El juego dentro de la terapia con niños

01/04/2008

“El juego y la creación se desarrollan siempre en un espacio y un tiempo de repetición no idéntica, donde uno puede «soñarse otro y hacerlo»

(Stanislavsky, 1982)

Sobre el juego hay diversas teorías, todas ellas parten de la observación del tiempo que los niños dedican al estar jugando. Muchas veces el adulto, mira con desdén este juego del niño, ya que lo opone a la vida laboral o la llamada vida productiva que tiene el adulto. Se piensa: cuando el ser humano no es productivo juega, pero en tanto se convierte en un trabajador productivo deja de jugar.

Otro autores toman al juego como una posibilidad donde el niño va a ir aprendiendo los roles y tareas que luego va a ejercitar en su vida adulta. El juego sería una preparación para las tareas de la vida adulta. Visto de este modo, se podría decir que uno juega hasta cierta edad y que luego como adulto ya no hay posibilidad de seguir jugando.

Otros piensan que el juego es una herramienta que usa el adulto para hacer más entretenido aquello que quiere comunicar al niño, se reduce así el juego a una herramienta motivacional, sería “la carnada” que se le pone al niño para que venga a terapia, para que aprenda en el colegio, para que escuche al adulto.

También se piensa que lo fundamental del juego es poder hacer una “catarsis”, sacar afuera el instinto no permitido por la sociedad, ya que en el juego el niño puede herir, matar, destrozar, amar y odiar de un modo que no está permitido en la sociedad. Sin embargo esta manera de ver el juego es peligrosa. El juego visto así puede convertirse en un modo de perennizar roles perversos y sádicos, como un modo de enseñar al niño a repetir esta situación en la vida real. En la práctica cotidiana, probablemente encontremos niños que repitan y repitan estos impulsos en su juego, ya que sus juegos se sustentan en las experiencias vividas .como sería por ejemplo, niños con experiencia de abuso o sadismo de los adultos con quienes viven o han vivido. Pero la función del juego no es de una catarsis, y la función del terapeuta va a ser justamente la tener el arte de saber no perennizar estos roles…. jugando, dentro del camino simbólico que está implicado en el juego. Lo importante del juego es que en él hay “el como si”, su función se pierde cuando se acaba este “como si”.

Un último modo de considerar al juego sería el considerarlo como la posibilidad de evasión: “voy a jugar un partido de futbol porque necesito descargar mi mal día en la oficina”, se compensa así el estar afrontando la realidad y el juego se enmarca en un hueco de evasión de la vida cotidiana, como los pasatiempos que encontramos en las revistas.

Muchos padres pueden no entender la importancia del juego en el niño, ¿por qué voy a pagar para que solo juegue? Un ejemplo, el otro día evaluamos con unos papás el proceso de un niño. Los padres contaban con agrado como su hijo ya no era solo un niño oposicionista, que ya no ocurría que todo el día peleaba con ellos y con sus hermanos, que ya era muy difícil que siga reglas en casa. La mamá me pregunta: ¿tú solo juegas, cómo es que se hace? Le explico: los guerreros en el juego le han permitido ir regulando su agresión, al principio el juego era aniquilación total, no se escuchaba al otro, solo se respondía en ataque como un modo de defenderse, como un modo de estar en el mundo. Fuimos viendo viviendo en el juego que ocurría, porque tenían que vivir así, que era vivir así, y poco a poco fuimos encontrando salidas, pudo existir la posibilidad de un equipo, de cooperación de intercambio entre ellos. La metáfora en el juego nos permitió luego recorrer sus sentimientos en su vida personal, con sus padres, sus hermanos. Si se hubiera tratado el tema desde la palabra preguntando cosas como ¿porque no escuchas a mamá? El niño no hubiera tenido palabras para explicar lo sentía, cómo lo vivía etc. Tuvimos que vivirlo juntos, dar nombre eso que sentía y luego recién tocar aquello de la realidad que era necesario.

La utilización del juego como herramienta terapéutica adquiere valor en relación a la función simbólica, que hay implicado detrás de ella, y es por ello que el “como si”, la metáfora, es importante. Es así como el juego es un acto que lleva a la vida y adquiere sentido en sí mismo. Como función simbólica entendemos a aquello que nos permite encontrar nuestro sentido individual conectándonos con una cultura y grupo humano.

Podemos entonces llegar a una serie de conclusiones sobre el juego que nos interesarían a los terapeutas:

La capacidad de jugar es inherente y necesaria al ser humano por sí misma, no es un medio para un objetivo distintos, es un fin en sí mismo.

La posibilidad de jugar se desarrolla en el plano del «como si», de la metáfora de lo simbólico.

El juego es compromiso, no está al servicio de olvidar la realidad, sino de transformarla y enriquecerla, y en este proceso se enriquece uno mismo también.

Juego y función simbólica:

El reconocimiento de la función simbólica del juego comienza con Sigmund Freud quien observó el juego de su pequeño nieto, un niño de dieciocho meses de un carácter excelente, que tenía la costumbre de arrojar lejos de sí los pequeños objetos que le caían entre manos pronunciando el sonido prolongado o-o-o-o, que constituía un esbozo de la palabra fort («lejos» en alemán). Además, Freud observa un día en el mismo niño un juego aparentemente más completo. Teniendo en su mano la punta de un hilo de un carretel, el niño lo arrojaba de su cuna pronunciando el mismo o-o-o-o, luego lo volvía a traer hábilmente hacia él exclamando: «Da!» («acá» en alemán).

Freud remite con facilidad este juego a la situación en la que se encontraba el niño en esa época. Estando su madre ausente por largas horas, nunca se quejaba, pero muy probablemente sufría mucho por ello, tanto más cuanto que estaba muy ligado a esta madre que lo había educado ella sola. El juego en tanto “como-si” reproducía la desaparición y la reaparición de la madre.

Freud le da un lugar importante a la idea de que el niño, ante el acontecimiento donde se encuentra en una actitud pasiva, asume en el juego un papel activo, haciéndose dueño de la situación a través de él. Mejor aún, se venga con el juego de la madre. Es como si le dijese a la madre «sí, sí, vete, no te necesito, yo mismo te echo».

La conclusión es que el juego no solo está simbolizando la presencia-ausencia, sino está cumpliendo un rol en las experiencias psíquicas del niño: el niño está actuando en la vida buscando dominar e influir sobre el mundo con su acción, el niño está construyendo respuestas con su acción.

Posteriormente Jackes Lacan agregará la importancia de este juego con aquello que implica el camino a un mayor dominio de la simbolización. Su observación respecto a esta dinámica de la presencia-ausencia, es que el niño como ya tiene un lenguaje, puede decir ven (da) cuando no está con el objeto y vete (fort) cuando lo tiene, ya que la palabra va simbolizando al objeto y a la posible acción, la palabra va llenando el vacío, la falta de objeto que se sentiría si no hubiera el lenguaje. Desde el momento en que el niño habla, como ocurre con este niño de 18 meses que ya dispone de lo esencial, de una pareja de fonemas en oposición, el niño dispone de la posibilidad de su acción, conjugando los dos elementos.

Cito a Lacan:

“El nieto de Freud primero dice Fort y después arroja el objeto; y primero dice Da, para recién después hacerlo aparecer. Es decir, en el plano simbólico de la palabra, anticipa una ausencia (Fort) cuando el objeto de la realidad está presente, y anticipa una presencia (Da) cuando el objeto está ausente. Lo que más se repite –recordemos– es el Fort; o sea, que hay algo que insiste en hacer ausente lo presente; el inconsciente insiste en sostener la falta como motor del deseo; insiste en que hay algo que perder. Es así como el niño participa de la función simbólica dada por la cultura y mundo social en la que está inscrito a través del lenguaje, pero a su vez utiliza esta función simbólica para dar contenidos y soluciones a su propia dinámica psíquica particular.”

El juego, entonces cumple este doble rol simbólico. Pero este doble rol simbólico implica también un avance en la dinámica psíquica interna de este niño de 18 meses. Desde este momento el niño ya no va a depender exclusivamente de la satisfacción dada por la relación dependiente con su madre, su satisfacción empieza a pasar por la capacidad nutrirse de lo simbólico.

Resumiendo, la importancia del juego está en que posibilita una función simbólica, el “como si”. Pero además, enriquece porque se convierte en una acción sustentada por esta función simbólica. La doble figura de simbolización-acción es importante, porque la sola fantasía que podría ser confundida con simbolización, no implica la posibilidad de jugar.

El juego como herramienta terapéutica tiene el fin de conocer la realidad que el niño trae a consulta. ¿Por qué juego? Por que es la forma de expresión propia del niño, así como el lenguaje lo es en el adulto.

¿De qué va a tratar que podamos jugar con el niño? De dar las mejores posibilidades de comunicación e instrumentación de la realidad para el niño. Hay ocasiones en que nuestra tarea con el niño va a ser conseguir que el niño juegue, disfrute y sea capaz de utilizar esta posibilidad. El conseguirlo va a permitir que el niño crezca psíquicamente y pueda utilizar el juego como una herramienta útil para intercambiar con la realidad. Por esto el juego está muy unido a la capacidad creativa del ser humano.

En la consulta se dan limites concretos de espacio, tiempo, finalidad y roles y esto permite que sea el niño en función a sus estilos internos de comunicación, a su momento del desarrollo síquico y a su proceso de maduración física, su capacidad de relación vincular y de simbolización el que va a expresarse y plasmarse durante el juego.

Juego y espacio transicional: los aportes de Donald Winnicott.

Las teorías de Winnicott se articulan en torno al juego. El destaca la importancia del juego en la vida del niño y del adulto. Para él el juego en sí mismo es terapéutico y creativo, es una acción que lleva a la vida.

El distingue entre game que sería el juego decodificado con reglas precisas, como el tenis, de play que se refiere al juego que se despliega en libertad total. Nos remarca que lo importante es ese momento de caos, que parece que no hay nada y de repente empieza a armarse un juego y comienzan a salir contenidos. Es en este momento en que el juego se convierte en un fin en sí mismo. El juego para él no es solamente un modo de comunicar contenidos a un niño o de que un niño comunique contenidos, es un fin en sí mismo. Hacer que los niños sean capaces de jugar, es para él una psicoterapia que tiene aplicación inmediata y universal.

Nos dice:

“Jugar es necesario y corresponde a un estado de salud: facilita el crecimiento y por lo tanto la salud. El hecho de jugar conduce a establecer relaciones grupales, jugar es hacer algo distinto que pensar o desear, es hacer, manipular objetos, servirse de fragmentos de la realidad exterior.”

Jugar entonces implica reciprocidad, intercambio con el otro, enriquecimiento mutuo, creatividad, entre lo que el mundo exterior puede ofrecer al niño y aquello propio con lo que el niño cuenta y trae al mundo.

Viene entonces un concepto importante que es el del espacio transicional. La teoría de Winnicott sobre el origen del jugar se desarrolla a partir de la noción de espacio transicional. Este es el espacio que empieza creándose cuando el bebé es pequeño, es un espacio entre la realidad subjetiva del bebé lactante y el reconocimiento del mundo exterior como una parte de aquello que el niño pequeño puede reconocer como el “no-yo”.

Este espacio aparece entre los seis y los doce meses y se desarrollan en lo que este autor denomina «zona intermedia», ni interna ni externa, entre lo interno y externo y por eso se le llama zona transicional. Este espacio se concretiza en un objeto el “objeto transicional” que representa la primera posesión “no-yo” y por lo tanto es una actividad creativa primaria del ser humano.

Es justamente a esta edad que el bebé comienza el doloroso pero necesario desprendimiento de su madre. El uso de un objeto transicional (muñeco, sabanita, trozo de tela, etc.) simboliza la unión de dos sujetos –bebé y madre– y por lo tanto permite el inicio de su separación. Marca el estado del pasaje de un estado donde el niño habiendo estado fusionado a su madre y habiéndola reconocido como algo distinto de sí puede relacionarse con ella como algo distinto.

El objeto transicional es la primera experiencia de juego que se da en una tercera zona, ni interna ni externa y que es posible por el sentimiento básico de confianza que puede experimentar el bebé. Es un objeto que viene de fuera pero no es así para el bebé porque él lo está cargado de su significación interna. Tampoco viene todo de adentro suyo, porque no es una alucinación, un sueño o una fantasía, tiene realidad y viene del mundo real. Esta es la primera experiencia de juego que se origina en una zona de creación de algo nuevo, interno y externo a la vez.

El juego del niño más grande y luego el del adulto se realiza en este espacio transicional, espacio de ilusión donde se confronta y se aprende a manejar la realidad ya que no es un espacio íntegramente del mundo real. Por esto es posibilidad de creación, y es necesaria para la vida.

Winnicott nos dice:

“En tanto el niño juega, está en el juego, absorbido por él, habita en un espacio que no revela el de su subjetividad “interno”, ni el de la objetividad de las cosas percibidas».

El juego entonces reúne objetos o fenómenos que pertenecen a la realidad exterior y los usa poniéndolos al servicio de la realidad interior y personal. En psicoterapia es entonces un modo de comunicación, pero lo que mas importa es el momento de juego, es aquel momento en que se puede construir el juego.

Es aquí donde es importante tener en cuenta otra distinción nos hace Winnicott , la diferencia entre play-juego donde lo importante es el registro de lo que se comunica con el juego, lo describible, lo interpretable y la actividad playing-jugar . En la terapia el jugar adquiere todo su sentido ya que implica movimiento, acción, nos habla de algo que se está realizando, construyendo a diferencia de la obra acabada. Lo importante va a ser la experiencia viva del jugar, experiencia que solo se puede producir en este espacio transicional, experiencia viva que se da entre paciente y terapeuta, entre yo y otro no-yo. Experiencia viva que solo se puede crear en un estado de tranquilidad y confianza donde el gesto espontáneo es reflejado en la mirada del otro.

Es la primera experiencia de juego que surge como necesidad ante la tarea de aceptación de la realidad, que en el bebé es la aceptación de que su madre es un objeto independiente que él no posee ni domina.

Me parece importante tener en cuenta un último pensamiento de Winnicott respecto al juego. Para él si un niño juega tiene sitio para un síntoma o dos, ya que si el niño mantiene su capacidad de jugar, implica que la perturbación es transitoria. Si el niño juega, los síntomas van a ser pasajeros porque no van a irrumpir sobre su capacidad de construir su vida personal y su mundo interno. En estos casos, es probable que existan causas exteriores que estén sensibilizando al niño y sean causa de los síntomas (nacimiento de un hermanito, mudanza de casa, separación de papás, etc.. Cuando lo exterior retome un orden, el niño va a poder recuperar el hilo de su desarrollo.

Juego, creatividad y posibilidad terapéutica:

En el juego va a importar poder construir ese espacio de casi retraimiento, que puede ser comparado con el estado de concentración del adulto en salud. Es la sensación de este momento, lo que se puede asir en él, lo que lo hace saludable. En base a esto podemos decir que nuestra primera tarea es poder construir este momento. Muchas veces vamos a tener niños dentro del consultorio que van a hacer “como si jugaran”, pero no van a estar comprometidos en un juego real.

Como hemos dicho el juego implica metáfora, el “como si”, implica acción y compromiso de cuerpo. Winnicott nos agrega lo paradojal que es necesario mantener en el juego. Aceptar la paradoja nos permite saber que el juego es un fenómeno intermedio, ni interno ni externo, o ambas cosas a la vez. Querer resolver la paradoja es destruir el juego. El niño vive su juego «como si» fuera una realidad auténtica, pero sabe que no es la realidad. Cuestionarlo por la realidad de sus acciones y objetos simbólicos es destruir su actitud lúdica, y su capacidad de transformar la realidad..

Podemos así, ir realizando distinciones que nos permiten ver lo que es un juego que implica salud mental versus una actividad que parece juego pero que implica lo contrario.

En el juego el niño manipula los objetos externos pero los inviste de sus sensaciones internas, los objetos están al servicio de su sueño o fantasía interna, de su mundo psíquico interno. Un niño que no está valorando adecuadamente las características de este objeto externo ( por ejemplo pedir que un trozo de madera rebote como una pelota) está solamente cargando a estos objetos de su mundo interior, pero no está nutriéndose de este intercambio recibiendo lo que viene del mundo exterior ( lo duro y cuadrado de un tozo de madera por ejemplo) . Este niño no juega, se encuentra encerrado en su propio mundo de fantasías sin negociar e intercambiar con el mundo exterior.

El que un niño pueda jugar, supone confianza en el ambiente y en el terapeuta como representante de este ambiente. Por lo tanto jugar es construcción de confianza hacia el mundo en general. Jugar implica la posibilidad de estar solo en presencia de alguien. Aquellos niños que juegan escondidos, de espaldas al terapeuta, que no quieren ser mirados o escuchados y no permiten que el otro se acerque e intercambie con ellos en el juego, no están realizando el intercambio básico con el medio externo que implica el jugar. Muchas veces empezar a jugar con un niño, va a implicar empezar construyendo la sensación de cercanía, de que el niño sienta que el otro puede estar cerca de ellos en su mundo, donde el niño aprenda a recibir al otro.

El juego es acción, interesa al cuerpo porque se manipulan objetos. Por esto el juego implica un compromiso de cuerpo, tanto del niño como del terapeuta. Y en tanto esto implica la capacidad de poder actuar y dominar el mundo exterior, tal como Freud lo explicito a partir del juego del fort-da. Nuevamente, en relación a este tema podemos decir que un juego que no implica acción, manipulación del mundo externo, es un juego donde no hay creación, aprendizaje y posibilidad de movimiento psíquico.

El juego tiene un principio, un desarrollo y un fin, basado en la capacidad de elaborar y contener una experiencia. Es por esto que el juego repetitivo puede llegar a hacerse vacío, sin salida, como es el caso de la repetición vacía del autista. Sin embargo, en esta repetición hay siempre una esperanza, una búsqueda de solución en la acción y es ahí donde interviene la importancia del adulto que juega con el niño.

El juego es placentero porque implica construcción de respuestas, es excitante a causa del inter-juego en la mente del niño de lo que es subjetivo con lo que es percibido objetivamente. El niño sabe obtener placer en combinar su relación interna de mundo imaginativo y la percepción exacta de la realidad exterior.

Trabajar con juego va a implicar poder crear esa atmósfera límpida y confiada y tranquila de donde brota el sentimiento de vivir. Lo que va a importar en el niño que no juega es justamente este estado de retraimiento, de psiquis y desarrollo en estado congelado, donde lo que ocurre no tiene caminos y recorridos para ser nombrado, para poder ser visto y vivido sin que una angustia inconcebible lo rompa internamente.

La tarea de aceptar la realidad es una tarea continua del ser humano, no termina nunca. Cotidianamente nos encontramos en tensión entre lo que sería la realidad interna y la realidad que está afuera de nosotros con los otros. Estas tensiones nos llevan siempre en última instancia al doble proceso que vivimos como humanos, al dolor en la separación que tenemos con los otros, de la carencia, de lo que nos falta y a la necesidad de la individuación de marcar la diferencia, de identidad respecto de los otros. Por esto el juego y el espacio transicional no es tarea que compete solo a los niños. En este espacio y tiempo transicional hay un continuo pasaje de modificación de lo externo a lo interno y de lo interno a lo externo. Así, podemos decir, siguiendo a Winnicott, que de los fenómenos transicionales se pasa al juego simbólico propiamente dicho, de éste al juego compartido dramático y reglado, y de él a las experiencias culturales, como el arte por ejemplo.

Diana Cornejo

Diana Cornejo

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