Aeropuertos
01/02/2013
No me gustan las despedidas… nada, nadita. Y menos cuando se trata de despedir a mis seres queridos. Papá conejo viaja mucho y estoy más o menos acostumbrada a sus ires y venires. Pero esta vez la viajera era diferente.
Y es que este mes ha sido de aeropuertos. Recién llegados de Francia, Pioja mayor se fue de visita a Estados Unidos. Fue una ilusión inmensa realizar este viaje porque se trataba de la primera vez que iba a «cruzar el charco» sola.
¿Qué como la envío tan lejos y solita? Creo que alguna vez conté que hacemos intercambio de hijitos con otras familias y así como voy recibiendo niños en casa, Pioja mayor tiene la oportunidad de conocer los países de nuestros visitantes.
El año pasado estuvo en Alemania y vio desde allí la final de la copa del mundo… escuchar al teléfono su voz llorosa y feliz a tantos kilómetros, fue igual de emocionante que ver a Iker levantar la copa.
Y así, sin más… pasaron 365 días y volvió a volar fuera de su nido. Preparamos el viaje con anticipación, tratando de escoger las mejores rutas, con las menores escalas; buenos vuelos y horarios «decentes». De esa forma, salimos al aeropuerto convencidos de que habíamos hecho todo lo posible por que pase sola el menor tiempo posible; que tenga dinero suelto y en dólares, una tarjeta de crédito por «si las moscas», un seguro de viaje, las direcciones, teléfonos y localizadores impresos… todo atado y perfecto.
Desde luego, Pioja mayor no consintió ir como «menor no acompañada»; título que le hubiera hecho poseedora de un hermoso cartel en el pecho, con grandes letras y en colores neón, que le hicieran absolutamente visible a ojos de los demás.
Demasiado pedir a una adolescente. Como estaba en la edad «límite» para el cartelito, decidió que no se lo ponía. «Confía en mí, que no pasará nada», me dijo muy segura y convencida. Y luego nos dicen que los niños criados en el apego son dependientes de sus madres…
Monísima y arreglada como le gusta estar, con su bolsito gris y una revista del corazón (para no aburrirse), me abrazó largamente y yo no pude evitar que mis ojos se nublaran. Tan mayor ya. Tan hermosa… esto es sólo el preludio de lo que vendrá más adelante; cuando llegue el día en que le tenga que decir adiós de verdad y se vaya a conocer el mundo.
Me despedí de ella como hacemos las madres. Y vi en sus ojos algo de brillo también; pero no dio tiempo a más, porque se fue corriendo hacia la puerta de embarque. Cuando pasó el retén de seguridad me dijo adiós con la mano y la vi desaparecer. Mi corazón se fue con ella.
Hablamos por el móvil hasta que le tocó subir al avión. «Cuelga hija, que te quedas sin batería. Llámame en cuanto desembarques en Filadelfia». Esperaba su llamada a las diez de la noche, pero a las 9 sonó el teléfono y era ella. «Mamá, el vuelo se ha desviado a Nueva Jersey. Nos quedamos aquí cuatro horas porque hace mal tiempo en Filadelfia». Mi alma se paralizó.
Eso significaba que perdería su conexión con Boston (lugar en el que le esperaba la familia americana) y que tenía que recoger su maleta y hacerse otro pase a bordo para coger el vuelo siguiente. Sola, solita.
Seguramente esa fue la noche más larga de mi vida. Ya en Filadelfia, con un nuevo pase a bordo y después de mucho tiempo de espera me dice: «voy a pasar el control de seguridad policial y te vuelvo a llamar». Esperé unas miles de horas y cuando no pude más, llamé. Me salía el contestador.
Mientras tanto, la mamá americana que esperaba a mi Pioja me llamó para decirme que el vuelo a Boston (el nuevo vuelo, ya que supuestamente el anterior estaba ya en el aire) se había cancelado y que no saldría otro desde Filadelfia hasta la mañana siguiente. Esperaba «mis instrucciones».
No puedo explicar la angustia que me invadió: tener a mi hijita tan lejos, sin saber lo que estaba pasando y sin poder comunicarme con ella. Pasaron mil cosas por mi cabeza: que se le había terminado la batería, que le quitaron el teléfono… que seguramente la detuvieron… Sí, creo que veo muchas series de polis.
Pero finalmente llamó. No había pasado nada. Pasó el control policial sin más y recogió su maleta. Cuando le dije que su vuelo nuevo se había cancelado se río. ¿Y ahora? Del otro lado de la línea yo no podía contener el llanto. Culpándome de haberla enviado, de no haber pedido el cartel de menor no acompañada, de no haber ido con ella hasta Boston… de todo. Pioja mayor, siempre tranquila, me consolaba: Mamá no pasa nada. Mira, voy a preguntar a los de la línea qué puedo hacer. Y si me tengo que quedar en un hotel, tampoco pasará nada que para eso tengo el seguro y la tarjeta de crédito, cierto? Eso dijiste tú.
Pero no hizo falta. Resulta que mi hijita querida, jamás tiró el viejo pase a bordo para el vuelo a Boston. Y que su vuelo (aquel primer vuelo que yo confirmé y que en teoría había perdido) estaba a punto de salir después de 5 horas de retraso. Preguntó en un fluido inglés si podía abordar y le dijeron que sin problema. Se subió al avión y llegó a las 6:30 de la mañana, hora española. ¿Ves como no ha pasado nada? me dijo al teléfono. Yo traté de disimular mi histeria maternal y colgamos. Pude cerrar los ojos y dormir tranquilamente a esa hora. Orgullosa de mi cachorra y con unas diez canas nuevas.
Ahora mismo está de camino a Nueva York con su familia de acogida. Me ha prometido muchas fotos y me cuenta que se lo está pasando fenomenal. Yo tengo en el corazón una mezcla de sentimientos. No puedo evitar sentir que todo esto no es más que un ensayo para el día en que de verdad abra sus alas y vuele. Se me va mi pequeña… como agua entre los dedos.
Claudia Pariente
Blog Papá Conejo y Mamá Piojo
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