Se enamoró de una Capuleto

01/12/2006

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La familia de los Montesco tenía razón cuando le enseñaron a renunciar a sus sentimientos, para no repetir la historia de un antepasado llamado Romeo. Habló con su enamorada y se dio cuenta que también los Capuleto tenían razón al pedirle que renunciara a lo que sentía, para evitar problemas que podían acabar en tragedia. Con dolor de corazón, renunció a lo que sentía en su corazón para sentir lo que debía sentir.

Para superar su tristeza, siempre animado por los buenos sentimientos de la gente que le quería, decidió estudiar la teoría de la inteligencia emocional y se dio cuenta que tenía mucha razón al defender que hay cosas irracionales que no se pueden explicar desde la lógica. Pero su familia le enseñó que el ser humano es un animal racional y que también la teoría de la inteligencia intelectual tenía mucha razón porque podía explicarle que su tristeza estaba basada en la pérdida de una relación que podía traer malas consecuencias para todos. Con dolor de cabeza, renunció a lo que pensaba en su mente para pensar lo que debía pensar.

Para superar la confusión intelectual creada por tantas explicaciones lógicas, siempre apoyado en continuas lecturas de gente que tenía mucha razón en defender sus teorías, sobre todo los que utilizaban métodos apodícticos y científicos, decidió dedicarse a trabajar en algo que no tuviera que pensar mucho. El trabajo más razonable para su motivación era el de mecánico y comenzó a ganarse la vida en un taller de coches, pero como su familia le había enseñado que siempre hay que superarse, pensó que era más razonable trabajar como ingeniero aeronáutico porque así volaba más alto y ganaba más dinero; como ya había aprendido lo que debía pensar y sentir, no le importaba mucho que los aviones de guerra que diseñaba se utilizaran contra unos o contra otros, porque era obvio que todos tenían razón. Con dolores en todo el cuerpo, que alguien le dijo que eran síntomas psicosomáticos, y también tenía razón, renunció a lo que hacía para hacer lo que debía hacer.

Últimamente, gracias a los distintos idiomas y lenguas que había podido aprender con tantas experiencias, se dedica a diseñar debates en los medios de comunicación social. Lo único que les pide a los Montesco o Capuleto de turno no es que tengan razón, sino que aunque no tengan razón actúen como si tuvieran que tener razón siempre. Sus jefes están muy contentos con la razón que les da las audiencias logradas y él está seguro que tiene razón porque su cuenta corriente se lo demuestra de un modo objetivo y científico.

Cuando la otra noche le llamó su único amor, al que renunció desde muy joven para empezar a tener razón, y le preguntó cómo le iban las cosas, le dijo que las cosas le iban muy bien, aunque luego le costó quedarse dormido porque empezó a dudar si la calidad de vida que compartieron no era mejor que las obligaciones tan razonables que seguía cumpliendo.

Juan Antonio Saavedra

Juan Antonio Saavedra

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