Mas-turbados

01/07/2004

Esa es la sensación que se experimenta cuando la relación con otros se reduce a meros contactos con uno mismo y nos quedamos igual o más confusos que antes. Si los contactos son simples roces mecánicos que nos hacen movernos juntos como títeres, hay algo en nuestra naturaleza que nos hace sentir mal por no lograr salir de nuestro aislamiento mental. Así como una máquina funciona bien porque hace siempre igual lo que hace, lo que hacemos en nuestras relaciones cuando funcionamos sólo como cuerpos máquinas es volver al mismo punto de partida, sin diferenciarnos mucho del engranaje de un reloj en el que todos los elementos están en contacto para repetir siempre el mismo movimiento, a la misma velocidad y con el mismo tictac acompasado que se le ha ordenado tocar; estos aparatos e instrumentos que ritman y dirigen nuestra vida varían en precisión y en apariencia, pero aunque todos coincidan en cumplir bien la función para la que están programados no parece muy atractivo que las coincidencias y encuentros entre las personas nos dirijan siempre al mismo lugar de frialdad y aburrimiento.

Resulta gratificante y hasta contagioso escuchar a un adolescente hablar de la pasión y fantasías que le despierta todo lo relacionado con la sexualidad, pero es frecuente que ese fuego se vaya apagando con los años gracias a la distancia física y psicológica que aumenta en la propia familia, gracias a la frialdad y perversión de una educación que nos promete triunfar si repetimos conocimientos inútiles para nuestra calidad de vida, gracias a programas de televisión pagados por todos que fomentan conseguir pareja priorizando atributos físicos, gracias a entornos laborales dominados por el paradigma de la máquina productiva que nos hace perder la poca alma que nos queda con el objeto de convertirnos en arma competitiva que necesita no vivir ni dejar vivir para ganarse la vida.

El problema no es librarse de la represión para sentirse libre de tener relaciones sexuales, sino que es imposible contactar con otro ser humano si ya no nos sentimos seres humanos por haber sido antes descalificados como tales y calificados como objetos. Si los contactos son con el cuerpo de un ser humano que está fuera, después de experienciar el ser humano que llevamos dentro, entonces nos sentimos más turbados y alter-a-dos pero con mucho bienestar, porque ese tipo de contacto nos hace otros diferentes en cada presente, al salirnos de nuestra mente y transformar todos nuestros comportamientos en medios que nos permiten disfrutar del sexo y del amor como seres humanos. Para turbarse de verdad se necesitan dos seres que sientan el placer de sentirse cada día más turbados en el espacio no material y más turbados en el territorio material, satisfaciendo así las necesidades actuales de cada uno. El contacto en el espacio y en el territorio a la vez sólo se puede dar si nos permitimos salir de las casillas masturbadas que tiene el yo y dejamos que el ser humano, punto de encuentro que nos iguala, atraviese las corazas vaginales o corporales que separan y tire las paredes culturales o mentales que dividen para así construir un todo único y novedoso continuamente.

Si buscamos sólo dentro ese ser humano que cada uno es, como hacen algunos que tienen miedo al otro y se retiran del mundanal ruido para refugiarse en su cueva, hay riesgo de que lo que encontremos esté distorsionado por el egocentrismo. Si buscamos sólo fuera el ser humano que el otro es, como hacen algunos que tienen miedo de mirarse tal y como son, hay riesgo de frustraciones y altruismos mediocres. Si aprendemos a mirar dentro y fuera al mismo tiempo, podemos reavivar y revivir continuamente esa pasión que se siente en la juventud de cualquier edad cada vez que los contactos corporales nos abren al espacio infinito del amor a lo que realmente somos. Contener al otro es darle la posibilidad de turbarse y alterarse más, de hacerse nuevo, de renacer en cada acción. Amar al otro es hacer masa fuera de lo que es masa dentro, es crear y recrear un ser nuevo en un contexto de mejor calidad de vida y constante.

Juan Antonio Saavedra

Juan Antonio Saavedra

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