolescencia, hay una probabilidad importante de que se convierta en una persona con gran dificultad para mostrar o incluso sentir rabia y/o tristeza, con la creencia de que hay que complacer a los demás para que te quieran y olvidándose al final de sí mismo, de sus necesidades, de su Ser, en pro de ser aceptado. Esto podría terminar provocando una terrible sensación de inautenticidad y tristeza debido al dolor que implica haber tenido que renunciar a ti, haber tenido que ser desleal a ti, por buscar el amor. Con lo cual el niño podría afirmar: “por mí mismo no soy suficiente o no soy digno de recibir amor. Tengo que hacer o convertirme en lo que el otro espera de mí para que me quiera”. Y en este caso ser complaciente fue útil durante un tiempo ya que mamá le atendió y él recibió sus cuidados y su amor. Pero en su etapa adulta, a parte de beneficios positivos como ser sociable, simpático y agradable con la gente, obtieneconsecuencias negativas como sentirse especialmente vulnerable a la crítica y al rechazo. Al vivir según cómo lo ve el otro, si el otro lo rechaza, este “pseudoadulto” puede carecer de la suficiente autoestima que le ayude a contrarrestar dicho rechazo. Puede que culpe al otro de “hacerlo sentir mal, de ser cruel con él” o también es posible que busque a alguien que lo compadezca y “salve” de su malestar, depositando su vida en sus manos. Este complejo movimiento es uno de los ejemplos de cómo las personas, inconscientemente, forman parte de un Juego Psicológicoa través de una serie de roles que conforman el Triángulo Dramático de las relaciones.
Triángulo Dramático y Juegos psicológicos
Según Stephen Karpman, en las relaciones interpersonales problemáticas los involucrados suelen adoptar determinados roles en función de sus características personales y de sus posiciones existenciales predominantes. La posición existencial que tiene una persona la decide desde muy temprano en su vida y consiste en los sentimientos que tiene hacia sí mismo y hacia los demás, hacia el mundo. Estas posiciones existenciales son:
- Yo estoy bien/Tú estás bien: Es la posición de autoestima sana en la que la persona se valora positivamente a sí misma y a los demás.
- Yo no estoy bien/Tú estás bien: Baja autoestima, una posición de inferioridad con respecto al resto.
- Yo estoy bien/Tú no estás bien: Es una autoestima inflada en la que la persona necesita sentirse superior al resto.
- Yo no estoy bien/Tú no estás bien: La autoestima está muy deteriorada, no hay esperanza con respecto a uno mismo ni a los demás de salir adelante.
Partimos de la premisa que todos los niños al nacer tienen la posición existencial sana de Yo estoy bien/Tú estás bien. Las experiencias que van viviendo, especialmente con su principal figura de apego, van modificando o no esa posición existencial. Según E. Berne“todos los niños nacen príncipes y princesas, son sus padres quienes los convierten en ranas”.
Los roles pues que adoptan las personas en las relaciones conflictivas dependiendo de sus características y de su posición existencial predominantes son: Perseguidor, Salvador y Víctima. Con estos tres roles se configura el Triángulo Dramático.
Nos referimos a estos tres roles dentro de los Juegos Psicológicos y no a los papeles que pueden desempeñar o sufrir las personas de manera real, como una víctima de abusos sexuales, un socorrista que salva a alguien de morir ahogado o un policía que persigue a un traficante de drogas.
Los roles tienen las siguientes características:
Perseguidor:Necesita que le teman tapando así sus complejos de inferioridad,elabora reglas poco prácticas y hace que se cumplan de manera rígida y cruel.Atormenta a personas débiles, en lugar de hacerlo con otros de su misma fuerza.A veces se hace pasar por víctima, con lo que consigue culpabilizar y que los otros terminen sintiéndose mal. Invita a sentir temor. Se encuentra en la posición existencial de Yo estoy bien/Tú no estás bien.
Víctima:Busca la humillación a través de cometer olvidos y errores. Con ellos consigue que lo “persigan” o lo “salven”. Transmite la sensación de que está indefenso, que no está capacitado y no sirve para realizar ciertas cosas. Aparenta no enterarse de lo que pasa a su alrededor, de estar confundido. Invita a que sientan lástima por él o ganas de culpabilizarlo. Su posición existencial sería la de Yo no estoy Bien/Tú estás bien.
Salvador: Necesita que lo necesiten y ofrece una ayuda falsa para conseguir que los demás dependan de él de alguna forma. En el fondo no le gusta nada ayudar pero necesita mantener al otro en una posición de Víctima, así consigue seguir jugando a Salvador. Puede llegar a crear Víctimas para así poder salvarlas. Invita a sentir dependencia o pedir ayuda. Tiene una posición existencial de Yo estoy bien/Tú no estás bien.
Para analizar un juego según el Triángulo dramático hay que tener en cuenta que aunque la persona tienda a desarrollar un rol predominante, cambiará de roles durante el juego. Se puede entrar al Juego y terminarlo desde cualquiera de los roles.
Juegos Psicológicos
Un Juego Psicológico es una situación repetitiva que se produce sin conciencia Adulta. Las transacciones que se dan en el Juego son ulteriores, es decir, tienen una intención oculta, y los participantes siempre acaban experimentando un sentimiento sustitutorio de otro más auténtico. Incluyen un momento de sorpresa y confusión y se salda con el ajuste de cuentas que obtienen los jugadores.
Como ya comenté anteriormente, el término Juego no se utiliza porque éste provoque placer o diversión sino más bien es por el peligro o el riesgo de lo que se pone en juego, que es el bienestar emocional.
Ideas básicas sobre los juegos:
– Los Juegos tienen una estructura determinada y obedecen unas reglas.
– Son repetitivos y recurrentes (Berne decía que usamos más del 90% de nuestro tiempo en juegos).
– Se dan en las relaciones y se necesitan al menos de dos personas.
– Mucho del malestar psicológico que se ve en terapia se puede analizar como juegos.
– No son obvios, hay una intención oculta y por eso se repiten una y otra vez.
– Son necesarios para conformar el guion de vida de las personas.
– Son sistemáticamente negativos.
– Es la fuente más potente de caricias.
– Sustituyen la intimidad.
– Un juego no se puede eliminar, se puede sustituir.
– A veces es necesario la ruptura de una relación para resolver el juego.
Básicamente las personas jugamos porque no aprendimos una forma más transparente y auténtica de relacionarnos y necesitamos de estos juegos ante la dificultad de pedir caricias de forma clara.
Las ganancias de los Juegos son las siguientes:
- Recibir caricias: al jugar ganamos unas caricias muy intensas y seguras. Estas caricias de los Juegos suelen ser negativas. Si no satisfacemos nuestra hambre de caricias positivas, buscaremos las negativas. Vuelvo a recordar que siempre es mejor una caricia negativa que nada.
- Estructurar el tiempo: es una forma de organizar nuestra vida y nos da la sensación de que estamos activos, en marcha.
- Confirmar la posición existencial: cuando jugamos confirmamos lo que creemos de nosotros mismos y de los demás, si estamos nosotros y ellos bien o mal. Manteniéndonos dentro del Juego evitamos contactar con la posición existencial sana de “Yo estoy bien/Tú estás bien”.
- Establecer o mantener una relación de SIMBIOSIS: Una simbiosis es una relación entre dos personas, en la que ambas actúan como si fueran una única persona, es decir, cada una ignora alguna parte de sí mismo y alguna parte de la otra persona. Por ejemplo en una relación de pareja en la que se produce una dependencia insana, uno se coloca en el rol de Víctima desvalida y el otro asume el rol de Salvador que tiene que ayudar y mantener a su cónyuge.
- Experimentar los sentimientos aprendidos: de niños aprendimos a reprimir ciertos sentimientos y a expresar otros. A veces necesitamos volver a sentir alguno de aquellos sentimientos que tenemos “prohibidos” y entramos en un Juego para experimentar los sentimientos sustitutos ya que no tenemos a nuestra disposición los sentimientos genuinos y auténticos que nos fueron reprimidos.
- Evitar la Intimidad: la expresión libre y espontánea de los sentimientos es una de las características de la Intimidad. Como se ha explicado en el punto anterior, si tenemos prohibida la expresión de nuestros sentimientos auténticos los sustituimos por otros falsos (rackets), así la Intimidad se convierte en algo temido: la persona Juega porque no puede llegar a la Intimidad ya que no es capaz de relacionarse con el otro de forma libre y espontánea y, al mismo tiempo, también Juega para no llegar a dicha Intimidad.
Juegos Psicológicos en el proceso terapéutico
Cuando decidimos ir a terapia por voluntad propia (nadie nos ha obligado, como puede ser un juez) probablemente ya hemos intentado solucionar nuestro problema de todas las formas que nos hemos imaginado. Nuestro repertorio de posibles respuestas y soluciones se nos ha agotado y estamos viviendo un momento duro y doloroso, por lo que necesitamos hacer algo para que ese sufrimiento cese. No somos conscientes, en la mayoría de los casos, de la dinámica insana en la que nos vemos envueltos en nuestro día a día, en nuestras relaciones tanto con los demás como con nosotros mismos. No nos percatamos de que Jugamos para conseguir caricias y con esa manera de funcionar, que ya “traemos de casa”, es con la que llegamos a la consulta del terapeuta. Si los Juegos forman parte de nuestra vida y no somos conscientes de ellos, ¿cómo no vamos a Jugar también en terapia?
Sin darnos cuenta, muchas veces acudimos a terapia para confirmar una creencia muy negativa que tenemos de nosotros mismos o para justificar una serie de comportamientos y actitudes disfuncionales. Desde mi experiencia puedo decir que a menudo fui a mi anterior terapia para corroborar que yo “no tenía remedio y que nada se podía hacer”. Podía contar mi historia y mis circunstancias personales de manera que resultara casi imposible ver alternativas. De esta forma, lograba verme a mí misma e intentaba que el terapeuta también me viera como metida dentro de una jaula de la que era imposible salir. Yo me colocaba en el rol de Víctima esperando recibir las caricias del terapeuta al compadecerme. Esas caricias, también me confirmarían mi posición existencial favorita de Yo no estoy Bien/Tú estás Bien. Una vez que yo había tirado el cebo y él había picado, comenzaba el Juego entre nosotros de “Pobrecita de mí”. Él se había colocado en el rol de Salvador y comenzaba a darme posibles soluciones a mis problemas. Yo, que en el fondo no tolero que me digan lo que tengo que hacer, echaba abajo cualquier idea que él planteaba a través de otro Juego muy habitual en mí: el “Sí, pero…”. De esta manera, evitas decir “No” abiertamente al mismo tiempo que rechazas lo que te proponen. Aunque comenzara el Juego desde una posición de Víctima, esto no implicaría que me gustase quedarme mucho tiempo en ese rol. Para poder experimentar un sentimiento prohibido, como es la rabia, en mi caso necesitaba cambiar de rol y saltar a Perseguidor. Intentaba hacer sentir mal a mi terapeuta demostrándole que no estaba haciendo bien su trabajo, que era incapaz de ayudarme. Ninguna idea que él propusiera era válida, por lo que a mí no me iba a servir de nada. Ya encontraría yo la forma de buscarle un “pero” y como esa rabia no es genuina sino sustitutoria, en mi caso tendría que ser expresada de forma sutil “ni que se me pasara por la cabeza levantar la voz y resultar inapropiada”. Dependiendo de la tolerancia a la frustración del terapeuta, éste terminaría por enfadarse antes o después, ya que todo lo propuesto sería rechazado. Por lo que al sentirse mal por lo que estaba ocurriendo y para defenderse de ese malestar, saltaría momentáneamente desde su rol inicial de Salvador al papel de Víctima, para finalmente, asumir la condición de Perseguidor. El terapeuta probablemente te culpe por querer seguir como estás y no cambiar, que en el fondo es un hecho pero inconsciente. Así que tú, en este caso yo, (voy a Responsabilizarme de lo que escribo), volvería a conectar con la sensación de ser incapaz de cambiar, confirmando las creencias negativas que tenía de mí misma. Había conseguido volver a mi rol favorito, el de Víctima, pero esta vez para ser perseguida y no salvada, conectando profundamente con la posición existencial de Yo no estoy Bien/Tú estás Bien. Con todo ello, había evitado la Intimidad de una relación real pues no había un verdadero contacto entre nosotros ya que los sentimientos que allí estaban saliendo, no eran auténticos ni espontáneos, sino sustitutorios. Así, teníamos una relación de simbiosis, en la que no nos tratábamos de Adulto Integrado a Adulto Integrado, sino que cada uno obviábamos una parte de la otra persona. Las caricias que había recibido, positivas y negativas, se sentían seguras porque eran las que yo había experimentado toda mi vida con mis padres. De esta manera había conseguido todos los premios que prometen los Juegos Psicológicos.
Por otra parte, también utilicé los talleres de crecimiento personal para seguir corroborando que yo no podía hacerme cargo de mí misma a pesar de estar haciendo un enorme esfuerzo, tanto económico como emocional. Debo aclarar que los talleres de trabajo personal pueden ser una excelente herramienta para crecer y favorecer el cambio en nosotros, al igual que la terapia, pero según cómo los utilicemos y las intenciones ulteriores que tengamos, pueden provocar unos resultados mucho más dañinos que beneficiosos.
Yo era una entusiasta, en el peor sentido de la palabra, del Eneagrama. Hacía todos los cursos que tuvieran que ver con ello. Realmente me gustaba cualquier curso que estuviera basado en una clasificación de las personalidades, como los que se basaban en el análisis de Caracteres de Lowen y Reich. Me gustaban porque encontraba en ellos una forma perfecta de justificarme. Si yo era de un eneatipo o carácter determinados podía continuar funcionando de esa manera porque, claro, ¿qué se podría esperar de mí, que soy una 3 y tengo un miedo paralizante al fracaso? Como soy 3 y el fracaso me da miedo podría quedarme tranquila al dejar de hacer cosas por temor a fracasar. Si cabía la posibilidad de suspender un examen en la carrera, no me presentaba. Si no tenía la certeza de que mi tesina iba a ser buena según la valoración de los profesores, mejor postergarla, la dejaría para el año siguiente. Y así con todo lo que implicara una posibilidad de fracaso. Tenía la frase perfecta para quitarme de encima toda la responsabilidad y la libertad de decisión en mi vida: “Es que soy una 3 ¿qué quieres que haga?”. Con ello me colocaba en Víctima de mi propio eneatipo, no podía hacer nada por cambiarlo, es el que me había tocado y con eso tenía que vivir. También utilizaba el Eneagrama para colocarme en Perseguidora de todo aquel que estuviera a mi lado. Cuando veía a mi madre descansando en el sillón le tiraba el cebo para empezar el Juego entre nosotras con frases como: “¡Qué vaga eres, cómo se nota que eres 9!”. Mi madre se sentía muy ofendida y se colocaba rápidamente en Perseguidora, así yo podía ser Víctima de nuevo. Lo que yo creía que era una simple e inocente broma, tenía la intención oculta de provocar el enfado de mi madre. Esto llevaba a una discusión intensa en la que mi saldo final era sentirme indefensa o culpable. Está claro que no estaba utilizando los conocimientos y experiencias terapéuticas para crecer sino para entrar en un Juego.
Todo lo anteriormente descrito me separaba de la posibilidad de hacerme cargo de mí misma. En mi caso personal, podía confirmar que yo no podía ser una buena psicóloga y psicoterapeuta. “¿Cómo voy a ayudar a los demás si soy incapaz de ayudarme a mí misma?” Era una pregunta que se repetía en mi cabeza constantemente, hasta que llegué al Instituto Galene y a la Psicoterapia Humanista que te ponen en la tesitura de preguntarte “¿no puedes o no quieres?” Esa pregunta abrió una brecha en mi autoengaño y fue realmente incómodo. El plantearte que no quieras cambiar, te lleva inevitablemente a las ideas de Libertad y Responsabilidad de tus decisiones, a contactar con tu Adulto.
Los Juegos que he descrito son una pequeña muestra, la mía, de cómo el hecho de acudir a terapia no implica en absoluto la existencia de una intención real y auténtica de crecer para convertirnos en Adultos Integrados. En el fondo buscamos confirmar una serie de creencias sobre nosotros mismos y el mundo, buscamos seguir recibiendo beneficios (caricias negativas) que de otra manera no obtendríamos, buscamos seguir relacionándonos en simbiosis con los demás para evitar la Intimidad que conllevan las relaciones transparentes y auténticas y, por último,evitamos contactar con el vacío y la carencia de lo que no nos dieron, el Amor Incondicional que nos hubiera mantenido en nuestro estatus de príncipes y princesas pero que, al no ser recibido, nos convirtió en ranas.
Tomar la decisión de crecer
Haciendo alusión al título de este artículo, para mí escribirlo ha supuesto un verdadero ejercicio de Autocrítica. En mi experiencia como paciente no he parado de Jugar, unas veces culpándome a mi misma y otras veces, culpando al terapeuta por no poder cambiar y por tener que seguir insatisfecha con mi vida. Así se destapa la pregunta: “¿qué ha cambiado en mí para haber tomado al fin la decisión de crecer?”
Yo considero clave el vínculo que se establece entre terapeuta y paciente. Como terapeuta Humanista y como paciente, creo firmemente que las relaciones del tipo que sean, sanan, pero especialmente, sana la relación terapéutica. Al encontrarnos con un terapeuta que se ha trabajado personalmente para poder ser un Adulto Integrado y que no se deja involucrar en los Juegos psicológicos, tomamos contacto y muchas veces por primera vez, con lo que es una relación auténtica, en la que se nos acepta tal y como somos y se nos demuestra un Amor Incondicional, aquel que no recibimos y que nos apartó de una posición existencial sana de Yo estoy bien/Tú estás bien. Precisamente este terapeuta que se quiere y respeta a sí mismo, nos tratará también de una manera amorosa y respetuosa. No intentará salvarnos de nada porque no nos considera víctimas, nos considera personas capaces que aún no hemos accedido a todo nuestro potencial. Tampoco nos perseguirá al ver que no se producen cambios rápidos en nuestro proceso, él respetará nuestro ritmo y sabrá que a nosotros nos corresponde el 50% del trabajo y a él el otro 50%. Nunca hará cosas que nosotros mismos seamos capaces de hacer y si lo culpabilizamos y lo perseguimos, nos trasladará de forma terapéutica la pregunta de qué pasa con nuestro 50%. Respetará la manera que tengamos de ver la vida y de cómo queramos vivirla, aunque no encaje con su propia visión.
Yo me he encontrado con una terapeuta así, de la que he recibido el apoyo, la confianza y el amor incondicional que me hacía falta para poder tomar la decisión de crecer, de dejar de ser emocionalmente una niña con cuerpo de adulta, para empezar a ser una Adulta Integrada.
Con el vínculo terapéutico uno deja de sentirse solo y comienza a incorporar maneras de recibir caricias de forma sana. Esto es fundamental como paso previo para dejar de Jugar. Debemos aprender a relacionarnos con nosotros y con los demás de otras maneras más nutritivas antes de dejar de Jugar; porque si no, lo único que lograremos es sustituir un Juego por otro. Pero antes de todo esto, es necesario ser conscientes, darnos cuenta de que estamos Jugando. Hacer un análisis de los Juegos es básico para saber qué estamos haciendo, para tomar conciencia de qué ganamos con ello y para cuestionarnos si estamos preparados para renunciar a todos los beneficios que sacamos cuando Jugamos. ¿Queremos de verdad ser libres y responsables?
Al igual que considero básico el hecho de encontrar un terapeuta que confíe en nosotros y nos de el Amor Incondicional que nos permita contactar con la posición existencial sana de Estoy bien, también tengo que añadir que quien toma la última decisión sobre nuestro cambio somos nosotros. Podemos recibir el acompañamiento de un terapeuta maravilloso pero si no aceptamos la responsabilidad y la libertad de nuestras vidas, él no podrá hacer más por nosotros de lo que ya hace, ya que por el contrario, estaría entrando en el Juego y vuelta a empezar.
A veces sucede que como nunca hemos recibido esa aceptación y amor incondicional que nos ofrece el terapeuta y que nos acerca peligrosamente a la Intimidad, nos defendemos de ello con miedo, enfado u otros sentimientos. También podemos desvalorizar lo que el terapeuta nos da, creyéndonos que no es algo real, que lo hace simplemente porque le toca ya que es su trabajo. Este fenómeno fue acuñado por R. Erskine como yuxtaposición, y creo que conlleva la posibilidad de separarte de crecer realmente. En mi proceso este fenómeno lo viví con mucha angustia ya que me conectaba con la posibilidad de que “Yo estuviera bien y fuera digna de amor”. Si eso se cumplía no podría ser Víctima nunca más y tendría que relacionarme con los demás desde mi Ser y mi verdadero yo. Todo esto resultaba muy contradictorio para mí en la relación, porque aunque sabes que necesitas encarecidamente de ese Amor Incondicional que te están dando, haces todo lo posible por comprobar que ese Amor no es real, entrando en Juegos y poniendo a prueba a tu terapeuta. Yo tenía miedo de que me dejara de querer y me abandonase (sentimiento que se ha repetido en todas las relaciones importantes en mi vida) pero hacía cosas e intentaba que eso ocurriera para así volver a confirmar mi guion de vida, mis creencias sobre mí, mi posición existencial y demás cosas que, aunque negativas, eran las que yo conocía y las que me daban una certeza y seguridad en mi vida.
En mi experiencia, haber tomado conciencia y la decisión de crecer ha resultado doloroso pero las ganancias obtenidas tras haber dejado de Jugar merecen realmente la pena. Ya sólo darte cuenta de que puedes decidir sobre ti mismo y elegir cómo quieres ser, más allá del miedo e incomodidad inicial, te da un enorme poder y una nueva sensación de control sobre tus problemas y limitaciones. Tú tienes la capacidad de hacer que las cosas cambien y si ese cambio puedes producirlo tú, lo harás pero si no se puede hacer nada por cambiar las circunstancias, harás por modificar tu forma de percibirlo y de cómo sentirte con respecto a ello, aceptando lo que venga y no sintiéndote desdichado. Descubrirás que nadie tiene poder sobre ti, que nadie puede “hacerte sentir” una emoción u otra. Tú eres dueño de tus emociones y pensamientos, tú puedes dejar de sentirte mal si realizas un esfuerzo consciente. Dejarás de ser una Víctima de lo que hagan o digan los demás para pasar a sentirte responsable de todo lo que te ocurre.
Al decidir crecer y no entrar en un juego, también incorporas un profundo Amor hacia ti mismo y hacia los demás, respetándote y respetándolos. Yo he descubierto mis verdaderas necesidades y he contactado con ellas a través del autocuidado. He descubierto que los demás “están bien” y no necesitan ser salvados o perseguidos para que cambien.
Por último, en mi caso voy dejando atrás aquella “tendencia a la tristeza crónica”, para dejarle espacio a la Alegría de ser yo y de estar en el mundo. Esta alegría me da la posibilidad de disfrutar más de mi vida y de las personas que están a mi lado, me permite reír más y sentirme satisfecha y feliz con lo que hago.
“No conozco ningún hecho más alentador que la incuestionable capacidad del hombre para dignificar su vida por medio del esfuerzo consciente.” Henri David Thoreau.
Autor: Nidia Bello
Bibliografía
BERNE, E. Juegos en los que participamos. La Psicología de las relaciones humanas. Barcelona: Integral, 1964 (Edición 2006), 229 p.
STEINER, C. Los guiones que vivimos. Barcelona: Kairós, 1991 (Edición 1998), 432 p. ISBN: 84-7245-235-2.
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