Os voy a contar una historia de amor

01/03/2013

Eva Herrera

En Agosto del 2008 comenzó la historia con el amor de mi vida. Entré por la puerta de una consulta y, poco a poco, como los idilios que se fraguan lentamente, fui descubriendo los encantos, la magia, la fuerza y la belleza de algo que revolucionó mi mundo. No os asustéis, que no transgredí la regla de no sexualización, jeje. Lo que puso mi mundo patas arriba fue una señorita llamada Psicoterapia.

Cuando salí de aquella primera sesión, como de una primera cita, mi sensación era de desconcierto, con miedos pero también con ilusiones… Y con unas ganas irrefrenables de “volver a quedar”. Sin embargo, jamás pensé, como suele ser habitual en las primeras citas, que estaba siendo protagonista del inicio de una gran historia de amor que cambiaría mi vida para siempre.

En esta historia de amor, como en todas, hubo muchas experiencias, muchos momentos –buenos y menos buenos- e incluso momentos de duda… Sin embargo, lo nuestro iba creciendo y creciendo… Así, en ese proceso, me di cuenta de que tenía que dar un paso más: quería formalizar la relación, quería ser terapeuta. Ufff ¿qué hago? ¿Cómo se lo digo a mis padres, sobre todo al Crítico que está todos los días en mi cabecita echándome la bronca? ¿Cómo voy a dejar de lado mi pareja de toda la vida: una carrera profesional que no me hace feliz pero que encaja a las mil maravillas en mi guión, como esos novios “perfectos” que les encantan a nuestras abuelas? ¡Madre mía, la que se me viene encima! No era capaz de dar el paso… Sin embargo, como sucede con los amores verdaderos, a veces, la vida te echa una mano.

Sí, la vida me echó una mano. Qué paradójico resulta hablar de echar una mano cuando, de entrada, parecía que era al cuello. Y es que cada día tengo más claro que Dios escribe recto con renglones torcidos. En octubre de 2010, sucedió algo que me hizo redecidir… Sin darme cuenta, de repente, me vi en las urgencias de un hospital, enchufada a miles de máquinas y con el equipo de doctores al completo atendiéndome… Tenía un tromboembolismo pulmonar… Estaba “muriendo de amor”. Así, cuando entré por la puerta de urgencias me prometí a mí misma que sería fiel a mi corazón y, si salía de allí, daba el gran paso.

Y qué “casualidad”, el día antes de aquel acontecimiento, había encontrado casi sin proponérmelo, el modo perfecto de formalizar esta relación. Navegando, un poco a la deriva, por Internet, encontré un máster de algo llamado Counselling. La verdad, no sé quién encontró a quién porque, de veras, estábamos hechos el uno para el otro. Esa palabreja tan extraña, resulta que reunía todo aquello que yo estaba buscando. Fue una sensación idéntica a cuando vas buscando la casa de tus sueños y sabes que la has encontrado. Y es que el Máster de Counselling Humanista Integrativo era la casa de mis sueños. Allí podía formalizar mi relación. Tenía que ser esta casa y no otra porque la relación que tanto me completaba y llenaba estaba basada en el respeto, la confianza y el amor incondicional hacia el ser humano. Así que, nada, me fui a vivir allí.

Estar en esta casa ha sido maravilloso. Cuando llegué no me sentía extraña, parecía que llevaba allí toda la vida. Me encontré con unos compañeros de piso excepcionales. Poco a poco, fuimos decorando la casa y viviendo en ella experiencias inolvidables. Comenzamos conociéndonos un poco más, tanto a nosotros mismos como a los demás. Fuimos creando un espacio de crecimiento tanto personal como profesional, tomando consciencia de que ambos tenían que ir de la mano, siendo un único proceso en el camino hacia el “ser terapeuta”.

Compartimos muchas vivencias, muchas emociones… Los profesores y tutores fueron nuestros guías y nuestros modelos. También compartimos nuestras inseguridades y miedos. Personalmente, la confianza de los profesores y compañeros permitieron que yo empezara a creer en mí como terapeuta.

Durante esa estancia, tuvimos un proceso de trabajo individual en el que comenzamos a conocer varios planteamientos y a integrarlos mediante diferentes ejercicios. Ciertamente, fue una manera muy acertada de comenzar el contacto. A partir de ahí, los encuentros presenciales con los compañeros y profesores nos permitían aclarar dudas y profundizar en aquellas cuestiones que necesitáramos. También pudimos vivir muchos momentos de trabajo emocional que nos permitieron unirnos como grupo y desde esa confianza abrir nuestro corazón… Yo, de alguna manera, renací, cerrando un ciclo y abriéndome a una nueva vida.

Y así, llegamos al final de esta travesía, siendo otros, sin duda. Personas con una mayor consciencia y formados para acompañar en el despertar a la consciencia de los demás. La convivencia en aquella casa había sido intensa y muy gratificante. Protegidos y respetados habíamos ido creciendo. Ahora toca seguir nuestro camino con el dulce recuerdo de aquella experiencia. Finalizó una gran promoción, una promoción cojonu… como dicen por ahí. Pero no quiero reavivar rencillas jeje. Por eso quiero terminar este escrito dando las gracias a todos mis compañeros y profesores por formar parte de esta historia de amor, dándole un componente más mágico si cabe. Ahora, toca seguir el idilio con ganas de poder celebrar, por lo menos, las bodas de oro.

Eva Herrera Palacios
Counsellor Humanista Integrativo

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