El cuerpo grita lo que la boca calla. Desarrollo de una Intervención Humanista Integrativa

01/11/2016

El cuerpo grita lo que la boca calla

Resumen.

¿Qué relación se establece entre el cuerpo y las emociones? ¿Qué sucede en nuestro cuerpo cuando no somos capaces de identificar lo que sentimos? La emoción está ahí, la bloqueamos, pero el cuerpo, a través de las somatizaciones y de las enfermedades, nos está diciendo que algo no está bien.

A través de esta tesina, indagaremos en las creencias  que  nos incapacitan para sentir y para mostrar lo que sentimos, averiguaremos la posible relación entre el cuerpo y las emociones, como el cuerpo habla lo que a veces la boca calla.

Para terminar, observaremos la evolución terapéutica de una mujer que sufre en su cuerpo lo que no puede expresar con palabras, a través de la Psicoterapia Humanista Integrativa.

Abstract. What is the relationship between body and emotions? What is happening in our bodies when we are not able to identify what we are feeling? The emotion is there, we block it, but our body is telling us something is wrong through illnesses and somatizations.

Through this Master´s final project work, we will inquire about the beliefs that don´t allow us to feel and to show our feelings, we will discover the possible relationship between body and emotions and how our body express what our mouth is keeping in silence.

To sum up, we will observe a woman´s therapeutic evolution, who was suffering in her body what she couldn´t put into words, by using Humanist and Integrative Psychotherapy.

Palabras clave. Emoción, cuerpo, somatización, enfermedad, Psicoterapia Humanista Integrativa.

Key words. Emotion, body, somatization, illness, Humanist and Integrative Psychotherapy.

1- Introducción.

Desde que N. entró en mi despacho y me habló de su sintomatología, tuve claro cuál sería el tema de mi tesina. Al igual que ella, cientos de  personas1 , entre ellas yo, tenemos dificultades para identificar y por tanto, expresar lo que sentimos. De hecho, mi experiencia profesional, me indica que muy pocas personas crecen en un ambiente en el que se favorece la identificación y expresión emocional.

Existen numerosas investigaciones que avalan, además, el poder de las emociones sobre nuestro cuerpo. Seguramente te hayas escuchado a ti mismo decir expresiones como “tengo un miedo que te cagas”, “se me pone un nudo en el estómago” o “el corazón me va a mil por hora” para expresar una determinada emoción.

El hecho de que no sepamos identificar nuestras emociones y por tanto, expresarlas y gestionarlas, puede provocar que éstas se manifiesten a través de nuestro cuerpo. Incluso, como veremos en el caso de N., cuando ignoramos nuestras emociones, éstas se pueden llegar a manifestar en nuestro cuerpo en forma de dolor e incluso, de enfermedades.

Así mismo, también resulta curioso como varias investigaciones demuestran que hay una determinada relación entre la parte de nuestro cuerpo que enferma y lo qué nos quiere decir exactamente.

A lo largo de este artículo, por tanto, daremos respuesta a la relación que se establece entre el cuerpo y las emociones y lo haremos a través de la  evolución terapéutica de N. Para ello, observaremos qué técnicas y recursos de la Psicoterapia Humanista Integrativa nos pueden ayudar en el caso de que nuestro paciente somatice.

 Breve Explicación Teórica

Para comenzar, haremos un breve recorrido teórico por los grandes pilares de la Psicoterapia Humanista Integrativa con el objeto de dar respuesta a la relación que se establece entre no identificar lo que sentimos, nuestras emociones y su posible repercusión en nuestro cuerpo.

Desde el Análisis Transaccional, Berne (1974), en su libro ¿Qué dice usted después de decir hola? define el guión de vida como “un plan de vida creado en la infancia, reforzado por los padres, justificado por eventos subsecuentes y culminando en una alternativa elegida”. Por tanto, el guión de vida consiste en un conjunto de decisiones que se toman de niño en respuesta a mensajes de guión, verbales o no verbales, provenientes fundamentalmente del padre y de la madre. A su vez, seguramente, éstos repiten el mismo guión de su padre y de su madre.

Imaginemos, por tanto, una madre o un padre que presentan dificultades para mostrar sus sentimientos, dada su historia personal. El niño puede llegar a interiorizar el mensaje NO SIENTAS o NO MUESTRES LO QUE SIENTAS, es decir, no recibe permiso para sentir y expresar las distintas emociones.

En otros casos, puede haber padres o madres que tienen permiso para expresar una determinada emoción (sentimiento permitido) y no, otra (sentimiento prohibido). En nuestra cultura, por ejemplo, con frecuencia se les enseña a los niños que es correcto mostrar enfado o ser agresivo, mientras que sucede todo lo contrario con tener miedo o llorar. A las niñas, en cambio, se les enseña a ser dulces y reaccionar ante el estrés llorando, aunque lo que realmente quisieran mostrar fuera enfado. En estos casos, el niño interioriza  NO SIENTAS NI MUESTRES MIEDO O TRISTEZA (SIENTE ENFADO) y la niña,  NO  SIENTAS  NI  MUESTRES  ENFADO  (SIENTE  TRISTEZA), por ejemplo.

Estas situaciones, cuando son impuestas por el padre o la madre de manera repetitiva e intensa, provocan que el niño experimente esa emoción como  peligrosa   y  tome  la  decisión  de  sustituirla por otra familiarmente aceptada. En estos casos, se desvalorizan sus sentimientos y se condiciona el cariño a que exprese una determinada emoción y no otra. De manera gradual, la niña llega a una conclusión sobre sus sentimientos y sus resultados: “si expreso enfado, mi papá y mi mamá me retirarán su apoyo y eso es peligroso. Cada vez que sienta enfado, ocultaré ese sentimiento, incluso de mí misma o lo cambiaré por otra emoción sí permitida.”

En un caso u otro, en el que no recibimos permiso para expresar  ninguna emoción o una determinada emoción, ese sentimiento no permitido queda reprimido. En ocasiones, ese sentimiento reprimido se transforma, por ejemplo, en somatizaciones como forma de liberar dicha emoción (como no puede expresarla, lo hace de la forma en que “pueda”, aunque no sea de la manera más saludable).

Así mismo, cuando entramos en guión, percibimos el mundo en base a las decisiones que hemos tomado de niños y en vez de buscar activamente  una solución desde el Adulto, esperamos una “solución mágica” desde el Niño, es decir, de manera pasiva. En este caso, cuando de niño he tomado  la decisión de no expresar una determinada emoción, de adulto puedo descargar esa energía hacia mí mismo o hacia los demás como forma de liberarla. Es lo que se conoce como INCAPACITACIÓN o VIOLENCIA que, algunas veces, desemboca en enfermedades psicosomáticas.

Desde la Gestalt, se nos dice que el contacto es una de las principales necesidades psicológicas del ser humano. El contacto nos permite la toma de conciencia o darse cuenta del mundo exterior, de la zona intermedia o fantasía (esta zona nos permite explorar lo emocional o lo corporal de una situación) y de nuestro mundo interior. Ponerse en contacto con uno mismo es el primer paso para reconocer lo que realmente sentimos y deseamos.

Una Gestalt es una relación dinámica entre una persona y por ejemplo, un sentimiento, que viene determinada por una necesidad y la satisfacción de  la misma, pasando por el contacto. Cuando la necesidad se satisface,  la Gestalt termina. En cambio, si la necesidad no se satisface, la Gestalt queda inconclusa y se repetirá una y otra vez hasta que se cierre de manera adecuada.

Por ejemplo, una persona que aprendió a no expresar una determinada emoción, su Gestalt estará pendiente hasta que encuentre la manera de identificar y expresar esa emoción. Cuando de manera habitual no se  satisfacen necesidades importantes, se puede iniciar la enfermedad. La historia de cada persona dirá con qué es capaz de entrar en relación y con qué no y qué clase de contacto realizará.

Cuando la persona tiene dificultades para percibir con claridad cuáles son sus necesidades y emociones, puede tratar de ignorarlas, reprimiéndolas o negándolas. Para evitar entrar en contacto, hará uso de los mecanismos de defensa o evitación. A través de la RETROFLEXIÓN, por ejemplo, la persona no puede expresar la emoción y dirige la energía hacia sí misma. Esa energía estancada se puede transformar en síntomas corporales, somatizando.

Detrás de cada retroflexión, existe la polaridad “muévete-detente” que da como resultado tensión muscular e inmovilidad que no se elimina interviniendo directamente en la tensión, sino que es necesario que ambas partes se vuelvan conscientes y se expresen, de modo que el conflicto pueda ser elaborado y que lo que pertenezca al entorno pueda separase de lo que pertenece  a  uno mismo.

Desde las Terapias Corporales (Bioenergética, Gestalt, Focusing, Terapia cráneo-sacral, etc.), se hace hincapié en la importancia del cuerpo dentro de cualquier proceso terapéutico.

Por ejemplo, la Bioenergética se caracteriza por integrar en la terapia psicológica, el cuerpo y sus procesos energéticos. Según Lowen (1991), hay emociones del pasado que no pudieron expresarse en su momento por algún motivo. Todas las emociones necesitan ser expresadas físicamente. Al no poderse expresar, algún músculo o parte del cuerpo se endurece para contenerla. Si esto se alarga en el tiempo, la tensión se puede volver crónica.

Por ejemplo, si un niño teme que le regañen, le castiguen o le retiren el cariño por expresar su rabia, aprenderá pronto a suprimir este sentimiento. Para ello apretará la mandíbula y cerrará la boca y la garganta por dentro (tensionándola). O retirará la energía de otras partes de su cuerpo (negando) o tensará  ciertos grupos de  músculos (castigándose,  somatizando…).  O quizás ponga cara de buen chico tapando su sentimiento con la imagen de lo opuesto (mecanismo de defensa). Si esta experiencia se repite crónicamente, su actitud quedará estructurada en su cuerpo. (p. 8) (Módulo 13, Instituto Galene de Psicoterapia, 2015).

Así mismo, Lowen (1991) afirma que, al igual que otros autores que veremos a continuación, las distintas partes del cuerpo humano tienen un simbolismo según las funciones que desempeñan.

La Voz del Síntoma

A continuación, nos centraremos en uno de los aspectos mencionados al comienzo de este artículo: la estrecha relación entre la determinada parte de nuestro cuerpo que enferma y lo qué nos quiere comunicar. Para ello, haré referencia a varios autores que han trabajado este tema y que nos aportan un nuevo punto de vista para elaborar las somatizaciones en terapia: Adriana Schnake (Los diálogos del cuerpo, La voz del síntoma y Enfermedad, síntoma y carácter) y Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke (La enfermedad como camino).

Según la Gestalt, puede haber una parte de nosotros mismos que negamos y otra con la que nos identificamos. Aunque rechacemos la parte que negamos, esa parte sigue existiendo y sigue siendo importante para nuestro funcionamiento, por lo que buscará la manera de poder expresarse. Muchas veces, esa parte negada, tendrá que hacer algo drástico para poder llamar la atención de la parte identificada y para ello, recurrirá al lenguaje no verbal a través, por ejemplo, de la enfermedad.

Según Adriana Schnake (2001), las partes de nuestro cuerpo que enferman, lo hacen porque no aceptamos alguna de sus características. Lo que propone es que la persona vuelva a adueñarse de la parte de su cuerpo que rechaza, a través de la aceptación de sus características. Para ello, Adriana ideó un método en el que la paciente hace de órgano e integra aquello que rechaza  y no reconoce  como propio. La paciente dialoga  con el cuerpo para escuchar la voz del síntoma. El objeto final es que la persona se dé cuenta de que aquello que le duele es parte también de sí misma.

Dethlefsen y Dahlke (2003), en su libro La enfermedad como camino, nos describen una nueva forma de ver la enfermedad. Según ellos, la medicina académica se deja fascinar por los síntomas y se centra solamente en curarlos. En cambio, ellos proponen ir más allá de los síntomas, prestándoles atención y comunicándonos con ellos, como guías infalibles en el camino de la curación. Para ellos, el síntoma es una parte de nosotros mismos que no queremos ver y si le prestamos atención, nos puede decir qué es lo que nos falta.

En su libro, Dethlefsen y Dahlke (2003) establecen una relación de los órganos y partes del cuerpo con sus respectivos atributos psíquicos (Tabla 1).

Tabla 1. Relación de los órganos y partes del cuerpo con sus respectivos atributos psíquicos.

Aparato genitalSexualidad
BocaApertura
CabelloLibertad, poder
CorazónCapacidad afectiva, emotividad
DientesAgresividad, vitalidad
EncíasConfianza
EspaldaRectitud
EstómagoSensibilidad, aceptación
ExtremidadesAgilidad, flexibilidad, actividad
GargantaAngustia
HígadoValores morales, ideología, vinculación
HuesosFirmeza, disciplina
Intestino delgadoReflexión, análisis
Intestino gruesoInconsciente, avaricia
ManosAprehensión, capacidad de manejo
MatrizEntrega
MúsculosMovilidad, flexibilidad, actividad
NarizEnergía, orgullo, sexualidad
OídosObediencia
OjosEntendimiento
PeneEnergía
PielAislamiento, normas, contacto, delicadeza
PiesComprensión, firmeza, arraigo, modestia
PulmonesContacto, comunicación, libertad
RiñonesCompañerismo
RodillaModestia
SangreVitalidad
UñasAgresividad
VejigaDistensión
VesículaAgresividad

Aún así, conjuntamente al significado general de cada síntoma, establecen también varias reglas para su interpretación.

Consideran importante y revelador el momento en el que se presenta el síntoma: ¿Qué pensamientos tenía en ese momento?, ¿Cuál era su estado de ánimo?, ¿Se habían producido cambios transcendentales en su vida?…

Por otro lado, dan importancia al lenguaje psicosomático utilizado por el paciente. Según Dethlefsen y Dahlke (2003), la enfermedad nos hace sinceros.

Tiene tan mal la vista que no puede ver las cosas claras, el otro sufre un resfriado y está hasta las narices, otro ya no traga más, hay quién no oye nada y quién, del picor, se arrancaría la piel (p.).

Por último, según ellos, casi todos los síntomas nos obligan a cambiar  de conducta, lo cual también nos aporta información: ¿Qué me impide este síntoma? o ¿Qué me impone este síntoma?

En definitiva, tanto Schnake (2001) como Dethlefsen y Dahlke (2003)  nos animan a abrir los ojos al síntoma para escucharlo y darle voz. Como terapeutas, nos aliamos con el síntoma del paciente y le ayudamos a conseguir su objetivo: que el paciente se dé cuenta de lo que el síntoma le quiere revelar.

2. Método

En este artículo, describo la intervención terapéutica realizada con una de mis pacientes, N. Por razones de confidencialidad, no aparece su nombre, y la información aquí facilitada tampoco permitirá su identificación. Cuento con su permiso para transcribir dicho proceso terapéutico.

A través de su caso, observaremos si se cumplen las explicaciones teóricas dadas por los grandes pilares de la Psicoterapia Humanista Integrativa para la relación establecida entre cuerpo, emoción y enfermedad. Así mismo, veremos si a través de la aplicación de las diferentes técnicas planteadas por estas teorías que conforman la Psicoterapia Humanista Integrativa, se procede a la resolución de sus somatizaciones y a su posterior bienestar psicológico.

N. acude a consulta porque cada vez que a su hijo de 19 años le duele algo o enferma (cualquier tipo de enfermedad común, como puede ser un dolor de cabeza o catarro), ella sufre tanto que la incapacita en su vida diaria. Se paraliza (deja de hacer cualquier actividad habitual), duerme mal o no duerme, siente un calambrazo que le recorre todo su cuerpo, somatiza a través del aparato digestivo (falta de apetito, diarrea, dolor de estómago). Piensa que su hijo va a enfermar gravemente o incluso, puede llegar a morir y siente una enorme tristeza. Así mismo, desde hace años, toma medicación ansiolítica para sobrellevar la situación. Es tal el alcance de la situación que, a través de las sesiones, observamos que no sólo presenta esta sintomatología cuando su hijo enferma, sino también antes y después de enfermar, aunque sea en menor medida. Es decir, está alerta constantemente, lo que dificulta la relación con sus allegados, especialmente, con su marido, con el cual dice estar más distanciada.

Para N., el objetivo terapéutico que se marcó al inicio de terapia era “reaccionar ante cualquier enfermedad común de mi hijo de una manera lógica, con tranquilidad, como las demás madres”. Sin embargo, desde el comienzo, manifiesta que no cree que sea capaz de cambiar.

N. presenta un aspecto cuidado. Es amable y agradable, siempre preocupada por los demás. Analizando su situación cuando llega a terapia, parto de que N. presenta una personalidad neurótica, acompañada de un gran nivel de ansiedad. Sus principales impulsores son: SÉ FUERTE, SÉ PERFECTA (sobre todo, como madre) y COMPLACE. Sus mandatos parentales: NO SEAS (No atiendas tus necesidades), NO TE ACERQUES (No confíes), NO ESTÉS BIEN (No seas sana) y NO SIENTAS NI MUESTRES LO QUE SIENTAS. Sus comportamientos pasivos más utilizados son la sobreadaptación, adaptándose a los deseos de los demás sin tener en cuenta los suyos, y la incapacitación o violencia a través de las somatizaciones. Su posición existencial predominante es YO NO SOY OK, TÚ ERES OK.

En términos de análisis estructural, sus estados del Yo dominantes son el Niño Adaptado Sumiso (NAS) y el Padre Crítico Negativo (PC-). Por un lado, se adapta a lo que le pide el entorno, descontando sus propias necesidades y deseos, anticipa y se imagina lo que los demás piensan o pueden esperar de ella, exagera la obligación de cumplir las normas y se siente enseguida  culpable si no las cumple o no hace lo que se espera de ella (NAS). Por otro lado, es muy dura consigo misma, culpabilizándose y juzgándose de una manera inadecuada para su propio desarrollo (PC-). Con respecto a su hijo, el estado del Yo que domina es el Padre Nutritivo Negativo (Empalagoso), haciendo más del 50% de lo necesario para que su hijo salga de su situación, yendo más allá de lo que le corresponde en su rol, llegándolo, incluso, a abrumar.

Por todo lo anterior, consideré que N. presentaba una Adaptación de Personalidad Histérica.

Se llevaron a cabo 24 sesiones individuales, con una frecuencia quincenal, en las que se trabajó con ella desde la perspectiva de la  Psicoterapia Humanista Integrativa y con la supervisión de Alicia Gadea.

Para la Psicoterapia Humanista Integrativa, el proceso terapéutico tiene como finalidad acompañar a la paciente a calmar su sufrimiento, a curar sus conflictos a nivel emocional profundo y a crecer para llegar a su autonomía personal (consciencia, intimidad, espontaneidad y ética).

Para la Psicoterapia Humanista Integrativa, la clave fundamental es la relación terapéutica, el vínculo que la terapeuta establece con la paciente. Por lo que durante todo el proceso con N., para mí fue primordial crear ese vínculo con ella y lograr que, poco a poco, confiara en mí. A través de la comunicación no verbal, intenté transmitirle esa presencia vincular (empatía, sintonía, acompañamiento afectivo, ser yo misma, acogimiento e impacto). En general, en todas las sesiones, fue fundamental la escucha activa y la observación con fuerza de atención.

Teniendo, pues, como marco de intervención el AMOR en la relación terapéutica con N., a continuación detallo los temas centrales de su proceso terapéutico y algunas de las técnicas y recursos utilizados.

El poder de la enfermedad. Durante muchas sesiones, analizamos el poder que tenía la enfermedad en general, tanto en su familia de origen (hermano esquizofrénico, padre hipocondríaco) como en su familia formada. A través de las sesiones, N. se dio cuenta de que en su familia se comunicaban a través del síntoma y esto era algo que realmente la agotaba, sobre todo en la relación con su hijo. Poco a poco, N. tradujo en palabras los síntomas de su hijo, averiguando qué es lo que realmente él necesitaba: sus caricias.

Para N., uno de los primeros pasos importantes fue reconocer que, en ese momento, hacerse cargo de la enfermedad de su hijo era un gran peso para ella. A través de la técnica SPEC (sentimientos-pensamientos-emociones- conductas), volvimos al pasado, averiguamos qué es lo que ella hubiera necesitado y lo extrapolamos al presente. N. se dio cuenta de que, a lo mejor, se sintió sola en la crianza de su hijo y ahora, necesitaba repartir ese peso con su marido, sin culpabilizarse por ello. Para N., depositar su confianza en otra persona fue un gran avance, ya que uno de sus mandatos predominantes era NO CONFÍES. El hecho de repartir ese peso, ayudó también a que N. comenzara a preocuparse más por sí misma, centrándonos en la identificación de sus necesidades y la búsqueda de actividades agradables para ella.

Más adelante, nos centramos en sus síntomas, más concretamente en su dolor de estómago. Para ello, le pedí que dibujara en un papel su estómago cuando se pone mal, es decir, cuando su hijo enferma. Una vez dibujado, lo representó con pasta de modelar y a continuación, se sentó frente a frente con su dolor de estómago. A través de la silla vacía, y siguiendo el modelo de Adriana Schnake (2001) y de la Gestalt, N. escuchó la voz de su síntoma. Se dio cuenta de lo estresado que estaba y del miedo que tenía. Un miedo que duraba mucho más de lo que ella creía.

Identificado ese miedo, MIEDO A LA ENFERMEDAD DE SU HIJO, dedicamos muchas sesiones a trabajar con él. Primero, se lo imaginó y lo plasmó en un papel. Después, le sacó “las tripas”, identificando de qué estaba hecho ese miedo (tanto enfermedades físicas como psíquicas que su hijo podía llegar a tener). A continuación, hizo lo que quiso con él (lo mordió, lo tiró al suelo, lo rompió en cachitos pequeños y finalmente, lo quemó), logrando exteriorizar con este ejercicio miedo, rabia y finalmente, tristeza. Este fue un gran momento dentro de su proceso terapéutico, ya que N. tenía un fuerte mandato de NO SIENTAS, NI MUESTRES LO QUE SIENTAS.

Paralelamente, también comenzamos el DUELO de su relación con la enfermedad de su hijo, a través de la Teoría del proceso de Duelo Terapéutico.

Desde la Teoría del proceso de Duelo Terapéutico, Zurita y Chías (2014) establecen que cuando se inicia una relación entre dos personas, se comienza también un vínculo entre ellas. Así mismo, afirman que este vínculo también se puede dar entre una persona y un animal, un objetivo, un objeto o una parte de nosotras mismas, como puede ser en este caso, una enfermedad. Sin  embargo, cuando se inicia una relación, somos conscientes de que no es para siempre y desde esta teoría, Zurita y Chías (2014) proponen un modelo de proceso de duelo como herramienta para despedirse de esa relación, resolviendo los temas que estaban sin cerrar.

Durante las sesiones, cubríamos juntas el cuaderno de duelo (trabajando a través de las fotos y de la escritura automática), exteriorizando su sufrimiento, poco a poco, a su ritmo, logrando reducir así, el poder de la enfermedad.

La expresión de emociones. Íntimamente ligado a lo anterior, durante todas las sesiones, fue muy importante trabajar la identificación y la expresión de emociones. Durante la indagación histórica y fenomenológica, descubro que

N. tiene un fuerte mandato de NO SIENTAS, NI MUESTRES LO QUE SIENTAS, sea cual sea la emoción. Exploro cómo se ha vivido la identificación y expresión de cada una de las emociones básicas tanto en su familia de origen como en su familia formada, concluyendo que en ningún contexto se manejan adecuadamente las emociones.

Con respecto a la RABIA, cuando N. era pequeña y se enfadaba (por ejemplo, por el trato desigual hacia su hermano enfermo), su madre se ponía a cantar y era tanta la rabia que N. se golpeaba contra la pared. N. interiorizó que era mejor no expresarla y actualmente, cuando se enfadaba con su marido o con su hijo, no se permitía expresarla porque se sentía culpable y tenía miedo  a que fuese peor. En las sesiones, N. comenzó a identificar y verbalizar qué le había producido rabia en el pasado y qué la producía actualmente. También logró identificar cómo “la tragaba, sin digerirla”, llegando a explotar de una manera que después la hacía sentir culpable, RETROFLECTANDO. El darse cuenta de todo esto y el darse permiso, poco a poco, para identificarla y expresarla, culminó en la sesión anteriormente descrita en la que logró romper la barrera y cerrar el ciclo gestáltico. Así mismo, N. siempre tuvo papel de burbuja o una magdalena antiestrés encima de la mesa por si necesitaba expresar su rabia.

En cuanto a la TRISTEZA, su padre le transmitió que era “de débiles o superficial” expresarla y su madre, no verbalmente, siempre le transmitió el impulsor SÉ FUERTE. Por tanto, en su vida actual, N. no expresaba su tristeza porque según ella, cada uno la lleva por dentro, no quiere molestar a los demás y no quiere que la vean llorar. A N. le costaba mucho exteriorizar su tristeza. En una sesión, le pedí que dibujara sus lágrimas y escuchamos qué es lo que le querían decir “quieren que las deje salir”, pero finalmente, no fue capaz de llorar. En todo momento, mi labor fue darle permiso a su Niña para expresar cualquiera de sus emociones “aquí puedes llorar, sentir tristeza, a mí no me da miedo la emoción que tú puedas sentir… Yo estoy aquí”, además de validarla y reconfortarla cuando finalmente las expresaba.

Con respecto al MIEDO, N. era muy dura consigo misma “la gente controla  su  miedo  y yo  no”.  A  través de  la  técnica  SPEC, N. identificó que llevaba sintiendo miedo aproximadamente desde los 5 años, sin llegar a expresarlo. “Tenía un miedo que me cagaba”, lenguaje psicosomático del que nos hablaban Dethlefsen y Dahlke (2003). Durante muchas sesiones, N. identificó muchos episodios de su vida en los que pasó mucho miedo y nunca fue quién de expresar, por lo menos, verbalmente. Actualmente, su miedo más profundo era el miedo a la invasión de la enfermedad. Más exactamente, N. tenía miedo a que su hijo pudiera tener esquizofrenia, igual que su hermano (miedo a la locura). El hecho de poder expresar este miedo (y todos sus  miedos en general), considero que fue uno de los pilares más importantes en su proceso terapéutico.

Simbiosis con su hijo. Según Schiff (1975), una simbiosis ocurre cuando dos o más individuos se comportan como si formaran una sola persona. En el caso de N. y de su hijo de 19 años ocurría así. N. siempre se definió como “una gallina con sus polluelos” y la relación que mantenía con su hijo siempre fue muy dependiente, llegando a ser un gran peso para ella, como ya dijimos. N. necesitaba que su hijo adoptara ya un papel de adulto, pero al mismo tiempo,  ni ella ni su marido, dejaban que esto fuera así. Poco a poco, fue descubriendo maneras de darle responsabilidades y confiar en él.

Durante las sesiones, N. también logró identificar los juegos psicológicos en los que ambos entraban, alternando ambos la posición de Perseguidor y Víctima en el triángulo dramático, sacando beneficios de ambos roles. Incluso, se dio cuenta de cómo su hijo inconscientemente utilizaba la enfermedad para manipularla. N. traía anotadas las situaciones y en sesión, analizábamos los juegos psicológicos, tomaba conciencia de lo que estaba ocurriendo y escogía no entrar o abandonarlos.

El trabajo de duelo también nos llevó a analizar su papel como madre “consagrada a ser madre”, aprendido de su propia madre. N. tenía un fuerte impulsor de SÉ PERFECTA COMO MADRE. N. fue capaz de establecer un paralelismo entre la relación que su madre mantuvo siempre con su hermano enfermo y la suya ahora con su hijo. Llegó a darse cuenta de que su madre había sacrificado su vida por su hermano, con el coste que eso suponía y se dio el permiso, poco a poco, para vivir la relación con su hijo de otra manera.

 3. Resultados

Durante las primeras sesiones de tratamiento y una vez finalizado el mismo, se llevó a cabo una valoración cuantitativa y cualitativa con el objeto de identificar los cambios conseguidos a través del proceso de terapia de N. y valorar la efectividad de la intervención humanista integrativa.

Para ello, se aplicaron los siguientes cuestionarios, además de realizar un análisis exhaustivo mediante el esquema de 5 niveles propuesto por José Zurita, un análisis funcional del AT, un análisis gestáltico y un análisis de mi contratransferencia a lo largo de toda la intervención terapéutica.

Resultados de las pruebas aplicadas.

 Las siguientes pruebas fueron aplicadas el 15/07/15, una vez comenzada la supervisión y de nuevo, se aplicaron el 20/04/16, tras el fin del tratamiento. A continuación, se muestran los resultados, tanto a nivel cualitativo como cuantitativo.

Figura 1. Escala de Bienestar Psicológico, de Riff.

Figura 1. Escala de Bienestar Psicológico, de Riff.

 Antes de comenzar el tratamiento, según los resultados, N. tenía dificultades para establecer relaciones con los demás, poca capacidad de decisión e independencia, poco crecimiento personal y percibía que tenía poca capacidad de controlar el medio. En general, su crecimiento personal era deficitario.

Sin embargo, tras aplicar el tratamiento basado en la PHI, N. presenta  un alto bienestar psicológico, puntuando dentro de la media en todas las categorías.

Figura 2. Escala de Asertividad, de Rathus.

Figura 2. Escala de Asertividad, de Rathus.

En este caso, observamos que N. presentaba dificultades a la hora de expresar y defender sus derechos, siendo los comportamientos más utilizados por ella, antes de comenzar el tratamiento, el evitativo y restrictivo, siendo el asertivo el que menos.

Sin embargo, tras el tratamiento, aunque N. sigue presentando dificultades para ser asertiva, su comportamiento evitativo y restrictivo se ha visto reducido, puntuando más alto en comportamiento asertivo.

Figura 3. Inventario de Ansiedad, de Beck.

Figura 3. Inventario de Ansiedad, de Beck.

Antes de comenzar el tratamiento, N. puntuaba alto en ansiedad, siendo su sintomatología predominante. N. se sentía severamente acalorada, con temblor en las piernas y en las manos, incapaz de relajarse, con temor a que ocurriera lo peor, atemorizada, nerviosa, insegura, con sudores, con miedo y con problemas digestivos.

Sin embargo, después del tratamiento, la puntuación obtenida está dentro de lo normal, siendo su ansiedad casi inexistente.

Figura 4. Cuestionario de Depresión, de Beck.

Figura 4. Cuestionario de Depresión, de Beck.

 En este caso, también hay una mejoría, ya que, aunque previamente  casi no presentaba sintomatología depresiva, ésta se ha visto reducida, siendo actualmente inexistente. La única dificultad que existe aún a día de hoy es la falta de interés en el sexo.

Figura 5. Escala de Ansiedad, de Hamilton.

Figura 5. Escala de Ansiedad, de Hamilton.

Antes de comenzar el tratamiento, el nivel de ansiedad que presentaba N. tendía a ser alto, viéndose reducido posteriormente. A su vez, puntuaba significativamente alto en estado de ánimo ansioso y tensión, además de síntomas gastrointestinales y genitourinarios. Actualmente, no puntúa alto en ningún síntoma.

Con respecto al motivo de consulta, una vez realizado el tratamiento, N. actualmente reacciona de una manera lógica ante cualquiera enfermedad común de su hijo, sin llegar a somatizar ni presentar ninguna de la sintomatología previa. En relación al inicio del tratamiento, N. ahora no tiene problemas para dormir, ha aumentado el número de actividades habituales que realiza (va al gimnasio, a pandereta, a sevillanas, estudia francés) y la relación con su marido ha mejorado mucho (se van de viaje, pasa más tiempo con él), ya que ahora el foco de atención ya no es su hijo. Así mismo, ha reducido al mínimo la medicación que estaba tomando hasta el punto de plantearle a su psiquiatra retirarla.

En cuanto a la relación con su hijo, la terapia culminó en que su hijo retomó su propia terapia, se independizó y se fue a vivir con su novia, rompiendo así la simbiosis, poco a poco, de forma natural. Tanto ella como su marido, confían en el Adulto de su hijo y comienzan a comprender que es él el que tiene que cometer errores y aprender de ellos, como hicieron ellos cuando tenían su edad.

A nivel profundo, considero que los mandatos predominantes en ella, se han visto rebajados (NO SEAS –no atiendas tus necesidades-, NO CONFÍES, NO SIENTAS NI MUESTRES LO QUE SIENTAS). A su vez, considero que, a  lo largo de las sesiones, N. ha podido liberar gran parte de su emoción arcaica (miedo) y se ha dado permiso para identificar y expresar la rabia. En cuanto a  la tristeza, considero que aún sería necesario seguir trabajándola. En general, N. ha liberado gran parte de sus miedos profundos: miedo al abandono (de su hijo), miedo a la invasión de la enfermedad, miedo a la locura (esquizofrenia). Con todo ello, considero que N. está en el camino de pasar de una posición existencial YO NO SOY OK, TÚ ERES OK a YO SOY OK, TÚ ERES OK.

A nivel gestáltico, considero que N. ha conseguido cerrar varias gestalts inconclusas: reaccionar de una manera lógica a la enfermedad de su hijo, permitirse identificar y expresar sus emociones y comenzar a confiar en su hijo. De hecho, ya no retroflecta, ni recurre a violentarse como comportamiento pasivo.

4. Discusión y conclusiones

A través del caso de N., observamos que se cumplen las explicaciones teóricas dadas por los grandes pilares de la Psicoterapia Humanista Integrativa para la relación establecida entre cuerpo, emoción y enfermedad.

Como hemos visto, N. interiorizó de pequeña el mandato NO SIENTAS, NI MUESTRES LO QUE SIENTES, al mismo tiempo que tomó la decisión de comportarse bajo el impulsor SÉ FUERTE. Así mismo, actuar bajo este guión, tuvo como consecuencia en su vida actual, no identificar ni expresar sus emociones, haciéndolo su cuerpo por ella a través de las somatizaciones (comportamiento pasivo de violencia o incapacitación).

Por otra parte, el hecho de no tomar conciencia de lo que sentía y necesitaba, provocó que N. retroflectara, no expresando la emoción y  dirigiendo esa energía hacia sí misma, a través de la somatización.

Desde las Terapias Corporales y a través del caso de N., observamos la influencia que tiene no expresar una emoción en nuestro cuerpo (somatización a través del aparato digestivo, tensión, temblores, sudores…).

Así mismo, vemos como a través de la aplicación de las diferentes técnicas planteadas por estas teorías que conforman la Psicoterapia Humanista Integrativa, se procede a la resolución de sus somatizaciones y a su posterior bienestar psicológico. Tanto a través de los resultados de las pruebas  aplicadas como de la descripción de su estado psicológico actual, se  demuestra que la Psicoterapia Humanista Integrativa ha sido eficaz en la resolución de su caso.

El hecho de analizar su historia personal y su guión, romper con sus mandatos y tomar decisiones alternativas, permitirse identificar y expresar emociones arcaicas, escuchar la voz de sus síntomas tal y como planteaban Schnake (2001) y Dethlefsen y Dahlke (2003), despedirse de aquello que ya no le es útil como explican Zurita y Chías (2014) y romper, poco a poco, con el proceso de simbiosis con su hijo, ha ayudado a calmar su sufrimiento, a curar sus conflictos a nivel emocional profundo y a crecer para llegar a su autonomía personal, tal y como plantea la Psicoterapia Humanista Integrativa.

Mi valoración como terapeuta a través del análisis de la contratransferencia.

A través de mi intervención con N. desde la Psicoterapia Humanista Integrativa, me he dado cuenta realmente de la importancia que tiene el AMOR en la relación terapéutica. Si no hay AMOR, no hay confianza y por tanto, no hay evolución.

Desde el principio, siempre noté su mandato NO CONFÍES para conmigo, que, a su vez, enganchaba con mi propio impulsor SÉ PERFECTA (como terapeuta). Este hecho, provocaba que ella no viera las mejorías que iba consiguiendo y a su vez, minaba mi seguridad.

Sin embargo, poco a poco, y de una manera que no sé bien explicar, ambas fuimos dándonos permisos: ella para confiar en mí y yo para dejarme llevar por mi intuición y mis conocimientos. También me di cuenta del ritmo que necesita cada paciente para poder confiar.

Sin duda, tanto Alicia Gadea como mi propio proceso terapéutico, fueron pilares fundamentales durante toda la evolución de N. Yo misma sentía ese AMOR, tanto por parte de Alicia como por parte de Estrella, y eso hacía que yo también se lo pudiera transmitir a N.

El día en que N. decidió coger el alta, debo reconocer que sentí pena, pero al revisar su expediente y ver todas las mejorías que había conseguido,  no pude más que alegrarme y sentirme feliz por ella. La verdad es que se me ponía la piel de gallina al escucharla hablar, tan tranquila y reconociendo en ella tantos avances. Si bien es cierto que aún le queda camino por recorrer, me quedo con la certeza de que sabe que estoy ahí y si me necesita, me llamará.

Sin duda, tras el máster y tras este camino recorrido con N., me quedo con una frase que Pepe nos dijo un día: “la mejor psicoterapeuta es la que mejor proceso terapéutico tiene”, además de una buena supervisión.

5. Referencias

BERNE, E. (1974). ¿Qué dice usted después de decir hola? Barcelona: Ediciones Grijalbo.

DETHLEFSEN, T y DAHLKE, R. (2003). La enfermedad como camino. Barcelona: Ed. Nuevas Ediciones de Bolsillo.

GIMENO-BAYÓN, A. (1999). Comprendiendo como somos. Dimensiones de la personalidad. Bilbao: Desclée De Brouwer.

LOWEN. A. (1991). Bioenergética. México: Ed. Diana.

MARTORELL, J. (2000). El guión de vida. Bilbao: Ed. Desclee de Browner.

Materiales complementarios para la evaluación de los pacientes. Instituto Galene, Madrid, 2015.

Módulo 2, Análisis Transaccional I. Instituto Galene, Madrid, 2014. Módulo 3, Análisis Transaccional II. Instituto Galene, Madrid, 2014. Módulo 9, Gestalt II: Contacto y Neurosis. Instituto Galene, Madrid, 2015.

Módulo 13, La incorporación del cuerpo en el proceso terapéutico. Instituto Galene, Madrid, 2015.

SCHNAKE, A. (2001). Los diálogos del cuerpo. Santiago de Chile: Ed. Cuatro Vientos.

STEWART, I., JOINES, V. (2007). AT HOY. Madrid: Editorial CSS.

ZURITA, J. y CHÍAS, M. (2014). El duelo terapéutico. La curación a través del Duelo. Madrid: Ed. Niño Libre.

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3 Respuestas

  1. Boni dice:

    Me ha gustado y espero me ayude.

  2. Jaime dice:

    Gracias por compartirlo!!

  3. Linda dice:

    Muy chevere el artículo, y nos enseña que podemos tener armaduras creadas de pequeños que sin darnos cuanta de adultos nos pueden afectar la vida ‘’normal’’ que creemos tener.

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